GATOS CON MORALEJA EN LA LITERATURA ARGENTINA
Publicado en Mar 15, 2009
Juan Carlos Dido Universidad Nacional de La Matanza El gato no es personaje de presencia muy abundante en la fabulística. Probablemente, el más famoso de la especie sea el de La Fontaine, aunque el felino no intervenga directamente. En el apólogo, los ratones que participan del congreso que debe adoptar una medida protectora contra su cruel enemigo, deciden poner un cascabel para que su sonido anuncie su amenazante proximidad. El decreto es magnífico, pero ¿quién le pone el cascabel al gato? No obstante su escasez, la raza gatuna registra su actuación en la obra de unos cuantos autores argentinos. Domingo de Azcuénaga, considerado el primer fabulista de la Argentina, no lo tuvo en cuenta para ninguna de las siete fábulas que publicó en El telégrafo mercantil, entre agosto de 1801 y enero de 1802[1]. En cambio, ya aparece en uno de los once apólogos escritos por Juan Cruz Varela, recordado por otras obras, no por sus once fábulas, que se mantuvieron inéditas hasta que las exhumaron los esposos Serrano Redonet, en 1978[2]. La fábula se titula El gato y los ratones y describe las virtudes de un gato vegetariano que encontró una rata muerta; acercó su cuerpo a la puerta de la ratonera, exhortando a los ratones: Salgan, queridos míos; enterrada Dejemos a esta hermana que privada De honores funerales aquí encuentro. Les ayudaré a darle sepultura, La caridad lo manda, ningún daño Deben temer de mí, pues todo el año Me mantengo tan solo de verdura. Engañados, los ratones se confiaron y salieron para participar de los funerales, circunstancia que aprovechó el gato para darse un atracón. Concluye Varela: No sólo entre los gatos, en la gente Hay muchos que aparentan caridad, Paciencia, amor al prójimo, humildad, Para hacer la maldad más fácilmente. Por la misma época que Varela, escribió sus fábulas Felipe Senillosa. Igual que aquel, no se publicaron en vida del autor, se mantuvieron inéditas más tiempo. En 1993, Beatriz Curia publicó la edición crítica, que contiene veintiuna fábulas, más otra que le atribuye sin certeza[3]. La número diecisiete lleva título muy parecido al de Varela, con la única diferencia del número de roedores, que en este caso es singular: El gato y el ratón. Este gato, encerrado en una despensa, mientras devoraba los alimentos que se le ofrecían sin resistencia, cazó a un ratón que descubrió en el lugar y se disponía a engullirlo, acusándolo de ladrón. Rogó entonces el roedor: Suélteme usted por piedad, El ratón le repetía, Si hurtaba lo que comía Era por necesidad. Y enseguida lo acusó¨: Mas, señor, por sí juzgando, Si por eso me castiga, Su merced, pido, me diga ¿Estaba acaso rezando? ¡Ah! Ya veo que le irrito y muero sin remisión, sólo porque soy ratón, pero no por el delito. Y remata Senillosa: Aquel que tuvo el poder Nunca atendió reflexiones, Guiando siempre sus acciones Un despótico querer. En 1981, Antonio Serrano Redonet dio a conocer las Fábulas forenses de Miguel Esteves Saguí, escritas a mediados del siglo XIX[4]. Son cincuenta y seis apólogos, todos sobre tema judicial, especialidad del autor. El gato aparece como protagonista de una sola: El mono y el gato. Vivían juntos y estaban hambrientos, aunque el mono, más hábil, conseguía algunas frutas que al gato no le apetecían. Descubren que en la cocina, sin que nadie vigile, se está friendo un tentador pescado que el gato no se atreve a capturar por temor a quemarse con el aceite. El mono, entonces, le propone asociarse: él lo sostendrá para que el gato pueda sacar el alimento de la sartén. Advierte en el final al fabulista forense: Así sucede a veces Que tan cómplice es uno como es otro, O que ambos son autores del delito Sin poder distinguirlos bien los jueces. Por la misma época, mitad del siglo XIX, aparecen, primero en Francia y luego en Chile, las Fábulas de Gabriel Alejandro Real de Azúa[5], conocido en su tiempo como el Esopo americano. En uno de sus apólogos, todos los personajes son gatos, miembros de una cámara legislativa: Los gatos en el Senado. Los animales se encuentran cómodamente instalados en sus bancas y ninguno atiende la exhortación del presidente para que moderen su sanguinaria conducta contra los ratones. Ante la arenga, uno de los legisladores lo desafía con una pregunta que lo deja atónito: -¿Si pasara un ratón, usted qué hiciera?