Sep 04, 2009 Aug 28, 2009 Aug 13, 2009 Jul 24, 2009 |
"Aquel que se sientalibre de pecadosque arroje la primera piedra..." El JuicioI El estridente ulular de la sirena solo se dejó de escuchar, apenas la ambulancia detuvo su atropellada carrera frente la sala de guardia del hospital central. Dos médicos de guardia y una enfermera que además oficiaba de camillero, la aguardaban prestos a intervenir.- " ¡Rápido! Es un hombre de unos cuarenta años, ha perdido mucha sangre, su estado es delicado; hay que llevarlo pronto al quirófano.." -fue el breve parte que dio el médico actuante mientras bajaba de la ambulancia sosteniendo en alto una ampolla de suero.- - ¿Que le pasó...? - preguntó alguien-- Quiso matarse... -fue la respuesta-La operación dura varias horas, tras lo cual, Pablo Cáceres es trasladado, con pronóstico reservado, a una sala de terapia intensiva.- Ya no se puede hacer más nada por él; ahora solo queda esperar... -comentan los médicos-. Llueve en la ciudad; son las cuatro y diez de la madrugada. Cuando Pablo abrió los ojos, notó que estaba sentado sobre una silla de madera. Levantó la vista pero no identificó el sitio. Aquello se asemejaba a un juzgado; de frente a él y detrás de un estrado, tres ancianos silenciosamente lo contemplaban. El que estaba en el centro se encontraba en un lugar mas elevado que los otros. Todos tenían el pelo y la barba exageradamente largos y de un resplandeciente color blanco. Su primera reacción fue girar la cabeza y al hacerlo descubrió con asombro a su lado, a una persona física y facialmente idéntica a él; estaba tieso inmutable, con los ojos abiertos, pero sin el mas mínimo parpadeo; parecía un maniquí. Quiso moverse, pero no pudo; volvió entonces a girar aún más su cabeza y detrás, azorado encontró una veintena de personas en igual condición. Los reconoció de inmediato; allí estaban sus amigos, parientes, compañeros de trabajo, sus enemigos también y lo que mas lo desconcertó, allí estaban... sus muertos. No podía creer lo que estaba viendo; sus muertos ¿qué hacían allí?. Todos estaban como petrificados en sus asientos. Quiso hablar, gritar, pero no pudo. ¿Qué juego era este?. De pronto uno de los ancianos, el que estaba en el centro. Tomó un martillo de madera y tras golpear tres veces con él sobre un pedestal dijo:•- Bien... comenzaremos con el juicio -•- ¿Pero que es esto...? -replicó Pablo, exigiendo una explicación-•- Usted solo responda; es Pablo Cáceres... si ó no. - preguntó el anciano.Balanceando levemente la cabeza, Pablo respondió que si.•- Usted ha violado una ley suprema; la de El Creador. Se ha querido quitar la vida y ni usted ni nadie es quien para hacerlo... ¡Entendió!...•- Si pero yo...•- ¡Cállese!. De ahora en más hablará cuando se le pregunte. A su alma como a la de todos los seres vivos se les concedió por mandato divino el don de la vida. La premisa era vivir y cumplir con la tarea para la que se le dio vida. Todos tienen un fin que cumplir y usted se atrevió a interrumpir su compromiso queriéndose matar... Según tengo aquí escrito, su muerte estaba prevista a los ochenta y dos años y no a los treinta y ocho como usted lo pretende. ¿Cree haber cumplido con su misión como para adelantarse a tal designio?...•- No sé que me está hablando... -respondió Pablo-•- No interesa -replicó el anciano- Ahora aquí comprobaremos su inocencia ó culpabilidad en su eventual decisión. Aquí, como usted mismo pudo constatar, se encuentran presentes todos los que en su vida formaron parte de su presente, pasado y por usted frustrado futuro. Las almas de los aquí representados, están aun con vida sobre la tierra. Los muertos también han sido convocados por El Creador para juzgar su inexplicable proceder. Los que están vivos se hallan en este momento, durmiendo. Ignoran su estado de gravedad actual. Sus almas abandonaran el cuerpo en que se encuentran sumisos en el sueño y tomaran el símil que aquí sin vida se plasma para este juicio. Ellos no lo verán a usted ni lo escucharan; inclusive una vez terminado el juicio, retornaran a sus cuerpos naturales, sin recordar lo que aquí suceda. Todo durará una noche. Los muertos estarán en la misma condición; esta es la condición esencial para que todo sea imparcial. Le advierto que de ser declarado inocente... se cumplirá con su voluntad; morirá. Pero si por lo contrario lo declaran culpable... seguirá viviendo hasta cumplir con los designios del Creador. Tiene a su lado un defensor copia exacta de su imagen y pensamientos, responderá tal como usted lo haría si tuviera que defenderse, solo que actuará con facultades que usted no posee... me refiero a idoneidad, parsimonia y aceptación de lo determinadamente inaceptable por su excesivo amor propio. Aquí se cuestionara exclusivamente si su vida es necesaria ó no para los demás, porque sencillamente de usted depende que ellos cumplan con la misión por la que se les ha dado la vida; con esto quiero decirle que usted importa, en la medida que siga siendo un engranaje de lo programado; sin su presencia pudiera ser que muchos fracasen con el fin que se les ha dispuesto. Si se demuestra aquí que su ausencia física no afecta a la misión de los que afectivamente se hallan ligados a usted se dará curso a su voluntad de morir...-Seguidamente miró su reloj y le preguntó a su igual de la derecha si olvidaba decir algo. - No no... todo está bien. - le respondió-•- Si que te olvidas - dijo el que a su izquierda releía la hoja que contenía la vida de Pablo -•- ¿A que te refieres?...•- ¡Hombre... debes decirle quién es el fiscal! -•- Ah si si, por cierto se me olvidaba. Señor Cáceres debo informarle que su fiscal y por ende abogador de su continuidad en la vida es... "su incoherencia". Le parecerá compleja la cosa, pero por ridículo que sea, a pesar de haberse querido matar, luchará por la vida siendo su propio acusador... Pablo se tomó la cabeza y musitó entre sollozos:•- Me voy a volver loco...!Que es esto...!El anciano juez, miró nuevamente su reloj y dijo:•- Son las cuatro treinta; hora de empezar. El juicio durará hasta las ocho treinta, momento en que se dará el veredicto. De todos los aquí presentes solo serán convocados al estrado cinco testigos, elegidos dos por la defensa, dos por la fiscalía y uno por nosotros. Los restantes solo darán su opinión en forma secreta a este juzgado con un "si" ó un "no" a la vida del señor Pablo Cáceres. Bien... Comienza el juicio. El primer testigo es el señor Alberto Migues, según dice aquí vecino suyo. Usted vive en el segundo "A" y él en el segundo "B"... Noventa y dos años, jubilado; bueno, pero vayamos al grano. Señor Migues, por favor: suba al estrado y siéntese...Arrastrando lentamente los pies y apoyado en un bastón de fina madera inglesa, Don Migues, se acercó y después de sentarse junto a los jueces comenzó su disertación.•- Yo a ese muchacho lo conozco desde hace mucho; mucho para mi son tres o cuatro años. Es buen muchacho, tiene sus "cositas" pero la raíz es buena...•- A que se refiere cuando dice sus cositas. -interrumpió el juez.-•- Bueno... a mi no me gusta la música muy alta y a él sí, pero ni bien le golpeo con el bastón cinco veces en la pared, él baja el volumen... Eso sí... ¡es muy respetuoso!. Ahora cuando yo le golpeo dos veces, significa que la suba más; sabe lo que pasa, a veces escucha a Vivaldi ó a Bach y a mi... ¡me fascinan!, ¿A ustedes no? ... -interrogó - En verdad, lamento mucho su muerte...•- ¡Mi muerte! -replico eufóricamente Pablo poniéndose de pie-El juez aclaró:•- Señor Cáceres, usted para todos los que están aquí, ha muerto. Es la única manera de que hablen sin presiones sentimentales. ¿Esta claro? Además le vuelvo a recordar que no lo ven ni lo escuchan, así que por favor, siéntese. Perdone la interrupción Sr. Migues; puede continuar.•- ¿En que estaba...? Ah si; decía que lamentaba su muerte, yo no lo conocía mas que por el buen día ó el buenas noches que uno dice por costumbre pero por lo que oía desde el departamento, - usted se habrá fijado que finitas son las paredes de los departamentos de ahora, parecen de papel ¿Vio?...- Bueno como le decía, para mi este muchacho sufría de un mal que yo sufro hace veintiocho años y al que ya me acostumbré; hablo de la soledad Sr. Juez. Lo cierto es que bebía demasiado y fumaba también mucho; lo sé porque la mujer que nos hacía la limpieza de los departamentos era la misma y recuerdo que siempre se quejaba porque decía que era escueto y que tenía la pésima costumbre de apagar los cigarrillos en el piso, sin importarle donde estuviera. Yo quise hablar con él muchas veces, para tratar de ayudarlo... Sentía mucha pena de verlo tan triste, a pesar de que siempre se reía. En fin... no llegué a tiempo. Cuando me decidí a golpear la puerta del departamento ya era tarde... estaba muerto.