• Alejandra Correas Vázquez
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  • País: Argentina
 
LA  CONSTANCIA  DE  CONSTANZA....................................NOVELA  COLONIAL(CUARTA  PARTE) 24 - RETORNO  AL  TUCUMÁN.......................................Serafín azuzaba entusiasmado los caballos que devoraban el camino, a paso lento de caravana a pesar de los esfuerzos del mulatillo. Como él se adelantaba de continuo creaba problemas en la caravana, y debía el carruaje detenerse aguardando al resto de la comitiva.  El inquieto Serafín cual auténtico auriga, llevaba de regreso hacia la Merced del Valle de Punilla a esos dos elegantes Indianos, erguidos en sus asientos en el interior del carruaje: Don Lucas y Don Fernán. El primero, un indiano occidental, y el segundo un indiano oriental, súbditos españoles de ultramar. Y el vanidoso mulatillo creíase jefe de una empresa dispendiosa pues durante aquel tiempo de gira por el Alto Perú no le faltaron paseos, convites y confites. Fue el suyo un sueño cumplido de auténtico auriga, y cantaba feliz sacudiendo su bolsa con monedas de plata recibidas como premio a su buen desempeño.El paisaje variaba de ornato en forma constante desde las planicies del Alto Perú, las posteriores quebradas cortantes, las selvas chaqueñas y ese salario impresionante que preludiaba el arribo a destino. A cierta distancia, las carretas que partieran con ellos vigiladas por arrieros gauchos de lanza y caballos, con ponchos al viento bajo el mando del capataz Eufrasio, movíanse ahora con una pesadez distinta. Cargadas de cueros secos y harina en ruta hacia el Alto Perú, regresaban ahora al Tucumanao llevando en su interior telas ñandutí, platería, mobiliario, calzado y tejidos. Don Lucas pensaba en adelante llenarlas con sedas de Manila.El carruaje privado de los Indianos escoltado por jinetes lanceros, deteníase numerosas veces esperando a la lenta caravana. De posta en posta. Frente a ellos en el asiento contrario del mismo, viajaba con ojo alerta y portando pistola en atención a las eventualidades del camino, el enorme mulato Fermín, guardaespaldas de Don Lucas. Sobrio, callado, elegante y bastante dominante. Don Fernán había terminado por respetarlo. No discutirle nada y aceptar su despotismo protector durante el viaje, siguiendo el ejemplo de Don Lucas. Sólo Serafín siempre inconsciente, manteníase díscolo con él. Y el mulatón bajaba numerosas veces amenazándolo con su pistola.................ooooooooooo................ La tarde cuando arribaron Doña Leoncia hallábase bajo los parrales, nuevamente desnudos. Los sobrinos quiteños alborotaron alrededor del carruaje con sus gritos infantiles. Todo era quietud en la Merced, y transformóse en movimiento. La ausencia de Constanza -quien aún residía en la ciudad de Córdoba junto a su tía Ifigenia- fue sentida con hondura por los viajeros. Cuca aprovechó el instante viendo la fatiga de Serafín, para ensañarse con él. Ante la circunstancia misma de hallarlo extenuado por el viaje, lo que proporcionaba un desahogo a su ira, dióle órdenes perentorias de aprontar carruaje para ir en búsqueda urgente de su niña... ¡Y el mulatillo agotado, la miró espantado! Ante la arbitrariedad intervino Don Lucas dejándose el apronte para dos días después. Cuca, indignada, llorosa, ofendida y dolida, entró en el dormitorio de Constanza cambiando toda la cama y llenándola de ornatos normalmente guardados. Y dijo para que todos la oyesen:-"Mi Constancita querrá ver todos sus recuerdos".25 - AMADÍS  SALVA  A  ORIANA.............................................Al segundo día hubo que llamarla en forma insistente cuando amaneció. Hallábanse todo aprestados y sólo faltaba la niñera. Golpeada en su orgullo vistióse rápidamente. Al salir pudo contemplar con admiración a Don Lucas luciendo elegancias altoperuanas nuevas, pues él iba en visita de su prima Ifigenia. Don Fernán exhibía esa gola vaporosa y reluciente estrenada en Potosí. Fermín exhibía con aires de triunfo su novedosa pistola de mango labrado. Serafín aseado y lustroso, coqueteaba su librea nueva.Cuca no sería menos que cualquiera de ellos, en ese día tan significativo para ella, tan especialmente aguardado. Entonces volvió al interior de la casa para buscar su atuendo más florido, que a Doña Leoncia le pareció inapropiado para la ciudad monasterio. Pero su opinión fue rechazada por Don Lucas, quien buscaba pacificar finalmente a la niñera. Conseguir de ella la aceptación de sus anhelos. Lograr la voluntad ulterior de su hija. Don Fernán al verla subir al carruaje con aquel atuendo brillante decorado en rosas rojas, díjole muy ingenuo y sonriente olvidando todo lo anterior:-"Esas sedas floridas son de Filipinas".La mulata clavó en él su mirada de fuego, y el joven retrocedió dos pasos hacia atrás. Asombrado, temeroso, desconcertado. Pero fue retenido de los hombros por Fermín que reía a su lado, en su apostura de mulatón displicente, gigante y barroco, quien no guardaba reserva alguna hacia las miradas feroces de Cuca.  Doña Leoncia nuevamente despidió a los viajeros desde la galería. Esta vez su soledad duraría muy poco tiempo, y dispuso desde ese momento todos los preparativos necesarios para agasajar a Constanza. En la algarabía de ese amanecer los niños correteaban descalzos por no haberse vestido todavía. Para satisfacción de los pequeños sobrinos, los mayores parecieran haberlos olvidado.El viaje fue alegre, más emotivo que el anterior para el joven Fernán. Se leía en su rostro una felicidad eufórica, como si se tratase de una empresa heroica para el paladín de Gaula, quien iba una vez más en rescate de la doncella Oriana, prisionera y amada por Amadís. Camino. Posta. Suquía. En la sobriedad de las calles cordobesas, una vez que llegaron a la ciudad monasterio y universitaria, todos ellos bajaron completamente la fuerza de sus voces. El repiqueteo de los cascos de sus caballos volvióse más lento. En esa atmósfera de meditación, donde el tiempo pareciera no existir, descendieron cautelosos frente al convento de Sor Ifigenia.Después de aguardar en una espera silente, apareció la "doncella prisionera", quien en realidad poco deseaba ser rescatada. Expresivamente alegre y jovial, con su piel de porcelana conventual, Constanza hizo estremecer a su padre. Y un temor a la repetición del pasado preocupó a Don Lucas. Comprendiéndolo... Sor Ifigenia tranquilizó a su perpetuo enamorado. -"Tengo listo su equipaje. Me ha gratificado conocer a Don Fernán, es muy galante. Dejo en sus manos con sumo gusto a mi sobrina Constanza".Ya no quedaba dudas, Amadís de Gaula había salvado nuevamente a Oriana. La religiosa observó gustosa la bella pareja que ambos jóvenes formaban. Constanza había adquirido una gracia de jazmín, como la fronda de los patios cordobeses que rodeaban lo aljibes, en los monasterios y los colegios. Embellecida por este período de descanso y aislamiento, se separó con efusión de Sor Ifigenia, quien despedíala como a una hija auténtica. La hija de su primo Lucas que también pudo ser suya, y que no dejaba de serlo.El retorno fue cordial. La niña empero fue dueña de toda la circunstancia, habló mucho y escuchó poco. Manteníase apartada en un principio de su Amadís salvador, pero cual buena Oriana rescatada por el paladín de Gaula, comenzó a dirigirse a él dejándolo sorprendido. Y como toda jovencita que se sabe amada por un bello galán, mostró a todo el grupo que viajaba dentro del carruaje, un juego de coquetería muy femenina, que cautivó aún más a su enamorado filipino. Las sierras recibieron a todos con su ceremonioso andamiaje invernal. Pero ya el sueño vencía a los hombres que aún no habían descansado plenamente de su gira por el Alto Perú, donde permanecieran por un largo tiempo. Y Don Fernán parecíale ahora a la niña, como una parte más de ese entorno familiar del cual había sido transitoriamente apartada. Era la consecuencia de la distancia. De las semanas. De los meses. De una lejanía adonde las emociones volviéronse diferentes. La Merced en su conjunto, era ahora una sola para ella. Con todas sus nostalgias. No la de antaño, pero sí la misma que Constanza supo dejar un largo tiempo atrás.26 - EL  AJUAR  DE  NOVIA....................................Cuca y Constanza se hallaban nuevamente juntas. Los arcones con el ajuar de novia comprado en el Alto Perú, fueron abiertos por ambas solemnemente, en el dormitorio de ella. Cuca estaba fascinada. Iba extendiendo aquellos tesoros para adornar a su niña igual que antaño, como si jugase con una muñeca. Siempre continuaría siéndolo.Pero cada vez que su mirada cruzábase con la de Don Fernán, ponía el gesto más agrio de su colección. Constanza en cambio estaba feliz, pues tenía nuevos juguetes y estos eran infinitos. Un baúl lleno de tules y encajes elegidos para ella por Fernán. Resaltaban ahora ciertas diferencias en la jovencita, luego de aquel tránsito junto a su tía Ifigenia. Una suavidad nueva antes desconocida en esta niña caprichosa, permitíale adecuar las maneras a un trato más amable con su Amadís. Y aunque en otros aspectos no exteriorizaba mayores cambios, expuso sonrisas antes que risas, frente a Fernán. Sin embargo su padre advirtió en ella, esa fortaleza decisiva que él siempre admirara en su prima Ifigenia, para mantener ideas firmes. Fue así que Constanza dirigiéndose de frente, a su enamorado, díjole:  -"Rosendo vendrá... ¿No es verdad?"-"Sí, tengo dada mi palabra. Es una condición que ya fue aceptada. Soy un caballero hispano y oriental, mantengo mi rectitud. Pero yo debo ir hasta Filipinas para ocupar su lugar de modo que él retorne por un tiempo a la Merced".Constanza comprendió entonces que estos dos hermanos habrían de cruzarse, pero sin poder convivir juntos en adelante, debido a la herencia recibida. Sintió pena por ellos, separados ya en la infancia, pero era el único medio de lograr aquel enlace con ella, tan deseado por su enamorado. Los hermanos filipinos, hijos de Doña Leoncia, madrastra de Constanza, supieron encontrar a partir de su juventud muy distintas fascinaciones. Sobre su lecho de doncella que aún ocupaba junto a Cuca, la carta enviada por Rosendo felicitaba a su siempre hermana deseándole una hermosa fiesta nupcial. Además de ello en el mismo escrito, describíale aquel paisaje oriental donde naciera Fernán, adornado con entusiasmo por su gran fantasía personal. Rosendo no había cambiado dentro de él mismo, sólo había cambiado de escenario.Fernán por su parte, oculto detrás de las persianas, observaba a la niña en su dormitorio fascinada con el ajuar de novia, sintiéndose feliz de haber llegado a sus emociones por medio de aquellos regalos. Veíala extraer cintas de los baúles, guantes, mantones, mantillas, flores de nácar, gargantillas de perlas y puntillas. Pero aún no sabía el apuesto galán, si su Oriana estaba encantada con el ajuar por sí mismo, o por él como su Amadís, como su benefactor. Don Lucas por su parte, estaba temeroso de un cambio repentino en la niña, la cual iba a convertirse en mujer sin serlo todavía. Pero sorpresivamente, la reacción de su hija era muy favorable. No sólo por su encanto con el precioso ajuar de novia, sino también por la conducta idílica que demostraba a su novio. La lejanía, la distancia y Sor Ifigenia, habíanlo logrado.     27 - REGALOS  DE  BODA..................................La Merced entera preparábase para la ceremonia nupcial y el gran festejo. Se ornamentó la capilla doméstica con un gusto altoperuano, de donde procedían las imágenes. Los lienzos de lino paraguayo bordados al ñandutí, muy blanco, cubrieron el altar. Fueron abiertos ocultos arcones en busca de los adornos mejor guardados. El cura Don Plácido disponía con minucia cada uno de los detalles. Desde la semana anterior los invitados procedentes de las Mercedes vecinas, gozaban de la hospitalidad de Don Lucas y Doña Leoncia. Muchos halagos hacia la nueva pareja venían sucediéndose, como cópula nueva a formarse que ampliaba las esferas sociales del Tucumanao. Como una esperanza a la salida de su aislamiento. Como un homenaje de las viejas familias hacia quienes iban a generar nuevos horizontes, entre aquellos ricos y elegantes Indianos, autócratas, pero abismalmente solitarios en la Sudamérica del siglo XVII.Don Fernán hallábase solicitado de continuo por cuantos encomenderos deseaban conocerlo. Mientras que Constanza era la mimada de todos. Los regalos de boda iban destinados a ella con preferencia. Y Cuca continuba adornándola con ellos a cada instante. Probábale brazaletes. Gargantillas. Zarcillos. Lujos diversos llegados como presentes de boda, y que la niña serrana sólo iba a lucir junto a los pájaros del arroyo, de donde no podría apartarse (en opinión de Cuca). Pero Don Fernán intervino con énfasis diciendo a todos, que Constanza luciría más adelante aquellos brillantes en las fiestas limeñas, adonde su familia materna deseaba conocerla.28 - FIESTA  EN  LA  MERCED.....................................  La mañana del día aguardado llenó los espacios de luz. El horizonte extendido de la sierra ofrendaba generoso su esplendor, y los aromos cubrían con copos de oro sus ramas mostrando el límpido escenario. La abeja reina iniciaba su danza nupcial perseguida por un cortejo de zánganos. Los venteveos cubrían de trinos la arboleda de talas circundantes. Los polluelos se asomaban entre las alas de la madre, bajo la luminosidad matutina. La perdiz escabullíase con prisa atravesando los yuyales. Los guanacos escudriñaban a los visitantes extraños con desconfianza, desde el churquizal. La vertiente liberaba su energía al volcarse sobre la tierra para dar alimento a los helechos. En el retraso estacional de las sierras sometidas a fuertes ventoleras, la calma siempre llega con una intensidad casi embriagadora.Apoyado en el marco de su enrejado ventanal, Don Fernán contemplaba toda esa armonía paisajística que habíase posesionado de él, alejándolo en distancia y tiempo de su Manila natal. Un colibrí de plumaje fosforescente transpuso aquel ventanal, atraído por el brillo del quinqué aún encendido, permaneciendo estático en medio de su dormitorio de soltero con un aleteo veloz, para retornar de nuevo al espacio irradiando colores.En el extremo opuesto del caserón engalanado, Cuca intentaba despertar a la amodorrada novia. El mate de plata espumaba en sus manos azabache y Constanza no quería salir aún del sueño. Pero ya las guitarras del gauchaje comenzaron a saludarla ante su ventana, despidiéndola así de su última mañana de doncella -según tradición criolla- y la niña debió salir a la reja para agradecerles tantos buenos deseos. A la mediamañana reuniéronse todos en la capilla doméstica de la Merced, y la ceremonia fue muy emotiva, llenando de la alegría los recintos. Constanza lucía con gracia su elegante vestido de novia y del brazo de Don Lucas acercóse al altar. La tía Ifigenia había llegado el día anterior con su coro de niñas, cuyas voces llenaron la ceremonia con hermosos cánticos religiosos. Dominaba al ambiente creado entre el conjunto que participaba, un hálito de ternura apropiada para una niña adolescente que llegaba al matrimonio. Sirvióse más tarde el rico convite de almuerzo, postre y merienda, todo ello en forma consecutiva. La siesta fue recibida con placer por todos los participantes.  Afuera de la casa, a la noche, sobre los patios de tierra numerosos asados humeaban y los convidados de elegante atuendo acercábanse a ellos en busca del churrasco criollo, siempre preferido. Había cánticos folklóricos en el exterior, y malambos que ofrecía la peonada a los homenajeados. La luna llena comenzaba a brillar en medio de la concurrencia, dentro de una noche calma y casi tibia. Los coyuyos y chilicotes mostraron su presencia. A la distancia el arroyo hacía cantar a las primeras ranas.29 - NOCHE  DE  BODAS............................... La noche caía mansamente mientras la fiesta continuaba. El silencio del monte era ignorado por los invitados. Las niñas del coro de Sor Ifigenia entonaron hermosos villancicos, como complemento fiestero.Cuca llevó a Constanza hacia el interior de las habitaciones, para quitarle el traje de bodas. La peinó largamente. Untó sus manos con aceite de coco, suavizándole también la frente y las mejillas. Luego tomando un lienzo de lino paraguayo apenas húmedo, aromatizado en mistol, iría recorriendo sus blancas piernas y los brazos nacarados de la niña. Por último colocóle una bata color ámbar de seda asiática, dejándola finalmente sola en ese cuarto destinado a noche de bodas. Constanza quedó allí sola, aislada, muda, estática. El tiempo parecíale infinito. La habitación estaba separada del resto de la gran casa, pero la paz del ambienta era invadida desde la ventana por el canto múltiple de los chilicotes. Como un susurro muy lejano, oíanse las voces de los convidados. Un débil candelabro expandía su luz suave en derredor a ella.Lentamente, desde el fondo del pasillo interno, fue escuchando los pasos de Don Fernán que se aproximaba. Giró entonces la niña con temor su cabeza. Miró en derredor suyo comprobando, que aquel dormitorio no era el propio. Observó su atuendo de noche de bodas ...¡Y todas las imágenes primeras de rechazo volviéronle a la mente de un golpe!... Frente a ella un espeso cortinado de ñandutí ofrecíale la única alternativa de refugio. Con ágil rapidez se escondió en la pared, envolviéndose en el ñandutí. Casi no respiraba. El joven novio, que venía caminando por el pasillo detúvose a la puerta en ese momento, tomando de las manos de Serafín la lámpara que éste portaba. Y entró con ella iluminando la habitación. El mulatillo en tanto, volvió por sus pasos para confundirse otra vez en el festejo. La intensidad de luz de esa lámpara aclaró toda la alcoba, permitiéndole ver a Fernán los pliegues del cortinado que cubría la pared desde el suelo al techo, debajo del cual se destacaba el bulto formado por la silueta de Constanza.Don Fernán miró aquello largamente... Y por último se sentó en el lecho nupcial. Admirado. Inerte.30 - SECRETOS  DE ORIENTE.....................................Tenía que jugar como Rosendo. No sabía hacerlo. Nunca lo hizo y menos con una mujer. Pero era la suya, la bellísima Constanza, desdeñosa, despreciativa... y ahora espantada.Recordó en ese instante a Rosendo en Arica, cuando él lo dejara tembloroso en la borda de una goleta rumbo a Manila, custodiado por varios criados filipinos. Entonces no supo Fernán advertir lo que significaba para el niño adolescente y montaraz, crecido en la serranía cordobesa, ese cambio tan abrupto. No. Pues había dispuesto asumir su tutoría legal como una deuda de responsabilidad, con su familia. Como un deber. Pero ahora debía asumir su matrimonio plenamente, y era como tener de nuevo a Rosendo mirándolo, desolado, desde la borda del navío que lo llevaría hacia Oriente. Sin embargo Constanza no lo miraba, estaba oculta bajo el pesado ñandutí. Y Fernán hallábase inmóvil también, como poseído por un encanto. El auténtico encanto de una hada poderosa que no le permitía ningún movimiento, y que habíalo paralizado. Pero pudo observar los ojos verdes de Constanza, observándolo al través del enrejado con puntillas de su escondite. Advirtió el repliegue de su aliento bajo ese cortinado, y Don Fernán estremecióse como antes. Como el día anterior de su partida hacia el Alto Perú.Se preguntó entonces... ¿Dónde habían quedado todas sus energías viriles, redivivas y reencontradas dentro de sí mismo, en los fastos de aquella ciudad cosmopolita del Potoche? Comprendió entonces que Constanza volvía a someterlo al temor anterior, porque le transfería el suyo propio. El temor de una niña aferrada a los juegos en búsqueda de dar continuidad a una tiempo concluido, con miedo de traspasar el límite que la llevaría a ser mujer. Era allí donde se centraban las angustias de la joven, y el sentimiento arrollante que lo inhibía a él. Don Fernán dejaba de ser frente a ella el galancete de Manila, que cautivara a las limeñas, y que había extasiado últimamente a una hermosa y codiciada cortesana potosina... para convertirse ahora en otro niño muy asustado y cohibido.-"Dos niños pueden estar juntos ¿Pero cuál es mi juego"- pensó para sí  Era éste su reto en aquel momento. Sus ojos azules miraban fijos los pliegos escarlatas del lino, bordado con ñandutí blanco. Era imposible ser indiferente a ese hermoso diseño indio, pero que ocultaba a su amada Oriana. Y como él sentíase un auténtico Amadís, debía rescatarla de allí.    Allí estaba  Constanza  contemplándolo con su fantasía sobrecogedora. El no era ya para ella Don Fernán ¿Quién sabe quién sería? Tal vez un duende llegado desde el mar oriental. O un misterioso enviado de Pachamama para ser alojado en el corazón de la sierra, pero sólo en forma transitoria. Quizás no tuviera para ella todavía una identidad propia, y sólo fuese un ave migratoria que planeaba sobre la Merced, como los cóndores que Constanza veía todos los amaneceres sobre las lomadas. Su mente fervorosa en imágenes serranas no le había dado todavía un nombre, y Fernán debería producir por sí mismo uno que le correspondiera y lo hiciese grato ¿Pero cuál iba a ser luego el juego para ofrendarle, afín a ella y posible para él?....................00000000000..................... Continuaba inmóvil. Rígido como una estaca. Temía que un movimiento suyo rompiera en ella la incógnita y se transformase en una desilusión. Había llegado al punto de estar aún más asustado que Constanza, exhibiendo temor. Pensó entonces de nuevo en Rosendo, embarcado de improviso hacia Manila con su rostro de espanto. Pero ahora, viviendo el hermano menor emociones y novedades orientales habíase apartado, con ese natural encanto de la juventud, de estas tierras cordobesas que eran en cambio, para Don Fernán desde su arribo a ellas, toda la fascinación de lo nuevo e inesperado ...Como en esta noche de su boda.Influía asimismo el contraste abierto entre indias orientales e indias occidentales, que a ambos separaban. Y en esta noche, en el cuarto nupcial ornamentado con lujo, ambos jóvenes se temían manteniéndose a distancia, cohibidos por un misterio que era indispensable develar y disipar. Un misterio escondido más allá del Océano Pacífico entre los oleajes saturados de perlas, donde ubicábase la dimensión de espacio que mantuvo todo el tiempo confundida a Constanza. Pero era éste precisamente el encanto que ejercía Don Fernán desde su llegada a las Indias Occidentales: su hechizo de Oriente. Un misterioso y exótico Oriente hispánico que ornamentaba con sus sedas las salas, los tapizados, las alcobas, los hombros de las damas en sus mantillas, los abanicos, las galas de los caballeros, el decoro de los altares, los sayales de los sacerdotes. Y que estaba allí en presencia viva en aquella noche serrana de la provincia del Tucumán, entre los aromos espinosos de Punilla, bajo el abrigo del gran Virreinato del Perú... Lima los legislaba. Alto Perú los conducía. Córdoba los educaba... ¡Y ellos se temían!....................00000000000.....................Cuando lo comprendió, Fernán se puso de pie. Fue acercándose al ñandutí y descubrió el rostro de Constanza abrazándola, pero sin quitarle el cortinado de lino que la envolvía. Apoyó su mejilla en la de ella, sin besarla. Luego la condujo tomándola de una mano, hacia el ventanal. Su brazo filipino rodeó la seda de Manila que contorneaba el cuerpo de Constanza.El cielo sin nubes ofrecíales un manto salpicado de estrellas, donde la Cruz del Sur parecía homenajearlos. La noche continuaba y era de ellos. Don Fernán había dejado de temer a Constanza y de cohibirse frente suyo. El era el hermano mayor de Rosendo, y también lo era en la emoción de esa hora, de ella. No podría nunca alterar ese sentimiento de comunidad, de coexistencia, de vínculo común dentro de una Merced. Debía pertenecer a esa Merced, a su tierra, incorporarse a la esencia de su Pachamama, o volver a Manila sin más esperanzas en el alma de la niña. Cuando lo asumió, Don Fernán prodigaría sus encantos orientales logrando la pasividad de la joven. Como una nube envolvente surgió la exquisitez en medio de los temblores y lágrimas de ella, cuyo consuelo único en la soledad de ese curto decorado con lujo... era Fernán. Finalmente la niña se abrazó a él, llorando en su hombro, porque sólo él estaba de toda su familia en aquel momento, a su lado. Don Fernán era después de esto parte de la Merced. Miembro de la serranía. Invitado a los juegos de Constanza... Y esa noche él le abriría los Secretos de Oriente....................ooooooooooooooo....................
