EL PATOIS
Publicado en Jun 28, 2020
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EL  PATOIS
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Una personalidad muy conspicua del gobierno nacional argentino (eran las últimas décadas del siglo XIX) hijo de la Docta Córdoba y orgullo de su Universidad, debía arribar en esos días al pueblo de Santa Rosa, habitado por ricos y elegantes ganaderos, que tenían entonces mucha fuerza política. Como sucedía en esos tiempos, los grandes productores podían decidir elecciones. Y él llegaba allí, para presenciar los festejos del 30 de agosto, día de su  Santa  Patrona : ¡Santa  Rosa!
 
         Y esa personalidad muy grata a toda la provincia cordobesa, era el Dr. Figueroa Alcorta, ministro de la nación y más tarde presidente de la Argentina... quien arribaría allí el día preciso y a la hora justa de la histórica ¡Tormenta de Santa Rosa!  Situación ésta muy complicada e ineludible para todos los argentinos puesto que la célebre tormenta se reparte por todo el país. Un Ciclo Cíclico.   Pero los festejos en el rico pueblo de Santa Rosa (hoy ciudad) eran por otra parte, magníficos.
 
       Como era de esperar, Santa Rosa habíase engalanado aquel año especialmente, para recibir en su fiesta patronal del 30 de agosto, al Dr. Figueroa Alcorta, futuro presidente. Un hombre de la cultura y político caro al sentimiento cordobés, quien sabía dar forma amena a sus condiciones carismáticas,  con maneras elegantes de buen político.
 
         Misiá Jeromita poseía la casa ideal para esas visitas especiales e iba una vez más a convertirse en la anfitriona máxima, con todo el gran aparato que ello involucraba. Y su “aparatosidad” tenía impresionados a todos los estancieros.
Su propio marido –Don Gregorio-- daba por sentado como algo natural que su casa fuese un centro social, donde los acontecimientos del lugar o de la provincia, tuviesen en su casa el punto de reunión. Matizado todo ello, por la “charme” de su elegante esposa descendiente de franceses. Don Gregorio dio órdenes precisas a sus peones gauchos. Y ... como era su costumbre… Misiá Jeromita lo  cambió  todo.
 
        —Po ... Popué … como diga Jeromita— aceptó él muy tranquilo una vez más
 
En materia de “sociedad” ella era la que reinaba y él bien lo sabía. Así opinaban por otra parte todos los santarrosinos, quienes una vez más  la  convocaban. La casa quedó engalanada con ornatos especiales, algunos que aún se reservaban en envoltorios bien guardados y que ahora, era la oportunidad de lucir. Los sillones de la sala fueron cubiertos por largos brocatos de seda, que colgaban hasta el piso.  ¡De modo que toda la casa estaba de fiesta! ...galerías, cuartos, despensas, pasillos, en su totalidad fueron vestidos de seda, todo estaba renovado allí de punta en blanco. ¡Y  hasta las  camas  con  su  dosel !
 
 COMIENZO  RIMBOMBANTE
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Una exhibición de pompa criolla estaba preparada para aquel día y aquel honorable arribo del Dr. Figueroa Alcorta. La fiesta rimbombante dio comienzo. Llegaron casi al mismo tiempo los puebleros, los estancieros, los chacareros, las autoridades locales, la banda y el cura párroco.
 
         Y luego por cierto, llegó la figura central homenajeada : el Dr. Figueroa Alcorta y su elegante comitiva ensombrerada. Trajes obscuros, guantes blancos, chalinas claras y bastones con mango de nácar. Caminaban por la calle central entre los “¡vivas!” de aquella población campestre, custodiados hacia derecha e izquierda por los mejores domadores de la zona, montados en sus briosos caballos criollos de nerviosas colas, con los arneses tachonados por monedas de plata. Los jinetes iban también ataviados con su traje especial obscuro de “gaucho rico” ponchos rojos ,con chambergo criollo y portando banderas argentinas.
 
         En dirección opuesta a ellos por la misma calle, los estancieros santarrosinos hacían su entrada para recibirlos, llevando en su hombro izquierdo el poncho elegante de alpaca, Completando de tal manera aquel rimbombante espectáculo. Todo era muy teatral. Muy pueril. Muy bucólico. Muy ... pero muy... de Santa Rosa de Rio Primero.
 
 
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         Y todos ellos como últimos testigos estaban reunidos allí aquel día festejando a la santa peruana, la auténtica homenajeada del 30 de agosto, aunque estuviera en ese día especial, con el arribo del Dr. Figueroa Alcorta y su comitiva ensombrerada, relegada a un segundo plano. Era un 30 de Agosto.
 