•- Señor Cáceres, tiene algo que agregar a lo dicho por el Sr. Migues....-•- No no... lo que dijo es cierto; creo que solo él me puede aguantar como vecino.•- Perdón Sr. Cáceres, diga mejor que..."era" el único. Lamentablemente el Sr. Migues falleció ocho minutos después que usted intentara matarse...-•- ¡Queee!.... -•- Si señor, tal como lo escucha. El anciano escuchó desde su departamento la detonación del arma con la que usted quiso matarse; sobresaltado y presintiendo una tragedia de inmediato corrió hasta su departamento. Golpeo insistentemente, llamándolo y al no recibir respuesta de su parte, no vaciló en tomar el matafuegos que esta en el mismo pasillo y con él romper la puerta a golpes. Al ingresar se encontró con el patético cuadro que usted le presentaba; boca a bajo, empapado en sangre y con un revólver en la mano. Sin perder el tiempo, llamó por su teléfono a la policía y luego trató de levantarlo, como no pudo, lo arrastró hasta el sillón que estaba a unos metros, pero... la avanzada edad del señor Migues no soportó el gran esfuerzo que le había significado romper la puerta y cargar con su cuerpo, esto sumado al shock que recibió al verlo así, provocó en su ya delicado corazón un paro cardiaco que le provocó la muerte contados segundos después...-Pablo volvió a tomarse la cabeza con ambas manos repitiendo una y otra vez:•- No puede ser... Fue mía la culpa entonces... -Un prolongado silencio se mantuvo entre ambos hasta que por fin el juez agregó:•- Le sugiero que se lo pregunte a su conciencia, no a mi; de todos modos el Sr. Migues moriría diez y ocho horas, catorce minutos, tres segundos después, tal como estaba previsto en su destino. Usted adelantó el echo e incurrió nuevamente en otra falla, tomando como suya la vida ajena; atribuciones que no le corresponden.•- Pero yo no sabía que...•- ...!Nadie sabe!. Ya le dije que usted es un engranaje como lo somos todos, de una maquina; la máquina está mostrando fallas y estamos aquí para constatar si usted es necesario o no para que todo vuelva a la normalidad... Bien, sigamos. El segundo testigo es el señor...¿? ...bueno, digamos "futuro señor", el niño Pablo Rosetti, ocho años, lustrabotas, vive con su madre y seis hermanos en una villa de las cercanías y según dice aquí, se hace pasar por mudo para lograr así la caridad de quienes lo conocen. Bien hijo, sube al estrado, siéntate y dinos lo que sepas...Un niño de piel cobriza, de largo pelo lacio negro azabache, delgado y vestido algo andrajosamente, se puso de pie obedeciendo seguidamente a las directivas dadas por el anciano. El juez notó al niño algo tenso, por lo que lo impulsó a dialogar.•- Bien hijo... empieza, te escuchamos...•- Yo conozco a Pablo de hace siete u ocho meses. Él va a comer al mediodía al bar donde yo lustro. De entrada cuando me vio no me dio mucha "bola"... - ¡perdón se me escapó...!- El juez aprovechó el chasco para lograr que el muchacho se distencionara.•- Esta bien, puedes hablar como quieras; no estamos aquí para darte clases de castellano. Ahora sigue, tenemos poco tiempo...Eran las cuatro y quince de la madrugada.•- Bueno, como le dije no me dio "calce" para nada. Eso fue al principio, después no. Me acuerdo que le pregunte con señas si se lustraba. Me dijo que no, que no tenia plata. Yo insistí y en ese momento llegó el gallego, digo el mozo, y le hizo una seña como diciendo ¿quién era yo?. Entonces le contó todo; de que era mudo de mis seis hermanos de mi vieja y de que todos me ayudaban lustrándose. Cuando supo mi nombre empezó a llamarme "tocayo" y ahí fue que ese mismo día me hizo sentar a su mesa y me preguntó que quería comer. Le señalé en la lista un sanguche y entonces me dijo: -"Eso no te alimenta nada"-. Después llamó al mozo y le pidió para mi un churrasco con huevos fritos... pero lo divertido fue que para él, se pidió ese sanguche que me negó a mi. Mientras comía lo miraba, era gracioso verlo puteando al diario en cada noticia... Cuando terminé de comer, quise lustrarle gratis, pero no me dejó, dijo algo así como: -"Me siento mejor así, con los pies limpios aunque no se vean; muchos de los que están acá, procuran que le brillen los zapatos para que nadie se dé cuenta que tienen los pies sucios." Después se paro y antes de irse quiso hablar por el teléfono público del bar, pero le tragó el único cospel que tenia y ahí volvió a putear y se fue. Durante varias semanas, precisamente los viernes, volvimos almorzar juntos y siempre igual; él puteando al diario y yo riéndome. De vez en cuando me miraba y sonreía. Un día me dio no se que ocultarle la verdad y después de almorzar me paré y sin que los demás se dieran cuenta, me acerqué a su oreja y le dije: -"Gracias..."- y salí corriendo. Ni bien me escucho decirle eso, se dio cuenta de todo, pero el asombro fue tal que no lograba reaccionar. Desde la vereda de enfrente lo vi, petrificado, inmóvil, mirándome por la ventana que estaba pegada a su mesa, con el diario abierto entre las manos y con el cigarrillo humeando, apenas agarrado entre los labios, tal como lo había dejado. Me sonrió y ahí si... me fui y nunca mas volví. Sé que me estuvo buscando y que no le contó a nadie de que yo hablaba. Desde entonces me siento con los pies limpios...!sabe!... aun cuando todos me vean los zapatos sucios...!vio!Un prolongado silencio nuevamente pobló la sala. Muchos se miraron entre sí, inclusive los jueces. Pablo que había escuchado atentamente el relato, tragó saliva.•- Podés sentarte hijo. Ya está bien, gracias. ¿Tiene algo que agregar Sr. Cáceres ...? - pregunto el juez-Pablo balanceó la cabeza con un gesto negativo.•- Bien Sr. Cáceres, este muchacho cuando supo de su intento de matarse, corrió hasta el hospital donde usted esta ahora internado y allí permanece desde hace dos horas treinta minutos y algunos segundos. No come, a pesar de las benevolentes enfermeras que por lastima le alcanzan alimentos, además duerme sentado en uno de los bancos de la sala de espera en terapia, donde usted está ahora devanándose entre la vida y la muerte. Pero sabe lo que es más penoso Sr. Cáceres, el niño según lo que acabo de leer aquí, si usted muere... tiene pensado arrojar sus zapatos al baldío y caminar por el barro toda su vida.... ¿No sé si comprende lo que quiero significarle...?Pablo se mantuvo en silencio. Miraba fijamente al piso. Su rostro cubierto en sudor, denotaba cansancio y expresivo nerviosismo. Segundos después, luego de secarse con la mano la frente balbuceo; - "Debe ser un sueño, si, tengo que estar soñando; no puede ser..."-•- Se equivoca Sr. Cáceres, nuevamente se equivoca. Junto a usted, a su derecha, hay una ventana...¿La ve?, Bueno, fíjese bien; la imagen corresponde a la sala de unidad intensiva del hospital central donde ahora usted está internado. El cuerpo que está en la camilla, vigilado por dos enfermeras, es el suyo. Voy a informarle su estado actual, según el punto de vista de los médicos, por supuesto. Según ellos, tuvo relativamente suerte y creo en lo personal que es cierto. El informe dice que la bala penetró en su parietal derecho, pero que al rebotar en el cráneo se deslizó exteriormente, de no haber sido así hubiera muerto instantáneamente. Ha perdido mucha sangre y su estado es sumamente delicado. Esta inconsciente y solo volverá a abrir los ojos si se salva. Únicamente...¿Entendió? Bueno, rápidamente continuemos. Nos queda muy poco tiempo. Este tribunal solicita la presencia en este estrado del tercer testigo el Sr. Simón Arrieta, setenta y cuatro años, soltero, desde hace cuarenta y cinco años pescador, vive solo en su antiguo y deteriorado lanchón que según dice aquí todavía funciona...•- ...!Claro que funciona!... -se escuchó en la sala- Deberían verlo, atravesando el oleaje en las sudestadas ... -el grito venía de un anciano que luciendo una gorra de capitán y notable estado físico y muscular, se puso de pie para caminar luego hasta el estrado-•- ¡Quítese la gorra por favor! - le sugirió el juez-•- ¿Para que?... Todos saben que soy pelado. Tengo pelo en todo el cuerpo, hasta en las orejas. Mire mi barba, en mi es difícil saber si soy una cara con barba o una barba con cara...-seguidamente lanzó una violenta carcajada provocando las sonrisas generales para de inmediato continuar- ... lo que si le garantizo y de eso puede estar seguro, es que en los únicos dos sitios donde no tengo pelo es en la cabeza y en la lengua. ¿No sé si he sido claro?...•- Esta bien, déjesela. No era por eso que lo decía... Bueno lo escuchamos...-•- A ustedes les parecerá extraño, pero yo sabia que ese "estúpido" terminaría suicidándose...