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Suave como la seda legendaria
de aquel gusano
igualmente legendario y útil.
Brillante y fina en tu portal sutil
como el hilo de algunos crustáceos y arañas
que dejan su huella pasajera y leve,
o tejen su trampa y su morada
donde atrapan y consumen a sus víctimas.
 
Símbolo del azufre demoníaco
y del fugaz segundo
que marca el tiempo inexorable y rápido;
igual, del punto cardinal del Sur
donde reside la indomable Antártida.
 
Las brujas te adoran en sus sabbats
de orgiásticos festines,
también denominados aquelarres,
donde se canta, se danza y se copula
sin tabúes de edad o familiares,
para gozo de humanos y demonios.
 
Sacerdotes y sacerdotisas,
en su inútil carrera al paraíso,
se enredan en la ondulación de tu figura
como anzuelos sin pez y sin carnada
en un saco de rezos e imposturas.
 
Aunque ignoro la causa y el efecto
que representan tres nombres o atributos
del poderoso Alá, según los musulmanes,
y el número mágico 134
cuya categoría suponen muy terrible,
sé que vales más que todos juntos
en el dudoso manantial de lo esotérico.
 
Ahora quiero salir pronto de ti
dando ya mi despedida mientras busco
en otro poema, quizás menos fallido,
la venia generosa de un lector
que comprenda y perdone mi entelequia,
mi excesiva pobreza literaria,
mi agobiante ignorancia y mi sandez.