Mi mejor amiga en mi niez
Publicado en Jan 17, 2014
Mis estudios primarios los realicé en el “Liceo de los Ángeles” cuya dueña y directora era mi madre. Hoy he querido recordar a mi mejor amiga en mi niñez. Mi mejor amiga se llamaba Victoria. Ella era linda, rubia, de ojos azules y piel blanca. Tenía dos hermanas y un hermano. Sus padres eran el señor Alfonso y la señora Inés. Los cuatro hermanos estudiaban en nuestro liceo, y vivían en la misma cuadra del liceo. La señora Inés era chocoana. El color de su piel era negra, y su esposo Alfonso, de piel blanca y cabello rubio. Sus cuatros hijos heredaron la piel blanca y cabello rubio del padre. La familia de mi amiga vivía con la nostalgia de que Victoria, la hija mayor esperaba la muerte cuando cumpliera quince años de edad, por una grave enfermedad del corazón. Ella lo sabía, también lo sabíamos sus amigos. Victoria quería que yo la acompañara muchas veces en las horas de la noche, para hablar sobre la muerte. Repetidas veces decía, que tocaría mis pies con sus heladas manos cuando ya ella estuviera muerta y yo dormida, para despertarme y recordar nuestra amistad. Su sueño más frecuente era viajar con su familia y conmigo en un avión que cayera al mar y todos muriéramos. Tenía un pequeño cuaderno en el que escribía sus pensamientos. Recuerdo algunos: “¿Para qué vivir y pronto morir? Mi vida es apenas un sueño, un abrir y cerrar de ojos; un adiós a la vida, a mis padres, a mi familia, a mis amigos, a mi país. Dependo de mi corazón, igual que todas las personas, pero no todas ellas sufren la amenaza de pronto morir. Siguen viviendo, gozando y sufriendo. “No todas las personas mueren por enfermedad del corazón, mueren por accidentes, suicidios, homicidios, o vejez”. “¡Me veo linda en los espejos! Me entristece que el derecho a mi vida sólo sea por quince años. Nací de una familia que me podría hacer feliz mucho tiempo. Mis hermanos si podrán vivir y disfrutar más de la vida. Otras personas sufrirán de pobreza, maltrato, injusticias, odios, pero yo, que si tengo lo mejor de la vida no la seguiré disfrutando”. Victoria imaginaba a sus admiradores llorando por su muerte. Pues en verdad, eran chicos de nuestras edades de 10 a 11 años, que la admiraban porque además de tener belleza física, también tenía belleza espiritual. Era lógico que su ausencia a todos nos hiciera llorar. La familia de Victoria me sentía especial cariño. La señora Inés me consentía, hacia vestidos iguales para Victoria y para mí, y me daba obsequios. Nos enseñaba a tejer en dos agujas, y cuando aprendí compré lana de color azul petróleo para tejerle un saco a mi amiga, y ella me ayudaba a tejer. Cuando casi terminábamos de tejerlo, sólo faltaba una manga por tejer, fui calumniada con la mentira de que yo me burlaba de esa familia, y tristemente no me volvieron a tratar. Mi gran tristeza en mi adolescencia fue un sorpresivo día en que la señora Inés me mandó llamar con su empleada. Llegué a la casa de mi amiga Victoria, y cuando entré vi muchas fotos de mi amiga en el pasillo de la escalera. En una pared estaba colgado el saco sin una manga, el que habíamos tejido las dos. La señora Inés me abrazo, y sin palabras, con sus ojos llenos de lágrimas me hizo entender que mi amiga había fallecido. Yo también lloré, sentí mucha tristeza. La señora Inés quiso que yo los acompañara ocho días en su casa, y mi mamá lo permitió. En esos días observábamos fotos de paseos, algunas tareas de Victoria, cartas casi poéticas despidiéndose del mundo y rogando a sus padres que se amistaran con mi familia porque, yo era su mejor amiga. Comentábamos sobre tan lindos recuerdos que mi amiga había dejado, y que para siempre nos abandonó. Parecía increíble que hubiera muerto el mismo día que cumplió quince años. Esa familia me rodeaba en su afán de comentar cuantas veces mi amiga recordaba esos momentos que compartimos las dos: cuando montábamos en bicicleta, en patines, saltábamos lazo, y cuando yo la acompañaba en las horas nocturnas para hablar sobre la muerte. Contaban que con frecuencia me nombraba. Quería que me regalaran su ropa, sus juguetes y sus joyas, cuando ella ya no estuviera en este mundo, para que su recuerdo quedara en mí; que cuando su familia me viera con sus cosas pensaran que ella estaba viva, y que yo las disfrutara, pero mi mamá no lo permitió. Afortunadamente, pude demostrarles que fui calumniada por una niña, que también estudiaba en nuestro liceo, porque no me quería. Fue fácil demostrarlo, porque esa niña vivía cerca a mi casa. La mandé llamar, y delante de la familia de Victoria le pregunté si yo alguna vez me había burlado de ellos y la chica se disculpó, dijo la verdad, que yo jamás me había burlado de nadie, que ella me odiaba por ser yo, hija de la dueña y Directora del Liceo. Así que todos me abrazaban, me reprochaban que no hubiera aclarado a tiempo esa calumnia. Me pedían disculpas, se arrepentían de su rencor y querían que nuestra amistad continuara para siempre, pero no fue posible, por la muerte del jefe del hogar, y la familia se fue a vivir a otro lugar lejano.
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Silvana Pressacco
saludos!
Lucy reyes
Mara Vallejo D.-
Realmente no habìa visto èste texto que me ha impactado; jamàs podremos olvidar esas situaciones vividas y menos cuando ocurren en plena juventud; marcan para siempre nuestros recuerdos.
Texto muy triste, pero bien plasmada la historia.
Abrazos
Lucy reyes