PROCUSTO Y EL LENGUAJE
Publicado en Apr 05, 2009
Cruel personaje, el legendario Procusto. La mitología griego lo presenta como un gigante, bandido y simpático a la vez, residente en Eleusis, no lejos de Atenas. Asaltaba a todos los que se acercaban al lugar, pero su ofensa no terminaba en el despojo: las víctimas eran sometidas a un terrible suplicio. Procusto las obligaba a acostarse sobre una cama en la que el prisionero debía caber exactamente. Si el desdichado era demasiado alto y sobresalía de la longitud del lecho, Procusto le cortaba el sobrante de las piernas. Si, por el contrario, era de corta estatura y no ocupaba toda la extensión de la cama, lo torturaba con cuerdas, hierros y tenazas para estirarlo hasta que ajustara.
Sabemos que los mitos no son caprichos de la imaginación. Simbólicamente, expresan necesidades e intereses profundos de personas y comunidades. En Procusto podemos reconocer la intransigencia y la intolerancia en las relaciones humanas. Cada uno es Procusto para los demás. Queremos que el otro se adapte a nuestra medida. También podemos descubrir en la leyenda algún mecanismo del funcionamiento del lenguaje. ¿Acaso nuestra lengua no tiene algo de esa cama de martirios? Usamos la palabra como molde para que el complejo universo que llamamos "realidad" encaje en sus formas. Disponemos de estructuras, léxico, normas, valores con los que vamos al asalto del mundo. Queremos secuestrar lo que se pone a nuestro alcance. Lo aprisionamos con los recursos que nos proporciona el lenguaje y luego procedemos, tal vez sin la crueldad del bandido ateniense, pero tampoco sin piedad, a utilizar nuestra lengua como patrón de medida. Si la realidad no encaja en nuestros preconceptos, si no admite nuestros juicios, si supera nuestras definiciones y no calza en nuestros discursos...¡Cama de Procusto para la realidad! Tendrá que ajustar, faltaba más. Un recorte por aquí, un estiramiento por allá, un rebaje por este lado, una retorcedura por el otro, y la realidad va adoptando trabajosamente las formas de nuestros estrictos modelos. Al fin y al cabo, para algo es maleable la realidad, para que se acomode a nuestra arbitraria lingüística. En lugar de mutilar los cuerpos para que se acomoden a la cama, como Procusto, es necesario modificar la cama. De igual modo, no debemos desfigurar o mutilar la realidad para que se amolde a nuestro lenguaje, sino disponer del lenguaje para que encuentre el modo de interpretar, comprender y aceptar la realidad Una vez captada con el instrumento lingüístico adecuado, entonces sí, cambiarla en lo que sea apropiado para mejorarla. Pero la realidad no se cambia con expresiones idiomáticas sino con la política, la intervención social, el trabajo. Ni el lenguaje ni la realidad invocan a Procusto. Juan Carlos Dido:
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