Un tren hacia la esperanza
Publicado en Dec 20, 2009
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El andén bulle en una actividad frenética. Por doquier se ve gente cargadas de bultos, ilusiones y anhelos. Decenas, centenares de emigrantes “¿personas?” pululaban en agitado frenesí de un lado para otro del apeadero, entre adioses y lágrimas de quienes han venido a despedirlos, en busca del correspondiente vagón que les llevará lejos de aquellas tierras en la que la falta de oportunidades, de alimentos, de libertad hacia irrespirable las condiciones de vida, un lugar en el que apenas se podía subsistir.  
Entre aquella inquieta muchedumbre, una mujer arrastra con dificultad a sus cuatro hijos, que en una escala casi perfecta (escala de menor a mayor) cargan maletas y bultos entre los ir y venir del nervioso gentío, bajo la atenta mirada de la madre.
Hacinado en un mugriento y maloliente vagón del tren, los expatriados se apiñan de mala manera en los estrechos pasillos del tren, buscando un hueco donde poder pasar las interminables horas que duraría el viaje hasta la tierra prometida, allí donde les espera todo aquello de lo cual carecen en el lugar de donde se irían alejando con la marcha del tren, envuelto en su sórdido traqueteo. Rodeado de gritos y olores humanos, aquellos que son tan desagradables cuando provienen de alguien ajeno a uno mismo, pero que, en cierto modo,  todos en menor o mayor medidas, contribuimos a ellos con nuestra sola presencia.
 En el compartimiento la discusión nace y crece ante la atónita indiferencia del revisor, que ajeno a cuanto acontece a su alrededor trata de escabullirse de la escena esquivando las manos que tratan de impedir su escurridiza huida. ¿Qué culpa puede tener él si la agencia ha vendido por triplicado las reservas de los asientos del compartimiento? ¿Qué podía hacer él? Varias personas vociferan mientras enseñan el billete que evidencia que aquel número de vagón, de compartimiento y de asiento coincide  con el asiento que ocupa aquella otra persona, que al mismo tiempo que blande el billete, con mano nerviosa, demostrándo a las claras que el lugar ocupado corresponde con el reseñado en su billete.
La mujer con sus cuatro hijos ha tenido la fortuna de haber llegado antes que los propietarios de las reservas duplicadas o triplicada. Hace caso omiso a las amenazas de quien se cree con el único derecho de ocupar aquella plaza. Ahora todo consiste en defender con ahínco los sitios de los cinco. Nadie en aquella Torre de Babel, donde el español se entremezclaba con el árabe y otros indescifrables idiomas, podrá arrebatarles los asientos.
 
       -  No moverse  de ahí - ordena enérgica mientras distribuye bultos y paquetes sobre el asiento que dejaba libre momentáneamente mientras acude al servicio.
 
 
El tren emprende su cansina marcha. Poco a poco se aleja de  no sé cuantos años de paz, de la reserva espiritual de occidente. El tren poco a poco aleja a los viajeros de sus hogares, de sus padres, de sus vecinos, de sus hijos, de cuando les aumenta la amargura de enfrentarse a algo incierto, desconocido.
El tren poco a poco les acerca a la anhelada incertidumbre de quien va a encontrar la opulencia, la  seguridad económica, el bienestar que garantiza tener a diario un plato caliente en la mesa, una cama donde descansar de una ardua jornada de trabajo.
El tren poco a poco acerca a aquella mujer y sus cuatros hijos al hombre que meses antes había partido como en avanzadilla para encontrar un lugar donde cobijar a su familia, proporcionarles un techo seguro y la subsistencia. Nervioso en la barra de un bistró cercano a la Gare d'Austerlitz , ajeno a las estruendosas vociferaciones de un grandullón francés, que mal utilizando la atrofiada neuronas que aún le funcionaba, aunque al parecer sólo a medias, especta en contra de todos aquellos que vienen del extranjero para quitarles sus puestos de trabajo, aquellos puestos que él y otros muchos como él, habían rechazados una y otra vez por indignos, por indecorosos, aquellos puestos que les era inadmisibles por duros y mal pagados. Delante de un “café au lait” caliente y un croissant, desde la atalaya de un corpachon tan sumamente desaprovechado, hacía grotescos comentarios hacia todo lo no francés, como si el simple hecho de ser de esa nacionalidad le garantizaba una férrea inmunidad de la miseria intelectual.
 
Para aquel hombre la cercanía del momento que se iba aproximando de poder abrazar a su mujer y cuatro hijos, aliviaba el cansancio de una semana de trabajo en la fábrica. Atenuaba el enorme dolor de espalda que le producía acarrear cientos de sacos de patatas día tras día. Calmaba el dolor de sus manos que le producía las horas pasadas recolectando frutas y hortalizas para ganar un sobresueldo una vez terminada su jornada en la fábrica. La sola idea de ver a su familia, mitigaba la dolorosa sensación que le dejaba los trabajos de albañilería que realizaba durante el fin de semana para aportar alguna migaja más. ¿Qué podía importar lo que dijera aquel grandullón? ¡Su familia estaba a apenas media hora de aquel lugar!
 
Salió del bar apresurado mientras el gran francés de pura raza seguía vociferando. Le estación estaba a apenas dos minutos de aquel lugar. Tan solo tendría que cruzar la calle.
En el andén el nerviosismo se hizo casi insoportable cuando a lo lejos el tren fue acercándose.
 
Hoy, desde la lejanía que producen cuarenta años, oigo vociferar un grandullón a mis espaldas. Con café con leche y un pitufo con aceite delante, comenta en voz alta (altísima) la enésima muerte en el estrecho. Dice estar harto de tanto negro, moro y sudacas, que ojalá acaben todos así, ahogados.
Apresuro mi café mientras mentalmente agradezco una vez más a mi padre que desde la barra del bistró antepuso las ganas de vernos llegar en aquél tren que perder un segundo de su vida en oír una palabra más de aquel grandullón francés. Yo salgo del bar dejando atrás la pureza de raza, el patritismo desaforado del grandullón.
¡Qué débil y frágil es la memoria!
 
 
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Foto del autor Rafael Criado Garca
Textos Publicados: 35
Miembro desde: Dec 17, 2009
2 Comentarios 525 Lecturas Favorito 0 veces
Descripción

Una pequea historia autobiogrfica

Palabras Clave: emigracin

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (2)add comment
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Rafael Criado Garca

Te agradezco tus alentadoras palabras que siempre insuflan renovados impulsos a mi imaginación.
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January 08, 2010
 

doris melo

Este cuento es muy bueno en cuanto a la prosa que fluye en el . De la misma forma tienes una facilidad para describir los personajes que parecen pintados con toda su idiosincracia, su fuerza moral etc. La paciencia del hombre que no valio el reto del grandulon nos lleva de la mano justo al final cuando otro grandulon repite la misma hisstoria pero esta vez hacia los moros . El niño convertido en grande recuerda la anecdota y decide no escuchar las palabras necias. Muy bueno Rafael te felicito.
Responder
January 07, 2010
 

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busy