¿Será que a todos nos alcanza? Comienza con una ráfaga suave que no enfría, pero alarma. Como el anuncio temprano de un invierno que promete vientos helados.
¿Será así de fácil vivir lo que se acaba? ¿Cruzar el umbral que se imaginó más abrupto y como una ligera pendiente presentarnos  la nada? ¿Cuándo comenzó el descenso? ¿Por qué no advertí antes la soledad que se apoderaba de mi alma?
¿Será que lo eterno no existe? ¿Que el final llega, que es irremediable, que la fecha de vencimiento es ilegible pero está; recordándonos que todo muere, que se pudre, que se aburre y por eso sucumbe?
¿Será que a lo que se anida en el pecho, se le forman alas y de pronto se escapa? ¿Conocerá otros lugares o sólo es un prófugo que deambula sin querer ser parte de bandadas?
¿Será que  la razón se enriquece y el corazón se empobrece? ¿Que  el debe y el haber desfiguran durante mucho tiempo un balance que se creía equilibrado?
¿Será  que la generosidad pasa factura y quiere algo a cambio? ¿Que ya no conforma un amor tranquilo que no tiene proyectos compartidos?
¿Será que el desamor toca a la puerta y uno lo recibe como a un invitado esperado, aún sin estar preparado?
¿O tal vez  la rutina  es definitivamente la primera actriz de reparto? ¿Y que a pesar de que la  escenografía  no impresiona y la coreografía es monótona,  uno aprende la obra de memoria y la confunde con armonía?
Apartado, con la ráfaga filtrándose en mis días, encontré la fecha de vencimiento. Dejé que mi cuerpo cansado recorriera la pendiente y controlé el balance. Confirmé que hasta en el amor hay ricos y hay pobres.
Dejé de aplaudir a la mala actriz y silbé desconforme desde la última fila. 
Ahora deambulo sin apostar, comprendí que  nada es eterno. Una ráfaga tibia  me sorprenderá en el vuelo anunciándome cuando el desamor se marche; porque  como todo, un día también se irá.