AKHENATÓN y FREUD, EXODO O EXILIO..........................................................(Egipto – XVIII dinastía).........................por Alejandra Correas Vázquez Akhenatón, el hijo del Círculo, el joven visionario que irrumpió en la Historia como una antorcha, se fue por el Horizonte como un cometa. Como un pensador que abría al mundo los misterios y que se constituyó él mismo, en una figura mistérica. Alguien cuyo nacimiento conocemos en todos los detalles, y cuyo final nos es absolutamente desconocido.La totalidad de los personajes que podemos contemplar en la revolución amárnica de Atón, los compañeros, consejeros e inspiradores de Akhenatón, junto con la población completa de la ciudad del Horizonte del Círculo (Akhet-Atón), se apartan de la vista de los hombres, del recuerdo de la Historia... de improviso.Los intérpretes de la gran revolución atonista, los grandes mensajeros del panhumanismo internacional, se evaporan en masa llevados por un “carro de fuego” como en las mitologías. O volatilizados por un elemento mágico. Tantos nombres y personajes que colocaron su impronta, sus líneas, su presencia viva, y de quienes hacia adelante no queda huella alguna. Como obra de una fantástica proeza donde el Logos Solar que conducía, los hubiese llamado junto a él en su seno prodigioso, ellos desaparecen. Estos jóvenes inspirados que buscaban aclarar el sentido lógico de la existencia (en la más pura concepción de Lucrecio) dejaron a la posteridad el insondable misterio de su partida.Nada hay más intrigante que el fin de todos ellos. Toda la industria fabril de la ciudad de Akhet-Atón se paraliza en un momento dado, sin dar señales de violencia. Los hornos de las fábricas de vidrio fueron abandonadas en pleno funcionamiento, dejando a las parrillas (que encontrarían los arqueólogos del futuro) repletas de piezas a medio fundir. Demostrando con ello que estaban encendidas en el momento clave de la marcha.Tuthmosa con sus discípulos, el genial artista creador de la cabeza de Nefertiti que todos admiramos, dejó su taller completo sin llevarse nada consigo. Obras concluidas. Otras a medio concluir. Algunas apenas comenzadas. Diseños. Moldes sin vaciar. La variedad completa de un atelier en plena productividad, apareció ante los ojos del excavador alemán que las trasladaría a Berlín (a comienzos del siglo XX) tal como estaban en el último día... ¡En el último instante que aquel recinto de honda creatividad cobijara a su intérpretes!Aquello más que un Exodo fue una fuga masiva. Un exilio voluntario. Akhet-Atón era una ciudad de fábula, soberbia, multitudinaria, con parques, paseos, artistas, profesionales, baños públicos, piscina olímpica, edificios, barrios obreros, casas de empleados y artesanos, habitada por una multitud internacional de seguidores del Círculo... y evacuada en un instante. Sin aviso previo. Sin equipaje. Sin pillaje. Sin masacre. Sin souvenir alguno. Sus habitantes abandonaron allí mismo los servicios de la vida diaria. Cocinas completas. Comida servida que nadie consumió. Mobiliarios. Todos sus implementos domésticos y más imprescindibles. Los animales en su corral. Una Pompeya sin Vesubio. Pero al revés, son los seres humanos los que de aquí desaparecen.Es el mágico castillo de la Bella Durmiente, congelado en el tiempo, en el que hallamos por completo ausentes a sus personajes que han partido sin despedirse de nosotros. Sin un adiós. Ni tan siquiera una lágrima. Dejándonos en el asombro más acuciante, con la perennidad de su pensamiento atonista inscripto en sus paredes............ooooooooo..........El Atonismo en sí mismo tuvo un carácter especial, y sería diferente en su grandeza y en su final. Pues Akhenatón, su ideólogo, no era un faraón convencional. Su mensaje de Atón era inédito. Los “atonianos” fueron todos ellos muy complejos para vivir, tanto como esfumarse de la Historia, después de haberla transmutado por completo. En una presión sin pausa desaparecerán en orden y secuencia: Nefertiti, Akhenatón, Semenkara, Tuthmosa, Bok, Merari, Inenei, Yuti, Tutu, Ai y Ty... todos sus principales personajes. Es un hecho concluido, sólo resta el enigma dejado para los siglos. ...........ooooooooo..........Akhenatón y Nefertiti nos han dejado. Una y mil veces repetiremos sus nombres y clamaremos por su presencia, sin poder saber nada más, después de haber sabido tanto. Fueron nuestros amigos, los hemos acompañado y hemos recorrido a su lado un mundo fantástico pero real, de igualdad y verdad, impropio en esos siglos y en un Faraonato. Un proyecto que se irguió con gran fuerza en el pasado y con tanta autenticidad, como es la vida nuestra. Donde emergieron ideas muy concretas. Ensueños convertidos en hechos. Conceptos llevados a la práctica. Intelectualidad y emociones. Fueron jóvenes atrayentes, poseedores de un fuerte magnetismo, a los que tuvimos en nuestros brazos. Lo obtuvimos todo de ellos, sus ideas sociales, su proyecto panhumanista, su concepto de oposición a la guerra, y ese arte especial creado por sus manos. Pero se nos escaparon entre los dedos en un día inesperado, cuando de improviso dejamos de verlos. Al anochecer no estaban ya más con nosotros, dejándonos sorprendidos. Y comenzamos a llamarlos por sus nombres, aquéllos que escuchábamos a diario y que ya nadie repetía. Nadie conocía su paradero. Nadie podía guiarnos junto a ellos...........oooooooooo..........Sobre aquel escenario monoteísta egipcio, cerrado para siempre, que fuera dirigido por Akhenatón y los atonianos, se abre una incógnita ¿Cuáles fueron las conexiones de estos atonianos con el Exodo hebreo? Sigmund Freud propone una hipótesis a la que dedicó la última parte de su vida en su obra: “Der Mann Moses Und Die Monotheistche Religión”, publicada en castellano con el nombre de “Moisés y el Monoteísmo” Esta obra suya no ha sido nunca analizada ni rebatida. Ni aún mismo por la comunidad israelita que tiene a Freud por uno de sus prohombres más eminentes. Para este psiquiatra austríaco y judío, Moisés es un continuador... pero no necesariamente hebreo. Y allí reside la sorpresa. Freud lo incorpora como un egipcio que ve en el pueblo hebreo asentado en Egipto, una conexión especial con Akhenatón. Freud presenta a Moisés como un egipcio que habría participado del proceso de Akhenatón, con todo su movimiento monoteísta, y resuelve apoyar a los hebreos en su partida. Siendo la comunidad judía internacional tan fuerte y el estado de Israel tan prestigioso políticamente, nunca Freud ha sido desmentido ni descalificado. Su prestigio está incólume, y sus tesis siguen en vigencia. La de Moisés es una de ellas.Con sus palabras el científico vienés nos dice: “Privar a un pueblo del hombre que celebra como el más grande de sus hijos, no es empresa que se acometerá de buen grado y con ligereza, tanto más, cuando uno mismo forma parte de ese pueblo. Ningún escrúpulo, sin embargo, podrá inducirnos a eludir la verdad a favor de pretendidos intereses nacionales, y, por otra parte, cabe esperar que el examen de los hechos desnudos de un problema redundará en beneficio de su inteligencia”. Además Freud hace una aclaración muy contundente en su trabajo, dice que Moisés se apoyó en una religión egipcia, pero no en la tradicional religión egipcia (con todo su panteón lleno de célebres dioses). Sino que lo hizo en la nueva y monoteísta de Akhenatón, que era egipcia y no lo era al mismo tiempo.En el climax caótico imperante en Egipto, a la caída de la familia real de esa dinastía XVIII (fin de Akhenatón, de Tutankhamón, de Horemheb) sobreviene un silenciamiento tácito en los propios documentos egipcios. Hay un vacío imposible de llenar, y en este vacío histórico se halla injerto el Exodo hebreo, según lo sitúa Freud. A su vez los escribas bíblicos no permiten deducir una analogía exacta con los escasos datos que aportan a la historia, y con su silenciamiento voluntario, sobre las pistas más necesarias. Es decir, los 400 años de silencio entre la muerte de José como Visir de Egipto (último capitulo del Génesis) y la aparición de Moisés al principio del libro del Exodo. Para el país egipcio, en tanto, habían pasado por él cuatro dinastías completas, además rivales entre sí, y múltiples acontecimientos históricos. El Egipto del tiempo de Moisés no solamente había acogido hebreos, también a comunidades completas de fenicios, cretenses, chipriotas, mitanios, babilonios, nubios. Era un país internacional.Además el texto bíblico no menciona el nombre del Faraón de Moisés. Pero éste no es un hecho aislado. Todos los nombres de los Faraones de Egipto hasta el final del reinado de Salomón, son totalmente anónimos. Con honda sugerencia comprobamos que mientras la comunidad hebrea mantuvo relaciones políticas con el gobierno egipcio, ha callado sus nombres. Más adelante cuando estas relaciones se cortan para siempre, comenzamos a encontrar en el texto bíblico, los reyes de Egipto con sus nombres propios.¿Qué significa esto? ¿Fue tan grande la ingerencia hebrea en el país del Nilo? ...Veamos...Por el contrario en Génesis 14 encontramos dentro de la historia de Abraham los nombres de tres reyes hititas: Tidal, Arioch y Chedorlaomer contra los cuales él luchó. Y que corresponden a los arqueológicos Tidal, Eri-Eaku y Kudur-Lahamal, quienes conquistaron y devastaron Babilonia provocando con ello la fuga y llegada de los reyes Hiksos a Egipto, los que luego se proclamaron faraones en la dinastía XV. Resulta asombroso entonces que se registre con tanta nitidez la presencia de estos reyes de raza aria, pues los hititas hablaban alemán y además de ello la Biblia llama a Tidal como rey de Goim, nombre típico para los no judíos dentro de esta comunidad israelita. Estos tres reyes devastaron según los escribas bíblicos a Sodoma y Gomorra que eran países ganaderos, como leemos allí, y de acuerdo con la arqueología ellos destruyen a Babilonia. O sea, tenemos de acuerdo a estos documentos hebreos los nombres exactos de los reyes invasores y saqueadores hititas, pero sin embargo no conocemos en estos documentos judíos los nombres de los Faraones relacionados con Abraham, José, Moisés, Aarón. Detrás de esto hay un silencio intencionado ¿Qué es lo que oculta?En este Egipto de la dinastía XVIII que acaba de concluir con dramatismo, con la caída de Akhenatón, donde la reinas son extranjeras, donde los sumo sacerdotes cono Yua y Aanen son fenicios, donde el arte está influenciado por la cultura cretense, donde la moda está importada desde Babilonia, donde el urbanismo es una recreación nueva, donde los faraones son hijos internacionales... Y donde todo este mundo cosmopolita llega a su fin trágicamente ¿Qué tiene de extraño que haya también hebreos que quieran emigrar?Cuando una ciudad completa (Akhet-Atón) se vacía de improviso, con todos sus artistas que parten rápidamente sin llevarse ninguna valija y dejando el taller de Tuthmosis completo, abandonando sus fábricas de vidrio con los hornos encendidos, sus enceres diarios y sus animales en los corrales... ¿Hay algo de extraño en ello?Debemos comprender que el caos reinante de aquel momento, donde la multitud de extranjeros refugiados en Egipto por causas distintas (sunami en el mar Egeo y devastación en medioriente), reúne condiciones parecidas a la bíblica. Pues todos ellos pasan a la proscripción de improviso, haciendo que ese escenario histórico que fue real y verdadero, se asemejara demasiado al Exodo bíblico. Los alejandrinos contarán la historia de este período atoniano a modo de leyenda. A pesar de que las inscripciones oficiales jeroglíficas borran a Akhenatón y sus seguidores, su período y sus consecuencias, sin duda quedaron para la posteridad egipcia otros documentos válidos. Pero lamentablemente, la quema de la Biblioteca de Alejandría no nos permite llegar a estos manuscritos en forma directa, sino a través de sus comentaristas: Apión, Manetos, Lisímaco, Jairemón. Pero incluso, a su vez, llegan ellos hasta nosotros por otros comentaristas, como es el caso del destacado intelectual judío Flavio Josefo.Estos personajes alejandrinos tan duramente criticados por casi dos milenios, toman ahora una vigencia de actualidad en el revisionismo histórico que propone la nueva investigación. Pues son ellos quienes recogieron la tradición antigua, escrita para la Biblioteca de Alejandría por encargo de Ptolomeo, y que perpetuó maravillosamente el recuerdo de la empresa atoniana, su dramático fin y sus extrañas consecuencias.Akhenatón aparece allí con su nombre original de Amenofis, a continuación de su padre Amenofis III y se le llama “el falso Amenofis”, lo que siguió siendo hasta la aparición de toda su existencia real por medio de la arqueología. Aunque no hay un análisis completo de su personalidad, ni la de los atonianos, podemos entrever como reales las críticas adversas que también lo califican... o descalifican. No estamos aquí para juzgarlo, sino para establecer que su memoria no estaba totalmente perdida, aunque fuera en una forma negativa, propia de sus detractores. Tenemos dos de ellas importantes: El nudismo y la destrucción de los tótems fetichistas. Según esa versión alejandrina ellos cometían el agravio de quemar los dioses y hacer fuego con ellos, cocinando además a los animales sagrados. Lo que entendemos que los ídolos de madera eran usados de leña y los sagrados bueyes Apis y toros Min, consumidos como asado. Lo que era una total irreverencia a los mitos sagrados egipcios. Pero pensamos, que más allá de toda simpatía o empatía con el juvenil movimiento atoniano, esto simplemente ocurrió. O sea, los alejandrinos más allá de toda crítica adversa, estaban bien informados. Luego el tema del nudismo tan propio de los atonianos. El nudismo se implanta con Akhenatón, Nefertiti, sus niñas y la hermana Baketatón, desnudos ante el pueblo. Fue su teoría y su práctica. Los reyes espartanos un milenio después, mostrarán a los visitantes extranjeros sus bellas hijas desnudas. Los atletas etruscos, cual los vemos en sus murales, compiten desnudos. Y el Gymnós griego viene de cuerpo desnudo. Gimnasia es un arte en cuerpo desnudo. ¿Cuál es la importancia de ello? Pues que según el relato alejandrino todos ellos fueron al exilio desnudos, por un camino hacia Etiopía. Donde de nuevo nos reencontramos con Moisés y su suegro etíope Jethro, más su esposa etiópica. Allí también hallamos el tema de Flavio Josefo en su vasta obra “Antigüedades Judías” donde Moisés es gobernador en Etiopía antes de salir al Exodo.Hubo en aquellos tiempos una emigración mucho más masiva de lo que supone hoy día la comunidad hebrea, pues el texto bíblico lo detalla diciendo: “Y también subió con ellos grande multitud de diversa suerte de gentes” (Exodo, 12,38). Y esta multitud es la que andamos buscando para completar por fin, en forma real el esquema histórico tal como sucedió, único final posible para ese “mutis por el foro” del proceso atoniano con todos sus protagonistas. Un movimiento que involucró a tanta gente decidida y luego perseguida. La Dinastía XVIII había llegado a su fin con todos sus lauros, ya que en adelante la historia egipcia contará con otros reyes y otra población. No falta en este recuento egipcio ni siquiera “las plagas” bíblicas. La documentación hitita expresa que entrando en Egipto sus tropas fueron víctimas de una terrible peste, por la que pereció su rey Shupiliuluma. Lo cuenta con lujo de detalles su sucesor Murshil. A continuación y con el respeto debido se transcribe el siguiente texto de Sigmund Freud: “Hemos comprobado que nuestra hipótesis de que Moisés no era judío, sino egipcio, crea un nuevo problema, pues sus actos, que parecían fácilmente comprensibles en un judío, se tornan incomprensibles en un egipcio. Pero si ubicamos a Moisés en la época de Akhenatón y lo relacionamos con este faraón, desaparece dicho enigma y surge la posibilidad de una motivación que resolverá todos nuestros problemas.Partamos de la premisa de que Moisés era un hombre encumbrado y de noble alcurnia, quizás hasta un miembro de la casa real, como afirma el mito. Seguramente tenía plena conciencia de sus grandes dotes, era ambicioso y emprendedor; quizás soñara con dirigir algún día a su pueblo, con gobernar el reino. Muy estrechamente vinculado a este faraón, era un decidido prosélito del nuevo culto, cuyas ideas fundamentales habría hecho suyas. Al morir el rey y al comenzar la reacción, vio destruidas todas sus esperanzas y sus perspectivas; si no quería abjurar de sus convicciones más caras, Egipto ya nada tenía que ofrecerle: había perdido su patria. En tal trance halló un recurso extraordinario.Akhenatón, el soñador, se había extrañado a su pueblo y había dejado desmembrarse su imperio. Moisés forjó un plan de fundar un nuevo imperio, de hallar un nuevo pueblo al que pudiera dar, para rendirle culto, la religión desdeñada por Egipto.” El pensamiento humanista atoniano caería en el olvido y no volvería a repetirse en el Egipto faraónico. Los mensajeros de la paz fueron expulsados en forma abrupta. Hoy día nuestra humanidad náufraga de dos guerras mundiales y amenazada por otra tercera, comienza a comprender como necesarios, aquellos valores olvidados. Esto es, los habitantes reales, o sea el hombre y la mujer de familia. Más allá, por cierto, de los grandes capitalistas que continúan provocando guerras. El panhumanismo vuelve a la conciencia del pueblo de labor. Akhenatón deja de ser una figura misteriosa, de Museo, para transformase en un personaje real y convincente. Con su canto a la vida, con su interés comunitario, intentando reproducir ese esquema de humanidad que le fue propio. Pero en aquel pasado suyo, Akhenatón lamentablemente quedó oculto por milenios, bajo las arenas históricas que le dieron la espalda. Las siguientes frases, conmovedoras, pertenecen al historiador Eduard Meyer y constituyen el epitafio más apropiado que se haya escrito sobre este proceso:“Destruida sangrientamente aquella tendencia que quería deducir las consecuencias, de las conquistas realizadas en las esferas de las ideas religiosas, detenida la religión en un punto intraspasable y fijada para el porvenir una norma inmutable por encima de la cual nadie podía pasar, el triunfo de la ortodoxia significó para Egipto el estancamiento de la vida espiritual.Las formas y fórmulas de espantosa monotonía que se leen en textos posteriores, son cada vez más largas, pesadas y absurdas, pero el espíritu está muerto para no volver a resucitar. En vano se buscará en todo el arsenal de la literatura religiosa que desde la posterior XIX Dinastía egipcia hasta los tiempos del Imperio Romano ha llegado hasta nosotros, una sola idea nueva, ni siquiera un ropaje nuevo para revestir una idea antigua”.Akhenatón y Nefertiti, ya no estaban. Moisés y sus judíos, habían emigrado. Y “una multitud de diversa suerte de gentes” citada así en Éxodo 12,38 tomó el camino del exilio: babilonios, fenicios, mitanios, chipriotas y cretenses, quienes también dejaron la tierra del Nilo. La ciudad de Akhet-Atón, creada por los atonianos, queda vacía. Mientras que en el Egipto faraónico el espíritu estaba muerto para no volver a resucitar jamás... Dicho ello en acuerdo con el pensamiento del arqueólogo alemán Eduard Meyer.00000000000000Alejandra Correas Vázquez
AKHENATÓN Y LA  CIUDAD  INDUSTRIAL  por Alejandra Correas Vazquez              Si algo había caracterizado al Egipto antiguo es el de ser un pueblo esencialmente agrícolo, donde se arraiga la importancia del río Nilo y su inundación fertilizante para las cosechas. Hasta la época de Constantinopla (la nueva Roma) el trigo egipcio dará pan al mundo antiguo. También fue esta nación en cierta medida, pero medianamente, casi diríamos moderadamente debido a su falta de pastizales necesarios para una gran producción, un país ganadero. Pero esto ultimo tuvo una tendencia mítica y religiosa dándoles a los animales el carácter sagrado con que los conocemos, para lograr con ello la protección de las especies. Aún así su producción no era suficiente para dar de comer a su propio pueblo, y por ello dependía de la media luna fértil y sus grandes pastores (como Abraham). Según leemos en la Biblia los países de Sodoma y Gomorra fueron grandes estancias, cuyo ganado era también codiciado por los reyes hititas que los invadían como cuatreros.   Pero Akhenatón una vez más cambiaría todo esto de repente, de improviso, tal y como él acostumbrara a actuar en cada uno de sus proyectos. El joven faraón revolucionario haría de su país o mejor dicho de su “ciudad nueva” creada para nuevos esquemas —la hermosa Akhet-Atón— una sociedad industrial. No hay que olvidar que junto a él se hallaban sus parientes maternos fenicios, de gran influencia en la totalidad de su proceso. Pues Fenicia además de ser el mayor país marítimo, también era la gran nación industrial antigua.   Esta ciudad nueva no conoció la improvisación, nació armada desde la estructura original, como Constantinopla cuando la diagramó Constantino tres mil años después. O sea: una nueva religión monoteísta y universal para una ciudad nueva, con nuevas leyes, nuevos conceptos sociales y nuevos proyectos de subsistencia. Akhenatón suprimió la esclavitud. Constantino lo propuso ya que estaba en contra del principio cristiano donde todos son iguales, y ante el rechazo romano, lo morigeró al menos con leyes especiales prohibiendo el derecho de vida sobre sus esclavos.    Akhenatón para debutar en un nuevo sentido social, proyectando una ciudad industrial, debía primero que todo crear a esa industria. Y esa industria fue creada por la revolución social atoniana, y no la revolución social determinada por la industria. Un solo dato nos basta. Cuando muchas casas notables no habían sido todavía concluidas (entre ellas la de Akhenatón que fue hecha sobre la marcha y nunca se terminó) ya estaba edificado el barrio obrero.   Como comienzo para dar realidad a esta nueva propuesta, debía “crearse” a esa sociedad obrera que en Egipto no existía. Pues el pueblo de la nación del Nilo era hasta ese momento campesino. La revolución atoniana debía urbanizarlos, y enseñarles para ello a vivir en comunidad dentro de casas. Este “barrio modelo” para obreros de la nueva ciudad llamada Akhet-Atón (Horizonte del Círculo) es una de las joyas atonianas. A partir de este proyecto puede decirse que los jóvenes seguidores de Akhenatón, tuvieron fe en su empresa. Había un fin previo de largo alcance: crear los medios de producción con los cuales después vivir, pues había sido convocada una multitud para habitar la nueva ciudad.   El elemento obrero revistió una importancia primordial en la política atoniana. Ellos, Akhenatón y sus amigos, eran un conjunto de jóvenes donde el faraón era su propio amigo, como lo indican en sus inscripciones. Ellos programaron la industria y edificaron viviendas para la clase obrera. Pero para empezar tuvieron que crear a esa clase obrera y traer del campo cuadrillas de campesinos a quienes enseñarles los nuevos oficios. Algunos campesinos demostraron gran talento, como May, que aprendió a leer con eficiencia, adquirió un oficio, y fue por su ejemplo declarado príncipe.   Ello demandaba una transformación de las conciencias, para aquellos nuevos citadinos, habitantes ancestrales de las orillas del Nilo con un estilo de vida particularmente diferente hasta aquel momento. Todos sabemos que la adaptación del campo a la ciudad ha revestido siempre dificultades. Se necesita un planeamiento de inserción para los ciudadanos debutantes, pues el sistema de vida citadina es muy distinto al campesino. Para comenzar se impone una cohabitación civilizada continua y diaria, logrando una armonía que no permita derrumbar un sistema. Esto es lo que hizo con talento el Egipto atoniano, lo que demuestra que se contaba con una previsión bien analizada, que debutó sin tropiezos ante la era industrial.   Y el proyecto prosperó. Pues cuando todo el equipo dirigente salió al exilio, en un Egipto invadido por tropas hititas, los talleres y sus obreros siguieron funcionando por un largo tiempo más. Egipto no tenía hasta la revolución atoniana las industrias que aparecen de golpe y la notable producción “en serie”. Es necesario un comentario especial, pues lo más llamativo de esta industria es el seriado puesto en evidencia.   Hay dos características del proceso atoniano que deben subrayarse. La primera es que se creó a la industria y se crearon al mismo tiempo los técnicos obreros, que ayer manejaban el mismo arado de sus antepasados. La otra característica arriba expuesta, es que se les enseñó a vivir en una ciudad y en un barrio apropiado. Con casas limpias, blanqueadas, decoradas, con techos y aleros. Con provisión de agua y numerosas comodidades que nos describe el arqueólogo francés Jacques Pirenne.   Ayer eran Nemehu (campesinos) como los ilotas lacedemonios, los sudras hindúes, los mujiks rusos, los siervos medioevales, fijos en un territorio dado y sin acceso a las ciudades. O simplemente esclavos. Propiedades privadas de sus feudatarios, que trabajaban la tierra con los mismos sistemas de la época egipcia predinástica. En la Ciudad del Sol, se convirtieron en citadinos. Los obreros viven ahora en sus casas, pues son ciudadanos de la hermosa urbe de “Akhet-Atón” y se reúnen junto con los demás habitantes en el gran parque solar abierto, contemplando a Akhenatón, Nefertiti y las seis princesitas. Y allí almuerzan en un gran comedor al aire libre, bajo los rayos de Atón, que alumbra por igual a todos.   ..................oooooooooooooo.................. 