-•- Sea más claro por favor... - exigió el juez-•- Era muy raro; un tonto sin dudas. Si pescaba con él era porque me gustaba burlarme de sus ocurrencias; siempre discutíamos, él me llamaba "viejo loco" y yo le decía "niño", con eso bastaba para hacerlo engranar. ¡Infeliz... ni siquiera me avisó!... Solía venir en los atardeceres, elegía un sitio tranquilo junto a los acantilados, lanzaba una línea y allí se quedaba horas. Cuando yo lo veía encendía mi pipa y tomando mi caña iba a su encuentro. Se cuestionaba todo y para nada tenía respuestas. Solía sorprenderlo hablando solo; yo lo entiendo porque hago lo mismo; hablar con el mar es como hablar con Dios y además verlo, escucharlo... sentirlo. El mar es como el fuego... hipnotiza, pero eso si, a los dos hay que respetarlos; pueden ser cálidamente dulces y agradables ó en su furia, incontenibles, devastadores. La resignación es algo que solo el tiempo dá; él era demasiado joven para resignarse....!Caramba, ahora que recuerdo... le había prestado un ril y jamás me lo devolvió! ¡Maldición, ahora si que no lo recupero más! -•- ¿Resignarse a que?, Sr. Arrieta -•- ... a lo que nadie puede cambiar: a la realidad, a la impotencia, a los ideales, al desengaño, al querer y no poder... Existen tantas cosas a las que uno debe aprender a resignarse. ¿Usted es viejo como yo, debería saberlo?. Cuando uno es joven siente ganas de llevarse el mundo por delante y la verdad es contraria a eso; solo crece el que acepta como inevitable la renunciación para avanzar; el que no sabe esto, jamás madura. Creo que él eligió renunciar a todo de golpe... por eso se mató. Digo una cosa Sr. Juez -acató alejándose del tema-, ¿usted no podría hacer algo para recuperar mi ril?... Total, él no lo va a poder usar más...•- ¡No! Sr. Arrieta... ¡No!•- Bueno... me queda el consuelo que cuando nos encontremos en el infierno, me lo devuelva. ¡Beagg! ¡Maldito cerdo...!•- ¿Quiere agregar algo mas? -acotó el juez-•- Si... -dijo poniéndose solemne- Era el único que me escuchaba. Siempre es mejor que hablarle a una barca... ¿No?.-•- Bien, puede retirarse. Quiere agregar algo Sr. Cáceres...-•- ... Si, que el ril que me prestó era una porquería. -El juez principal miró su reloj y secretamente murmuró algo con sus colegas. Ambos moviendo la cabeza, asintieron con un gesto afirmativo.•- Señor Cáceres hemos resuelto resumir los dos testimonios que faltan en uno solo, dado que solo contamos con escasos cuarenta y dos minutos para dar veredicto, pero dado que precisamente por la importancia de estos últimos, podría revertirse alguna posición ya tomada, no hemos querido omitirlos, por lo que los tomaremos conjuntamente, es decir que permitiremos un dialogo entre ellos y usted. Suba al estrado Sr. Cáceres, usted es uno de los que hemos elegido para escuchar, la otra persona aún no se halla aquí, es decir su alma. Esto se debe a que no está durmiendo y en estado consciente, resulta imposible que el alma abandone le cuerpo sin que con ello no pierda la vida. Fíjese, miremos nuevamente a la ventana. Lo que estamos viendo es la sala de espera del hospital y allí como ya anteriormente vimos, está el niño dormido sobre un banco y notará que hay dos personas mas junto a él; una es una joven mujer, rubia, abogada, treinta y dos años, soltera, de alto nivel social. Ella es Maite Rainor; a su lado esta su hermano Renzo Rainor, pero la que nos interesa venga aquí es ella a pesar de que ambos son sus amigos. En segundos más padecerán una breve somnolencia, luego se sentarán junto al niño y durante apenas unos segundos quedarán inmersos en un profundo sueño. Ese será el momento en que sus almas tomarán el símil que aquí se encuentra de ellos y entonces podremos dar curso al último testimonio solicitado, que será el de la Srta. Rainor, persona con la que ha formado una exquisita amistad aun mayor que la que originariamente mantiene con su hermano. Como verá ya se han sentado y están comenzando a bostezar... se aproxima el momento. Pongo a su conocimiento que la mencionada señorita al enterarse de la noticia, netamente ofuscada, ingresó al hospital exigiendo su inmediato traslado a una clínica privada, pero luego de una ardua discusión con los facultativos y su hermano, aceptó dejarlo allí debido al riesgo de un traslado. Bien... creo que ya están aquí. Sr. Cáceres desde este momento, todos los aquí presentes podrán hacerle preguntas, siempre por mi intermedio, claro.•- ¡Señor juez ¡ Pido la palabra... -exigió una voz femenina desde la platea-•- ¿Quién es usted señora y como se atreve a interrumpir si ni siquiera ha sido llamada a declarar?•- Por eso mismo... Si estoy aquí fue porque el Creador creyó conveniente que estuviera y no me voy a callar hasta que no se me escuche.-Los jueces se miraron extrañados no sabiendo que resolver, hasta que para evitar una innecesaria perdida de tiempo optaron por complacerla.•- Bien señora... hable pero sea breve. -•- Gracias usía... ó juez... ó como se llame. Mi nombre es Clara Rosemberg, tengo ochenta y cinco años y quería pedirle si por favor puedo hablar desde aquí porque si tengo que ir hasta donde están ustedes y subir esos escalones, voy a tardar bastante; claro que si me hubieran traído con mi bastón, en una de esas me animaba, pero se ve que ustedes son tan estrictos en lo que profesan que no admiten que a veces se equivocan al descartar por innecesario lo material... -Con un gesto adusto pero sonriendo, la anciana buscó una disculpa en reconocimiento a tal descuido y en cierta forma la obtuvo.•- ¡Bien Señora! Si lo prefiere puede hablar desde allí, pero por favor no levante tanto la voz, la escuchamos perfectamente.-•- Disculpen, yo soy de hablar así. Para continuar quisiera preguntarles algo; díganme, ¿ustedes son ó -mejor dicho- fueron humanos?...•- ¡Pero que dice señora...! Usted esta aquí no para preguntar. Por favor concrete lo que quiere decir..-•- ¿Sabe que?... Evidentemente nunca lo fueron porque sino deberían saberlo ó por lo menos tenerlo anotado en esas hojas que tienen ahí. No importa... yo les voy a contar. Nosotros, los humanos digo, todos, algunos mas otros menos, estamos expuestos a un mal terrible que ataca la mente y nos anula y que yo diría activa la base fundamental de la autodestrucción. Si créame, no me equivoco..•- Sea mas clara señora... - acotó el juez-•- Mas clara que yo que me llamo Clara....- dijo riéndose- Perdón perdón se me escapó... no estamos para bromas. Mire... para que lo entienda, me estoy refiriendo a la "depresión" señores. Nadie puede salir solo de ese trance; créanme... Vivir requiere en gran medidas tener ganas; ganas de crecer, de hacer, de conocer, de dar, de recibir, de preparar, de ver, de oír, de sentir... y esa porquería mata así, quitándole a uno las ganas. Las horas se transforman en días y los días... en años; si se buscan ganas en algo, no se disfruta y entonces se cae en el alcohol, el cigarrillo, las drogas ó quien sabe en que otras malas cosas. En casos extremos no se tolera esa desazón y señor Juez... se llega hasta el suicidio.Pablo escuchaba atento cada detalle que agregaba la anciana y notó que los jueces también.•- ¿Usted dice que el señor Cáceres estaba depresivo en el momento de suicidarse? - interrogó el juez-•- Puede que si... -•- ¿Y usted como lo sabe?La anciana se sonrió benevolente y respondió:•- Porque yo me suicidé hace ocho años y si estoy muerta es porque ustedes, en aquel entonces, me declararon inocente; está claro que si decidieron eso fue porque consideraron que con ochenta y cinco años, esa máquina de la que ustedes hablan, sin el engranaje que representaba yo, seguiría funcionando perfectamente. Ahora quisiera retirarme Sr. Juez, ya he dicho todo lo que quería que supieran.-Un silencio profundo invadió la sala mientras la mujer se retiraba. El juez miró su reloj; restaban ocho minutos, dieciséis segundos para dar el veredicto final.•- Ya casi no queda tiempo; vamos al testimonio final. Srta. Maite Rainor, Sr. Pablo Cáceres... tienen ustedes la palabra...-La muchacha se puso de pie y se mantuvo así, delante de la platea que ocupaba en la primera fila del auditorio. Miró fijamente a los ojos a Pablo, sentado frente a ella, en el estrado. Desafiante con los seños fruncidos denotaba claramente su estado de enojo.•- No sé como tenés todavía la desfachatez de mirarme a los ojos... ¡Farsante!. Después de esto que hiciste, tengo que suponer que nunca fuimos amigos... y yo que siempre te creí. Te llenabas la boca diciéndome que me cuidara, que yo era un pilar para vos, que si me pasaba algo te caías... ¡Charlatán de cuarta! Eso es lo que sos... ¿donde esta eso de que me ibas a cuidar...? Así me vas a cuidar... ¡matándote!. Sabes lo que sos vos... ¡un egoísta!. Pensaste solo en vos, ni se te ocurrió que yo también tengo pilares que me sostienen y que uno de ellos eras vos; ni se te cruzó la idea de que yo también me podía caer... ¡No te importó nada!. Pero ya ves... aquí estoy y no voy a permitir que "el niño" se salga con la suya. ¡O vos te venís conmigo... ó yo me vengo con vos!Luego giró y mirando al juez con voz segura y firme le dijo:•- Señor Juez este hombre es culpable y por ello se lo debe devolver a la vida inmediatamente. Si ustedes me permiten, voy a tomar su defensa; tengo pruebas de lo que digo.