         La fiesta pública finalizaba luego de dichas solemnidades camperas, para dar comienzo a festejos privados con asistencia de estos ilustres visitantes, agasajados por la gran anfitriona Misiá Jeromita. Y ella  abrióles su casa engalanada, orgullo de todos los santarrosinos. Así ingresó a su interior el cortejo ensombrerado con bastones de nácar y chalinas claras al cuello,  siguiendo los pasos del Dr. Figueroa Alcorta.
 
       Las personas importantes de Santa Rosa estaban todas reunidas allí con atuendos elegantes, rodeando la mesa oval, paquetísima,  enmantelada de Misiá Jeromita... Y como siempre acontece cada 30 de agosto, el día comenzó a obscurecerse rápidamente, pues había llegado con puntualidad : ¡La Tormenta de Santa Rosa!
 
         La exquisita comida con preparación artesanal servida en platos de fina porcelana francesa, con cubiertos altoperuanos de plata labrada, servilletas de lino paraguayo bordadas al “ñandutí”, con esos comensales erectos y sentados en sillas de madera con altos respaldos... tendría en su conjunto que continuar degustando esas delicias con todas las ventanas cerradas. Y el quinqué encendido aunque fuese de día.
 
         El Dr. Figueroa Alcorta era atendido con elegancia y exquisitez francesa por la dueña de casa. Y con solicitud por aquellas chinitas ceremoniosas  (llamamos así a las mestizas en Argentina)  educadas para el servicio de los huéspedes de Misiá Jeromita… Las cuales vestidas de punta en blanco y muy almidonadas, las crenchas dentro de cofias con puntillas, hacían gala al hablar con el Ministro usando ese especie de “patois” que había recreado Misiá Jeromita en su entorno.
 
         Para un hombre de la política nacional e internacional que hablaba varios idiomas, leía lenguas clásicas y también conocía algunos giros gauchescos, además de ciertos términos quichuas y guaraníes (como todo argentino) producíale gran intriga esa lengua. Pues intentaba reconocerla ... No lo lograba.
 
         El esfuerzo de esas chinitas duras de almidón por lucir su bilingüismo, era toda una joya de escuchar. El quería saber sencillamente si era “sanavirón” básico o “comechingón” perdido, quizás una variante del “quichua” ¡Pero nunca hubiera imaginado que era simplemente un “francés” recreado en Santa Rosa! Un “patois” que no estaba  en el archivo de  ningún  lingüista.
 
Los invitados estaban ocupados en saborear manjares bajo la luz de un quinqué, mientras afuera arreciaba la tormenta anual del 30 de agosto. Era el día Santa Rosa, en el pueblo de Santa Rosa y bajo la Tormenta de Santa Rosa… Despreocupados, distendidos en sus asientos y salvados del vendaval. Absortos además como estaban con las personalidades del gobierno nacional, reunidas en el salón señorial de Misiá Jeromita alrededor de su mesa oval, y dispuestos a departir intereses comunes que siempre hay entre políticos y productores. Alternativas que compartían al unísono en vistas al devenir de la Provincia de Córdoba ... entre copas de bacarat francés llenas de champagne y postres criollos con dulce de batata.
 
En el exterior todo era obscuridad. Viento ululante. Tierra. Sal. Polvo. Tormenta de Santa Rosa. Sal blanqueando los campos por su proximidad con la Salina Grande. Afuera era de día y parecía de noche. Adentro era de noche y parecía día, el quinqué daba luz a una gran comida diurna, que pareciera una velada nocturna. La sobremesa invitaba a los discursos y aplausos.
 
La comitiva ensombrerada acompañante del futuro presidente  Dr. Figueroa Alcorta, gozaba de aquella hospitalidad tradicional de que hacían gala los viejos estancieros de antaño, saboreando el buen vino después de una abundante comida. Todos ellos satisfechos de encontrarse allí a resguardo, en el clímax acogedor de la anfitriona y protegidos dentro de esa casa elegante de la cruel Tormenta de Santa Rosa, que ya había obscurecido a todo el pueblo de Santa Rosa. Aquí la luz del quinqué. Allá la obscuridad de la tormenta. Cielo negro. Cristales salpicados de arena.
  El  DOSEL
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Bajo la cama donde los dos niños de la casa jugaban con sus regalos nuevos, tanto el dosel ostentoso como el cubrecamas de brocato, poco permitíanles ver.  El pqueño José María fue entonces en busca de una vela y encontró un candelabro encendido. Lo colocó junto a la cama de modo de alumbrar debajo ella, y se deslizó nuevamente gateando para disfrutar con  aquellos juguetes que aún no estaban rotos. La llama de la vela iluminábalos con su contraluz, mientras los niños gozaban de su tesoro infantil.
De improviso la llama del candelabro comenzó a tener ideas propias, y no tuvo inconveniente en trepar por el dosel que casi lamía el piso. Fue caminando por un sendero recto y erecto y encontró en la cúspide del dosel, un rápido espacio para levantar un arco de fuego y humo. Mucho humo. Pues la seda natural provoca humareda antes que llama.
Los niños seguían jugando bajo la cama porque el humo y las llamas habíanse ido para arriba. Como ningún niño jugando advierte si hay calor o frío, ellos continuaron indiferentes a todo, junto al hechizo cautivador de sus juguetes.
 