EL MILAGRO DE LA VIRGEN DEL MILAGRO ................................ por Alejandra Correas Vazquez ............................... Siglo XIX... Doña Rufina González Ponce de León era una dama riojana de alcurnia, residente en Córdoba. Argentina, desde su matrimonio con Don Baudilio Vázquez de Oporto, estanciero cordobés de Montecristo en la zona ganadera de Río Primero. Pareja contrastante. Ella muy morocha. El muy rubio. Ambos lucen esbelta estampa en las fotografías de daguerrotipo.. El era muy bello. Ella no, pero aportó al matrimonio una rica dote... El estanciero Don Baudilio Vázquez de Oporto era alto, cabello rubio de un tono casi rojizo y de centellantes ojos celestes. Luce en los retratos una soberbia estampa. Acompañado de su esposa, con el atavío formal de “pose” que imponían los fotógrafos de la época, creemos ver aún por la expresión reflejada en sus rostros, el impacto enceguecedor del “pajarito”, debido al fogonazo de luz. Su fina prosa conservada en su correspondencia, pone de manifiesto esa educación clásica que se impartía en el Colegio Monserrrat. Don Baudilio era un hacendado trabajador y constante, un ganadero orgulloso de sus campos boscosos de Montecristo en el departamento de Río Primero. Una ecología muy distinta a la de hoy en esa parte de la provincia, como puede verse. Estos bosques por supuesto, estaban sufriendo con la seca y clamaban por lluvia, sin saber que tras el progreso y la construcción del dique San Roque quedarían sedientos y secos para siempre. Por la erosión que la construcción del mentado dique, iba a traer aparejada Ella, oriunda de Chilecito —provincia de La Rioja— pertenecía a esa sociedad norteña con atavismos vernáculos donde la sobrevivencia mítica precolombina se injerta con un catolicismo peculiar, dando a las propias familias un papel destacado dentro de este juego mitológico, el cual a su vez es incorporado por la Iglesia. Por tradición heredada de tiempos precolombinos, las familias de abolengo debían interpretar allí un papel declarado en el mismo ceremonial (como delegados del Inca) sin que esto fuera conculcado por la autoridad eclesiástica. Más bien... hacía uso de él. Ese era el ceremonial religioso al que estaba habituada la dama riojana, sintetizando en medio de ello sin reserva alguna, un juego propio de sincretismo norteño que a su vez era incorporado por la sociedad católica tradicional. Tales hechos, tal educación, de carácter casi “teocrático” (para las familias de abolengo colonial) con todo su ritual, hacían de Doña Rufina una personalidad “permeable” a la convocatoria del Obispo de Córdoba que demandaba ayuda de los creyentes para salvar a Córdoba de una trágica Sequía. . Como dama de alcurnia ella exponía ese estilo propio de las antiguas familias norteñas argentinas. Su señorío, su elegancia, su protocolo, su lenguaje y sus servidores siempre acompañándola. Con esa vida múltiple de los señoríos andinos. Conservando y repitiendo fórmulas sociales sin alterarlas nunca. Allá, en aquellos poblados que terminan todos en “gasta”, los Finqueros encabezaban las fiestas (Chayas, Niño Alcalde) caminando con toda su familia y seguidos por el pueblo en pleno. Y aquí en Córdoba donde Doña Rufina hallábase refugiada con su familia, por la falta de agua para beber que existía en Montecristo, debido a la gran sequía, ella salía en los atardeceres a tomar el fresco vespertino acompañada por todos sus hijos, las niñeras de sus hijos y sus servidores –--cubriendo casi una cuadra de personas--— lo cual no era habitual en esta ciudad universitaria. Los cordobeses que habían vivido en una ciudad escondida en el sur del continente sudamericano, también escondían a sus familias. Incluso, la Universitas Cordubensis Tucumanae, de tiempos jesuíticos, era un internado. De modo que las costumbres riojanas resultábanle insólitas a Don Baudilio, quien encontrábase de improviso al regresar a su casa citadina (en la calle Santa Rosa de Lima, hoy Lima) desde su Estancia de Montecristo, con este espectáculo poblacional de su familia completa en la calle. Esta era la forma en que Doña Rufina paseaba o hacía sus visitas, y aunque el esposo era cortés con ella, no dejaba de sorprenderse. Pero la dama de alcurnia rojana había tratado también de acostumbrarse a Córdoba y a su formalismo. A sus modas rigurosas y sus ropas complicadas. Trajeaba a sus pequeños niños (Zenón, Lucas, Eudoro) y a sus niñas (Herminia y Pura) con sus mejores galas, en la inconfundible moda de fin del siglo XIX. Fuese invierno gélido o verano ardiente, los atuendos gozaban de una complicación absoluta. Lo que hacía para los pequeños, más agobiante aquel verano de enero. ----------------00000000000------------------ Sequía sin precedentes. Sol despiadado. Fuentes de agua agotadas. La Cañada bordeada por el Calicanto habíase casi resecado y su masa de agua, estaba transformada en un charco barroso pestilente. El río Suquía que atraviesa a la ciudad, arrastraba insectos. Los pozos potables comenzaban a tornarse peligrosos. La temporada climática conocida hoy como de la “Niña” habíase apoderado despiadadamente, de la provincia de Córdoba. La Era del Progreso había colmado a Córdoba por decisión del presidente Sarmiento, de valiosos regalos. Entre los cuales sobresalió como más representativo, el “Observatorio Astronómico” –que fuera el primero del país aprovechando la limpidez del cielo cordobés el cual inauguraría a su vez, la especialidad de la “Meteorología”. : el “Alemán del Observatorio”. El científico europeo, un germano. Nombre extendido por el uso que se le dio en Córdoba a todos sus astrónomos. . Como buenos “gourmets” cual eran y dejaron fama de ello en Córdoba, estos científicos alemanes del Observatorio amigos del buen vino y la buena comida, se lo comentaron al Sr. Obispo en una cena opípara que en conjunto saboreaban, con beneplácito de todas las parte allí reunidas. El Obispo de Córdoba era un hombre muy culto y preparado, habitué del Observatorio, pero también era un hombre práctico, para el Sr. Obispo era necesaria una confirmación técnica, real, expresamente estudiada y por ello habíalos invitado a aquella cena con el fin de recabarles informes. A los postres de la opípara cena rociada con muy buen vino, ya el prelado tenía la confirmación exacta de que –--como siempre acontece en el variable clima cordobés--– el cambio era inminente. Además el telégrafo (que por cierto no era de uso común para todo el mundo en ese tiempo) advertía de un avance tormentoso en provincias próximas. Lo interesante era fijar día y hora. Había pues que fijar con precisión el día y la hora de ese arribo científicamente.. Para ello los metereólogos debían afinar su puntería y sus cálculos a fin de lograr una precisión. Una exactitud. Que el Obispo aprovechó para convocar a sus fieles a rogarle por lluvia a la santa patrona cordobesa la Virgen del Milagro. La convocatoria del Sr. Obispo llegó al alma de su esposa ritualista --–Doña Rufina–-- quizás más que nada por sus añoranzas sobre el mito incaico-católico del “Niño Alcalde”, tan amado en sus tierras riojanas. Como también de otras estructuras míticas de su solar natal, donde fusionábanse credos de origen diverso. Y aunque le explicara Don Baudilio que los gauchos (sus peones) veían desde una semana atrás menear las colas de los caballitos criollos (señal de lluvia) para ella : ...“Sólo quedábale la esperanza de la Fe”... Y concurrió al llamado del prelado, en aquella cita convocante hecha desde el púlpito, llenando casi una cuadra citadina con los habitantes de su casa ... Y ella al frente. En su tradicional estilo vernáculo, matriarcal y norteño. Estanciero de ley, prudente, como caballero liberal y tolerante que educó a sus hijos e hijas en escuelas laicas (envió incluso sus hijas mujeres al Normal Carbó para estudiar magisterio, profesión que ejercieron) ... Don Baudilio en aquel día especial se resignó a permanecer solo en su casa vacía. El calor era espantoso y buscó un poco de jugo de horchata para calmar su sed. Comenzó la Procesión. Almidonados y compuestos, con zapatos de charol, los pequeños caminaban con gran dificultad. El conjunto de sirvientes estaba también vestido con sumo formalismo, de manera tal que ninguno de los participantes que acompañaban a Doña Rufina, podía estar más incómodo. Todos llevaban allí en ese día especial, la meticulosidad exigida por la dama que era a su vez lo único que ella había adoptado de Córdoba (aunque los cordobeses en verdad, en esta circunstancia climática la obviaran). Los niños hijos de ella, tanto como los hijos de sus sirvientes, iban todos trajeados. Ornamentados y elegantísimos, de modo que en conjunto veíanse en serias dificultades para afrontar ese pico de calor, sobre un adoquín hirviente que cubría las calles. Al llegar a la iglesia de Santo Domingo, con sus cúpulas de mayólicas celestes en las cuales el sol parecía rebotar --–adonde habíalos citado el Obispo–-- Doña Rufina protegió bajo la copa de los árboles (que entonces aún existían en la esquina de Dean Funes y Calle Ancha) a sus pequeñísimos hijos, enfundados en ropas duras y achicharrados de calor. El sol ardiente de aquella tarde era despiadado, pero el follaje frondoso fue un alivio para las criaturas. Comenzó a caminar de a poco la Procesión rumbo hacia el Parque Crisol, en dirección sur, como buscando aliviar a toda una ciudadanía de creyentes desolados que buscaban en la Virgen del Milagro, su última esperanza. Iban lentamente asfixiados, transpirados, jadeantes, agotados. Escenas de desmayos. Niños llorosos. Madres angustiadas. Caminantes con sed... La sed aumentaba con el peregrinaje cuesta arriba. Los comerciantes salían a las puertas de sus negocios al verlos pasar, cerrándolas por respeto. Los intelectuales dejaron por un momento sus libros, al contemplarlos desde sus ventanas (pues la Procesión pasaba bordeando la Universidad) mirándolos asombrados por el esfuerzo físico que aquello les demandaba. Los gauchos que vivían sobre la orilla de la Cañada, se incorporaban. También las chinitas. Los sirvientes. Los changuitos. Los burgueses. Y todos de alguna manera participaban, aunque sólo fuera dejando de matear en esos pasajes graves, cuando cruzaban frente a ellos. Todos. Toda Córdoba. Y Los alemanes del Observatorio que ya habían avisado al sr Obispo de un cambio climático . ... Y retornaban ya, casi moribundos, dejando en aquel camino su última cuota de energía. Regresaban extenuados hacia la basílica de Santo Domingo para colocar nuevamente a la Virgen Bonita --–quien alguna vez flotó hacia la costa peruana después de un naufragio y más tarde fue enviada a Córdoba–-- en su camarín de mármol blanco. Ella los miraba con su tersa sonrisa de siempre. Por su pálido rostro nacarado corrió una gota transparente, fresca, cristalina, translúcida. Empapó su traje blanco de seda y encaje ... ¡Y debió ser entrada a toda prisa, corriendo con los pies empapados de quienes la llevaban en andas! ... Llovía... ¡Llovía con una furia torrencial! Los piesecillos de esos niños pequeños de Doña Rufina enfundados en zapatos de charol, casi no alcanzaban a correr junto a los mayores. Los complicados trajecitos, chorreaban. La dama riojana de largas y costosas vestiduras, resbalaba por el adoquín aluvionado. Las criadas y los criados. Las niñeras y los niños. Todos ellos corrían bajo un cielo negro de tormenta y una lluvia torrencial que se llevaba al fin todas las penas : ...La Seca. La Sed. Los Incendios. ----------------00000000000----------------- El caballito criollo quedó satisfecho dejando en paz su cola, que llevaba ya una semana de movimiento continuo. El Sr. Obispo respiró con alivio, la ciencia lo había ayudado ... Y también la providencia …. Ni un día antes ni un día después, podrían haberle dado tanto prestigio con un prodigio. La salida y la llegada fueron exactas. Los científicos del Observatorio se prepararon para un buen brindis con él, bien merecido. Y las autoridades cordobesas con los ingenieros franceses, ya podrían contar después de ese espantoso enero, con la voluntad ciudadana para construir el Dique San Roque. Pues como suele decirse… -----“Los Milagros no se repiten”----- ---------------00000000000-----------------
GENERAL SAN MARTIN en CORDOBA ...................................... por Alejandra Correas Vázquez..........................................   1813. Las calles coloniales cordobesas mostraban su empedrado y sus faroles. Sus tejas. Su Calicanto. Su Cabildo y su Campo de Marte. Por aquellos días un Chasqui tocó las manos en la casona ciudadana de familia Correas de Larrea, situada en proximidad al Calicanto. El caballo del Chasqui encabritado por los ladridos de los perros guardianes y las protestas de los mulatos que hacían de porteros, no fue un misterio para nadie. Todos habían notado su presencia. Era una siesta ventosa y seca, que amarilleaba el camino. Terrosa. El poncho del Chasqui empolvado, confundíase con su rostro cetrino. Recibió su paga y propina con “yapa” de manos del mayoral (un mulatón) y volvió a partir. El mensajero portaba una carta lacrada que debió dejar en manos de aquel negro angola fornido, mirándose ambos con desconfianza. Los perros callaron cuando hubo partido. La carta lacrada contenía un extraño anuncio. Estaba firmada por un hermano del dueño de casa (ambos mendocinos) –Don Ignacio– quien a la sazón vivía en el Puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Ayres... Don Josep Orencio a quien iba dirigida, radicado éste último hacía dos décadas en Córdoba, leyó su contenido con sumo asombro... y quedóse meditando. Los tiempos eran tensos y en esta ciudad universitaria vivíase mal. Pues Fernando VII de regreso al trono desde el exilio había abolido ese año la Constitución. La ciudad sufría. Don Ignacio le comunicaba en ella a su hermano Josep Orencio (miembro del Cabildo cordobés como Alférez Real en 1809), la llegada de un huésped recomendado por él. Un viajero. Alguien a quien nadie en Córdoba conocía.. Para ello escribía a su hermano recomendándole sus atenciones y mentada hospitalidad. Cuando uno se remonta hacia aquellos tiempos en una Sudamérica colonial y patriarcal, hecha de encomenderos, oidores y virreyes, se halla ante un concepto de familia y compromisos filiales, que se cumplían como leyes de estado. El interés por la comunidad –porque era más pequeña– introducía dentro de ese ámbito cerrado a los miembros de familias como a participes de la vida societaria. Como ejecutores de los acontecimientos vitales de una ciudadanía. Ignacio solicitaba a su hermano Josep Orencio facilitarle a dicho huésped toda la ayuda necesaria, en la medida de lo posible e intentando lo imposible, por cuanto este huésped era especial. Tratábase según le comunicaba por escrito, de “algo” de gran importancia, más que de alguien en figura misma. En aquellos momentos apacibles en Córdoba luego de inmensas tristezas, quedaban en la ciudadanía consecuencias muy claras de un abatimiento, porque era una ciudad universitaria que habíase embanderado en el apoyo a la Constitución. La defendieron con garra, como un progreso, como una medicina para las heridas dejadas por Carlos III cuando destruyó la obra jesuítica encadenando a los profesores de Córdoba... Y fueron después los cordobeses acusados de “bonapartistas”... Con sangre derramada. Todas las casas citadinas estaban de duelo desde hacía tres años y se desconfiaba de cualquier persona llegada desde afuera. Incluso de los Chasquis. Ya no se les ofrecía ni el mate ni mazamorra. Todos aquellos ciudadanos que en el puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Ayres habían apoyado al príncipe Fernando VII un lluvioso día de mayo, tres años antes (mientras estaba en el exilio) fueron traicionados por este rey. La sangre cordobesa había sido derramada en vano. Como quiera que sea... vivos o muertos, héroes emancipadores o fantasmas, bonapartistas o fernandistas, todos ellos pertenecen por igual al Cono Sur sudamericano y los mueve por último un mismo deseo. Todos en conjunto sufren ahora en 1813. el advenimiento del séptimo rey Fernando de Borbón y la supresión de la Constitución inspirada en Rousseau. La Sierra Morena se ha llenado allá en la península española de constitucionalistas, apoyados por los bandidos comunes. Luego de ello, “los corsarios del Río de la Plata sitiaban Cádiz” (frase del rey). El Imperio de Brasil avanzaba sobre las provincias cisplatinas del Río Grande (las cuales nunca serían devueltas)... ¡Y Fernando VII convocaba a los países de la Santa Alianza para reconquistar las Indias! ... Aunque él mismo las perdía al abolir la Constitución y ni siquiera gobernaba a la propia España. Ante el desorden manifiesto, los “maloneros” pampeanos (indios bárbaros) habíanse puesto otra vez en movimiento y no serían vencidos hasta finales del siglo. Y en toda Iberoamérica la búsqueda de un derecho civil, de una seguridad para las poblaciones, de un orden, de la defensa territorial, de una Constitución que los ampare en el concierto del mundo civilizado, arrojará a todos ellos en aras de la independencia, como solución final. La carta que Josep Orencio tenía en sus manos, traída por el “chasqui” en aquel día, incluía estas reflexiones. Un mundo en derrumbe. Ilusiones cortadas. Largos años de trabajo llevados adelante por pioneros, amenazados ahora de malón e invasión ...y sin un rey real. Verdadero. Protector. Amante de sus súbditos. Respetuoso de ellos, como corresponde a todo buen monarca. Seguían a continuación en la misma carta lacrada numerosas referencias que daban indicios de acontecimientos a suceder, datos precisos a ejecutar, proyectos y situaciones claves. Al finalizar la misma su hermano le indicaba que ésta misiva debía ser quemada, por precaución, luego de leerla. El total del misterioso contenido de esa correspondencia donde se incluían numerosos nombres, fechas y lugares, que Josep Orencio guardaría para siempre en la memoria, sólo él junto a su mulato guardaespaldas y mayoral, alcanzaron a leerlo y conocerlo. Don Orencio terminó de leer la carta de su hermano Ignacio y volvió a doblarla. Quedóse con ella en la mano meditando, mientras observaba una vez más con detenimiento el sello del lacre, a fin de asegurarse. La releyó. Capturó su contenido y a continuación, se dirigió a su negro angola el cual estaba siempre cerca suyo. Situación muy corriente por aquel tiempo. Llamábase Tomás o Tobías o Tobiano… o Tulio. Había nacido allí. Le ordenó traer una lumbre. El mulatón fornido que oficiaba de criado, guardaespaldas, secretario, guardallaves y hasta de amigo y confidente, se retiró al interior de esa casona para volver con un candelabro encendido y entre ambos, vieron arder las negras letras contenidas en la carta, hasta que las llamas convirtieron todo en ceniza. Un mulatillo juguetón pero avispado, montó guardia junto a la reja de entrada desde ese momento, en forma incansable. Para disimular se le indicó que jugara, curioseara como haciendo ocio o regara las plantas profusas que contorneaban aquella reja. En tanto desde el portal interior el mulatón fornido vigilaba al pequeño vigilante. Y era él realmente quien aguardaba al futuro huésped, pues era el único además de su amo, dentro de esa casa, que estaba al corriente de todo. Ambos siempre fueron mutuamente confidentes. Nada, ningún movimiento externo, escaparía nunca a su negrísima y alerta mirada. Sin embargo el viajero fue aún más precavido que todos ellos y demoró muchísimo –desde el momento en que se hizo anunciar por escrito– consumiendo la paciencia de los dos vigilantes. La llegada no se producía. Tenía él sin duda, un especial interés de que nadie aquí o allá, se informase de su arribo a Córdoba. Una noche garuaba en forma persistente y la cortina de gotas gruesas y lentas, aumentaba las tinieblas. El agua caía como un manto suave sobre las calles empedradas y era recogida cuadras más allá, por el Calicanto. La garúa fue de a poco transformándose en lluvia de finas hebras envolviendo a toda la ciudad . Sus habitantes. Las casas. Los templos. La Universidad. El Paseo Sobremonte. El Campo de Marte. La Alameda de Sauces de la Calle Ancha. Todo ese escenario colonial parecía llorar una tristeza ancestral, y un frío lento fue posesionándose del entorno, como si penetrase en el interior de las ropas. Los caballos y perros callejeros sufrían de gran “chucho”. Lluvia deseada y aguardada, luego del tierral ventoso. Las calles corrían color chocolate, pero la tinieblas impedían apreciar ese color turbulento que se derramaba sobre el Calicanto de piedra bola. En medio del silencio nocturno un caballo distante detuvo su trote y las ruedas de un carruaje rechinaron sobre el empedrado. El rocín resopló con la angustia que produce todo esfuerzo, dentro de un mal clima. Los truenos violentos dejaban ver rayos luminosos sobre el cordón de la sierra, aún visible desde la ciudad, mientras el cochero intentaba calmar al asustado y noble animal. Pero el carruaje habíase detenido a cierta distancia y no parecía querer buscar refugio... Después, unos pasos de botas, lentos, con chasquina de agua, silenciados a medias por el declive de los charcos, fueron acercándose hacia la casa. El negrito hacía ya mucho tiempo que no vigilaba su entrada y la visión era, en ese momento, obscura e impenetrable por la cortina de agua. Los pasos detuviéronse junto a la entrada y el personaje llamó a la puerta en forma casi informal. Sin ceremonial. Como si no quisiese anunciarse. Los perros encerrados por la lluvia se estrellaban contra el portón de entrada, cual si pudiesen voltearla, dispuestos al parecer a despedazar al intruso. En el interior, el mulatón fornido y corpulento, guardián siempre de la casa –quien en las noches dormía con un ojo abierto– cayóse de su lecho como todo portero al que no le gustan las sorpresas. Con rapidez (pues se acostaba semivestido y armado de acuerdo con la época) recogió la lámpara que de noche dejaba encendida a su lado, y fue atravesando con ella en la mano las habitaciones frontales. Aquel frente alargado de la antigua casona mostraba los cristales empañados, mientras los ventanales iban iluminándose uno a uno, recorriendo el camino de la lámpara. Por último llegó junto a la pesada puerta de madera, donde el mulatillo trataba de sujetar a los furiosos canes. Y allí se detuvo sin abrir aún la puerta (cuya llave llevaba en la cintura) para espiar tras los visillos de encaje por una diminuta ventanuca del costado. Pudo así ver sin ser visto, a aquel visitante nocturno que osaba transgredir su sueño remolón, mirándolo con interés y desconfianza por un largo rato. ¡Pero en aquel rostro no reconocía él, a nadie conocido! Frente suyo había un rostro largo, pálido, medio enjuto, de ojos expresivos y perfil agudo casi de cóndor, filoso, marcado de fatiga y con la mirada penetrante del hombre que ha trotado caminos, océanos y ciudades. Pero el mulatón no estaba dispuesto a franquearle la entrada aunque lloviese a cántaros y el viajero se encontrara empapado. Dueño absoluto de esa puerta y siendo él, el único portador del llavero en toda esa casa, estaba decidido a defender la entrada de intrusos que nadie conocía, si era necesario con su propia vida. Pues habían acontecido ya en Córdoba sucesos dolorosos llegados desde afuera. Y ese desconocido solitario, mojado y aislado, que no traía acompañante ni escolta alguna, no le parecía a él, una visita apropiada. De pronto a sus espaldas, apareció de improviso Don Josep Orencio acompañado por el negrito con otra lámpara encendida, e indicóle a su guardaespaldas que dejase entrar sin más preámbulos, al desconocido. Así, de mal humor –ese mal humor célebre de los negros angola– con el “refunfuño” de todo portero contrariado, como un perro guardián al que se le coloca el bozal, hízose a un lado pero sin bajar la lámpara que tenía en la mano (e iluminando a la vez sin disimulo al forastero para observarlo mejor), mientras con la otra mano sujetó aún más su pistola, la cual creía tener que usar en cualquier momento. El viajero fue invitado a pasar a la sala de recibo, luego de que le hubieran quitado la ropa cargada de agua, mientras dos mulatas somnolientas comenzaban a encender las lámparas de un quinqué, que pendía del techo. El visitante continuaba de pie, como si no le importase la propia fatiga, cual si no necesitase ningún descanso. Indiferente al reposo. Pero el dueño de casa le aconsejó tomar asiento... y casi se lo exigió. Colocaron un brasero crepitante junto al recién llegado, el cual finalmente tomó asiento en un sillón amplio y mullido. Un sillón doble, rojo escarlata, de madera negra y laqueada con gran respaldo decorado. Don Josep Orencio fue a sentarse a su lado, mientras el mulatón sin dejar el gesto de desconfianza, continuó montando guardia junto al dueño de casa. Una plática a un mismo tiempo medida y encendida, fue llenando el