•- Muy bien... Si el señor Cáceres lo aprueba, pasa a ser usted su defensa. Ahora háblenos de esas pruebas que dice tener; expláyese por favor ...- •- Muy bien... para eso estoy aquí. Según toman en cuenta ustedes la incoherencia es el único defensor de este individuo y yo voy a demostrarles que tan incoherente es. En primer lugar, toda su vida, y nadie mejor que yo para dar testimonio de ello, el acusado se brindó por completo al disfrute de los placeres nacidos de ella. ¿Cómo?... viviendo por y para el deleite. No dejó segundo libre al óseo en pos de aprovechar lo maravilloso que día a día se le presentara. Hasta horas al sueño le quitaba de tanto que amaba la noche... Entonces... ¡Señores! ¿Cómo puede quitarse la vida alguien que ama la vida?... Que incoherencia... ¿No?. Pero tengo algo mas, solo pido que no se me interrumpa... -•- Prosiga, nadie lo hará... -acotó el juez- •- Bien usía, gracias. El Creador... pregunto yo... ¿Dónde está cuando hay una guerra?... ¿Y cuando un niño muere de hambre?... Quince millones de niños mueren por año de hambre ó por enfermedades previsibles. Quisiera que me dijera que culpa tienen que pagar... ¡Y no vengan con eso que El Creador quiso que estuviera junto a él, a su derecha, porque no merecía estar en un mundo tan ingrato!. Señores, no seamos hipócritas... ¿Y qué hay de los que nacen enfermos ó discapacitados y sufren toda una vida esa diferencia que sin remedio los margina.? ¿Por qué El Creador no castiga al farsante, al delincuente, al asesino, al estafador que se enriquece desde el poder con el hambre de los demás?.¿Por qué no hace milagros colectivos...? ¡Siempre son para una sola persona! ¿Qué parámetros toma en cuenta para otorgarlos?. No me sirve el argumento de que los que sufren serán merecedores del paraíso, porque si para ir allí es necesario sufrir hasta pedir a gritos la muerte, prefiero creer que no existe y disfrutar del paraíso aquí... donde lo siento, cuando estoy con los que quiero y donde quiero, porque el amor, estoy convencido, esta aquí, con la gente que amo, en el lugar que amo, haciendo la vida que amo... ¡Que me importa ese paraíso del que hablan si no llevo conmigo a los que hacen aquí "mi paraíso". Ellos me ayudan a tolerar las injusticias que tenemos que padecer. ¿Cómo puedo creer en la justicia del hombre, si hasta El Creador parece desconocerla permitiendo que sucedan hechos que lejos están de parecer justos...? Señores... son muchos los "por qué" que El Creador, antes tendría que contestar para que después ustedes, pudieran tomarse el derecho a juzgar a una persona por quitarse la vida... "La incoherencia no es -por lo que veo- solo una condición humana..."Un bullicio cada vez más exasperado comenzó a sentirse en la sala. Los jueces se miraron atónitos sin saber que responder ó hacer ante aquel inesperado e insólito desplante que presentara como alegato final la joven abogada. Cuando los presentes comenzaron a pararse apoyando a viva voz lo dicho por la mujer. Los jueces se vieron exigidos a pedir reiteradamente orden ante el descontrol que en la sala se impuso. Por último, Maite Rainor finalizó diciendo:•- Señor juez, solo espero que El Creador haga algo para que esto se corrija, para poder mantener la esperanza en él, no me agradaría que en mi voz, el diablo tuviera la razón... Nada mas Señor Juez.-Luego giró y se encontró con el rostro impávido de Pablo que solo atinó a decirle:•- ¿Pero te volviste loca?...¿Cómo vas a decir todo eso?...•- No abras la boca... Sé bien lo que hago... Un buen ataque es la mejor defensa.El bullicio general recrudeció en la sala. El juez golpeaba insistentemente sobre el pedestal con su martillo de madera pidiendo orden. Algunos exigían con insistencia y a viva voz, testimoniar. Gritos de culpable se entremezclaban con los de inocente produciéndose una verdadera batahola de discusiones entrelazadas. - ¡Orden en la sala!, Por favor ¡Orden!... - se escuchaba una y otra vez repetir al juez. Uno de los tres magistrados miró el reloj y advirtió al principal de la hora. Pablo quiere pararse, pero no puede...Todo comienza a girar a su alrededor... está a punto de desmayarse.•- Ya no hay tiempo señores... -gritó el juez tratando ganar atención entre tanto desorden- Son las ocho y veintinueve... ¡Debemos dar el veredicto en un minuto! Pablo se desvanece y cae tomándose la cabeza. Maite comienza lenta e inesperadamente a adormecerse. Ante la situación creada, el juez invoca a una inmediata votación, cosa que se torna imposible por el tono enfervorizado de la discusión, así es que sin otra salida, tras mirar a sus pares, el presidente del jurado decididamente se apresura y dicta sentencia:•- Señor Pablo Cáceres ha sido declarado por este tribunal... Son las ocho y veintinueve de la mañana. Llueve sobre la ciudad. Los médicos dan por desahuciado a Pablo y ante el inminente desenlace permiten que sus mas allegados rodeen su cama. Un sacerdote comienza a rezar; Simón se quita la gorra y en silencio maldice; Maite esta petrificada mirando fijo el rostro de Pablo. El niño lustrabotas se abraza a la cintura de Renzo, no quiere ver. Un silencio premonitor reina en la habitación. •- Doctor esta disminuyendo el pulso -advierte la enfermera-Maite toma la mano de Pablo y ya no controla su llanto. Son las ocho treinta... ya todo termina. La imagen de Pablo parece tranquila, sin miedos, en paz... es en ese momento que en un ultimo esfuerzo abruptamente aspira y antes de expirar, contiene el aire. Un gritó los sobresalta; es la enfermera:•- Doctor algo ocurre; esta recuperando el pulso. -El médico chequea los aparatos a los que esta conectado Pablo. - Esta recuperando progresivamente las funciones básicas ¡Esto es un milagro! -dice asombrado- No lo puedo creer. -Maite deja de llorar y empieza a sonreír, siente como Pablo le aprieta la mano y descubre que la está mirando por la leve rendija que producen sus párpados casi cerrados. ¡Culpable! -se repite Pablo- ¡Cul-pa-ble!... Semanas mas tarde es dado de alta en el hospital. Antes de marcharse se atreve a confesarle a los médicos y a su amiga la vivencia que tuvo estando inconsciente, temiendo que todo aquello hubiera sido un atisbo de locura provocado por la bala en su cerebro. •- No debe tomarlo en cuenta -le aconseja el cirujano- Frecuentemente la anestesia provoca ese tipo de alucinaciones, más aún considerando la fiebre alta que soportó; es solo un delirio muy común que se produce después de una operación tan complicada.Pablo da como posible el argumento, pero algo lo hace dudar de su veracidad. No le parece un sueño, siente como que lo ha vivido realmente, pero prefiere no insistir y ya fuera del hospital comentarle a su amiga su extraño presentimiento.•- Asi que yo te defendí atacando al Creador... ¡No me sabía tan arriesgada ni tan buena abogada!... - arguye Maite sonriendo- Olvidate de eso y vamos a tu departamento; con Renzo lo dejamos como nuevo... ya vas a ver.Al llegar, mientras están cerrando las puertas del ascensor, Pablo descubre abierta la puerta del departamento que ocupaba su vecino, el fallecido anciano Migues. Dentro escucha voces y se aproxima extrañado para ver quienes son los que hablan; el viejo vivía solo y no tenía familia -se dice-. Maite trata de impedírselo.•- ¡Pablo a donde vas!... Vení deja eso, no te va a ayudar en nada recordar lo sucedido.•- Esperá quiero ver quienes están hurgando entre sus cosas. -responde Pablo mientras sigue caminando hacia la puerta-. Maite lo acompaña temerosa.Al llegar ven varios hombres con mameluco vaciando los muebles y a un costado, Jeremías el portero, hablando con uno de ellos. En la mano sostiene un álbum con fotos que ambos miran curiosamente. De inmediato reparan en la presencia de la pareja.•- ¡Señor Pablo... Bienvenido! Me alegro de verlo restablecido.•- Gracias Jeremías. -contesta Pablo- Puedo saber que están haciendo.•- Claro... Ellos son del Ejército de Salvación. Don Migues siempre me dijo que cuando le pasara algo a él, donara todas sus cosas al Ejercito... y aquí estamos; cumpliendo con su deseo.•- ¿Podría quedarme con alguna foto del viejo?... Después de todo y a pesar de haber sido el culpable de su muerte, me gustaría recordarlo de vez en cuando.•- ¡Claro que puede! Yo las iba a tirar... ¡tome elija!.Pablo toma el álbum y empieza a mirar detenidamente foto por foto.•- ¡Mirá Maite...! Acá está cuando era un chico... y acá cuando hizo la conscripción... Acá cuando se casó. Está en todas bien pero preferiría conservar alguna mas actual...