El  HUMO
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En la sala, en tanto, los finos y selectos invitados continuaban la esplendidez de los brindis. Luego, lentamente, minuto a minuto, la habitación elegante e iluminada por un quinqué francés, comenzó a volverse negra. Rostros negros. Manos negras. Toses. Confusión. Todo era allí en el interior humareda y obscuridad ... cual si la Santa Patrona, como queriendo participar de los festejos en homenaje a ella, y brindar con los estancieros junto a ese atildado Dr. Figueroa Alcorta, hubiera traspasado las puertas atrancadas sentándose en medio de todos.
  Los invitados querían reconocerse unos a otros y no lo lograban. Tenían los ojos llorosos y tanteaban confundidos muebles y paredes en busca de algún escape rápido, el cual empero, pareciera no hallarse próximo. Al respirar ese aire enrarecido por la seda quemada, ahogábanse y la humareda negra producíales cosquillas y estornudos.
  Y cuando las chinitas sirvientas, al tanteo y con palabras supuestamente francesas, abrieron por fin las puertas cerradas con trabas pesadas, que daban hacia el exterior... ¡Todos ellos salieron en tropel hacia la calle! “refugiándose” en la ventolera ululante de la Tormenta de Santa Rosa y en la garúa que ya daba comienzo, principiando un nuevo cambio climático. ¡La tierra estaba convertida en barro obscurísimo y la sal en blanquísima salmuera!
  Los elegantes estancieros que habíanse colocado ese día sus mejores galas, los señores sombrerudos de la comitiva oficial, el futuro presidente de los argentinos Dr. Figueroa Alcorta, el prelado, el anfitrión Don Gregorio trajeado de etiqueta ...y su esposa francesa Misiá Jeromita... Todos ellos situados allá afuera, hallábanse ahora a la intemperie completamente asolados por viento, tierra y agua bajo un diluvio completo en el pueblo de Santa Rosa, el día de Santa Rosa y bajo la Tormenta de Santa Rosa.
Apagado el incendio. Arrojado el dosel al exterior. Expulsado el humo por el propio viento que entró como una exhalación dentro de la casa (empujando cortinas, copas y mantelería de lujo al suelo) cuando se abrieron las puertas al huir los invitados hacia fuera. Y aplacada de ese modo la situación crítica... el conjunto de la casa por fin se normalizó. Mientras que la Tormenta de Santa Rosa paseaba copetudamente como Santa invitada, por el interior coqueto de la elegantísima casa de Misiá Jeromita.


Y cuando las chinitas extrajeron a los dos niños, de abajo de la cama, pudieron ver que sus rostros infantiles eran los únicos que no estaban tiznados. ¿Y sus juguetes? ... ¡Completamente a salvo!


Y todos ellos tuvieron en definitiva su último brindis en el descampado. El resto del pueblo campero con pingos, gallinas, perros y lechuzas, estaban ya hacía rato, refugiados bajo protección.
 
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 Cuando los años de su presidencia pasaron y sus éxitos mundanos lo llevaron a una amplia gama de relaciones, fue de pronto en cierta oportunidad a reencontrarse con ese pasado. En una recepción en Europa integrada por una nueva generación de políticos (muy lejos ya de Santa Rosa y sus estancieros) Figueroa Alcorta conoció a un nieto de Misiá Jeromita, muy joven, quien iniciaba esta carrera mundana. Y el viejo político díjole a su comprovinciano, con mucho cariño :
 
       —De mis viajes y anécdotas mundanas se ha grabado siempre en mi recuerdo, por ser completamente distinta a todas, esa recepción que recibí en Santa Rosa en casa de aquella anfitriona tan original como fuera tu abuela, con su encanto personal. Pero me quedó una pregunta que nadie supo entonces responderme y por ello te la formulo ahora … ¿Qué idioma se hablaba en su casa y en tu familia?
 
       —¿En casa de mi abuela Jeromita?... Pues, el francés de París— contestóle el joven muy ufano     

        Y el Dr. Figueroa Alcorta quedó una vez más mudo de asombro... Como aquel día 30 de Agosto que pasara en Santa Rosa, durante la fiesta de Santa Rosa y bajo la tormenta de Santa Rosa.

 
 
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Foto del autor Alejandra Correas Vázquez
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Descripción

Una anécdota campesina con políticos de ciudad

Palabras Clave: patois

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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