recinto. Principiaron a rodar las palabras. Pocas al comienzo, pero de gran significado y contenido. En cada pausa deteníanse las miradas, como vagando imprecisas, adentrándose dentro de ellas mismas. Las modulaciones de voz fueron cobrando acentuaciones nítidas. Cada idea emitida poseía un don de propiedad, como si el idioma se hubiese enriquecido. No había ademanes, había concesiones dadas. Casi preparadas, tal vez por la larga espera y por esa llegada imprevista. Sólo el mulatón había quedado de testigo y el silencio de la casa, no podía ser más propicio. Y allí, en esos momentos, con esos dos hombres frente a frente, en esa sala carmesí, mientras la lluvia aumentaba su vigor y la noche su tiniebla, cuando la ciudad parecía haberse ocultado en un manto de agua inacabable… ¡Comenzaba allí a diagramarse el devenir del Cono Sur Sudamericano! Fue precisamente en una noche de lluvia, en la ciudad católica de Córdoba fundada junto al río Suquía por una comunidad judía en 1573, a pocas cuadras del Calicanto y en la casa de un sudamericano de antiguo linaje, salvado milagrosamente de morir fusilado como sus amigos en “Cabeza de Tigre” (al oponerse al 25 de mayo que juraba lealtad a Fernando VII) por hallarse en ese momento cumpliendo sus tareas de estanciero en Jesús Maria– un sobreviviente que sentíase a sí mismo como parte del pasado... Fue en esa noche de lluvia y tinieblas, que se delineó el destino argentino y sudamericano con una fuerza irreversible…El viajero explicó entonces que venía de Buenos Aires, procedente de Inglaterra, que había vivido en Francia, anteriormente en España… y mucho antes de ello... en Yapeyú. Esa noche. La noche aquélla del arribo de este misterioso visitante... Mientras en su seno las aguas barrosas del Calicanto cordobés crecían desmesuradamente debido a una lluvia persistente, y ya comenzaban a desbordar. Con el “quinqué” parpadeando sobre las cabezas del dueño de casa y el huésped nocturno. Con un mulatón fornido apretando su pistola. Hablando el viajero de todos sus recorridos y de los que aún le quedaban por recorrer. Sus intenciones. Su meta. Un parámetro imposible de medir en aquel momento. Bajo la mirada expectante de don Josep Orencio Correas el dueño de casa. Ambos, como figuras esenciales de una reunión clave, dentro del salón escarlata de aquella familia mendocina radicada en Córdoba, dialogando sin prisa y haciendo más lenta las horas y a la vez más profunda la noche. Como tablero de ajedrez en el cual se plantea una genial movida, el viajero exponía largamente sus ideas. Para entrar luego en un silencio total, mirando de frente a su interlocutor tras completar un pensamiento. Caviloso, callado, en total mutismo, observando y sintiéndose observado. La lámpara que portaba el mulato angola al subir y bajar, marcaba sus facciones filosas, volviendo más extraño el trasfondo de su mirada. La noche en desvelo y el diálogo intenso, dejaba entrar en aquella sala colonial, el espasmo en sordina de unos truenos lejanos. Enmarcada en secreto la sutil llegada del visitante, misteriosa, oculta entre las brumas de una cortina de agua, se constituiría con el correr del tiempo en un hecho público conocido por las generaciones venideras. Sólo que todo aquello aconteció –su gran fama– a posteriori de su llegada subrepticia. Pues apenas partió de Córdoba su figura tomó un vuelo inusitado. Conmovió países y continentes. Éxitos. Fracasos. Gloria. Olvido... y restauración de memoria. Fue esa noche por ende, donde obtuvo el apoyo logístico para sus gestas. Los caballos, vinos y armas blancas que producía la estancia de Jesús María propiedad de Don Josep Orencio. Por intermedio de sus relaciones también entrevistó en Córdoba a comerciantes, militares, políticos, hacendados, universitarios, gente de cultura y de producción. Al gobernador, legislador y estadista progresista Dr. Juan Bautista Bustos, quien lo apoyó incluso, enviándole soldados fuera de Argentina cuando su proyecto había llegado ya hasta Perú.. De esta gente cordobesa mediterránea, solitaria en el extremo sur del continente, culta y universitaria. pero ajena hasta entonces al acontecer mundial. Una sociedad colonial aislada en su mundo agropecuario dentro de un Finisterre sudamericano, fue donde él explayó por primera vez su protagonismo histórico, y donde su genio cobró el impulso necesario que lo haría indetenible hacia delante. Con su presencia silente, cauta y cautelosa que intentaba a todas luces pasar inadvertida. Que buscaba adhesión para su programa, mas no para él mismo, porque quería sembrar, antes que ser admirado. Que en momento alguno intentara ocupar la preeminencia que otros forasteros habían alcanzado en esta ciudad. Distinto a todos ellos, intentando no ser casi advertido, pero sin embargo, con mayor capacidad transmutadora que ningún otro. Sería este visitante solitario llegado sin escolta, sin acompañantes... el mismo personaje que luego al partir de allí, arrastraría masas. Multitudes. Conmovería políticos y países. Muy poco después de su estada en Córdoba (donde su presencia intrigara tanto al envolverse él mismo en un manto de misterio) y ser hospedado allí dentro de esa familia colonial a la que arribó en una noche de lluvia, su presencia de allí en más, iba a constituirse en una figura de relieve histórico. Compartió el dueño de casa Don Josep Orencio durante ese período, el secreto que traía aquel visitante, sólo con su mulato gigante.. El forastero era demasiado enigmático y reservado. Pero su figura que estuvo entre ellos y partió con sus saludos y afectos, volvería luego en estampa y bronce, ya completamente engrandecida. Y en ese interior doméstico de gente con tradición elegante, pero de una vida muy simple, mediterránea, aislada en el continente... iban a preguntarse más adelante : ¿Era él? ¿Es él, el mismo? ¿Ese era nuestro huésped, aquel visitante silencioso? Pues habíanlo tenido entre sus paredes sin darse cuenta de nada. Así son las sorpresas que propone a la gente sencilla, el Destino que todo lo marca. Aquella noche imborrable de su llegada con una lluvia implacable, entre el viajero empapado e imperturbable, dueño de sendas y caminos, de postas y laberintos, de puertos incontables, de mares y cabalgatas... Junto al estanciero y bodeguero que dábale alojamiento por indicación de una carta familiar convertida en llamas y ceniza, todo había acontecido como en los hechos de magia. La magia que luego de ello vendría. Iba clareando en aquella noche de intenso diálogo que intentaba concluir, mientras concluían también las explicaciones. Iba clareando aunque la lluvia era aún indoblegable, quizás con la misma fuerza tenaz que ponía a dicho viajero en acción. Caía sin pausa. Era como él. Tenía su constancia. Su carácter. Su perseverancia. Cauta, estable, inamovible. Había llegado a Córdoba de incógnito... a cambiar el rumbo de todas las cosas. Allá lejos, detrás del océano, un rey llegado del exilio –Fernando VII– abolía la Constitución y llamaba a la Santa Alianza para invadir las tierras hispanoamericanas, las cuales ya no se sometían a su monarquía absoluta, sin derechos constitucionales. Pues el pensamiento de Rousseau había penetrado ya la piel de los hombres sudamericanos del siglo XIX. Mas en aquella noche cordobesa, en ese salón de rojo carmesí rodeado por una empalizada de agua, con los cristales empañados donde había amanecido antes de llegar el día, todo era enjundia y emociones. Dos espíritus prestos para el progreso se habían aunado, para iniciar la gran gesta y defender los principios modernos del hombre nuevo. Sí. ¡Era el momento de brindar por el futuro! En ese instante cumbre, considerando que todo el mazo de cartas había sido ya extendido sobre la mesa, le dijo entonces Don Josep Orencio Correas a su huésped: –“¿Quiere usted, caballero Don José de San Martín y Matorras, llegado desde tan lejos hasta mi casa trayéndonos estas buenas nuevas, brindar conmigo y servirse esta copa con el Vino del Rey de Jesús María?” ......................... Alejandra Correas Vázquez .........................  
UNA  VISITA  INTEMPESTIVA Por Alejandra Correas Vazquez                 Corría un día de un mes del año de 1935…  El Dr. Stuckert ,medico alemán,  tocó muy de madrugada entre las primeras claridades el timbre de una casa particular en la calle Dean Funes al 800 de la ciudad de Córdoba. Vivía en ella un diputado nacional, enemigo político suyo, en aquel tiempo cuando las enemistades políticas eran graves.                Casi todos dormían en la casa y sólo el jefe de familia estaba despierto, tomando el mate que cebábale una chinita enfundada en uniforme de mucama, adornada con una cofia blanca y bordada sobre su frente, bajo la cual sus ojillos indios, semidormidos, parecían más oblicuos. No era común ese disfraz en una casa de estanciero criollo, pero a un diputado le quedaba bien, sin duda.                  —¡Quiero hablar de inmediato con el Dr. Eudoro!—.... exigió en su tono habitual el profesor emérito de la Universidad, a la chinita cuando ésta asomó bostezando su rostro a la puerta                  Como era de esperar demoraron un tiempo prudencial en abrirle, tratándose de un enemigo político. Pero al fin franqueáronle la puerta al científico alemán, cuya presencia en sí misma, representaba todo un honor en cualquier domicilio cordobés. Y lo hicieron pasar al escritorio del diputado perteneciente al partido político opositor al suyo, el cual hallábase ubicado en el centro de esa casa, iluminado por una ventana con vista hacia un patio adornado por mayólicas valencianas azules.                      El dueño de casa brindóle un saludo de estilo, con gran formalidad. Abogado aguerrido, corpulento, rubio, de mucha prestancia física y conocido por su sombrero “hongo”. Con su gesto altivo de siempre, estaba realmente sorprendido por la visita de un enemigo político, en momentos álgidos de la campaña proselitista. Tanto como satisfecho por ser honrado con la presencia del médico famoso en su casa. Su llegada intempestiva lo llenaba de asombro y una vez frente a él, miró al Dr. Stuckert con un gesto airoso y de intriga, que le era característico. El científico alemán le preguntó entonces :                      —¿Se apresta usted a viajar muy de mañana Dr. Eudoro?— díjole sin preámbulos el Dr. Stuckert             —Sí. Debo abrir un acto político en Plaza de Mercedes, pueblo de hacendados que pertenece a la zona departamental de Río Primero, solar de mi familia donde yo mismo he nacido.           —¿Y es indispensable su presencia allí señor diputado Eudoro?            —No tenga la menor duda profesor, pues yo represento a Río Primero en el Congreso Nacional y por ello en mi calidad de diputado nacional debo acompañarlo en estos eventos.                 —¡Pues no irá usted allí porque yo se lo impediré!— le expetó el visitante intempestivo con gran énfasis, mientras sacaba de su bolsillo una pistola con la cual encañoneó al diputado.                    Y luego con gran tranquilidad el profesor prosiguió :                      —Está cargada y ya conoce usted que mis afirmaciones son siempre seguras ... ¡Usted no irá hoy a ese acto de “Plaza de Mercedes” porque yo voy a impedírselo!                    —¿Es que piensa matarme?                    —¡No!— gritó espantado el profesor alemán              Y quedó asombrado el Dr Stuckert al oír aquello, sin advertir que la circunstancia que protagonizaba no parecía favorecer en nada su afirmación.               —¡...Todo lo contrario, doctor Eudoro, yo no quiero que lo maten a usted...!              —¿De dónde saca usted eso, profesor?            —Como se lo estoy diciendo. Vengo de una reunión de mi partido donde, pese a mi oposición, usted ha sido condenado a muerte. ¡Y yo no lo voy a permitir!               —¿Cómo? ... ¿En qué momento?            —Este mediodía en “Plaza de Mercedes”. Ya está allá todo preparado.                     El diputado se desplomó en su asiento. El tren que lo llevaría esa mañana a Plaza de Mercedes partía de la estación de ferrocarril en un par de horas. Una gran festividad de campo se había preparado para recibirlo, con los consabidos asados, cuadreras, bailes, juegos y misa. El iba a abrir el acto cortando la cinta azul y blanca con los colores patrios y dar comienzo a los discursos inaugurales del evento político, seguidos por la fiesta campera.   La fiesta criolla daría comienzo con el desfile gauchesco con arneses adornados de plata, briosos potros alazanes, sortijas, cocina criolla al aire libre, reparto de empanadas, locro y quesillo, matizando todo aquello con los mejores vinos regionales “pateros”.                        Todo... Todo habíale parecido a este diputado tan ingenuo, tan simple, tan bucólico, tan acostumbrado ...¡Tan de Río primero!... Como cuando de niño cabalgaba por la estancia paterna en esas extensiones ilímites y pampeanas, saludando a los puesteros, los boyeritos, el capataz, los peones gauchos, los aparceros gringos y a las gringas rubias y chinitas  morochas mezcladas entre ambos. Gente simple y campesina. Al cura párroco, el jefe de la estación de tren y al chasqui repartiendo a caballo la correspondencia entre las estancias.                   En un lugar así... ¿Cabía una tragedia?   ---00000000000000000-------            —¡Escúcheme muy bien señor diputado!- volvióle a exigir el doctor alemán mientras continuaba esgrimiendo el arma en dirección a su pecho en forma amenazadora– Si usted intenta salir de este escritorio o de su casa en este día... ¡Yo lo balearé! No tenga la menor duda. Usted se quedará aquí a mi lado todo el día... Así lo he decidido yo.                No habría nada más que decir en aquel día. Ya estaba todo dicho. Al Dr. Stuckert nadie podía discutirle nada y menos aún, con un arma cargada en la mano. Nunca iba a decir algo de lo que no estuviese convencido y jamás hablaría sin cumplir con su palabra. Era totalmente alemán. Nadie se atrevía en aquella década de 1930, a desautorizar o desafiar al Dr. Stuckert. Su saber. Su seriedad profesional. Su sobriedad, imponían un respeto solemne. Su Clínica particular era toda una garantía. El era un científico alemán.             Como centinela de guardia la pistola del profesor emérito se mantuvo en su mano apuntando al condenado a muerte, para impedir que se cumpliera tal condena. Solución ésta, que sólo podía habérsele ocurrido a un germano.      PLAZA  de  MERCEDES               En Plaza de Mercedes en tanto, esa mañana la masacre sería escalofriante. Fue la tragedia más grande del caudillismo criollo cordobés en el siglo XX, que marcaría la memoria por mucho tiempo. Décadas. Pues en la lid las víctimas habíanse transformado en victimarias. Es decir, el partido político que presuntamente iba a ser atacado, esgrimió imprevistamente armas. Hubo sin duda otras filtraciones en la lamentable reunión nocturna que indignó al científico alemán, las cuales dieron voz de alarma.                      Advertidos a tiempo, los partidarios del diputado que debían abrir ese acto político en el pueblo campero de Plaza de Mercedes, rodeado de gauchos y estancias ganaderas, llevaron hombres duchos para el caso, bien armados, desde Tulumba ... Y comenzó la batalla, al mediodía, dejando ambos contendientes un saldo trágico, con víctimas famosas como el Dr Vivas…. del partido de Stuckert.                          En la ciudad de Córdoba mientras tanto, a la cual todos ellos pertenecían, se aguardaban noticias de ambas partes. Hacia el atardecer, la sirena del diario “La Voz del Interior” que anunciaba siempre a la ciudadanía cordobesa peligros o dramas, comenzó a sonar en forma patética y persistente, a todo lo largo y lo ancho de esta ciudad.   DOS  HERMANOS  DIALOGAN —¿Has oído esa sirena?   Le preguntó así el hermano mayor Orencio, un joven militar, a su hermano menor Oscar reciente médico,, quien hallábase de visita en su casa viendo el estado de salud del primero, el cual estaba en cama con “parte” de enfermo             —Sí... ¿Qué habrá pasado?--- contestóle el muchacho               —Acaban de matar a tu futuro cuñado.           —¡Eudorito! ...¿Cómo es eso?... ¡Y cómo lo sabes!— saltó espantado Oscar                    Orencio, perteneciente al mismo partido de Stuckert y que conocía todo lo programado, dirigióle una fuerte mirada a su joven hermano. Luego le explicó, con mesura:                     —Quisieron que yo me encargara de ese crimen y me negué. Como puedes ver no estoy enfermo, a pesar de haber dado “parte” de enfermo— y luego guardó silencio           —No te calles, quiero saber— insistió Oscar angustiado            —Pues bien, como lo oyes... Yo me negué. Pero le he hablado de frente como poca gente se atreve a hacerlo, diciéndole: “Doctor Z. ... Yo soy usted lo sabe bien, su correligionario, un partidario leal que no va a traicionarlo, pero tampoco a doblegarse... ¡Pero sigo siendo un soldado de la patria! No cedí en el 30, hace cinco años, y dejé por ello mi carrera militar, debido a mis convicciones a las cuales no voy a abandonar. Pero sigo siendo siempre, un soldado de la patria ¡No! No soy un asesino. No seré un criminal. Busque usted a otro. Yo no estoy a su lado para eso” ... Esa sirena mi indica, Oscar, que lamentablemente, acaban de matar a tu futuro cuñado Eudoro, en Plaza de Mercedes.              Oscar era muy joven. Mientras que su hermano mayor Orencio le llevaba veinte años de vida, experiencia y convicciones. Era un político, un militar y un empresario. Un hombre de mundo, siempre seguro de los pasos que daba.   Diez años después de este día luctuoso, un ex-condiscípulo de Orencio en el Colegio Militar (compañero de “camarote” en dicho centro de estudios) llegó a Córdoba y lo visitó, para que lo acompañase en una gran asonada política que iba a imponerse en toda la nación durante décadas, Orencio lo atendió, le abrió su casa, le convidó mate y pan criollo,, habló largamente con él, escuchó sus proyectos y sus propuestas, le sumó observaciones y algunas críticas, siguió en buenas relaciones con él en atención a los mutuos recuerdos juveniles ...Pero tampoco cedió. Y si no dio la espalda a sus ideas para colocarse en la cúspide del éxito…¡Menos aún iba a ceder para llenar sus manos con sangre en Plaza de Mercedes!    LA  SIRENA         Aquella sirena de 1935 provenía del diario “La Voz del Interior” que siempre anunciaba accidentes, inundaciones u otras tragedias. Y ese día iba a resonar con espanto en las almas cordobesas. La ciudad enlutada. Lacerada. Dolorida. Pero sin embargo …aquello que habían creído los dos hermanos Orencio y Oscar… no había sucedido. Fue en realidad lo único que no sucedió, precisamente lo que estaba programado. El blanco verdadero. El que debía cortar la cinta de colores patrios y comenzar los discursos. El destinatario auténtico de aquella espantosa sangría. El verdadero objetivo sindicado para ese día ...Y el único de todo el conjunto, en sobrevivir sin mella alguna.         UN  CIENTÍFICO  ALEMÁN                ¿Y el científico alemán? Continuó dando notas exóticas. Aquel día luctuoso de 1935 había concluido. Al escuchar la terrible sirena del diario cordobés “La Voz del Interior”, el Dr. Stuckert consideró las cosas a su modo. Todo estaba ya concluido. El aún continuaba con la pistola en la mano y ninguno de ambos quería otro mate. La verde yerba asomábales por los ojos, cual cuadro vivo de esa selva misionera que la cultiva. Dio entonces por terminada la tarea que habíalo llevado esa madrugada entre las primeras luces, hasta el domicilio de la calle Dean Funes al 800.                   Cumplido su complejo cometido que habíase propuesto, saludó como un caballero y se retiró. Sencillamente... Pero la familia observó en los meses que siguieron, que existía un policía uniformado frente a su domicilio... ¡Encargado de la seguridad del diputado opositor!                     El Dr. Stuckert tal como a sí mismo se lo había propuesto, continuó preservando la vida de su enemigo político. Con más ahínco aún, por los hechos ocurridos...                                       EL era…  Un  científico  alemán.  -----------ooooooooo--------------
TABLERO DE AJEDREZ..............................por Alejandra Correas Vazquez1813. General San Martín en Córdoba. Esa noche. Esa primera noche. Aquélla del arribo de este misterioso visitante a quien nadie entonces conocía, mientras en su seno las aguas del Calicanto crecían desmesuradamente y comenzaban ya a desbordar. Con el “quinqué” parpadeando sobre sus cabezas y el mulatón fornido apretando su pistola. Hablando el viajero de todos sus recorridos y de los que aún le quedaban por realizar. Sus intenciones. Su meta. Un parámetro imposible de medir todavía en aquel momento. Bajo la mirada expectante del dueño de casa., don Josep Orencio Correas de Larrea, El viajero con la consigna en su mente y sin ningún equipaje en sus manos. El era el hombre que lo traía todo en ese momento especial, cuando el rey Fernando VII de Borbón convocaba a la Santa Alianza para invadirlos. Sólo este proyecto que traía el viajero en su pensamiento, daba esperanzas y nadie podría detenerlo.... mientras afuera arreciaba con furor la tormenta.Y ellos dos como figuras esenciales. Un momento crucial donde se definía el futuro de una nación y el devenir del Cono Sur sudamericano. Una reunión improvisada dentro del salón escarlata donde huésped y anfitrión dialogaron sin prisa, haciendo más lenta las horas y más profunda la obscuridad de la noche.Como tablero de ajedrez en el cual se plantea una genial movida, el viajero exponía largamente sus ideas y luego entraba en un total silencio, mirando de frente a su interlocutor. Completaba un pensamiento, como quien mueve una pieza, un rey, un alfil y luego quedaba callado en total mutismo. Observando y sintiéndose observado. La lámpara del mulato angola subía y bajaba para observarlo mejor, sin que el aludido se inmutara, marcando sus facciones filosas y volviendo más extraño el trasfondo de su mirada. La noche en desvelo con intenso diálogo, dejaba entrar el espasmo en sordina de numerosos truenos lejanos, dentro de la sala carmesí.Enmarcada en secreto esta sutil llegada del visitante a Córdoba, misteriosa y oculta entre las brumas de una cortina de agua, se constituiría con el correr del tiempo en un hecho público y conocido por las generaciones venideras. El sería demasiado importante para la patria como para ser olvidado por los cordobeses, quienes lo acogieron esperanzados en ese momento. Sólo que aquello aconteció –su fama– a posteriori de su estadía en Córdoba ... Pues apenas partió de aquí su figura agigantándose tomó un vuelo inusitado. Conmovió países y continentes. Éxitos. Fracasos. Gloria. Olvido. Restauración de memoria.Fue en Córdoba, por ende, donde obtuvo el mayor apoyo logístico para comenzar sus gestas. El pie inicial. Donde entrevistó a estancieros, comerciantes, militares, políticos, industriales, universitarios, a gente de cultura y producción. De esta gente cordobesa mediterránea y ajena al acontecer mundial, aislada en un mundo de Finisterre, pero universitaria y constitucionalista, fue donde su genio cobró el impulso que lo haría a él, indetenible para los años venideros.Era como visitante una presencia silente, cauta y cautelosa, que intentaba a todas luces pasar inadvertida. Que buscaba adhesión para su programa, pero que no buscaba nada para él mismo. Porque quería sembrar antes que ser admirado. En momento alguno intentó ocupar preeminencia en esta ciudad. Quiso no ser advertido con su llegada, pero fue el visitante más afamado que tuvo Córdoba en el siglo XIX.Sería este visitante solitario, el mismo personaje que luego al partir, agradeciendo la hospitalidad con frases muy gratas en su correspondencia, conmovería a políticos y países, arrastraría masas tras de sí y se haría dueño del siglo subsiguiente,. Muy poco después de salir de Córdoba, donde su presencia intrigara tanto al envolverse él mismo en un manto de misterio, entró de golpe en un vórtice de fama internacional. Pero cuando fue hospedado luego de arribar una noche de lluvia, no se formuló aclaración alguna mientras fue un huésped. Compartió el anfitrión durante ese periodo, el secreto que traía el visitante sólo con su guardaespaldas, el mulato gigante. Todos los otros pasos que el recién llegado dio entre personas muy conocidas por la ciudadanía, mantuvieron ese mismo sigilo. Los cordobeses esperaban por aquel tiempo no volver a ser acusados de connivencia “bonapartista”, con sangre ilustre derramada. Pero deseaban luchar otra vez por una Constitución, y veían con sumo agrado que ahora toda la nación como ellos, se opusiera a Fernando VII y su absolutismo. Apoyaban esa esperanza. Por ello confiaron de que este visitante, hombre venido de una Europa moderna, liberal y progresista, la trajera en sus bolsillos. No iban a equivocarse.Las familias cordobesas que lo agasajaron casi en susurro –y no sólo la familia Correas de Larrea que lo hospedó a su llegada– tardarían mucho tiempo en arribar a esa comprensión final. Fue muy valioso el papel que les tocó en suerte protagonizar dentro de la historia --sin ellas saberlo-- pues el forastero era demasiado enigmático y reservado. Esa figura extraña que estuvo mateando con todas las damas cordobesas y partió con sus saludos de despedida, volvería luego hacia ellas, completamente engrandecida.Y en ese interior doméstico, de gente con tradición aristocrática pero de una vida sencilla y muy simple, iban más adelante, con el tiempo y los años a preguntarse ... ¿Era él? ¿Es el mismo? ¿Ese era nuestro huésped? ¿Ese era nuestro visitante silencioso? ¡Pues ellas habíanlo tenido entre sus paredes sin darse cuenta de nada! ... Así son las sorpresas que propone a la gente sencilla : El Destino.BRINDIS CON EL VINO DEL REYAquella noche imborrable de la llegada, entre el viajero empapado e imperturbable, dueño de sendas y caminos, de postas y laberintos, de puertos incontables, de mares y cabalgatas... Junto al estanciero y bodeguero que dábale alojamiento todo había sido ya expuesto sobre la mesa. Aconteció como en los hechos de magia. La magia histórica que luego de ello vendría.Iba clareando aquella noche tormentosa que intentaba concluir, mientras concluían también las explicaciones. Iba clareando aunque la lluvia era aún indoblegable, quizás con la misma fuerza tenaz que ponía a dicho viajero en acción. Caía sin pausa ...Era como él... Tenía su constancia. Su carácter. Su perseverancia. Cauta, estable e inamovible. San Martín había llegado a Córdoba de incógnito, a cambiar el rumbo de todas las cosas.Allá a lo lejos, detrás del océano, un rey absolutista llegado desde el exilio –Fernando VII– abolía la Constitución y llamaba a la Santa Alianza para invadir las tierras del Imperio Español de Ultramar, las cuales ya no se sometían a una monarquía absoluta sin derechos constitucionales. Pues el pensamiento de Rousseau había penetrado ahora la piel de todos los hombres hispanoamericanos del siglo XIX.Pero en aquella noche cordobesa, dentro del salón rojo carmesí rodeado por una empalizada de agua, con los cristales empañados donde había amanecido antes de llegar el día, todo era enjundia y emociones. Dos espíritus prestos para el progreso se habían aunado para iniciar la gran gesta y defender los principios modernos del hombre nuevo.¡Sí! ... ¡Era el momento de brindar por el futuro!. En ese instante cumbre y considerando que todo el mazo de cartas había sido ya extendido sobre la mesa, el anfitrión, Don Josep Orencio Correas de Larrea le dijo entonces con alegría y alivio, a su huésped :—“¿Quiere usted caballero llegado bajo la lluvia desde tan lejos hasta mi casa, trayéndome tan buenas nuevas, Don José Francisco de San Martín y Matorras, servirse esta copa con el Vino del Rey?”---------------000000000-----------------