•- Préstemelo... yo sé donde están esas; son pocas pero son las últimas que se sacó. Está con su mujer ya casi ancianos los dos; después que murió su señora no quiso sacarse mas fotos. Aquí están... fíjese y elija...Cuando Pablo volteó la página encontró un retrato de gran tamaño; era el de la mujer de Migues. Sin poder pronunciar palabra se mantuvo inmóvil mirándolo con su rostro iluminado de asombro.•- ¿Pablo que te pasa? -preguntó asustada Maite al verlo boquiabierto sin parpadear-•- Es ella... •- ¿Quién Pablo...? ¿Quién?•- Esta es la mujer que en el juicio pidió hablar sin estar convocada...•- Pero estas loco, como va a ser ella si no la llegaste a conocer...•- Te digo que era ella, Maite. Dígame Jeremías, esta mujer...¿se suicidó?...•- Sí..•- Espere... no me diga más. ¿Fue hace ocho años...?•- Sí...•- ¿Se llamaba Clara?...•- Sí...•- ¿ Y tenía un tono fuerte para hablar...?... ¿Es así? ¿No?...•- Exactamente; es tal cual usted lo dice... ¿pero como pudo saberlo si cuando ella murió, usted aun no vivía aquí?•- ¡...!Pablo y Maite se miraron y ahora era ella la que mostraba un rostro desencajado y temeroso.•- Te lo dije Maite, no fue la anestesia ni la fiebre... El juicio Existió...•- Y yo desafié al Creador para salvarte... -afirmó Maite con la voz temblorosa persignándose lentamente -•- Si... pero por lo visto, prefirió "un mal pacto... a un buen juicio"... Ambos conservaron el secreto por el resto de sus vidas. Desde entonces ella, antes y después de un juicio, se persigna invocando al Creador y él, resignadamente, y sin excusas... "hace terapia". MIA Todo sucedió tan rápido que no pudo reflexionar sobre lo ocurrido, sino hasta cuando luego de permanecer varias horas dormida, despertó sin saber donde estaba. Lo que su mente atesoraba, era que a punto de subir a su auto, dos hombres la habían tomado de ambos brazos y que entre forcejeos lograron cubrir su boca y nariz con un pañuelo embebido en algo que la desvaneció, para luego caer desmayada dentro de su propio auto. Estaba en apuros y era evidente que quienes la obligaron a inhalar formol, la habían secuestrado para finalmente abandonarla en la habitación donde ahora se encontraba. Miró a su alrededor y fijó su atención en el lujo que ostentaba el cuarto. Todo parecía salido de un sueño. Largas cortinas de tul blanco, lustrosa pinotea en los pisos, recicladas cómodas de estilo, un inmenso plasma y pegado a la cama una puerta que desembocaba a un antebaño y baño que jamás, de no haberlo visto, hubiera imaginado que existiera algo parecido. Nada faltaba. Desde grandes espejos, sales orientales, hidrobañera y todo un surtido de cremas y maquillajes importados, hasta toallas y toallones persas sin estrenar. La cama donde despertó lucía impecable. Pulcras sábanas bordadas, almohadas y almohadones de pluma finamente combinados y labrados cabezales de bronce lustrado que sostenían un colchón poco común y que únicamente en sueños, pensó, hubiera podido tener. Si bien todo la fascinaba, aun más llamó su atención que el placard estuviera repleto con un variado surtido de vestidos y salidas de cama, todas de su medida. Era como estar en el hotel más lujoso de la capital con todo lo que una mujer necesita para sentirse una reina sin serlo. Después de reponerse y controlar su temor, pudo llegar a la conclusión de que se hallaba en una pequeña isla del Tigre cuando al asomarse al balcón que daba a un inmenso parque prolijamente cuidado, vio el río y la espesa vegetación que a escasos cien metros, rodeaba toda la casa. Por un momento dudó si había sido secuestrada o aquello era una sorpresa de su marido, siempre tan extravagante a la hora de hacerle regalos, idea que por absurda descartó al instante. Cuando constató que nadie estaba vigilándola, extrañada se animó a cruzar el parque hasta llegar a la orilla del río. Pensó en arrojarse al agua, pero concluyó que nadando no podría ir muy lejos, además, estaba oscureciendo y el ruido de alimañas se iba multiplicando con cada minuto que pasaba. Tuvo miedo y no supo que hacer. Giró y desde donde estaba contempló en su total inmensidad la casa a la que la habían llevado. Era fastuosamente lujosa y por demás fascinante. Extrañada de que le permitieran moverse con libertad por la isla sin ser controlada, dedujo que sus raptores sabían de la imposibilidad que tendría para escaparse estando rodeada por agua y sin encontrar a simple vista tierra firme a donde llegar. Eso le permitió dar por sentado que la isla estaba lo suficientemente aislada de las demás como para que si lo hacía, tampoco pudieran escuchar sus gritos. Bordeando la orilla busco el muelle, pero una nueva sorpresa la decepcionó: no había embarcaciones ancladas, ni siquiera una. La habrían traído en helicóptero tal vez, pero no le pareció probable por la gran cantidad de árboles que no dejaban planicie libre para que pudiera posarse uno. Se convenció entonces de que no había forma de huir. Estaba en libertad pero cercada por agua dentro de un territorio muy pequeño y hostil. Resignada decidió regresar a la casa y enfrentar a quien encontrara. En vano buscó dentro y fuera del caserón. Abrió puerta tras puerta queriendo saber de alguien que estuviera en la isla con ella, pero a nadie pudo hallar. Cuando empezó a temer que la hubieran abandonado allí a su suerte, desembocó finalmente en un patio trasero y allí lo vio. Un hombre elegantemente vestido con blancos pantalones y guayabera floreada, la estaba esperando pacientemente, fumando, sentado a una mesa redonda espléndidamente presentada como para una cena íntima. Sereno, antes de pronunciar palabra, encendió una por una las velas de un candelabro de plata que sobre el mantel rojo se destacaba. Dos platos con sus respectivos cubiertos y un balde con una botella de champaña helada dentro, culminaban la presentación. Un ramo de rosas rojas dormía sobre la única silla vacía que frente a él, suponía le debería corresponder a ella. Asustada y poco menos que temblando se animó a preguntarle: - ¿Qué es lo que pretende?•- Muy poco. Por favor Lucia siéntate, haré que nos sirvan la cena.•- No voy a cenar con usted. -respondió segura- ¿Cuánto dinero pidió por mi?La media luz del jardín no le dejaba ver en plenitud la cara de su raptor, pero algo en su tonada al hablar le resultó familiar, por lo que, creyendo conocerlo se arriesgó a dar unos pasos con la intención de poderle ver el rostro.•- Ninguna. Como puedes ver, plata es lo que me sobra. ¿Tal vez quieras darte una ducha y regresar luego con ropa algo mas fresca? Ve nomás, te espero el tiempo que sea. Mientras le diré a Ireneo, mi valet, que mantenga la cena caliente hasta que regreses. Ponte cómoda tomate el tiempo que sea necesario. Aquí eso es lo que nos sobrará.•- Por favor ya no juegue mas conmigo. ¿Qué pretende?Al ponerse de pie y caminar hacia ella, el hombre se mostró sin medias sombras quedando al descubierto.•- ¡Bruno¡ -dijo desconcertada al reconocerlo-•- Creí que después de tanto tiempo no me reconocerías.•- No entiendo. ¿Qué significa todo esto? Caminando serenamente, el hombre regresó a la mesa y volviéndose a sentar donde estaba, la invitó a que ella lo hiciera también.•- Esas flores son para ti. Por favor siéntate.•- No, si no me dás una explicación.•- Fueron mas de veinte años sin vernos y a pesar de ello te acuerdas de mi. Me sorprendes. Será que no he cambiado mucho, supongo. Bueno tu tampoco, ó si, a decir verdad estas mucho mas hermosa que entonces. Siempre delicada, dulce, exquisitamente maravillosa. Sé muchas cosas de ti, por ejemplo que te casaste con Marcos y que tuviste tres niños con él. Era previsto. No te vi separarte un minuto de su lado hasta el día de la graduación. Debo reconocer que te ganó en buena ley. Yo nunca supe llamar tu atención. Busqué siempre hacerte reír para que te fijaras mas en mi, pero tu... nada. Bruno hola, Bruno chau. Fue lo único que logré de ti. Pero bueno... así es la vida. Como verás tuve algo de suerte en lo que me propuse. Pude vincularme y con negocios acumular una considerable fortuna. Esta isla es mi pertenencia favorita, digamos mi lugar. Aquí se puede vivir aislado de todo sin necesitar de nada que esté fuera de la isla. Lo habrás podido constatar. Aquí durante los años que no te pude ver, no dejé de soñarte una sola noche, hasta que la fantasía de compartir un mes conmigo a solas repentinamente me iluminó la mente. ¿Porqué no? me dije, y sabiendo que no había otra forma de traerte que así, me lancé a la aventura.•- No quiero pensar que enloqueciste. Como puedes creer que aun brindándome todos estos lujos puedo aceptar estar aquí por la fuerza.