- ¿Contestó el presidente?... Avergonzado Sin decir chus ni mus, se volvió a un lado. Al borde inicial del siglo XX, aparecen las Fábulas Argentinas, del acriollado francés Godofredo Daireaux[6], que inaugura en estas tierras la fábula en prosa. Uno de sus textos tiene a los gatos como protagonistas. En Los gatitos en la escuela, la gata maestra les enseña que no se debe mentir, robar ni hacer sufrir a lauchas y ratones. Les pregunta si han visto proceder en sus casas con malos ejemplos. Todos responden que no. Luego pregunta si lo han visto hacer en otros hogares. Los gatitos responden que sí, y cada uno menciona la familia de un compañero. La conclusión de Daireaux: los ojos a la casa del vecino, las espaldas a la propia. Las Fábulas nativas de Joaquín V. González[7] se difunden en 1916 en la revista Caras y caretas y se publican en libro ocho años más tarde. El gato, en el apólogo El escuerzo y el gato de museo, que lo tiene de protagonista, se muestra como personaje criteriosa e inteligente. En un corrillo de animales de la estancia, todos hablan de la fiereza y la crueldad del escuerzo, al que le atribuyen un poder extraordinario. Interviene en la discusión el gato, que había trabajado en el Museo de Historia Natural, y expone su conocimiento de los experimentos realizados por el doctor Carlos Berg, quien demostró que el escuerzo es un animalito tímido e inofensivo: -Por eso es que yo, desde entonces -concluyó el erudito Micifuz - cada vez que oigo a algún tonto alabar, temer o admirar a uno de esos personajes, desde luego lo pongo en duda y en observación, y la verdad nunca ha dejado de justificar mis precauciones. El cultor contemporáneo más perseverante de la fábula en la Argentina es Gotardo Croce[8], cuyos apólogos se ajustan sin esfuerzo a la estructura esópica, por su brevedad y contundencia preceptiva. Un gato crédulo advierte su ingenuidad ante la observación de otro más crítico en El socio, que transcribimos completa: -Este sí que es un socio conveniente- afirmaba el gato, viendo que el hombre le cazaba los ratones. Mas un día notó, asustado, que terminados los roedores, armaba la trampera para gatos. Pero un felino atorrante, mientras huía, acotó: -¿Y qué podías esperar de un socio que ponía el queso, la trampera y te regalaba los ratones? Como se observa en este muestrario de la fabulística argentina, el gato no alcanza la categoría de símbolo. No funciona como representante por antonomasia de actitudes o cualidades, como sucede con otros de mayor linaje apológico: el zorro, la serpiente, el burro. Hay gatos inocentes, crueles, criteriosos, falsos... También ocurre con las personas. Y esta es, quizá, la principal moraleja. [1] AZCUÉNAGA, Domingo de: Fábulas, publicadas en El telégrafo mercantil, económico e historiográfico del Río de la Plata, Buenos Aires, agosto de 1801-enero de 1802. Archivo General de la Nación [2] VARELA, Juan Cruz: Fábulas, en, OLSEN, María Luisa y REDONET, Antonio E.:Once fábulas inéditas de Juan Cruz Varela, Ediciones Culturales Argentinas, Buenos Aires, 1978. [3] SENILLOSA, Felipe: Cuaderno de fábulas en, CURIA, Beatriz: Senillosa inédito, Sociedad Científica Argentina, Centro de Integración Cultural, Buenos Aires, 1993. [4] ESTEVES SAGUÍ, Miguel: Fábulas forenses en, SERRANO REDONET, Antonio E.: Fábulas forenses de Miguel Esteves Saguí, Universidad de Buenos Aires, 1981. [5] REAL DE AZÚA, Gabriel Alejandro: Fábulas, manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional de Maestros de Buenos Aires. [6] DAIREAUX, Godofredo: Fábulas argentinas, Biblioteca de La Nación, Buenos Aires, 1905. [7] GONZÁLEZ, Joaquín V.: Fábulas nativas, Librería La Facultad, Buenos Aires, 1924. [8] CROCE, Gotardo: Estas son mis fábulas, La Minervita, Campana, 1993.
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