“¡SIN REMORDIMIENTOS! ¡TODOS A GRANADA!” .............................. Por Alejandra Correas Vázquez En Enero de 1992 pudimos leer quienes en ese año especial del Quinto Centenario fuimos a España, en afiches que tapizaban toda la ciudad de Madrid, la siguiente leyenda: “Sin remordimientos! ... ¡Todos a Granada!” Era muy emotivo. Los ómnibus que partían rumbo a Granada, desde la plaza Cibeles madrileña que corta la Gran Vía, llevaban un público en su mayoría cristiano, pero quienes ahora iban a homenajear a la antigua capital musulmana del Reino Nazarí, el día 10 de enero de 1992, al cumplirse 5 siglos exactos de su capitulación... Sin remordimientos por parte de sus vencedores: los Castellanos. Una inmensa exposición en la Alhambra (el paladio real nazarí) concitaba allí la atención internacional. Al mismo tiempo que los centros históricos andaluces homenajeaban a Fernando Valor (príncipe Omar el Omeya) quien fuera en 1569 el último valuarte de resistencia de esta hermosa cultura arábigo-española, que quedó en el recuerdo con todo su precioso pasado perdido. Pero sin embargo... nunca olvidado… Su riqueza cromática, sus arabescos y verjas, el esplendoroso jardín del Generalife que lo corona sobre la montaña, con sus palacios repartidos allí y casi de juguete. La Sierra Nevada rodeando Granada en todo su esplendor. El blanco Albaicín que baja hacia el centro granadino entre mansiones árabes y preciosas casas blancas. Un paisaje espectacular que hace en conjunto de esta ciudad bordeada por la Sierra Nevada, la admiración del viajero al contemplar ante sus ojos, uno de los momentos más sobresalientes del genio humano. Pero también es necesario recalcarlo, el notable respeto por su pasado que manifestaban los visitantes, cuando recorrían los sitios granadinos. Y además de ello, la sorpresa de hallar allí en la última década del siglo XX, a tres cofradías musulmanas que en 1992 lograban nuevos adeptos a la ley de Aláh... cual si esos cinco siglos se hubiesen comprimido. Estas cofradías, hay que resaltarlo, no estaban compuestas por árabes, sino por adeptos europeos que rescataban el islam sunita andaluz, muy liberal como fue, y muy erudito.Sin olvidar a la Gran Sinagoga granadina que es hoy la catedral de Granada. El mayor templo hebreo español, cuadrado, que tuvo el propósito explícito de reproducir el templo de Jerusalén en el Sefarad, nombre dado para España por la comunidad judía. Estaba pues yo como visitante caminando muy conmovida por la Alhambra, trasladada emocionalmente en el tiempo y sintiéndome vivir entre los siglos XIII o XV (fecha cúspide del palacio nazarí) cuando vi en el Patio de los Leones una escalerilla que algunas personas bien trajeadas utilizaban, y subí por ella. ¡De pronto! …como si se descorriese un telón del tiempo, como despertando de un sueño, encontréme de improviso en pleno siglo XX ...frente a toda clase de computadoras modernas. Pues allí arriba en lo que antaño fuera la gran sala de recepción del Harén, con sus odaliscas envueltas en tules transparentes, la UNESCO tiene ahora sus oficinas. Funcionan en ese primer piso de la Alhambra mirando hacia el Patio de los Leones, dado que Granada es patrimonio de la humanidad. Además sus rubios delegados hablaban casi todos en alemán. La fascinación que causa el Palacio de los Abencerrajes, como le llaman algunos, o Palacio Nazarí, como le llaman los otros, no es fácil de describir. Ver una estructura edilicia tan oriental y colorida, ornamentada con filigranas hechas en mampostería, como encajes que cubren las arcadas, dentro de la pétrea Europa medioeval, y además de ello ubicado hoy en el presente, dentro de la España moderna, crea una ilusión de transposición del tiempo. Se encuentra también allí en el patio exterior, un extraño trono multicolor para dos personas sentadas, recubierto de azulejos brillantes, el cual crea una especial incógnita que nadie contesta... ¿Era aquélla una Diarquía como la etrusca o la espartana?... También en Tiahuanaco (Bolivia) se halla un trono doble. No son dos asientos para rey y reina como los europeos. Es uno solo con capacidad para dos. Nadie responde. Sigue la incógnita. Los visitantes se sientan allí para fotografiarse e inevitablemente la guardia civil española se acerca muy armada de fusiles para ordenarles levantarse. ¿Quiénes eran los Abencerrajes? En aquellos siglos cuando compitieron por el gobierno de Granada con Boabdil —quien los asesinó en el Patio de los Leones— tenían un poder económico y político inmenso. Se ha pensado algunas veces que fueran una familia árabe del Yemen propiamente dicha, quizás recientemente instalada. Pero la investigación de la escuela “Arabista” española lo ha puesto en duda. Los historiadores modernos dicen que no existen rastros sobre su origen. Fue la familia más importante de la Granada nazarí. Algunos especulan que pudieran ser persas. Tema tampoco aceptado por los arabistas. Célebres por su riqueza, su belleza física y sus conflictos amorosos. A uno de ellos se lo sindica como amante de la esposa de Boabdil. Hasta se presume que fueran “Mawalas o Maúlas”, es decir de origen cristiano convertidos al Islam. Pero esto también es rechazado por todos los arabistas. En Argentina se usa mucho en el ambiente gauchesco la palabra “maula” que significa renegado. En el Al-Andalus español y su zona de influencia (Galicia, Navarra, Zaragoza, Valencia) los Maúlas eran innumerables, como una moda instalada desde el 711 al 1492. Ampliamente aceptados por los emires y califas españoles, especialmente cuando provenían de una clase alta con preparación para colaborar con su administración. Los Abencerrajes eran la familia más rica de Granada, y por ende de España en ese siglo XV. Se los acusó de favorecer una alianza con Turquía (los turcos nunca entraron en España Musulmana). Como también de que uno de ellos fuera amante de la esposa de Boabdil ...y en la Alhambra hay pintado un mural moderno con la estampa amorosa entrelazada de los dos amantes, donde en castellano se aclara que en ese patio precioso y florido, Boabdil los sorprendió... Lo cual no es óbice para asesinar a una familia entera. Los sobrevivientes se sabe, huyeron a Europa. La leyenda dice que fue tanta la sangre que los leones escupían agua roja. Y el Romancero Morisco dice en castellano: “Cabalgaba el rey Moro por las calles de Granada desde la Puerta de Elvira hasta la de Vivarrambla” Elvira era la pequeña ciudad cristiana que se hallaba en el centro de Granada, con una catedral gótica que parece de juguete. Pues convivían las tres religiones y las tres comunidades, cada una en su espacio. Y Vivarrambla era la judería granadina, donde se hallaba la Gran Sinagoga ¿Qué hacía por allí entre cristianos y judíos, el rey moro?... Pues tomar vino, porque esas dos comunidades no lo tenían prohibido, mientras que en la parte islámica lo tenían prohibido por el Corán... Y allí justamente en Vivarrambla salió a su encuentro un anciano hebreo de largas barbas, quien le dijo: “Mataste a los Abencerrajes que eran la flor de Granada trajiste a los tornadizos de Córdoba la Sultana por todos estos errores... ¡Que aquí se acabe Granada!” ¿Por qué eran rivales cordobeses con granadinos? No lo sabemos. Pero sí que el levantamiento de las Alpujarras en tiempos de Felipe II lo realizó Omar el Omeya, descendiente de los califas de Córdoba. Pues el Emirato de Córdoba se transformó en Califato con Abderramán III (siglo IX), es decir, se independizó de Oriente, transformándose en un reino europeo musulmán. Y esto hay que destacarlo. El Califato de Córdoba, y más tarde los cinco reinos Taifas, como el Reino de Granada, eran reinos españoles no dependientes de los sultanatos orientales. Quedan muchísimos interrogantes sobre estos reinos árabes españoles. Pues desde 1492 hasta 1808 (o sea durante 316) toda información quedó oculta y prohibida... hasta que llegó Antonio Conde, secretario del rey José Bonaparte. Fue este ilustre erudito el primer arabista español. Pero como Conde después tuvo que refugiarse en Francia, el arabismo debió esperar hasta la llegada del orientalista flamenco Dozy para que el trabajo continuara. Este investigador de Leiden publicó en lengua francesa su excelente trabajo “Los Musulmanes de España” haciendo comenzar su análisis desde la época pre-islámica. Por ello los primeros trabajos arabistas sobre España, se hallan escritos en francés. Resulta que cuando Napoleón Bonaparte estuvo en Egipto, como general antes de ser emperador, encontróse con muchas familias árabes egipcias que le dijeron ser de origen español, ponderándole aquel período. Cuando envió a su hermano mayor José como rey de España le encargó investigar este tema. José traspasó su pedido al profesor Conde que era especialista en historia medioeval, quien hizo un trabajo de tres volúmenes sobre el reino árabe español. Para los interesados es bueno aclarar que Internet ha publicado su obra, de difícil acceso en bibliotecas. Bajando del Alhambra a pie, se encuentra enseguida dentro de la misma montaña la casa de Manuel de Falla, aquélla que el gran músico abandonó una noche de improviso en medio de la guerra civil española, luego de que Federico fuera fusilado, para no convertirse en la próxima víctima del facismo. Partió de allí, y halló su sitio de descanso en la plácida ciudad de Alta Gracia, provincia de Córdoba, Argentina. 0oooooooooooo0 “SIN REMORDIMIENTOS ¡TODOS A GRANADA!... 1992” 0oooooooooooo0Alejandra Correas Vázquez
BRINDIS  en  CORDOBA     ........... por Alejandra Correas Vázquez 1813. Las calles coloniales cordobesas mostraban su empedrado y sus faroles. Sus tejas. Su Calicanto. Su Cabildo y su Campo de Marte. Por aquellos días un Chasqui tocó las manos en la casona ciudadana de familia Correas de Larrea, situada en proximidad al Calicanto. El caballo del Chasqui encabritado por los ladridos de los perros guardianes y las protestas de los mulatos que hacían de porteros, no fue un misterio para nadie. Todos habían notado su presencia. Era una siesta ventosa y seca, que amarilleaba el camino. Terrosa. El poncho del Chasqui empolvado, confundíase con su rostro cetrino. Recibió su paga y propina con “yapa” de manos del mayoral (un mulatón) y volvió a partir. El mensajero portaba una carta lacrada que debió dejar en manos de aquel negro angola fornido, mirándose ambos con desconfianza. Los perros callaron cuando hubo partido. La carta lacrada contenía un extraño anuncio. Estaba firmada por un hermano del dueño de casa (ambos mendocinos) –Don Ignacio– quien a la sazón vivía en el Puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Ayres... Don Josep Orencio a quien iba dirigida, radicado éste último hacía dos décadas en Córdoba, leyó su contenido con sumo asombro... y quedóse meditando. Los tiempos eran tensos y en esta ciudad universitaria vivíase mal. Pues Fernando VII de regreso al trono desde el exilio había abolido ese año la Constitución. La ciudad sufría. Don Ignacio le comunicaba en ella a su hermano Orencio, la llegada de un huésped recomendado por él. Un viajero. Alguien a quien nadie en Córdoba conocía.. Para ello escribía a su hermano recomendándole sus atenciones y mentada hospitalidad. Cuando uno se remonta hacia aquellos tiempos en una Sudamérica colonial y patriarcal, hecha de encomenderos, oidores y virreyes, se halla ante un concepto de familia y compromisos filiales, que se cumplían como leyes de estado. El interés por la comunidad –porque era más pequeña– introducía dentro de ese ámbito cerrado a los miembros de familias como a participes de la vida societaria. Como ejecutores de los acontecimientos vitales de una ciudadanía. Ignacio solicitaba a su hermano Josep Orencio facilitarle a dicho huésped toda la ayuda necesaria, en la medida de lo posible e intentando lo imposible, por cuanto este huésped era especial. Tratábase según le comunicaba por escrito, de “algo” de gran importancia, más que de alguien en figura misma. En aquellos momentos apacibles en Córdoba luego de inmensas tristezas, quedaban en la ciudadanía consecuencias muy claras de un abatimiento, porque era una ciudad universitaria que habíase embanderado en el apoyo a la Constitución. La defendieron con garra, como un progreso, como una medicina para las heridas dejadas por Carlos III cuando destruyó la obra jesuítica encadenando a los profesores de Córdoba... Y fueron después los cordobeses acusados de “bonapartistas”... Con sangre derramada. Todas las casas citadinas estaban de duelo desde hacía tres años y se desconfiaba de cualquier persona llegada desde afuera. Incluso de los Chasquis. Ya no se les ofrecía ni el mate ni mazamorra. Todos aquellos ciudadanos que en el puerto de la Santísima Trinidad de Buenos Ayres habían apoyado al príncipe Fernando VII un lluvioso día de mayo, tres años antes (mientras estaba en el exilio) fueron traicionados por este rey. La sangre cordobesa había sido derramada en vano. Como quiera que sea... vivos o muertos, héroes emancipadores o fantasmas, bonapartistas o fernandistas, todos ellos pertenecen por igual al Cono Sur sudamericano y los mueve por último un mismo deseo. Todos en conjunto sufren ahora en 1813. el advenimiento del séptimo rey Fernando de Borbón y la supresión de la Constitución inspirada en Rousseau. La Sierra Morena se ha llenado allá en la península española de constitucionalistas, apoyados por los bandidos comunes. Luego de ello, “los corsarios del Río de la Plata sitiaban Cádiz” (frase del rey). El Imperio de Brasil avanzaba sobre las provincias cisplatinas del Río Grande (las cuales nunca serían devueltas)... ¡Y Fernando VII convocaba a los países de la Santa Alianza para reconquistar las Indias! ... Aunque él mismo las perdía al abolir la Constitución y ni siquiera gobernaba a la propia España. Ante el desorden manifiesto, los “maloneros” pampeanos (indios bárbaros) habíanse puesto otra vez en movimiento y no serían vencidos hasta finales del siglo. Y en toda Iberoamérica la búsqueda de un derecho civil, de una seguridad para las poblaciones, de un orden, de la defensa territorial, de una Constitución que los ampare en el concierto del mundo civilizado, arrojará a todos ellos en aras de la independencia, como solución final. La carta que Josep Orencio tenía en sus manos, traída por el “chasqui” en aquel día, incluía estas reflexiones. Un mundo en derrumbe. Ilusiones cortadas. Largos años de trabajo llevados adelante por pioneros, amenazados ahora de malón e invasión ...y sin un rey real. Verdadero. Protector. Amante de sus súbditos. Respetuoso de ellos, como corresponde a todo buen monarca. Seguían a continuación en la misma carta lacrada numerosas referencias que daban indicios de acontecimientos a suceder, datos precisos a ejecutar, proyectos y situaciones claves. Al finalizar la misma su hermano le indicaba que ésta misiva debía ser quemada, por precaución, luego de leerla. El total del misterioso contenido de esa correspondencia donde se incluían numerosos nombres, fechas y lugares, que Josep Orencio guardaría para siempre en la memoria, sólo él junto a su mulato guardaespaldas y mayoral, alcanzaron a leerlo y conocerlo. Don Orencio terminó de leer la carta de su hermano Ignacio y volvió a doblarla. Quedóse con ella en la mano meditando, mientras observaba una vez más con detenimiento el sello del lacre, a fin de asegurarse. La releyó. Capturó su contenido y a continuación, se dirigió a su negro angola el cual estaba siempre cerca suyo. Situación muy corriente por aquel tiempo. Llamábase Tomás o Tobías o Tobiano… o Tulio. Había nacido allí. Le ordenó traer una lumbre. El mulatón fornido que oficiaba de criado, guardaespaldas, secretario, guardallaves y hasta de amigo y confidente, se retiró al interior de esa casona para volver con un candelabro encendido y entre ambos, vieron arder las negras letras contenidas en la carta, hasta que las llamas convirtieron todo en ceniza. Un mulatillo juguetón pero avispado, montó guardia junto a la reja de entrada desde ese momento, en forma incansable. Para disimular se le indicó que jugara, curioseara como haciendo ocio o regara las plantas profusas que contorneaban aquella reja. En tanto desde el portal interior el mulatón fornido vigilaba al pequeño vigilante. Y era él realmente quien aguardaba al futuro huésped, pues era el único además de su amo, dentro de esa casa, que estaba al corriente de todo. Ambos siempre fueron mutuamente confidentes. Nada, ningún movimiento externo, escaparía nunca a su negrísima y alerta mirada. Sin embargo el viajero fue aún más precavido que todos ellos y demoró muchísimo –desde el momento en que se hizo anunciar por escrito– consumiendo la paciencia de los dos vigilantes. La llegada no se producía. Tenía él sin duda, un especial interés de que nadie aquí o allá, se informase de su arribo a Córdoba. Una noche garuaba en forma persistente y la cortina de gotas gruesas y lentas, aumentaba las tinieblas. El agua caía como un manto suave sobre las calles empedradas y era recogida cuadras más allá, por el Calicanto. La garúa fue de a poco transformándose en lluvia de finas hebras envolviendo a toda la ciudad . Sus habitantes. Las casas. Los templos. La Universidad. El Paseo Sobremonte. El Campo de Marte. La Alameda de Sauces de la Calle Ancha. Todo ese escenario colonial parecía llorar una tristeza ancestral, y un frío lento fue posesionándose del entorno, como si penetrase en el interior de las ropas. Los caballos y perros callejeros sufrían de gran “chucho”. Lluvia deseada y aguardada, luego del tierral ventoso. Las calles corrían color chocolate, pero la tinieblas impedían apreciar ese color turbulento que se derramaba sobre el Calicanto de piedra bola. En medio del silencio nocturno un caballo distante detuvo su trote y las ruedas de un carruaje rechinaron sobre el empedrado. El rocín resopló con la angustia que produce todo esfuerzo, dentro de un mal clima. Los truenos violentos dejaban ver rayos luminosos sobre el cordón de la sierra, aún visible desde la ciudad, mientras el cochero intentaba calmar al asustado y noble animal. Pero el carruaje habíase detenido a cierta distancia y no parecía querer buscar refugio... Después, unos pasos de botas, lentos, con chasquina de agua, silenciados a medias por el declive de los charcos, fueron acercándose hacia la casa. El negrito hacía ya mucho tiempo que no vigilaba su entrada y la visión era, en ese momento, obscura e impenetrable por la cortina de agua. Los pasos detuviéronse junto a la entrada y el personaje llamó a la puerta en forma casi informal. Sin ceremonial. Como si no quisiese anunciarse. Los perros encerrados por la lluvia se estrellaban contra el portón de entrada, cual si pudiesen voltearla, dispuestos al parecer a despedazar al intruso. En el interior, el mulatón fornido y corpulento, guardián siempre de la casa –quien en las noches dormía con un ojo abierto– cayóse de su lecho como todo portero al que no le gustan las sorpresas. Con rapidez (pues se acostaba semivestido y armado de acuerdo con la época) recogió la lámpara que de noche dejaba encendida a su lado, y fue atravesando con ella en la mano las habitaciones frontales. Aquel frente alargado de la antigua casona  mostraba los cristales empañados, mientras los ventanales iban iluminándose uno a uno, recorriendo el camino de la lámpara. Por último llegó junto a la pesada puerta de madera, donde el mulatillo trataba de sujetar a los furiosos canes. Y allí se detuvo sin abrir aún la puerta (cuya llave llevaba en la cintura) para espiar tras los visillos de encaje por una diminuta ventanuca del costado. Pudo así ver sin ser visto, a aquel visitante nocturno que osaba transgredir su sueño remolón, mirándolo con interés y desconfianza por un largo rato. ¡Pero en aquel rostro no reconocía él, a nadie conocido! Frente suyo había un rostro largo, pálido, medio enjuto, de ojos expresivos y perfil agudo casi de cóndor, filoso, marcado de fatiga y con la mirada penetrante del hombre que ha trotado caminos, océanos y ciudades. Pero el mulatón no estaba dispuesto a franquearle la entrada aunque lloviese a cántaros y el viajero se encontrara empapado. Dueño absoluto de esa puerta y siendo él, el único portador del llavero en toda esa casa, estaba decidido a defender la entrada de intrusos que nadie conocía, si era necesario con su propia vida. Pues habían acontecido ya en Córdoba sucesos dolorosos llegados desde afuera. Y ese desconocido solitario, mojado y aislado, que no traía acompañante ni escolta alguna, no le parecía a él, una visita apropiada. De pronto a sus espaldas, apareció de improviso Don Josep Orencio acompañado por el negrito con otra lámpara encendida, e indicóle a su guardaespaldas que dejase entrar sin más preámbulos, al desconocido. Así, de mal humor –ese mal humor célebre de los negros angola– con el “refunfuño” de todo portero contrariado, como un perro guardián al que se le coloca el bozal, hízose a un lado pero sin bajar la lámpara que tenía en la mano (e iluminando a la vez sin disimulo al forastero para observarlo mejor), mientras con la otra mano sujetó aún más su pistola, la cual creía tener que usar en cualquier momento. El viajero fue invitado a pasar a la sala de recibo, luego de que le hubieran quitado la ropa cargada de agua, mientras dos mulatas somnolientas comenzaban a encender las lámparas de un quinqué, que pendía del techo. El visitante continuaba de pie, como si no le importase la propia fatiga, cual si no necesitase ningún descanso. Indiferente al reposo. Pero el dueño de casa le aconsejó tomar asiento... y casi se lo exigió. Colocaron un brasero crepitante junto al recién llegado, el cual finalmente tomó asiento en un sillón amplio y mullido. Un sillón doble, rojo escarlata, de madera negra y laqueada con gran respaldo decorado. Don Josep Orencio fue a sentarse a su lado, mientras el mulatón sin dejar el gesto de desconfianza, continuó montando guardia junto al dueño de casa. Una plática a un mismo tiempo medida y encendida, fue llenando