•- Yo no diría eso. Simplemente considera esto, un homenaje que quise brindarte por todo lo feliz que me hizo el conocerte. No temas, solo quiero compartir tus tiempos y los míos durante un mes, para sentirme que algo pude llegar a ser en tu vida mas que un conocido entre tantos de los que tienes.Ignorante desde siempre de todo aquello, pero halagada por lo que no dudaba brotaba con sinceridad de las palabras de aquel hombre, habiendo vencido su miedo y ya relajada se animó a proponerle un cambio:•- Mira, no es de mi interés seguir con este juego Bruno. Me siento en deuda contigo por tanto afecto que no sabía que me tenías, pero por favor regrésame a casa y te prometo que concertaremos una cena con mi familia para intentar ser amigos.•- Se enfría la cena. Ve a darte una ducha y regresa pronto, te espero.Ante la intransigencia que opuso Bruno cambiando abruptamente el hilo de la conversación, ofuscada se giró y evidenciando su indignación, a paso vigoroso regresó a su cuarto sin que mediara una palabra mas entre ambos. Después de esperarla dos horas, el tal Bruno, llamó a su valet y le ordenó:•- Ireneo, ten a bien servirle la cena en su habitación.•- El señor cree que ella comerá.•- No lo sé. Pero tenemos tiempo para que lo haga. Una semana. ¿Te parece poco? Durante el siguiente día, Lucía no salió de su encierro a pesar de la reiterada convocatoria que por intermedio del valet, Bruno le hacía para intentar un acercamiento. Desde el desayuno hasta la cena los aceptaba pero solo con la condición de que le fueran servidos en su cuarto. Durante todo ese tiempo fijo su atención en las noticias que desde el plasma recogía sobre las repercusiones de su secuestro. Escuchó de la propia policía, reconocer que carecían de pistas para ubicar su paradero y sobre el desconcierto que provocaba en los investigadores que no se pidiera rescate alguno por ella. Vivió con angustia que su esposo suplicara frente a una cámara de televisión, que la liberaran ó que se comunicaran con él si pretendían algo a cambio de su regreso sana y salva. Todo le parecía una pesadilla y nada podía hacer. Al segundo día a poco de amanecer, abrumada por el encierro salió de su cuarto creyéndose sola, y camino por toda la isla. Encontró una plantación de rosas blancas y rojas, las mismas que recién cortadas, Ireneo le llevaba a la habitación todos los días, y pegado al rosedal, un inmenso jaulón con mas de un centenar de pájaros exóticos de plumajes coloridos y extraños. Se había aproximado para admirarlos aun mas de cerca, cuando sorpresivamente a sus espaldas escuchó una voz:•- Ese es un jilguero español. Cabeza de fuego le dicen por el copete rojo de su cabeza. En su voz reconoció a Bruno y al girarse lo halló fumando sonriente. Su reacción no se hizo esperar. Intentó regresar a la casa sin dirigirle una palabra, pero bloqueándole el paso, él la detuvo.•- Quiero proponerte algo. Escucha Lucía. Mi idea fue compartir contigo un mes aquí, ofreciéndote todo lo que de mi pudiera para que disfrutáramos, pero no quisiera que lo hagas encerrada en tu cuarto, por eso quiero hacerte una propuesta. Decidí renunciar a ese tiempo, pero dependerá de ti, que sea breve el que permanezcas. Estoy dispuesto a compensarte con un día menos de estar aquí por cada vez que compartas una mesa conmigo, es decir, que si hoy desayunas, almuerzas, tomas el té y cenas conmigo, serán veintiséis y no treinta los días que te retendré. Si sacas el cálculo, repitiendo la misma rutina durante los próximos cinco días, serán veinte con los que te deberé compensar, y sumado al de ayer que ya pasó solo te quedarán nueve para que te regrese. Es mas, te propondré ocurrencias que si las aceptas las iré restando uno a uno de los días que te sobren. En resumen tal vez, y eso depende de ti, permanezcas aquí solo cinco días. Que dices...•- Sin propuestas indecentes... -agregó ella-•- Por supuesto, va mi palabra. -agregó colocándose una mano sobre el corazón-Quedándose callada unos segundos, sin esquivar su mirada, con gesto adusto pero convencido ultimó:•- Esta bien, acepto.•- Pero debes sonreír y ser amable conmigo. ¿Si?•- Deacuerdo. -concluyó ensayando una mueca-Al regresar a su cuarto reflexionó en lo intrascendente de sus pedidos. Que nada perdía cumpliendo sus demandas y podría ganar mucho si lograba disminuir el tiempo de ese modo. Evidentemente él mostraba ser inofensivo y no tener la menor intención de dañarla ó de forzarla en su condición de dominante de la situación a hacer nada que ella no quisiera. Por otro lado, sumado a que la isla era una mas entre decenas que había por la zona y que por ello no le sería fácil a la policía localizarla careciendo de pistas como lo había escuchado, se lanzó a urgir su regreso, confiada en que el tal Bruno sería fiel a su palabra. Durante los cinco días que siguieron ella cumplió con su parte de lo pactado y aun mas porque se presentaba a la mesa siempre con un vestido diferente de los tantos que en su guardarropa tenía a su disposición, logrando así irle restando días a los que aun tenía pendientes. En los últimos encuentros Bruno ya había alcanzado lo que en un principio se había propuesto: conversar relajadamente de cualquier tema con ella y llegar a conocerla mejor a partir de contarse intimidades. Su logró mayor fue que ante sus ocurrencias riera, y eso lo transformaba en el hombre mas feliz de la tierra. Ella por su parte llegó a conseguir, siempre con la segunda intención de restar días, que le permitiera cocinar en los almuerzos, y a que por iniciativa propia le dejara podar sus rosales. La cena del quinto día, ambos sabían daría por concluido el pacto. Esa noche Lucía apareció impecable con un vestido largo que Bruno a media tarde le envío por su mucamo. Comieron y sobre los postres, bebiendo champaña, ella se apartó del diálogo que mantenían para hacer hincapié específicamente en el pacto.•- Y bien... Creo que aquí termina todo. Si tu respetas tu palabra, pasado mañana debería estar en mi casa.•- Si. Es cierto pero que dirías si te dejo ir ya mismo.Extrañada supuso lo peor, pero en su interior algo le decía que no sería capaz de romper con una propuesta indecente y desubicada todo lo galante que fue en esos cinco días. •- Que me vas a pedir a cambio de este último día.•- Nada extraño. Que bailemos.La propuesta tomó por sorpresa a Lucía que no imaginó llegar a culminar su encierro bailando con su propio raptor. Tendría que tomarlo y dejarse tomar, apoyar la cabeza en su pecho y sentir como sus manos la toman por la cintura, mantenerse varios minutos en contacto con su cuerpo balanceándose con una melodía que suponía sería lenta. ¿Pero qué tenía de diferente él que no tuvieran los desconocidos con los que alguna vez había bailado? ¿Qué la ponía tensa de aquella última propuesta? Al cabo de unos segundos de silencio, y ansiosa por irse de la isla, no tuvo inconveniente en aceptar, pero antes para asegurarse que cumpliría con lo pactado le apuntó:•- ¿Y como me dejarías ir si acepto? Levantando apenas una mano, Bruno llamó a su valet. Al aproximarse Ireneo, dejó un celular sobre la mesa.•- Después de bailar, ese teléfono será tuyo. Podrás llamar y dar la ubicación de la isla para que vengan por ti.•- ¿Y tu que harás?•- No debe interesarte eso, pero si por curiosidad quieres saberlo, me entregaré.•- No te creo. Estas loco...•- Tal vez. ¿Y que contestas sobre bailar?•- Acepto.Tras sonreír con satisfacción extendió su mano por sobre la mesa solicitándole la suya. Al tomarla, ambos se pusieron de pie yendo a un costado de la mesa.•- Ireneo por favor, pon música.•- Que tema prefiere el señor.•- ¿Europa...? -dijo mirando a Lucia y buscando su aprobación-. ¿Esta bien? -le preguntó-•- Si. ¿Por qué no? -le respondió con firmeza ella- Con los primeros acordes Bruno se aproximó a centímetros de su rostro y tomándola suavemente de la cintura la acercó a él. Ella puso ambas manos en su pecho y girando apenas la cabeza, la apoyó sobre lo opuesto a sus palmas. Comenzaron a balancearse muy levemente llevados por la melodía. Giraban lenta y armoniosamente cuando él posando suavemente su mentón en la nuca de ella dijo: •- Jamás te tuve tan cerca, ni alcancé a tocarte como ahora. Ya nada me debes, puedes irte cuando quieras. Minutos habían pasado de estar bailando y poco faltaba para que terminara el tema, cuando Bruno la apartó y tras besarla en la frente, se marchó caminando hacia su habitación. Lucía quedó perpleja, mirándolo irse, sin llegar a entender que estaba pasando por la mente de aquel hombre. Luego giró buscando la aprobación del valet para usar el celular que se mantenía sobre la mesa.•- Puede tomarlo señora. Diga que estamos a la salida del delta, brazo derecho a tres millas náuticas al sudeste de "La encarnación". Ellos entenderán.Tras levantarlo de la mesa y mantenerse pensativa unos minutos, lo guardó en uno de los bolsillos de su vestido. Había algo que por absurdo no comprendía de todo aquello. Fue cuando estando ya segura de que regresaría se propuso averiguarlo tomándose un tiempo más.•- Es muy tarde para irme ahora. Llamaré por la mañana.