Sujeto al timón voy desafiando a la tormenta. Soy el hilo conductor de su eléctrica ira; sin brújulas, ni estrellas; sólo con el instinto anclado en los nudillos blancos.
En el mar de la vida, conocí de valles y de empinadas crestas, de aluviones de sales y de espumas suavizantes; hoy los que me enfrentan son demonios emergiendo de abismos profundos, criaturas deformes que me muestran las fauces malolientes y  hambrientas.
No existen  mapas de  estas rutas, los que me ofrecen son ilegibles, no me ayudan. Sin ser capitán experto tomaré un rumbo, el que va directo al  tornado despiadado que me hunda o al ciclón milagroso que me levante y me salve.
Sigo aferrado con firmeza, es mi esencia la que transporto, bueno o malo es lo  que he conseguido, lo que he construido; incluso llevo herramientas innecesarias, pesadas, pero  que forman parte de mi pasado.  Soy el responsable de que mi barco se esté balanceando en este mar incierto, lleno de sinsabores; soy el único que podrá escoger el nuevo destino.
Sé que el riesgo es inmenso pero también tengo por seguro que  saldré del meollo sólo  si lo enfrento; con ahínco, con obstinada entereza, con la paciencia del que sabe leer los vientos.
 Me hablan de islas desiertas, de alivianar la carga, de prescindir de afectos  ingratos, de recuerdos innecesarios; más mi barca no sería tan bella si no albergara en sus bodegas  mis experiencias buenas y mis malos ratos.
Seguiré de cara a la tormenta, ofreciendo mi cuerpo como cable a tierra, resistiendo a las garras viejas que afloran entre las olas traviesas; seguiré confiado buscando mi norte; oscilando entre los cambios de humor que la vida misma me presenta; sonriendo con el viento en la cara, con mi cabello desparramado por su fuerza, con látigos en mi espalda y promesas de caricias en la mañana…
Seguiré porque conozco de tormentas y de mares calmos, porque sin ser experto no hay mejor capitán que uno, para su propio barco.