el recinto. Principiaron a rodar las palabras. Pocas al comienzo, pero de gran significado y contenido. En cada pausa deteníanse las miradas, como vagando imprecisas, adentrándose dentro de ellas mismas. Las modulaciones de voz fueron cobrando acentuaciones nítidas. Cada idea emitida poseía un don de propiedad, como si el idioma se hubiese enriquecido. No había ademanes, había concesiones dadas. Casi preparadas, tal vez por la larga espera y por esa llegada imprevista. Sólo el mulatón había quedado de testigo y el silencio de la casa, no podía ser más propicio. Y allí, en esos momentos, con esos dos hombres frente a frente, en esa sala carmesí, mientras la lluvia aumentaba su vigor y la noche su tiniebla, cuando la ciudad parecía haberse ocultado en un manto de agua inacabable… ¡Comenzaba allí a diagramarse el devenir del Cono Sur Sudamericano! Fue precisamente en una noche de lluvia, en la ciudad católica de Córdoba fundada junto al río Suquía por una comunidad judía  en 1573,  a pocas cuadras del Calicanto y en la casa de un sudamericano de antiguo linaje, salvado milagrosamente de morir fusilado como sus amigos en “Cabeza de Tigre” (al oponerse al 25 de mayo que juraba lealtad a Fernando VII) por hallarse en ese momento cumpliendo sus tareas de estanciero en Jesús Maria– un sobreviviente que sentíase a sí mismo como parte del pasado... Fue en esa noche de lluvia y tinieblas, que se delineó el destino argentino y sudamericano con una fuerza irreversible…El viajero explicó entonces que venía de Buenos Aires, procedente de Inglaterra, que había vivido en Francia, anteriormente en España… y mucho antes de ello... en Yapeyú. Esa noche. La noche aquélla del arribo de este misterioso visitante... Mientras en su seno las aguas barrosas del Calicanto cordobés crecían desmesuradamente debido a una lluvia persistente, y ya comenzaban a desbordar. Con el “quinqué” parpadeando sobre las cabezas del dueño de casa y el huésped nocturno. Con un mulatón fornido apretando su pistola. Hablando el viajero de todos sus recorridos y de los que aún le quedaban por recorrer. Sus intenciones. Su meta. Un parámetro imposible de medir en aquel momento. Bajo la mirada expectante de don Josep Orencio Correas el dueño de casa. Ambos, como figuras esenciales de una reunión clave, dentro del salón escarlata de aquella familia mendocina radicada en Córdoba, dialogando sin prisa y haciendo más lenta las horas y a la vez más profunda la noche. Como tablero de ajedrez en el cual se plantea una genial movida, el viajero exponía largamente sus ideas. Para entrar luego en un silencio total, mirando de frente a su interlocutor tras completar un pensamiento. Caviloso, callado, en total mutismo, observando y sintiéndose observado. La lámpara que portaba el mulato angola al subir y bajar, marcaba sus facciones filosas, volviendo más extraño el trasfondo de su mirada. La noche en desvelo y el diálogo intenso, dejaba entrar en aquella sala colonial, el espasmo en sordina de unos truenos lejanos. Enmarcada en secreto la sutil llegada del  visitante, misteriosa, oculta entre las brumas de una cortina de agua, se constituiría con el correr del tiempo en un hecho público conocido por las generaciones venideras. Sólo que todo aquello aconteció –su gran fama– a posteriori de su llegada subrepticia. Pues apenas partió de Córdoba su figura tomó un vuelo inusitado. Conmovió países y continentes. Éxitos. Fracasos. Gloria. Olvido... y restauración de memoria. Fue esa noche por ende, donde obtuvo el apoyo logístico para sus gestas. Los caballos, vinos y armas blancas que producía la estancia de Jesús María  propiedad de Don Josep Orencio. Por intermedio de sus relaciones también entrevistó en Córdoba a comerciantes, militares, políticos, hacendados, universitarios, gente de cultura y de producción. Al gobernador, legislador y estadista progresista Dr. Juan Bautista Bustos, quien lo apoyó incluso, enviándole soldados fuera de Argentina cuando su proyecto había llegado ya hasta Perú.. De esta gente cordobesa mediterránea, solitaria en el extremo sur del continente, culta y universitaria. pero ajena hasta entonces al acontecer mundial. Una sociedad colonial aislada en su mundo agropecuario dentro de un Finisterre sudamericano, fue donde él explayó por primera vez su protagonismo histórico, y donde su genio cobró el impulso necesario que lo haría indetenible hacia delante. Con su presencia silente, cauta y cautelosa que intentaba a todas luces pasar inadvertida. Que buscaba adhesión para su programa, mas no para él mismo, porque quería sembrar, antes que ser admirado. Que en momento alguno intentara ocupar la preeminencia que otros forasteros habían alcanzado en esta ciudad. Distinto a todos ellos, intentando no ser casi advertido, pero sin embargo, con mayor capacidad transmutadora que ningún otro. Sería este visitante solitario llegado sin escolta, sin acompañantes... el mismo personaje que luego al partir de allí, arrastraría masas. Multitudes. Conmovería políticos y países. Muy poco después de su estada en Córdoba (donde su presencia intrigara tanto al envolverse él mismo en un manto de misterio) y ser hospedado allí dentro de esa familia colonial a la que arribó en una noche de lluvia, su presencia de allí en más, iba a constituirse en una figura de relieve histórico. Compartió el dueño de casa Don Josep Orencio durante ese período, el secreto que traía aquel visitante, sólo con su mulato gigante.. El forastero era demasiado enigmático y reservado. Pero su figura que estuvo entre ellos y partió con sus saludos y afectos, volvería luego  en estampa y bronce, ya completamente engrandecida. Y en ese interior doméstico de gente con tradición elegante, pero de una vida muy simple, mediterránea, aislada en el continente... iban a preguntarse más adelante : ¿Era él? ¿Es él, el mismo? ¿Ese era nuestro huésped, aquel visitante silencioso? Pues habíanlo tenido entre sus paredes sin darse cuenta de nada. Así son las sorpresas que propone a la gente sencilla, el Destino que todo lo marca. Aquella noche imborrable de su llegada con una lluvia implacable, entre el viajero empapado e imperturbable, dueño de sendas y caminos, de postas y laberintos, de puertos incontables, de mares y cabalgatas... Junto al estanciero y bodeguero que dábale alojamiento por indicación de una carta familiar convertida en llamas y ceniza, todo había acontecido como en los hechos de magia. La magia que luego de ello vendría. Iba clareando en aquella noche de intenso diálogo que intentaba concluir, mientras concluían también las explicaciones. Iba clareando aunque la lluvia era aún indoblegable, quizás con la misma fuerza tenaz que ponía a dicho viajero en acción. Caía sin pausa. Era como él. Tenía su constancia. Su carácter. Su perseverancia. Cauta, estable, inamovible. Había llegado a Córdoba de incógnito... a cambiar el rumbo de todas las cosas. Allá lejos, detrás del océano, un rey llegado del exilio –Fernando VII– abolía la Constitución y llamaba a la Santa Alianza para invadir las tierras hispanoamericanas, las cuales ya no se sometían a su monarquía absoluta, sin derechos constitucionales. Pues el pensamiento de Rousseau había penetrado ya la piel de los hombres sudamericanos del siglo XIX. Mas en aquella noche cordobesa, en ese salón de rojo carmesí rodeado por una empalizada de agua, con los cristales empañados donde había amanecido antes de llegar el día, todo era enjundia y emociones. Dos espíritus prestos para el progreso se habían aunado, para iniciar la gran gesta y defender los principios modernos del hombre nuevo. Sí. ¡Era el momento de brindar por el futuro! En ese instante cumbre, considerando que todo el mazo de cartas había sido ya extendido sobre la mesa, le dijo entonces Don Josep Orencio Correas a su huésped: –“¿Quiere usted, caballero Don José de San Martín y Matorras, llegado desde tan lejos hasta mi casa trayéndonos estas buenas nuevas, brindar conmigo y servirse esta copa con el Vino del Rey de Jesús María?” ......................... Alejandra Correas Vázquez .........................  
ACUARELAS COLONIALES ............................(Novela - Continuación)por Alejandra Correas Vazquez................................... ............................ RUMBO al ALTO PERÚ.............................ACUARELA CINCOEn el atardecer somnoliento de otoño bajo la placidez abrileña de la sierra, la centenaria bisabuela Aurora alimentaba con su mano al zorzal azabache, que llenaba de música la galería. Un tapiz de hojas secas cubría el adoquín del patio, y la mirada melancólica de mi madre se posaba sobre el aljibe.Su nostalgia doliente evocaba a mi padre en su ausencia, de viaje rumbo al Mercado de Charcas, y se consolaba con la imagen de tu cercanía junto a él. Con tu presencia a su lado. De forma que tu alejamiento que llevaba ya dos años, habíase transformado de improviso para ella en un reencuentro emotivo y cálido, desde el momento en que él abordara la carroza que lo llevaba, año a año, por los largos caminos hacia el Alto Perú. Desde su partida aguardábamos su llegada imperiosa, como si ese descenso suyo en Charcas, fuese el nuestro propio. Y el calor de su brazo sobre tu cuello, fuese la misma ternura envolvente de nuestra pasión femenina, emotiva y llorosa... Y no la altiva adustez de nuestro padre.El llevaba nuestro amor cordobés que a la distancia, sin la frescura de nuestros campos, sin el aire ventoso de nuestra sierra,... Y en el empedrado ciudadano de Charcas, convertiríase en algo muy distinto. En otro sentimiento. En una emoción diferente, que el joven estudiante que tú encarnabas ahora, iba a transformarlo en una galantería familiar y afectuosa, más que en una nostalgia doliente como era la nuestra. La soledad del que ha quedado a la distancia no tiene el mismo espectro sentimental, del que ha partido en busca de novedades y emociones. No era lo mismo yo, recorriendo los senderos que fueran de nuestros juegos, que tú en la vida mundana cual era ahora tu presente.¡Qué lento era aguardar los días de camino cuando nuestra imaginación volaba al viento, llevada por la serenidad otoñal! Todos viajábamos. Nuestro padre en la realidad. Nosotros en el alma.La carroza avanzaba por los caminos dándonos la espalda, y en su interior nuestro padre dejaba evadir sin prisa el pensamiento, para alejar la monotonía del tiempo señalado en semanas, sin noches ni días. La capa envolviéndole el rostro, en protección al polvo blanco de las salinas, que filtrábase por las cortinillas de las ventanas. Sus largas y elegantes manos jugaban con los extremos rubios de su barba. Posábanse enguantadas sobre las rodillas, repasando el lienzo de su traje paraguayo, que partiera impecable, y que debía resistir todo el peso del trayecto.A su frente Gervasio, su fornido guardaespaldas de arrogancia angola, hijo de Tobías, atisbaba con ojo atento los peligros inciertos de la travesía. Asomaba de continuo su rostro muy inquieto, a través del resquicio de las cortinitas. Su mirada obscura y vivaz, obscura como la noche, se confundía en el interior del recinto escondiéndose de la vista de los arrieros. Sus manos musculosas posábanse sobre la pistola que llevaba a la cintura, y el menor bullicio del exterior era captado por él con rapidez y premura. Mientras los gauchos arrieros protegidos del viento salino por sus ponchos, y armados de lanza y facón, guiaban con altivez esa caravana de carretas, cargadas con productos del Tucumán.La carroza de mi padre y Gervasio con sus briosos caballos, continuaba siguiendo a las mulas caravaneras por el Camino Real. Y la comitiva de carretas que había partido de nuestros campos —apartando a nuestro padre de la sierra,— avanzaba ya por tierras desérticas de indómitas salinas. Para desembocar ahora en los tupidos bosques de rojos senderos, que lo transportaban hacia el bullicioso norte altoperuano, de ciudades alumbradas e inmensas ruinas preincaicas. ¡Qué mundo de fantasía era el nuestro en la lejanía!Como un susurro envolvente de pausadas notas, la bisabuela Aurora rememoraba el paisaje que mi padre y Gervasio iban contemplando. Y al que ella conocía palmo a palmo ... pero con un derrotero inverso. En su memoria centenaria y congelada en el tiempo, la mamasita Aurora evocaba la inversión del viaje y del espacio. Su partida juvenil de Lima, desde la ciudad de los Virreyes, la cuna de su nacimiento, con la blancura reluciente de sus casas festoneadas de balcones floridos. Luego el paso por el pétreo Alto Perú y el lento descenso del Altiplano entre pampas y quebradas, hasta arribar a las selvas y salinas tucumanas. Para por fin llegar hasta este refugio de nuestra sierra cordobesa que la atraparía para siempre.—“Era en tiempos de mi Cirilo y a su lado. Mi traje de novia llegó acomodado en un arcón ... Hermenegildo abría la marcha y me consolaba.” ¿Qué serían ya entonces para ella, desde esta distancia, la florida Lima y la blanca Charcas?En el camino mi padre continuaba dentro del carruaje, mientras Gervasio descendía para controlar la comitiva, y palpaba nuevamente su pistola. Su salto ágil, y su figura felina y africana, imponía respeto en el gauchaje. En cada alto del trayecto el mulatón paseaba su mirada inquisitiva, por las treinta carretas cargadas de cueros secos, vinos y charquis, que avanzaban con pesadez, descoloridas y grises, por el polvo persistente del camino. Los jinetes de lanza en mano lo miraban de frente. Altivamente. Con su orgullo de estirpe, de casta gaucha. Y ambos, en su respetuosa rivalidad continuaban la marcha.El orgullo criollo del gauchaje, de profundas raíces indias, no cedía su lugar en la marcha. No cedía su dominio de los caminos. Y en esa combinación humana, en esa síntesis de exóticas lealtades, de cercanías y distancias, de rutas y distensiones ... continuaban viajando todos juntos.La mutua compañía de mi padre y Gervasio, junto a la elegante altivez de los gauchos lanceros que guiaban las carretas (pero comían por separado) iban en conjunto abriendo los senderos del norte… ¡Y del hechicero Alto Perú con sus emociones mundanas!Y más allá, adonde ellos nunca llegarían, el Virrey de Lima enviaba pliegos con firmas de rúbrica y sellos hispánicos, a los lejanos señores de la Casa de Austria...................00000000000.................
ACUARELAS  COLONIALES...............................NOVELA..........      BRILLOS   de  CHUQUISACA....................................ACUARELA TRES(CONTINUACION)por Alejandra Correas VazquezLa satisfacción de nuestro padre ante tu verbo, ahora estilístico, con el cual nos sorprendías. O el esplendor que te produjera el contacto con ese Alto Perú —tan distante de nosotros— que supo revelarte los códigos de una vida mundana. Mas la exaltación juvenil por haberte presentado allí  como un enviado de nuestro padre, ante Real Audiencia de Charcas ...Tus exámenes en Chuquisaca para doctorarte… No dejaban empero ocultar las emociones galantes, que se adivinaban en la complicidad de Ambrosio.Las ancianas de nuestra casa  te observaron de otra manera. La abuela Inés, cautamente, en su personal estilo. La casi centenaria bisabuela Aurora, con su emotividad incontrolable ... quien llegó discutiendo con Micaela, haciendo resaltar con ira sus pequeños ojillos azules, porque mi niñera intentaba ayudarla tomándola del brazo, para acercarla a tu encuentro. Luego, Ramona... tu protectora de siempre. Una india de edad imprecisable,  altiva, saliendo de la cocina con su vestimenta blanca, impecable, muy lavada, sin adorno. Con su pañuelo negro atado como vincha, cubriéndole todo el cabello, que destacaba su rostro inmóvil, sin arrugas, milenario ... Indio.Todas ellas juntas frente a ti, sumaron su eco al sombro... ¿Cómo habrían las ancianas de reconocer en este galante joven llegado de Chuquisaca y Charcas... al travieso Cirilo de antaño, quien escapaba por los corredores de las reprimendas indignadas de Tobías? —“No ... No es el nuestro”— murmuraron entre sí al mirarte las ancianas—“Ninguno de los dos son mis muchachos”— meneó con asombro la cabeza TobíasEl sol se ponía ardiente, sonoro en su silbar de vientos cordobeses, que alejaban como un hechizo las calles tapizadas de Charcas y su decoro de salones.  —“¿Hay nostalgia?”— te pregunté entonces, como si yo sintiera una emoción contagiosa—“Siempre hay nostalgia —me contestaste— La de las chicharras en Charcas, la de los salones en Córdoba”Y fue ése el momento de nuestro reencuentro, al pensar que yo quedaría, cuando la hermanita hubiese pasado en tu memoria, como la chicharra nocturna evocada a la distancia, sobre el escenario ciudadano del mundano Alto Perú.-----------00000000---------------EL  RANCHO  de  PIEDRA.................................ACUARELA CUATRO---------------------(Bosquejos del Pasado .en nuestra niñez) El sol expandía fuegos por el paisaje y una eclosión brillante de mica tapizaba el escenario de la sierra, en aquella siesta inmaculada de blancura. Sobre esa dimensión asoleada y eterna, el perfil recortado en curva de Hermenegildo, con sus pómulos emergentes y sus ojos zarcos, sobrevivencia de una raza india inextinguible, declaraba su estampa milenaria como imagen de un vacío intemporal. Fue el instante en que salimos a su encuentro, como dos niños serranos y casi silvestres, atravesando el bosque de talas y huyendo de la vigilancia de Tobías. Por momentos, en el silencio caluroso del verano donde el ardor cae en vértigo sobre la tierra, un leve rasguño a la distancia parece un alarido, y el temor que producíanos nuestra huída, hacía precipitar el color rojo de las mejillas. Nos colocamos sumisamente a su lado entre las peñas del contorno, junto al alero de paja de su rancho de piedra, que emitía hondas intensas de calor… para él imperceptibles. Nada lo conmovía. Cualquier ambiente, el presente de fuego o la escarcha invernal, le eran indiferentes. No nos hablaba. No emitía tan siquiera el rumor de sus pensamientos ... Lentamente, como saliendo de un pasado inmaterial, reparó en nosotros, a través del hueco profundo de sus ojos claros, recortados sobre el cobre brillante de su piel.—“Íbamos veinte arrieros … Con veinte carretas cargadas de cueros secos, carne de charqui y vinos, camino de Arica para traer sedas de Oriente ... Don Cirilo se apeó del pescante para ver de cerquita al Atacama, y el Tobías, mozo entonces, había quedado dormido con las armas al cinto “¡Vaya cuidador!” ... dijo Don Cirilo “¡Si yo debo protegerlo a él, durmiéndoseme ansí en el peor lugar!” … Era hombre “juerte” y decidido Don Cirilo ...arrogante... conmigo le bastaba y él lo sabía. Mi lanza era suficiente. Pero quería pasear y probar al mulato, tan joven entonces, darle la “juerza” de un gaucho porque se criaba en la casa entre “mojeres.”Y se iluminaron los ojillos indios de Hermenegildo como micas al sol, reviviendo esa emoción juvenil de rivalidad gauchesca contra los mulatos, siempre asiduos a la vida doméstica de nuestras familias.—¡“Yo seré un Don Cirilo como aquél!... y llevaré cueros más lejos, con más mulas, y Ambrosio no se dormirá en mi carruaje”— …Interviniste entonces para que yo te oyera y admirase, como héroe desvalido al que sermoneaban todas las tardes.—“¿Endeveras? ... velay ... Cirilito ... Cirilito … ¡Don Cirilito!...”Su silencio volvió a invadirnos y retornó nuevamente al estatismo, mientras cruzaban en sus recuerdos los macizos nevados andinos, que los años habían apartado de su vista. El ronroneo del mate que él llevaba a la boca como atenuante a la sed, con aroma a yerbabuena en ese ardiente verano, le devolvía cierta apariencia humana. De sus dedos nudosos y cobrizos asomaba el porongo natural, fundiéndose en una sola especie. Su mate espumante y con la bombilla presta, parecía mantener la única realidad de aquel instante. Cerró los ojos y la mansedumbre del sueño se posó sobre su cuerpo, con la fuerte osamenta sentada en silla baja y los brazos cruzados en una perfección de estatua. Y allí lo dejamos después de un largo rato, sin que ningún movimiento involuntario lo privara de aquel equilibrio casi sobrenatural.------------------0000000000000-----------------CONTINÚA
EL  PATOIS ………………………..   Una personalidad muy conspicua del gobierno nacional argentino (eran las últimas décadas del siglo XIX) hijo de la Docta Córdoba y orgullo de su Universidad, debía arribar en esos días al pueblo de Santa Rosa, habitado por ricos y elegantes ganaderos, que tenían entonces mucha fuerza política. Como sucedía en esos tiempos, los grandes productores podían decidir elecciones. Y él llegaba allí, para presenciar los festejos del 30 de agosto, día de su  Santa  Patrona : ¡Santa  Rosa!            Y esa personalidad muy grata a toda la provincia cordobesa, era el Dr. Figueroa Alcorta, ministro de la nación y más tarde presidente de la Argentina... quien arribaría allí el día preciso y a la hora justa de la histórica ¡Tormenta de Santa Rosa!  Situación ésta muy complicada e ineludible para todos los argentinos puesto que la célebre tormenta se reparte por todo el país. Un Ciclo Cíclico.   Pero los festejos en el rico pueblo de Santa Rosa (hoy ciudad) eran por otra parte, magníficos.          Como era de esperar, Santa Rosa habíase engalanado aquel año especialmente, para recibir en su fiesta patronal del 30 de agosto, al Dr. Figueroa Alcorta, futuro presidente. Un hombre de la cultura y político caro al sentimiento cordobés, quien sabía dar forma amena a sus condiciones carismáticas,  con maneras elegantes de buen político.            Misiá Jeromita poseía la casa ideal para esas visitas especiales e iba una vez más a convertirse en la anfitriona máxima, con todo el gran aparato que ello involucraba. Y su “aparatosidad” tenía impresionados a todos los estancieros. Su propio marido –Don Gregorio-- daba por sentado como algo natural que su casa fuese un centro social, donde los acontecimientos del lugar o de la provincia, tuviesen en su casa el punto de reunión. Matizado todo ello, por la “charme” de su elegante esposa descendiente de franceses. Don Gregorio dio órdenes precisas a sus peones gauchos. Y ... como era su costumbre… Misiá Jeromita lo  cambió  todo.           —Po ... Popué … como diga Jeromita— aceptó él muy tranquilo una vez más   En materia de “sociedad” ella era la que reinaba y él bien lo sabía. Así opinaban por otra parte todos los santarrosinos, quienes una vez más  la  convocaban. La casa quedó engalanada con ornatos especiales, algunos que aún se reservaban en envoltorios bien guardados y que ahora, era la oportunidad de lucir. Los sillones de la sala fueron cubiertos por largos brocatos de seda, que colgaban hasta el piso.  ¡De modo que toda la casa estaba de fiesta! ...galerías, cuartos, despensas, pasillos, en su totalidad fueron vestidos de seda, todo estaba renovado allí de punta en blanco. ¡Y  hasta las  camas  con  su  dosel !    COMIENZO  RIMBOMBANTE------------------------------------    Una exhibición de pompa criolla estaba preparada para aquel día y aquel honorable arribo del Dr. Figueroa Alcorta. La fiesta rimbombante dio comienzo. Llegaron casi al mismo tiempo los puebleros, los estancieros, los chacareros, las autoridades locales, la banda y el cura párroco.           Y luego por cierto, llegó la figura central homenajeada : el Dr. Figueroa Alcorta y su elegante comitiva ensombrerada. Trajes obscuros, guantes blancos, chalinas claras y bastones con mango de nácar. Caminaban por la calle central entre los “¡vivas!” de aquella población campestre, custodiados hacia derecha e izquierda por los mejores domadores de la zona, montados en sus briosos caballos criollos de nerviosas colas, con los arneses tachonados por monedas de plata. Los jinetes iban también ataviados con su traje especial obscuro de “gaucho rico” ponchos rojos ,con chambergo criollo y portando banderas argentinas.            En dirección opuesta a ellos por la misma calle, los estancieros santarrosinos hacían su entrada para recibirlos, llevando en su hombro izquierdo el poncho elegante de alpaca, Completando de tal manera aquel rimbombante espectáculo. Todo era muy teatral. Muy pueril. Muy bucólico. Muy ... pero muy... de Santa Rosa de Rio Primero.     ........                     Y todos ellos como últimos testigos estaban reunidos allí aquel día festejando a la santa peruana, la auténtica homenajeada del 30 de agosto, aunque estuviera en ese día especial, con el arribo del Dr. Figueroa Alcorta y su comitiva ensombrerada, relegada a un segundo plano. Era un 30 de Agosto.            La fiesta pública finalizaba luego de dichas solemnidades camperas, para dar comienzo a festejos privados con asistencia de estos ilustres visitantes, agasajados por la gran anfitriona Misiá Jeromita. Y ella  abrióles su casa engalanada, orgullo de todos los santarrosinos. Así ingresó a su interior el cortejo ensombrerado con bastones de nácar y chalinas claras al cuello,  siguiendo los pasos del Dr. Figueroa Alcorta.          