•- Como usted lo prefiera.•- Ireneo... •- Si señora.•- Cuanto hace que trabaja para él.•- Quince años señora.•- ¿Y que le dijo para que usted, sabiendo que violaba la ley, lo apañara en este disparate?•- Sus motivos eran nobles y no podía dejar solo al señor.•- ¿Nobles? ¿A que llama usted motivos nobles? A tomar a una mujer por la fuerza, a privarla de su derecho a la libertad, a con presiones obligarla a proceder a su antojo solo porque en un pasado no lo correspondió sentimentalmente. La plata no le otorga el privilegio de infligir. •- Tal vez algún día la señora lo entienda.•- ¿Qué debo entender?Sonriendo el valet meditó unos segundos y continuó:•- Que haría usted si, invitada a una fiesta descubre sobre una mesa poblada de manjares, un bocado que sabe exquisito pero que nunca pudo probar, y que reconoce jamás se le presentará otra ocasión para disfrutarlo. Supongo que por educación, vigilando que nadie se le adelante, reprimiría el impulso de tomarlo hasta que el banquete comience, pero digamé con sinceridad, que haría si repentinamente se anuncia que la fiesta se pospone. ¿Se iría resignadamente sin probarlo? ó asumiendo las críticas por su desubicación, lo toma y con elegancia a pesar de todo se lo come, convencida que a nadie mas que a usted perjudica el haber procedido de ese modo.•- No entiendo.•- Ya lo entenderá señora. Permiso. -concluyó y se fue- Esa noche en su habitación meditando sobre lo que el valet le había planteado se durmió sin llegar a una razonable conclusión. Ya sobre la madrugada cuando despertó, aun la duda la perseguía, pero ansiosa por llamar cuanto antes para que vinieran a recogerla, tomó el celular y mirando por su ventana a los jardines marcó el número de su casa. Mientras escuchaba la campañilla del teléfono llamando, descubrió caminando rumbo a los rosedales a Bruno. Iba fumando como ya se había acostumbrado a verlo siempre. Detrás suyo cual si fuera su sombra, Ireneo portaba una gran canasta. Al llegar a la gran pajarera, insólitamente abrió de par en par las distintas entradas que tenía dejando escapar a todas las aves que revolucionadas salieron en bandadas en todas direcciones. La jaula quedó vacía por completo. Bruno sonreía. Luego fue hasta el rosedal y cortó todas las rosas que había, desde los capullos hasta las recién abiertas colocándolas dentro de la canasta que sostenía Ireneo. ¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente estaba loco ó qué? -pensó Lucia- Se había desprendido de todo lo que atesoró durante años. Realmente sería capaz de entregarse a la policía pudiendo escapar. Nada le cerraba como lógico en su proceder pero algo le decía que todo tenía un sentido. Recordó una vez más lo del bocado irresistible y se preguntó. ¿Lo hubiera tomado a pesar de las críticas?. Cuando su marido atendió a su llamada, después de calmarlo por su euforia al saberla viva le dictó la ubicación de la isla y le rogó que no viniera con la policía a lo que halló como respuesta: "Están escuchándonos por la otra línea, no podré evitarlo" -dijo-. "Que no halla violencia, es un ser extremadamente tranquilo y no tiene armas." -le rogó Lucía y cortó- Siguió desde la ventana viendo el proceder de los hombres y confirmó que al llegar al sendero que llevaba al muelle, lo tomaron para detenerse, primero Ireneo unos metros antes, y Bruno después de pisar las maderas bajo las cuales el agua corría. Allí había ubicado su silla predilecta, luego sentándose en ella, encendió con la colilla del que tenía otro cigarrillo y parsimoniosamente se quedó mirando el horizonte a la espera de las lanchas. Desconcertada pero insólitamente angustiada Lucia bajó al muelle. Al llegar hasta Ireneo, este la detuvo.•- El señor quiere que se lleve de recuerdo estas rosas. -le dijo entregándole la cesta donde las tenía-Ella la tomó pero dejándola en el piso sin dejar de mirar a Bruno casi como con un ruego le pidió:•- Por favor, explíqueme lo que me quiso decir anoche con esa situación que me presentó del bocado prohibido.•- No puedo señora, pero ya lo entenderá, créame ya falta poco. Empezaron a escucharse entonces las primeras lanchas de la prefectura a la distancia llegando. Bruno se puso de pié entonces y girando sin dejar de sonreír miró a Lucía.•- ¿Puedo pedirte un último favor? -dijo-•- ¿Qué? -le respondió ella-•- Ireneo solo quiso serme fiel. Nada tuvo que ver. Podrías eximirlo declarando que estaba bajo mi presión.•- Claro...•- Gracias. -culminó y volvió a girarse manteniéndose de pie esperando la inminente llegada de la policía.Fueron dos lanchas las que finalmente se detuvieron frente al muelle. Bruno al descender el primer oficial, extendió sus muñecas hacia delante, ofreciéndolas para demostrar que sin resistirse aceptaba ser esposado. Mientras se cumplía con lo acostumbrado, lo obligaron a subir a una de las lanchas. Después de partir rumbo al puerto, Lucía e Ireneo desde la isla, a punto de subir a la que los conduciría también a tierra firme, contemplaron pensativos la estela que dejaba la que llevaba a Bruno.•- No me agrada que vaya preso, pero debe pagar por lo que hizo. -pensó en voz alta Lucía-•- No se preocupe -le respondió Ireneo- No permanecerá mas de una semana en el sitio a donde lo lleven.•- Que tan seguro estás...•- Yo no...•- ¿Entonces quien? -girando para verle la cara interrogó-•- Su médico...El rostro de Lucía se iluminó de asombro y desconcierto. Empezó a entender todo y asoció de inmediato la confesión que le estaba haciendo, a la incógnita que el día anterior le había presentado el valet.•- Entonces desde un principio él supo que no estaríamos en esta isla más de una semana.•- Nunca pretendió retenerla más. Quiso darse ese último tiempo que comienza hoy para disfrutar lo logrado.•- Y porque no me lo dijo antes de hacer este disparate.•- Lo que se logra por lástima, señora... no vale.•- ¡Farsante¡ -indignada enfatizó Lucía- Me hizo creer con ese juego de intercambiar sus demandas por días, que generoso anticiparía mi regreso sabiendo desde un principio que, aunque quisiera, no podría retenerme mas de una semana. Jugó con mi desesperación para obligarme a ser como él buscaba que fuera. ¡Canalla¡•- Simplemente escogió pagar las consecuencias pero no perderse esta última oportunidad de probar el bocado mas deseado de su vida.Mientras la lancha lentamente se alejaba de la isla, Lucia desde la borda miraba hacerse cada vez mas pequeña la casa y reflexionaba: "Es verdad. De no haberlo hecho así, no hubiera aceptado jamás, ni por piedad, hacer lo que obligada por las circunstancias hice", y sincerándose en silencio, sonriendo se dijo: "Yo también hubiera tomado el bocado a pesar de todos" “La vida no es lo que uno vivió si no lo que uno recuerda y como lo recuerda” G. G. Márquez Toda la vida Sorpresivamente apareció parado frente a la casa. La puerta principal estaba abierta y el sereno que vigilaba lo descubrió mirando con detención hacía el interior, pero no le dijo nada; esperó a ver que hacía. Luego de un rato, el hombre comenzó a golpear las palmas de su mano llamando: -¿Hay alguien?- repitió varias veces. -Si, yo. -contestó el sereno acercándosele. -Dígame, que necesita abuelo- le preguntó. -¿No me dejaría recorrer la casa?- halló como respuesta. El vigilador no se opuso pero antes lo previno. -Como quiera, pero vea que mañana la van a demoler, si su intención es comprarla...- -No no. Para nada. –le contestó- Hace mucho tiempo esta fue mi casa y me gustaría poder verla una última vez, claro si a usted no lo molesta.- Invitándolo a pasar, el sereno agregó: -Por supuesto que no. Si esa es la cuestión, pase, pero tenga cuidado con las cosas que hay tiradas.