Espero tu voz
Publicado en May 18, 2013
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Mantengo el silencio obligado metido en la boca pastosa. Los ojos negados de luz y las manos de libertad.
Percibo movimientos tranquilos, voces imperativas y aroma a un exquisito café. Imagino la mesa tendida, una humeante tarta sobre ella y las sonrisas satisfechas de niños traviesos que juegan  sin saber bien a qué.
El frío de la pared  penetra en mi espalda y su rugosidad lastima mi piel. Desnuda de algunos sentidos  e inmovilizada, espero que se repita  una caricia, que unos dedos agrietados y ásperos  sequen mis lágrimas inocentes, inevitables; espero el susurro que  me asegure que todo va a estar bien. Es dulce, es cálido, es lo que acelera a mi corazón y me augura que seguiré viva en el rincón de mi prisión.
Después de varios días, aprendí a reconocer la voz entre otras; suena distinta, es cautivadora. Tiene un tono preocupado cuando me acomoda o sujeta mis vendas, usa sus manos para alimentarme, para asearme, para cubrirme cuando percibe como se me eriza la piel. Cuando entiende que el frío es por dentro me abraza y me embriaga con su perfume, lo aspiro raspándolo con mi nariz. He sentido la suavidad de su cabello rozando mi mejilla y sus manos dudosas acariciando mis heridas,  aplastando mi cabello o dibujando con la yema de un dedo laberintos excitantes en mi cuerpo sediento.
Creo que he perdido la razón, ya no me resisto a la situación, no me retuerzo en el rincón, ni intento aflojar mis vendas; simplemente  lo deseo. Me atormento pensando que lo descubran, que me lo roben, que apaguen el susurro que necesito, que me aparten de sus manos; que regresen los otros sentidos y ya no sepa qué hacer con ellos.
El frío y el silencio cambian la película. La cinta que se proyecta seguramente sobre la pared de mi cárcel, es oscura, sin voces, sin escenas. Nadie ha venido y el hambre me anuncia que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que la voz me consoló. Acurrucada y con el hielo del presentimiento clavado en el corazón, escucho la sirena; los gritos en la lejanía, el golpe de armas en el piso, puertas de vehículos cerrándose con violencia y pasos apurados, hacia mí.
La luz que se filtra de repente, me duele. Necesito cerrar los párpados mientras desatan mis manos y mis pies. Mis oídos adiestrados lo buscan desesperadamente y el corazón acelerado comprende que lo perdí.
Camino hacia el vehículo policial cubierta con una manta que apenas se compara con el calor que me hace falta. La sangre sobre la acera, las huellas de la batalla allí desarrollada me enojan; nada de ese espectáculo era necesario.  Cuando alguien me abraza y escucho el alivio de su llanto en mi oreja, cierro los ojos de nuevo percibiendo como el dolor me recorre desde adentro. No es lo que necesito, los que eran mis afectos son extraños, los aborrezco.
Me rescataron en una tibia noche de septiembre, cuando todo irónicamente brotaba y relucía, yo moría llena de frío.  En la ronda de reconocimiento lo busqué desesperadamente con mis ojos cerrados y mi interior festejó cuando mentí. Convencí que allí estaban todos y los labios de mis raptores esgrimieron una sonrisa cómplice. Ninguno lo nombró.
Hoy camino por las calles con la esperanza de encontrarlo, espero reconocer su voz, su aroma, la suavidad de su cabello. Camino sin advertir que detrás, a escasos metros, me sigue custodiando; sin sospechar siquiera que dentro de unos días, cuando ya mi secuestro pase a la historia, se acercará y con una caricia en la mano o un susurro en mi oído, renaceremos.
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Foto del autor Silvana Pressacco
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Descripción

El Sndrome de Estocolmo

Palabras Clave: Secuestro raptor amor

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: Silvana Pressacco

Derechos de Autor: reservados


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