Las personas importantes de Santa Rosa estaban todas reunidas allí con atuendos elegantes, rodeando la mesa oval, paquetísima,  enmantelada de Misiá Jeromita... Y como siempre acontece cada 30 de agosto, el día comenzó a obscurecerse rápidamente, pues había llegado con puntualidad : ¡La Tormenta de Santa Rosa!            La exquisita comida con preparación artesanal servida en platos de fina porcelana francesa, con cubiertos altoperuanos de plata labrada, servilletas de lino paraguayo bordadas al “ñandutí”, con esos comensales erectos y sentados en sillas de madera con altos respaldos... tendría en su conjunto que continuar degustando esas delicias con todas las ventanas cerradas. Y el quinqué encendido aunque fuese de día.            El Dr. Figueroa Alcorta era atendido con elegancia y exquisitez francesa por la dueña de casa. Y con solicitud por aquellas chinitas ceremoniosas  (llamamos así a las mestizas en Argentina)  educadas para el servicio de los huéspedes de Misiá Jeromita… Las cuales vestidas de punta en blanco y muy almidonadas, las crenchas dentro de cofias con puntillas, hacían gala al hablar con el Ministro usando ese especie de “patois” que había recreado Misiá Jeromita en su entorno.            Para un hombre de la política nacional e internacional que hablaba varios idiomas, leía lenguas clásicas y también conocía algunos giros gauchescos, además de ciertos términos quichuas y guaraníes (como todo argentino) producíale gran intriga esa lengua. Pues intentaba reconocerla ... No lo lograba.            El esfuerzo de esas chinitas duras de almidón por lucir su bilingüismo, era toda una joya de escuchar. El quería saber sencillamente si era “sanavirón” básico o “comechingón” perdido, quizás una variante del “quichua” ¡Pero nunca hubiera imaginado que era simplemente un “francés” recreado en Santa Rosa! Un “patois” que no estaba  en el archivo de  ningún  lingüista.   Los invitados estaban ocupados en saborear manjares bajo la luz de un quinqué, mientras afuera arreciaba la tormenta anual del 30 de agosto. Era el día Santa Rosa, en el pueblo de Santa Rosa y bajo la Tormenta de Santa Rosa… Despreocupados, distendidos en sus asientos y salvados del vendaval. Absortos además como estaban con las personalidades del gobierno nacional, reunidas en el salón señorial de Misiá Jeromita alrededor de su mesa oval, y dispuestos a departir intereses comunes que siempre hay entre políticos y productores. Alternativas que compartían al unísono en vistas al devenir de la Provincia de Córdoba ... entre copas de bacarat francés llenas de champagne y postres criollos con dulce de batata.  En el exterior todo era obscuridad. Viento ululante. Tierra. Sal. Polvo. Tormenta de Santa Rosa. Sal blanqueando los campos por su proximidad con la Salina Grande. Afuera era de día y parecía de noche. Adentro era de noche y parecía día, el quinqué daba luz a una gran comida diurna, que pareciera una velada nocturna. La sobremesa invitaba a los discursos y aplausos.   La comitiva ensombrerada acompañante del futuro presidente  Dr. Figueroa Alcorta, gozaba de aquella hospitalidad tradicional de que hacían gala los viejos estancieros de antaño, saboreando el buen vino después de una abundante comida. Todos ellos satisfechos de encontrarse allí a resguardo, en el clímax acogedor de la anfitriona y protegidos dentro de esa casa elegante de la cruel Tormenta de Santa Rosa, que ya había obscurecido a todo el pueblo de Santa Rosa. Aquí la luz del quinqué. Allá la obscuridad de la tormenta. Cielo negro. Cristales salpicados de arena.   El  DOSEL ………  Bajo la cama donde los dos niños de la casa jugaban con sus regalos nuevos, tanto el dosel ostentoso como el cubrecamas de brocato, poco permitíanles ver.  El pqueño José María fue entonces en busca de una vela y encontró un candelabro encendido. Lo colocó junto a la cama de modo de alumbrar debajo ella, y se deslizó nuevamente gateando para disfrutar con  aquellos juguetes que aún no estaban rotos. La llama de la vela iluminábalos con su contraluz, mientras los niños gozaban de su tesoro infantil. De improviso la llama del candelabro comenzó a tener ideas propias, y no tuvo inconveniente en trepar por el dosel que casi lamía el piso. Fue caminando por un sendero recto y erecto y encontró en la cúspide del dosel, un rápido espacio para levantar un arco de fuego y humo. Mucho humo. Pues la seda natural provoca humareda antes que llama. Los niños seguían jugando bajo la cama porque el humo y las llamas habíanse ido para arriba. Como ningún niño jugando advierte si hay calor o frío, ellos continuaron indiferentes a todo, junto al hechizo cautivador de sus juguetes.   El  HUMO ………… En la sala, en tanto, los finos y selectos invitados continuaban la esplendidez de los brindis. Luego, lentamente, minuto a minuto, la habitación elegante e iluminada por un quinqué francés, comenzó a volverse negra. Rostros negros. Manos negras. Toses. Confusión. Todo era allí en el interior humareda y obscuridad ... cual si la Santa Patrona, como queriendo participar de los festejos en homenaje a ella, y brindar con los estancieros junto a ese atildado Dr. Figueroa Alcorta, hubiera traspasado las puertas atrancadas sentándose en medio de todos.   Los invitados querían reconocerse unos a otros y no lo lograban. Tenían los ojos llorosos y tanteaban confundidos muebles y paredes en busca de algún escape rápido, el cual empero, pareciera no hallarse próximo. Al respirar ese aire enrarecido por la seda quemada, ahogábanse y la humareda negra producíales cosquillas y estornudos.   Y cuando las chinitas sirvientas, al tanteo y con palabras supuestamente francesas, abrieron por fin las puertas cerradas con trabas pesadas, que daban hacia el exterior... ¡Todos ellos salieron en tropel hacia la calle! “refugiándose” en la ventolera ululante de la Tormenta de Santa Rosa y en la garúa que ya daba comienzo, principiando un nuevo cambio climático. ¡La tierra estaba convertida en barro obscurísimo y la sal en blanquísima salmuera!  Los elegantes estancieros que habíanse colocado ese día sus mejores galas, los señores sombrerudos de la comitiva oficial, el futuro presidente de los argentinos Dr. Figueroa Alcorta, el prelado, el anfitrión Don Gregorio trajeado de etiqueta ...y su esposa francesa Misiá Jeromita... Todos ellos situados allá afuera, hallábanse ahora a la intemperie completamente asolados por viento, tierra y agua bajo un diluvio completo en el pueblo de Santa Rosa, el día de Santa Rosa y bajo la Tormenta de Santa Rosa. Apagado el incendio. Arrojado el dosel al exterior. Expulsado el humo por el propio viento que entró como una exhalación dentro de la casa (empujando cortinas, copas y mantelería de lujo al suelo) cuando se abrieron las puertas al huir los invitados hacia fuera. Y aplacada de ese modo la situación crítica... el conjunto de la casa por fin se normalizó. Mientras que la Tormenta de Santa Rosa paseaba copetudamente como Santa invitada, por el interior coqueto de la elegantísima casa de Misiá Jeromita. Y cuando las chinitas extrajeron a los dos niños, de abajo de la cama, pudieron ver que sus rostros infantiles eran los únicos que no estaban tiznados. ¿Y sus juguetes? ... ¡Completamente a salvo! Y todos ellos tuvieron en definitiva su último brindis en el descampado. El resto del pueblo campero con pingos, gallinas, perros y lechuzas, estaban ya hacía rato, refugiados bajo protección.   00000000000    Cuando los años de su presidencia pasaron y sus éxitos mundanos lo llevaron a una amplia gama de relaciones, fue de pronto en cierta oportunidad a reencontrarse con ese pasado. En una recepción en Europa integrada por una nueva generación de políticos (muy lejos ya de Santa Rosa y sus estancieros) Figueroa Alcorta conoció a un nieto de Misiá Jeromita, muy joven, quien iniciaba esta carrera mundana. Y el viejo político díjole a su comprovinciano, con mucho cariño :          —De mis viajes y anécdotas mundanas se ha grabado siempre en mi recuerdo, por ser completamente distinta a todas, esa recepción que recibí en Santa Rosa en casa de aquella anfitriona tan original como fuera tu abuela, con su encanto personal. Pero me quedó una pregunta que nadie supo entonces responderme y por ello te la formulo ahora … ¿Qué idioma se hablaba en su casa y en tu familia?          —¿En casa de mi abuela Jeromita?... Pues, el francés de París— contestóle el joven muy ufano              Y el Dr. Figueroa Alcorta quedó una vez más mudo de asombro... Como aquel día 30 de Agosto que pasara en Santa Rosa, durante la fiesta de Santa Rosa y bajo la tormenta de Santa Rosa.     gcgncncgngcg
AMENOFIS EL MAGNÍFICO..............................Alejandra Correas VázquezTodos conocemos a Lorenzo de Medici el Magnífico. Gran príncipe renacentista.. Su equilibrio, su tolerancia ...Pero sin él saberlo (porque Champollion que leería los jeroglíficos nacería cuatro siglos después)... tuvo un antecedente en el faraón Amenofis III el Magnífico.Un gran estadista y padre de Akhenatón, el amado de los dioses por toda la fortuna que ellos le prodigaron, fue el primero en edificar un templo a Atón, deidad inaugurada por su padre el faraón pacifista Tuthmosis IV de la dinastía XVIII. Asimismo fue el primero que organizó su cuerpo de sacerdotes, pero evitó —al contrario que su hijo— manifestar tendencia alguna al monoteísmo. Todo indica que el gran Amenofis era partícipe del pensamiento heliopolitano donde el sol Ra era llamado “Uno, Pluriforme y Multicambiante”, como el Logos Solar o Círculo Atón, bajo el cual viajaba Tuthmosis IV de acuerdo a sus inscripciones: “llevando al Atón por arriba de él”. Amenofis III lo heredó de su padre edificando el primer templo a Atón, como también su primer cuerpo sacerdotal. Y más adelante lo legó a su hijo, quien creó una revolución completa en torno suyo. Pero Amenofis III no participaba del imperialismo monoteísta internacional, con la abolición de todos los demás credos, tema que sería particular de Akhenatón, anticipándose a musulmanes y cristianos. Para Amenofis el Faraonato debía ser el centro político de todas las naciones, con el mismo concepto de la posterior Roma. Y como ella, los dioses extranjeros eran “dioses del imperio”, tal cual los césares iban a definirlos. De modo que sin ningún atisbo de permeabilidad en cuanto a su creencias propias, el faraón magnífico se postró delante de todos los dioses que tenían los hombres, como una parte esencial de su política internacional. Juró ante sus ídolos extranjeros para lograr acuerdos de paz, que eran ante todo comerciales. Razonaba fríamente como un ario (tal cual era su madre una princesa mitania o sea irania, persa) pero siempre sería un oriental astuto, estando además rodeado de fenicios por medio de su esposa. Toda su personalidad nos invita a creer que no creía en ninguno. Cuando no se tiene un dios propio, una fe propia, es porque no se tiene ninguna. El era sin duda un escéptico en materia de creencias y con su actitud (algo semejante a la de los romanos cultos) es posible imaginar que fuese interiormente un ateo. Más que nada un escéptico. Quizás en sus adentros se burlara de todos ellos, como lo haría en el futuro Luciano de Samosata, quien ridiculizó a sus propios dioses. Pero los dioses le fueron de una gran utilidad práctica en su juego gubernamental. Demostró con los reyes vecinos un exagerado politeísmo, que siempre iba acompañado de tratados económicos, diplomáticos o fronterizos. Hizo extensible su “piedad religiosa” incluso hasta el terrible dios ario Nerik, “Dios Hitita de las Tormentas”. El mismo Thor de la mitología escandinava. Los hititas a su vez hablaban alemán, como lo descubrieron los arqueólogos de esta nacionalidad (Grozny era bohemio educado en Viena quien halló la identificación) que tradujeron sus textos, redactados en letras cuneiformes. Su rey tenía además el título de “Zar”, así exactamente, lo que crea un curioso antecedente que rompe con tradiciones cesarianas largamente explicadas. Cualquier osadía que mantuviese en pie el trono faraónico era aceptable para Amenofis III, como el admitir también dentro de Egipto templos fenicios con sacerdotes propios. Esta variabilidad religiosa confirma en él su astucia y diplomacia, que fue su gran testamento político, e hizo pública su tolerancia de las creencias. El conocía a los hombres en todas sus debilidades, por ello supo entrever que la fe religiosa era una de sus principales motivaciones, de modo que admitió a todos sus dioses por extraños que fuesen, a fin de lograr beneficios para Egipto. Comprendía que el espíritu mágico y mitológico de sus súbditos los obligaba por entero. Y como un árbitro internacional usó de esta fuerza con amplitud, pues tenía todas las condiciones gubernamentales de un César romano y fue de tal modo un precursor de ellos. El intelecto complejo de Amenofis el grande, que se advierte en el substrato de todo su gobierno, fue acompañado de esta tolerancia religiosa que constituyóse en la clave de su poder internacional. El dejó a los hombres y a sus naciones vasallas, con todos sus rituales, y en ese juego psicológico les creó el gran mito del Faraón. De forma tal que aquellos reyes vasallos le llamaban “Mi sol” y a su muerte lo deificaron, enviando a Egipto notas curiosas de inmenso dolor, incluso de los bárbaros hititas. ............ooooooooooo...........
ACUARELAS COLONIALES  ...............................NOVELA...........por Alejandra Correas Vázquez   BRILLOS   de  CHUQUISACA....................................ACUARELA TRES(CONTINUACION)por Alejandra Correas VazquezLa satisfacción de nuestro padre ante tu verbo, ahora estilístico, con el cual nos sorprendías. O el esplendor que te produjera el contacto con ese Alto Perú —tan distante de nosotros— que supo revelarte los códigos de una vida mundana. Mas la exaltación juvenil por haberte presentado allí  como un enviado de nuestro padre, ante Real Audiencia de Charcas ...Tus exámenes en Chuquisaca para doctorarte… No dejaban empero ocultar las emociones galantes, que se adivinaban en la complicidad de Ambrosio.Las ancianas de nuestra casa  te observaron de otra manera. La abuela Inés, cautamente, en su personal estilo. La casi centenaria bisabuela Aurora, con su emotividad incontrolable ... quien llegó discutiendo con Micaela, haciendo resaltar con ira sus pequeños ojillos azules, porque mi niñera intentaba ayudarla tomándola del brazo, para acercarla a tu encuentro. Luego, Ramona... tu protectora de siempre. Una india de edad imprecisable,  altiva, saliendo de la cocina con su vestimenta blanca, impecable, muy lavada, sin adorno. Con su pañuelo negro atado como vincha, cubriéndole todo el cabello, que destacaba su rostro inmóvil, sin arrugas, milenario ... Indio.Todas ellas juntas frente a ti, sumaron su eco al sombro... ¿Cómo habrían las ancianas de reconocer en este galante joven llegado de Chuquisaca y Charcas... al travieso Cirilo de antaño, quien escapaba por los corredores de las reprimendas indignadas de Tobías? —“No ... No es el nuestro”— murmuraron entre sí al mirarte las ancianas—“Ninguno de los dos son mis muchachos”— meneó con asombro la cabeza TobíasEl sol se ponía ardiente, sonoro en su silbar de vientos cordobeses, que alejaban como un hechizo las calles tapizadas de Charcas y su decoro de salones.  —“¿Hay nostalgia?”— te pregunté entonces, como si yo sintiera una emoción contagiosa—“Siempre hay nostalgia —me contestaste— La de las chicharras en Charcas, la de los salones en Córdoba”Y fue ése el momento de nuestro reencuentro, al pensar que yo quedaría, cuando la hermanita hubiese pasado en tu memoria, como la chicharra nocturna evocada a la distancia, sobre el escenario ciudadano del mundano Alto Perú.-----------00000000---------------  EL  RANCHO  de  PIEDRA.................................ACUARELA CUATRO---------------------(Bosquejos del Pasado ...en nuestra niñez) El sol expandía fuegos por el paisaje y una eclosión brillante de mica tapizaba el escenario de la sierra, en aquella siesta inmaculada de blancura. Sobre esa dimensión asoleada y eterna, el perfil recortado en curva de Hermenegildo, con sus pómulos emergentes y sus ojos zarcos, sobrevivencia de una raza india inextinguible, declaraba su estampa milenaria como imagen de un vacío intemporal. Fue el instante en que salimos a su encuentro, como dos niños serranos y casi silvestres, atravesando el bosque de talas y huyendo de la vigilancia de Tobías. Por momentos, en el silencio caluroso del verano donde el ardor cae en vértigo sobre la tierra, un leve rasguño a la distancia parece un alarido, y el temor que producíanos nuestra huída, hacía precipitar el color rojo de las mejillas. Nos colocamos sumisamente a su lado entre las peñas del contorno, junto al alero de paja de su rancho de piedra, que emitía hondas intensas de calor… para él imperceptibles. Nada lo conmovía. Cualquier ambiente, el presente de fuego o la escarcha invernal, le eran indiferentes. No nos hablaba. No emitía tan siquiera el rumor de sus pensamientos ... Lentamente, como saliendo de un pasado inmaterial, reparó en nosotros, a través del hueco profundo de sus ojos claros, recortados sobre el cobre brillante de su piel.—“Íbamos veinte arrieros … Con veinte carretas cargadas de cueros secos, carne de charqui y vinos, camino de Arica para traer sedas de Oriente ... Don Cirilo se apeó del pescante para ver de cerquita al Atacama, y el Tobías, mozo entonces, había quedado dormido con las armas al cinto “¡Vaya cuidador!” ... dijo Don Cirilo “¡Si yo debo protegerlo a él, durmiéndoseme ansí en el peor lugar!” … Era hombre “juerte” y decidido Don Cirilo ...arrogante... conmigo le bastaba y él lo sabía. Mi lanza era suficiente. Pero quería pasear y probar al mulato, tan joven entonces, darle la “juerza” de un gaucho porque se criaba en la casa entre “mojeres.”Y se iluminaron los ojillos indios de Hermenegildo como micas al sol, reviviendo esa emoción juvenil de rivalidad gauchesca contra los mulatos, siempre asiduos a la vida doméstica de nuestras familias.—¡“Yo seré un Don Cirilo como aquél!... y llevaré cueros más lejos, con más mulas, y Ambrosio no se dormirá en mi carruaje”— …Interviniste entonces para que yo te oyera y admirase, como héroe desvalido al que sermoneaban todas las tardes.—“¿Endeveras? ... velay ... Cirilito ... Cirilito … ¡Don Cirilito!...”Su silencio volvió a invadirnos y retornó nuevamente al estatismo, mientras cruzaban en sus recuerdos los macizos nevados andinos, que los años habían apartado de su vista. El ronroneo del mate que él llevaba a la boca como atenuante a la sed, con aroma a yerbabuena en ese ardiente verano, le devolvía cierta apariencia humana. De sus dedos nudosos y cobrizos asomaba el porongo natural, fundiéndose en una sola especie. Su mate espumante y con la bombilla presta, parecía mantener la única realidad de aquel instante. Cerró los ojos y la mansedumbre del sueño se posó sobre su cuerpo, con la fuerte osamenta sentada en silla baja y los brazos cruzados en una perfección de estatua. Y allí lo dejamos después de un largo rato, sin que ningún movimiento involuntario lo privara de aquel equilibrio casi sobrenatural.------------------0000000000000-----------------CONTINÚA
ACUARELAS COLONIALES------------------(NOVELA).........................por Alejandra Correas Vázquez(TIEMPO Siglo XVII- UBICACION Virreinato del Perú. SITIO Provincia del Tucumán (hoy Argentina) Lugarde Residencia... Una Merced cordobesa (hoy Córdoba de Argentina) PERSONAJES Una familia encomendera viviendo junto a sus negros angola. AFUERA en el campo, el Capataz criollo y los peones mestizos......................A  LA  VERA  DEL  ARROYOACUARELA  UNO.....................       Cuando aún no habías llegado y yo bajaba por la ladera desmontada del arroyo, para recorrer los senderos de nuestra infancia, Eloísa iba a mi lado recogiendo las uvas silvestres bañadas por la humedad de la orilla. Sus dientes esmaltados sonreían a mi tristeza, transmitiéndome la ilusión de tu regreso. ...¡Qué lejos estábamos mi mulatilla y yo de suponer una lejanía tan larga y un cambio tan abrupto! Yo aguardaba a mi hermano de siempre, juguetón y serrano, sin imaginarme que luego de tres años en Charcas regresarías a nuestra casa solariega de la Merced cordobesa, convertido en un atildado caballero altoperuano... Pero aún no lo sabía en aquella tarde de remembranzas. A lo lejos el ganado mugía y los gauchos saludábanme asombrados, arqueando sus potros zainos ante mi encuentro. Como si mi presencia en los campos del arroyo fuese una alucinación, dada por el esplendor de la primavera serrana teñida con tierras de tormenta.            Antes del regreso ya nos estaban buscando desde la casa... Y cuando aún no anochecía, nuestro mayordomo el mulato Tobías con su inmensa humanidad, bajaba azorado y humedecido el rostro con una lámpara de aceite encendida en la mano… ¡Cual si hubiese concebido buscarnos la noche entera! Fue un alboroto de voces, la imprecación casi senil de Tobías :—“¡Niña Magdalena! ... ¡Vamos Eloisa! ¡A casa!”        Mi niñera, la negra Micaela, tomó mi brazo con energía mientras me colocaba sobre los hombros la mantilla de seda oriental, traída de Arica desde Manila —que refrescaba más que abrigaba— zamarreándome con fuerza. Luego me condujo hacia las habitaciones de la casa haciendo brillar aún más el carbón de sus ojos. Lamentándose en su matronal euforia, mientras lloraba, de que yo fuese las más indolente de "sus hijas”.         La ronda de mulatos a nuestro alrededor, nos sermoneó toda la noche. Y mientras rezábamos el acción de gracia por la cena recibida, seguían las imprecaciones de Micaela : —“¡Mi niña junto a esos gauchos! ¡Cuántos "matrereados" hay entre ellos!”       Más tarde, llevándome hasta mi cuarto, deshizo mi tocado casi con furia. Y mientras arropaba mi lecho con quillangos, caían lágrimas sobre su rostro de ébano :—“Sí... Maiíta...”— íbale yo contestando compungidamente         Nunca comprendí bien los temores de Micaela, si ella temía por mí o por ella. Pero ella me llevaría hacia el Alto Perú el día de tu boda, y ella me vestiría de seda para la cena de tu regreso. En esa excluyente separación que nos envolvía dentro de la gran casona enrejada de la Merced, entre nosotros los dueños de casa y nuestros sirvientes mulatos, formábamos un conjunto de convivencia diaria. Pero toda mi existencia estaba separada del entorno, y el escenario extendido más allá del cercado de verja y pirca —adonde comenzaba el mundo aislado del gauchaje— representaba entonces para mí, un temor y un misterio. El mundo prohibido.        Fue en aquel tiempo de mis frescos dieciséis años cuando empecé a entrever en Micaela, en su celo protector de fidelidad y cariño, un celo humano aún mayor y mucho más grandioso. Un orgullo de casta que habíala colocado a ella en el centro de nuestro núcleo de familiar, y de la cual dependía su honor ...En aquella tarde mancillado. Era yo una propiedad injerta en el  corazón de Micaela desde el primer vagido, desde el primer momento al salir del seno de mi madre. Era ella quien me transmitía ese temor al paisano gaucho e indomable, que habitaba los campos de nuestra Merced. ¡Arisco mestizo sin tribu y sin mansión! ...Fiel defensor del espacio donde galopaba… Protector de aquella tierra y pensador de los caminos. Solitario en su rancho y señor de las distancias. El gauchaje pertenecía al espacio, al caballo, al vacuno, a la yerra y el arreo. Las aguadas y sus arroyos. Esbelto y altivo, en su mundo propio.Los mulatos en cambio pertenecían al interior de la casa, y se apartaban lo más posible de todas las tareas rurales. Preparaban nuestros viajes y nos precedían en ellos. Cuidaban de nuestro decoro y poseían todas las llaves, incluida la del joyero. Redactaban la correspondencia y distribuían nuestros ingresos. Eran custodios de nuestro mundo cual si fuese de ellos mismos, o como si les atemorizara ese inmenso espacio abierto donde pastaba la hacienda. Negros angolas y gauchos mestizos, eran rivales unos de otros, coexistían sin convivir en absoluto y sin darse mutuamente concesiones.—“Hija mía, te lo ordena Micaela...”Díjome mi elegante madre mirándome con sus ojos color cielo, cuando al despuntar el alba nos reunimos todos juntos para tomar la leche hirviente espesada en mazamorra. Y me señaló a continuación un arco de bordados que hacía tiempo yo abandonara, y al cual mi niñera habíame preparado esa mañana para mantenerme quieta a su lado. Tobías estaba sentado junto a la entrada, supuestamente colocado allí para otear tu retorno. Nada era verdad. Nuestro obeso y obscuro mayordomo, habíase transformado ahora en un tiránico cancerbero, del que no podríamos huir el día entero. Mediante un guiño mi diminuta mulatilla díjome, mimosa y picarescamente, cuando sus manos depositaron en las mías el espumoso mate en su vasija de plata :   —“Sólo nos queda la ventana del desván...”            Pero ahora no veíame yo con la agilidad de los doce años de Eloísa, para desprenderme por aquel único retículo que en la casa existía sin enrejado, Con mis enaguas de puntillas al viento y raspándome las rodillas sobre las paredes del exterior de la casa. Pero fui feliz al oírla por recordar las siestas otoñales de nuestra infancia, cuando en la casa todos dormían y Tobías —más joven— pescaba en el arroyo. Cuando tú y yo nos deslizábamos por la escalerilla adosada a la pared, y rumbo al desván nos evadíamos saltando esa ventanuca sin reja, para perdernos entre el bosque de talas ... ¡Y así emigrar hacia juegos de imaginaciones sin cuenta!         Yo no era entonces una alucinación para los paisanos, ni el gauchaje más que un natural hombretón donde el curtido capataz Hermenegildo —de elocuente prosapia india— nos subía a las ancas de su potro. Era, pensaba ahora, que el anciano paisano había muerto en su rancho de piedra, en el puesto principal de la Merced, adonde aquella noche lo velamos junto a nuestro padre, y ante los responsos del cura Dionisio. La paisanada oró en multitud. Pero yo fui apartada de ti y de mi padre por Micaela, colocándome junto a ella y a mi madre ¡Cómo si la despedida a Hermenegildo fuese tan sólo una propiedad de ustedes!               Y allí estábamos ahora Eloísa y yo aquella tarde que te aguardábamos, prisioneras en la casona de la Merced y custodiadas como dos gemas brillantes. Una como diamante blanco y otra como diamante negro, dentro de un joyero del cual la llave estaba en el cinturón de Tobías, celosamente guardado y puntillosamente escondido.........................................EL  VIAJERO  DE   CHARCAS   ACUARELA DOS      Aquel día feliz cuando te aguardábamos —luego de tres años de ausencia— el galope de un alazán bañó de polvo, en medio de la sequía primaveral de nuestras sierras cordobesas, el camino de ingreso a la Merced.Tobías abrió el gran portón de madera con su parsimonia acostumbrada. Ambrosio desmontando hizo pie en el adoquín del patio, eufórico de novedades y emociones, mientras sonreía a su anciano abuelo con el rostro juvenil y despejado de angustias. Mostraba con orgullo sus dientes de marfil, relucientes sobre una casaca de lujo en un rojo brillante, con botones de plata, que volvía más notable la obscuridad de su rostro.Creo que Tobías no pudo reconocer en aquel momento, al mozalbete que el mismo criara. A su nieto. La seguridad de su paso y el brillo de su vestimenta altoperuana, molestaban a su orgullo de abuelo quien con gesto adusto le advertía : Sobriedad... Pero el inocente Ambrosio había olvidado la severidad de Tobías, y los tres años de ausencia hiciéronle perder la mansedumbre de nuestros campos.Fue difícil en medio de tanta exhibición ciudadana comprender los relatos y las palabras del mensajero, que adelantaba en cuatro días tu regreso. El barullo de su presentación todo lo confundía. Junto al disgusto no disimulado del viejo mulato, quien deseaba reacomodarlo de inmediato y sin tregua. Volver al pasivo Ambrosio de tres años atrás. Quitarle sus guantes blancos y su chaqueta roja con botones de plata, Tobías deseaba cambiarle la montura repujada y altoperuana, por la nuestra de piel de cordero.Veinte años no son diecisiete, pero setenta tampoco son veinte. Los años que ahora contaba Ambrosio, no eran los mismos que tenía al momento de partir. Tres años habían pasado para Ambrosio, pero eran muchos más los que ahora, separaban al abuelo de su nieto.Sin comprender nada más, la casa entera corrió a prepararse para recibirte. Pero ya no serías el hijo adolescente que partiera hacia Charcas, lleno de incertidumbres. Ahora aguardábamos al Mayorazgo, al hijo mayor de esta familia en su retorno del Alto Perú hacia el Tucumán. Y tendrías que reintegrarte nuevamente a nuestra solitaria y apartada Merced, de las sierras cordobesas ¿Lo lograrías?Los quillangos serranos que cubrían las camas, dieron lugar a las sedas de Manila llegadas desde Arica. La cerámica roja cedió su puesto a la platería potosina, junto a algunos objetos de oro guardados celosamente en el llavero de Tobías.El atardecer trajo a Zenón, el capataz de altivo porte, con el proyecto de carreras "cuadreras". Había pingos bien preparados por la peonada para tal fin. Mientras nuestro padre, afanoso, preparaba largos pliegos de elegante caligrafía, para someterlos a tu análisis... ¿Eras tú mi joven hermano quien venía en mi busca, para rescatar escenas infantiles perdidas? ¿O era un nuevo jefe de familia el que ahora regresaba desde el Alto Perú?El carruaje donde viajabas se presentó cuatro días después a la hora de la Oración, cuando aún no nos habíamos vestido para la cena. Pero ya el mobiliario adornado de luces, ornamentaba un recibimiento de honor. Entonces descendiste del pescante. Y Charcas bajó con tu paso.... Como un hidalgo ...Quizás nadie supo como yo, que no habías vuelto realmente. Y que el tiempo pastoril de tu vida había quedado en el pasado. Pues, mientras todos admiraban el movimiento sobrio y galante de tus manos enguantadas, o la pulidez de tus palabras, yo supe que comenzaba para mí, lo que para ti había concluido.Lo supo mi niñera, la negra Micaela, con su temor ancestral. Y sentí la mano de Tobías sobre mi cabeza, como queriendo sujetarme, como temiendo mi fuga, conciente de no poder recuperar ya, a dos nietos a quienes él consideraba perdidos. Éramos nosotros en conjunto : Tobías, Eloísa, Micaela y yo, junto a nuestros padres, quienes íbamos a continuar un derrotero único, por los senderos cordobeses. Representábamos el tiempo detenido en la Merced ... ¡La continuidad persistente de la sierra, en su apotegma de espacio!SIGUE--------------00000000000--------------
ILIBERI      La CIUDAD NUEVA  ........................... “ Entrar por Elvira y salir por Granada ”      (refrán español)        Por  Alejandra  Correas  Vázquez                   Los árabes entraron por la ciudad de Elvira y salieron por la ciudad de Granada. Y en este periplo español que les llevó 800 años no se movieron un ápice en espacio físico, del mismo lugar, a la vera del río Darro. Entraron por donde salieron y salieron por donde entraron. Por la vieja Iriberry o Iliberi de tiempos romanos, a la que los visigodos germanizaron como Elvira, situada al pie de la ciudad musulmana de Granada que más tarde los árabes crearon en su montaña rojiza.               En Elvira que está en el valle junto al Darro, se tomaba buen vino (y aún es excelente) de modo que los moriscos bajaban de noche entre las sombras desde el Albaicín y la Alhambra (elevada en la otra orilla sobre la roca del río) para escanciar el vino de los cristianos de Elvira. Los “muláh” (sus sacerdotes) lanzaban crueles epítetos sobre estos príncipes nazaríes pecadores.                         En los blancos palacios del Albaicín y en el patio de los leones de la Al-Hambra, las odaliscas con velos translúcidos que dejaban ver sus formas desnudas, bailaban la “danza del vientre” haciendo la delicia a sus invitados cristianos de Elvira... Quienes solazábanse en esa contemplación de bailarinas intocables, casi sagradas, e incitantes para su medioeval concepto. Los curas de Iliberi desde su preciosa y pequeña catedral gótica, que parece de juguete, anatematizaban indignados en contra de ellos, como cristianos pecadores.   Es allí sobre la ribera del Darro donde la inmensidad de la Alhambra se contempla con mayor esplendor y asombro, desde abajo, saboreando hoy día un exquisito Rioja Rojo… Como antaño, cuando los príncipes moros entre las penumbras nocturnas bajaban sigilosos a desgustar vinos (que les estaban prohibidos en su palacio) en la ciudad de Elvira junto a la compañía de amigos cristianos. En ascenso sobre la misma ribera, el blanco Albaicín nos ofrece una bella caminata entre callejas curvas, casas blancas, palacios blancos y jardines ocultos. Un paisaje oriental, nada europeo.            En la próspera Judería granadina, separada de Elvira sólo por una calle, se administraban los bienes del Reino Nazarí en tiempos del Vizir Samuel (judío) mientras el rabino El Tibón traducía a los clásicos griegos. Y edificaban con paciencia una réplica del Templo de Salomón, inmensa, cuadrada, situada en Vivarrambla, que hoy es la catedral de Granada.                          Y allí entre todos iban fundiéndose estas tres comunidades, (musulmana, judía y cristiana, ésta última minoritaria que hablaba el idioma romance “romí”) quienes crearían la Granada de García Lorca y de Manuel de Falla.                           Dice el Romancero Castellano :              “Cabalgaba el rey Moro por las calles de Granada, desde la puerta de Elvira hasta la de Vivarrambla”                      La Puerta de Elvira era el acceso a la ciudad cristiana y Vivarrambla, la judería granadina. Al parecer, el rey Moro tenía mucha preocupación por cristianos y judíos, dado que su bella cabalgadura blanca con arneses orientales, era la delicia de todos ellos al verlo airoso pasear. Pues allí había, hay y habrá siempre, mesones para un buen servicio del dios Baco. Los musulmanes sabemos, tienen prohibido el vino.            Escanciando un buen vino granadino estaba Federico en Vivarrambla cuando los esbirros fascistas en medio de la guerra civil española del siglo XX, entraron de improviso preguntando por él y lo detuvieron. Sobre la mesada quedó la copa llena que este vate no terminó de degustar, como último momento de su presencia viva. Nunca más súpose ya del gran poeta granadino.           Y el Romancero castizo medioeval nos sigue relatando que un anciano salió en Vivarrambla al encuentro del rey Moro, quien paseaba orgulloso montado sobre su caballo blanco adornando de blancas perlas ...Diciéndole…               :                “Mataste a los Abencerrajes que eran la flor de Granada y trajiste a los tornadizos de Córdoba la Sultana por todos estos errores :             ¡Que aquí se acabe Granada!”                  Como esto sucedía en Vivarrambla frente a la Gran Sinagoga cuadrada (hoy catedral católica), debemos suponer, que este anciano era un judío granadino. Un Isaías sefardita.                         Las princesas moras nazaríes envueltas en gasas de colores transparentes, danzaban en el palacio de los Abencerrajes, con su cultivo de sensualidad y estética. Intocables como diosas.                        Fernando el Católico, descendiente de los reyes cátaros y antipapistas de Aragón, fue el último en maravillarse con la danza del vientre que en el patio de los leones de la Al-Hambra (La Roja). bailaron para él, sentado junto a toda la corte de Boabdil, las tres hijas de este último rey árabe de la dinastía Nazarí.   Aquella noche, según cuenta la tradición boca a boca granadina, en un rito musulmán ellas se casaron con él, bajo la exigencia del rey Moro al capituoar, antes de partir al exilio a pelear contra el Gran Turco, ya que se trasladó de Granada a Berbería. Pues pidió esa protección de Don Fernando hacia sus hijas, dado que le era imposible llevarlas en un ejército con él cruzando el Mediterráneo, atestado de piratas.                        La historia oficial, una vez más, niega este relato plausible y natural por la circunstancias. El que además agrega que Don Fernando luego de su luna de miel triple, y de bautizarlas, las entregó en matrimonio a nobles aragoneses en casamientos cristianos. Y que siempre las protegió, cumpliendo la palabra de caballero a caballero.                   Hernando del Pulgar, un converso judaico, habla de las inmensas iras de Isabel por los devaneos de Fernando. Pero ante la posibilidad de ganarse a la hermosa Granada sin disparar un solo tiro, por capitulación, la reina no podía en ninguna manera oponerse. Ella siempre demostró que los deberes del Estado eran su principal objetivo. Además, cuando la ley musulmana admite a cuatro esposas legítimas, se había contemplado con todo respeto que : una más tres, suman cuatro. La primera se constituye en Favorita, administra la casa y la familia. O sea Isabel de Trastamara a quien  conocemos por Isabel la Católica.                        Desde una bella estatua de bronce, al lado de su antigua sinagoga (más pequeña que la de Vivarrambla) el rabino El Tibón nos muestra los rollos donde ha traducido a Platón y Aristóteles, del griego al árabe, la lengua oficial de este reino en el siglo XII. Al pie de ese monumento erigido en el centro de Granada, podemos leer que fue El Tibón, el primer traductor de los clásicos griegos. Los romanos no traducían las obras helénicas, pues sus hombres de letras al ser muy cultos leían y escribían, tanto en griego cono en latín. Es en el Al-Andalus donde se origina la primera traducción posthelénica.                         Esta obra de El Tibón iba a servir para que en el futuro floreciera la cultura europea que se expandirá desde el Al-Andalus hacia Francia (cuyo territorio entonces comenzaba en Cataluña) y luego de ella hacia el mundo cristiano, que en el siglo XII era obscurantista y medioeval. Donde las mujeres encerradas con corsé de hierro no sabían escribir y menos aún danzar, desnudas entre velos y con movimientos de ballet.                       Desde ese pasado granadino el Visir Samuel, nos sonríe. Es hebreo, pero asiste a la mezquita los viernes con su rey Moro, Bin Habus, pues en ambos la hermosa Granada ha depositado su alma y su ilusión de belleza, prosperidad y encanto.                  Granada árabe o Elvira visigoda, la Iliberi romana, enseñó alguna vez, que la tolerancia de pensamiento, de religión, y de comunidades disímiles que conviven en respeto mutuo, crea y embellece. Por ello Iriberry en celta significa :   Ciudad Nueva.      -------oooooooo------------  
DON JERÓNIMO, EL JUDÍO.........................por Alejandra Correas Vázquez.........................Cuando el río Suquía era navegable en tiempos de la fundación de Córdoba (Argentina), los grandes ríos de esta provincia colonial poseían una riqueza ictícola que alborotó los planes programados por la Real Audiencia de Charcas, situada en el Alto Perú (hoy Bolivia).Allá en el año del Señor de 1582 un “Memorándum” enviado por los vecinos cordobeses, hízoles volver a aquellos altivos Oidores sus miras hacia el Tucumán (del cual Córdoba formaba parte), proyecto que no estaba hasta entonces en sus cálculos. Menos aún lo estaba este “Tucumanao” —zona de frontera más allá de la Salina Grande— donde dicho grupo de andaluces pioneros hallábanse radicados a la sazón. Pues en ese lugar “extramuros” habían fundado en 1573 la ciudad de Córdoba de la Nueva Andalucía. Y los andaluces solicitaban ayuda 9 años después de su arribo...Y además de ello: ¡Reclamaban por su fundador! ...de quien dicen, en ese escrito, carecer de noticias desde hacía 9 años. Lo que evidencia que nada se sabía, a casi una década, del triste fin de don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo. En este documento de 1582, aclaran y firman todos los vecinos diciendo no tener noticias de su jefe expedicionario y fundador de esta ciudad “Córdoba de la Nueva Andalucía” desde que fue llevado de allí, a poco tiempo de la creación de su ciudad, por una guardia armada que vino en su busca. Ellos lo vieron partir al parecer sin violencia, y recorriendo todo el Tucumán carecían de noticias sobre él.Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo era un hidalgo andaluz converso, pero circunciso, nacido en Sevilla, hijo de la judía Miriam de Toledo, amante del caballero español Luis de Cabrera. Todos sus hermanos fueron en realidad “medio hermanos” y él, favorito de su padre, era el bastardo. La familia Cabrera lo rechazaba, y como no dejó descendencia de su apellido, en la actualidad sus parientes desde Perú a Argentina quieren todos emparentarse con él. Algo tarde pues, ya que ni siquiera lo recibieron ni lo defendieron en vida. Su esfuerzo fue propio y sin otro apoyo que su propio talento.Uno sólo de sus medio hermanos lo acompañó en su empresa cordobesa, a quien llamaban el “Gordo” por contraste a la estampa extremadamente delgada de Don Jerónimo. Sería este hermano adicto y algo menor que él, quien iba a dejar una descendencia en la ciudad. Cabrera tomó por esposa a una dama católica catalana de apellido Martell y no tuvo descendencia masculina.En este Memorándum enviado 9 años después a la Real Audiencia, por los primeros cordobeses, puede verse que nadie conocía ni en el Tucumán ni en el Alto Perú, de qué forma ocurrió su triste final. De modo que todas las conjeturas que se han escrito posteriormente en forma novelada, acusando a unos y a otros, y que han llenado tres siglos de tinta y muchos papeles, son falsas. Sin ninguna certificación real. Nunca la autoridad española fue su perseguidora. En todo momento se hace evidente la mano de la Inquisición y su brazo armado, que recorría el imperio español en busca de víctimas. Cabrera era judío.Los Oidores del Alto Perú reciben a los emisarios. Leen el documento. Contestan que nadie en Charcas ha ordenado su detención y que por aquellos lados nunca ha regresado, ya que allí habíanlo nombrado como gobernador del Tucumán. Nadie es responsable. Nadie sabe nada. Pero Don Jerónimo ha desaparecido de Córdoba.En el mismo documento enviado por estos vecinos, ellos ponderan la riqueza natural de la región “con peces de una vara de largo” (pues los indios Comechingones eran vegetarianos y sólo comían papas y batatas para asombro de los españoles, viviendo desnudos en cuevas). Es imposible hoy imaginar en los ríos cordobeses peces de ese tamaño, en forma natural, donde sólo se hallan actualmente mojarritas del tamaño de un dedo pulgar. La destrucción ecológica queda remarcada en este dato testimonial.Alaban los vecinos también, llevando muestras, el tamaño de las uvas cultivadas y la buena calidad del vino casero.Queda claro que todas las argumentaciones escritas después, sobre el final de Don Jerónimo, en nuestro tiempo, son simple mitología. Deducciones poco claras, ambiguas y falsas llevadas al papel debido al contrapunto y rivalidad que hubo en todo el período colonial, entre Córdoba y Santiago del Estero (capital del Tucumán). Hay otra verdad más dura escondida allí. Los conocimientos que hoy tenemos de Don Jerónimo, en su carácter de circunciso nacido judío de madre (sin duda fue ella quien lo hizo circuncidar a espaldas del padre) y más tarde bautizado, son suficientes explicaciones en aquellos tiempos de la Inquisición. Sabemos que una partida de soldados vino en su busca, pero éstos eran en realidad el brazo armado del Santo Oficio... ¡Y no hace falta deducir más!La orden firmada por Carlos V había sido no dejar entrar a las Indias “cristianos nuevos”, precisamente lo que era Cabrera. Ya que el Emperador quería instalarlos a todos en Austria y Flandes, pues tenía sus propios compromisos allí. Pero la capacidad de adaptación del pueblo hebreo español o Sefarad, luego de 2 mil años de residencia en la península ibérica, hizo rechazar esta propuesta a gran número de ellos. Los sefarditas aún mantienen en Oriente la lengua pura del castellano antiguo, llamado “Ladino”. Sin embargo Felipe II cambió de idea al ser rey de Portugal, donde halló un elevado número de judíos lusitanos, tratando de enviarlos a casi todos ellos a sus colonias de las Indias Occidentales. Don Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo viajó con su comitiva compuesta de familias completas, para internarse en el Tucumán Virginal de aquellos siglos, donde el Imperio del Inca nunca había penetrado. Y eligió la vera del al río Suquía para fundar esta ciudad de la actual Argentina: Córdoba.La comitiva iba bajando lentamente desde el Alto Perú, con los grandes carretones cargados de muebles, bolsas de harinas, gallinas, arcones de ropa, sarmientos de parras de uva... y arriando ganado. Igual que todas las otras expediciones fundadoras del Tucumán. La trayectoria de ellos era a pie o a paso de caballo, o mejor dicho, a paso de los bueyes que tiraban las carretas recargadas.Aquellos compañeros de ruta del visionario Jerónimo Luis de Cabrera y Toledo, quienes lo acompañaban “misteriosamente” por un largo periplo de tierras y océanos, eran familias completas y letradas (todas dejaron descendientes) internándose en un desconocido “Tucumanao”, como se llamaba a esta tierra fronteriza más allá de la Salina Grande. Lejos de toda cultura posible. Gente acostumbrada a hábitos ciudadanos y a una vida de mejores posibilidades. ¿Qué los hizo emigrar? Ellos guardaron a partir de aquí, celosamente su secreto motivo, sobre aquella peregrinación en busca de una tierra de providencia, en busca de un sitio nuevo en el mundo nuevo, dentro de este continente austral. Una tierra prometida.Nada en aquella comitiva era corriente. Diferenciábase en varios puntos de las otras expediciones españolas de fundación. Y la principal diferencia era que ...¡No llevaban sacerdote!El acta oficial existente en el Alto Perú fue escrita con posterioridad (como acontecía con todas las fundaciones imprevistas) y confeccionada ex profeso para ser enviada a España. Allí figura un sacerdote que nunca llegó al Tucumán. Una fundación de una ciudad española en tiempos de Felipe II y sin sacerdote... desde ya es insólito. Como también esta expedición no autorizada por el Virreinato del Perú, de donde dependía, de la cual quedarían numerosas razones circulando en el pensamiento cordobés de los siglos venideros. Pero a ellos parecía no importarles, continuando su ruta con una firmeza decidida para hallar el terruño ansiado, guiados por el visionario Don Jerónimo, circunciso y bautizado. Partieron con sus mujeres, sus niños y su esperanza. Llegaron a Tucumán y se internaron en el Tucumanao. Cruzaron el Valle de Punilla, luminoso. Recorrían el bello paisaje cordobés guiados por su conductor, escuchando sus palabras de aliento, su capacidad de convicción, su carisma que a todos serenaba. Era invierno en Sudamérica en pleno mes de junio. En el momento de internarse en la Sierra de Punilla los sorprende el “Veranito de San Juan”, un hecho climático que crea una primavera tibia, y algunas veces también muy calurosa. Era el día de San Juan y bautizan el río Suquía con este nombre (que más adelante perderá llamándosele Río Primero).—“¡Qué lindo clima tiene este país!”— dijo Don JerónimoY toda esta comitiva goza feliz en aquellos momentos. Sacan sus ropas de los arcones y las extienden sobre las champas al sol, para quitarles humedad. Liberan algunas gallinas con polluelos para que correteen. ¡Qué lindo clima tiene este país!El veranito de San Juan prodigóles su delicia por todo aquel valle bellísimo. Siguieron el curso del río, internándose en la fronda donde éste se junta con el río Saldán ...y... como siempre acontece... ¡arreció de golpe el invierno! Era el 4 de julio de 1573. No pudieron seguir adelante y se refugiaron en una “barranca bermeja”, como informó Don Jerónimo. O sea en las cuevas donde habitaban los indios comechingones.Y así transformados casi en “cavernícolas” comprendieron que no podían avanzar más ¡Helaba! El “Veranito de San Juan” tiene una temperatura media de 25 grados, cuando termina de golpe baja a menos de 0 grados en un día.El día 6 de julio de 1573 queda asentado como fundación de Córdoba. Pero apenas llegó septiembre los ríos cordobeses crecieron y en aquellos siglos eran reales aluviones, de modo que las cuevas que los cobijaban con todos sus bártulos se inundaron. Y comenzó el peregrinaje de sitio en sitio. Plano en mano. Hasta ubicarse finalmente en el microcentro actual. Durante cerca de veinte años Córdoba sería una ciudad peregrina. Don Jerónimo traía a su arribo un plano utópico de la futura ciudad, ya diagramado, dibujado por un ingeniero del rey, con los solares bien distribuidos entre esos pobladores elegidos para una ciudad que aún no existía. Asombra el hecho sobresaliente de que algunas manzanas tienen dueños que nunca llegarán a Córdoba. Y en otros casos sus propietarios llegan dos generaciones después pues los han heredado. No cabe duda de que estas cuarenta familias eran inversoras y habían comprado sus derechos. Este plano fue trasladado intacto en cada una de las veces que Córdoba cambió de lugar, debido a contingencias climáticas y geográficas, dentro del mismo río y el mismo espacio. Plano en mano, estos peregrinos deambulantes desde el Alto Perú al Tucumanao, cambiarán varias veces de lugar. Pero nunca se alejarán del río Suquía.Córdoba de la Nueva Andalucía ha nacido y perdido a su mentor al mismo tiempo. Pero nunca lo abandonará en su corazón, en los sentimientos que él supo granjearse. En su carisma como guía paternal de esta ciudad que nunca lo olvida. Llevan su nombre calles, escuelas, avenidas, plazas. Y su estatua, una bella escultura en bronce del artista Horacio Juárez, se erige en el centro de la ciudad.0ooooooooooooooooo0
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