- Por un prolongado tiempo lo contempló caminar en silencio y detenerse en cada rincón con una mirada nostalgiosa y pensativa. Con las manos aferradas por detrás, no dejó lugar sin recorrer, hasta que finalmente reflexivo lo vió detenerse en la mitad del inmenso patio. -¿Muchos recuerdos? –sondeó el sereno - - Si estas paredes pudieran hablar... -Todas las casas guardan historias, y más aún si son viejas como esta. Mire yo siempre pensé que mientras se mantienen en pie, aun abandonadas, las casas guardan secretos. En un modo surrealista se podría decir que vieron todo lo que ocurría dentro de ellas y que por designios celestiales, eternamente conservan las historias que compartieron con sus moradores. Es evidente que nos sobreviven en el tiempo y que por eso se transforman en mudas y exclusivas captadoras de historias. -Buena reflexión la suya. -Cuando por trabajo uno pasa horas solo, cuidando lugares abandonados como este, a veces se imagina cosas; juega a descifrar lo que implícitamente, cada pared le está diciendo que vivió. Por ejemplo... ve esa habitación -dijo señalando una que estaba algo alejada- por el color en que fue pintada y por la gran cantidad de agujeritos que tiene la pared, uno puede suponer que allí dormía una jovencita a la que se le dejaba clavar donde quisiera las fotos de sus ídolos. Tal vez me equivoco, pero uno asocia eso. -Es asombroso. Permítame felicitarlo y decirle que acertó. Allí precisamente dormía la hija de Mercedes, una prima que tenía. Crea que me sorprendió... pero yendo a lo de antes, lo que usted dijo es muy cierto. Me bastó haberla recorrido otra vez hoy, para revivir como si lo estuviera leyendo de un libro, todas los cosas que pasaron aquí. Mañana, cuando ya nada quede en pie, inexorablemente todas esas historias que aun hoy se conservan calladamente entre estas paredes, desaparecerán para siempre. Será como si nada de lo que pasó, hubiera ocurrido. ¿No quiere contarme? -No puedo creer que le interese. -Las historias me atraen. -Bueno, si es su gusto... -Si que lo es... -Deacuerdo. Para empezar, –dijo el anciano señalando la primera pieza- aquí vivían Atilio y Adela, los dueños de la casa. Ella no podía caminar y andaba por todos lados en silla de ruedas. Antes de quedar así, habían tenido una hija: Mercedes, que tenía como suya la pieza de al lado. En la que sigue vivíamos mi madre y yo. –giró la cabeza indicando con la mirada cual era- Eso fue cuando mamá quedó viuda y Adela que era la hermana de mamá, le propuso venirnos a vivir aquí, para no estar solos. Mamá era concertista. -Entonces Atilio y Adela eran sus tíos... -...y de ahí que Mercedes fuera mi prima. Pero la diferencia en edades era mucha; yo tenía cuatro y ella dieciocho; le estoy hablando de hace sesenta y pico de años atrás. En la de al lado estaban Sofía con su hijo Leonel, que tenía un año mas que yo. Ella vino perseguida por la guerra que en Europa, ya le había cobrado la vida a su marido. Atilio condolido por su situación, le ofreció vivir con nosotros a cambio de que hiciera los quehaceres domésticos que Adela se veía imposibilitada de realizar. Ella no tenía otro ingreso que la pensión de guerra que le habían otorgado por su marido, es decir, poca plata. Era voluptuosa y muy bonita, y capaz de someterse a cualquier tarea, con tal que nada le faltase a ella y a su hijo. Sabía que la falta de dinero, inevitablemente los sometería a la desprotección y eso la aterraba. Adela sabiendo ese temor, abusaba de la abnegación que ponía en hacer las cosas, sometiéndola a sus antojos como a una sirvienta. Con mi madre se hicieron grandes amigas, al igual que yo con Leonel. Por último en la pieza del fondo vivía Guido, un amigo soltero de Atilio, algo amanerado pero buen tipo. Era sastre. Acá adelante... -caminó hasta el local que estaba junto al pasillo largo de la entrada- trabajaba Atilio. Tenía el almacén mas concurrida, parte porque fiaba a todos en el barrio y parte porque no existía quien no lo conociera. En verano apenas oscurecía nos juntábamos en este patio y hasta cenábamos juntos cuando se daba. Todo parecía normal hasta que un día nació “Merceditas”... -La hija de su prima. -Exacto. Atilio le puso Meceditas por lo parecido que tenía con Mercedes. A partir de ella, cambió todo en esta casa. -¿Para bien? - Creo que sí... aunque algunos lo lamentaron. -¿Quienes?. -Por empezar Atilio y Adela. Mi prima tenía dieciocho años y ni sabíamos que tenía novio cuando se apareció con la noticia de que estaba embarazada. Ese fue el comienzo... -¿De que? El anciano, pensativo se acomodó en la única silla que se veía en el arruinado patio y el sereno lo acompañó sentándose a su lado, sobre los restos de la que fuera la escalera de material que desembocaba en la terraza. - Si le cuesta, lo dejamos ahí... -optó por sugerirle el sereno- - No, para nada. Solo estaba rebobinando. La cosa fue así... Estaba por comenzar el verano y el intenso calor de diciembre no dejaba dormir a nadie en paz. Conciliar el sueño dentro de estas gigantescas piezas que no tardaban en mutarse a hornos cuando el sol les daba a pleno durante toda la tarde, era prácticamente imposible. Como un caldo caliente, el aire se acumulaba en las habitaciones y ni los mugientes ventiladores de pie, en su continuo ir y venir, lograban renovarlo. La única que por las noches podía sentir el alivio de alguna brisa fresca, si la había, era Mercedes, que dormía allá -dijo señalando la pieza que desde el patio, subiendo por la escalera de material desembocaba en la terraza-. ¿La ve?. -insistió- Su atrevida adolescencia, desinhibida y alegre, la había convertido en el centro de todos en la casa, y en especial de sus padres. -Adela y Atilio... - Exacto. Ellos fueron quienes aún renuentes a que lo había decidido hacer, le permitieron de la amplia habitación que siempre tuvo abajo, cambiarse a ese reducido cuarto que se le antojo ocupar en la terraza. De haber sospechado Atilio que la empecinación de Mercedes por mudarse allí era para, saltando de terraza a terraza, verse a escondidas con el hijo de su vecino, habría puesto el grito en el cielo y no se lo hubiera permitido por mas loco que estuviera. Mi mamá y Sofía la habían sorprendido un par de veces saltar, pero se hicieron su cómplice para evitarle el disgusto a mi tío. Ella sola en la terraza y escaleras abajo, nosotros frente a un patio atravesado en aquel tiempo, por frondosas parras que desplegadas sobre alambres, cubrían libremente la inmensidad de la casa, es decir, todo este sitio donde estamos ahora. Así entre el bullicio de Leonel y el mío corriendo por el patio y la música alta de Mercedes, la radio que Atilio dejaba de fondo en el almacén, los mates que Adela sentada en su silla de ruedas, cebaba todo el santo día, las repetidas canzonetas que tarareaba Sofía lavando ropa y el arrullador piano de mamá a la hora de la siesta dando clases, llenaban de calidez el aire que se respiraba y que según solía decir Atilio, sin eso, esta casa no sería otra cosa que un tétrico caserón de antaño, como lo es ahora. Como le dije Guido vivía en la pieza del fondo junto a la segunda cocina que había. Su taller de costura estaba justo en la vereda de enfrente, en línea recta con el almacén de Atilio. De vidriera a vidriera se hablaban con señas a la hora de comer o de cerrar los negocios. Guido vestía muy bien pero a mi ver, con exagerada pulcritud. Sus modos de gesticular algo amanerados y su voz fina, lo encasillaban, sin que a él le importase, en afeminado. Mercedes le decía tío y le confesaba sus secretos, convencida que jamás la traicionaría. Era, además, para las demás mujeres de la casa, un crítico sincero y de buen gusto a la hora elegir que les convenía mas con respecto al pelo, al vestuario o al maquillaje. Adela lo sabía buen escuchador, por eso solo a él le comentaba el temor que la perseguía de que por su invalidez, algún día cansado por la falta de sexo, Atilio la dejara, cosa improbable conociéndolo. Una noche, recuerdo, estábamos en el patio esperando algo de fresco para irnos a dormir, cuando entró Mercedes de la calle y se paró en medio de la rueda de sillas en la que estábamos. Dijo: -Tengo algo que comunicarles- y ahí nomás como quien va a anunciar un viaje, sin mostrar ningún temor ni arrepentimiento, lo largó como quien no quiere la cosa: -Estoy embarazada- dijo-. Nadie ante el estupor que causó la noticia, se animó a pronunciar una sola palabra, situación que ella aprovechó para confirmar algo peor aún: -Pero no se preocupen porque me lo voy a quitar-. El rostro de Atilio fue transformándose y todos creímos que reventaría de la presión que levantó. Cerró los puños y apretando los dientes, con las facciones del rostro desencajadas grito:- ¿Qué dijiste?... Mejor que no sea cierto lo que escuché porque juro que te vas a arrepentir-. Pero si, y no-solo era cierto sino que decidida a enfrentar a su padre lo repitió poniendo énfasis en que no permitiría que nadie se inmiscuyera en su vida. El único que pudo frenar al tío para que no cometiera un disparate fue Guido, que lo tomó de los brazos cuando iba camino a darle una bofetada. Nunca antes lo había hecho, pero la fría desfachatez que mostró tras el anuncio, había rebalsado el límite de tolerancia que tenía el tío. Para suerte suya, Adela se había desmayado en la silla de ruedas y eso contribuyó a que Atilio con Guido mamá y Sofía corrieran para asistirla, y así Mercedes pudo escapar antes que la alcanzara. Sin perturbarse por el revuelo, aprovechó el desmayo de su madre y subió a su cuarto, como si nada hubiera dicho. Luego cuando Adela se repuso, gracias a la mediación de todos, Atilio aceptó no volver a tocar el tema hasta que se calmaran los ánimos, cosa que tardó mas de lo esperado en ocurrir. Soportar el permanentemente malhumor de Atilio gruñendo todo el día, había transformado a la casa en un polvorín donde parecía que a la menor discusión todo terminaría en cenizas. Adela repetía una y otra vez: -Que locura dios mío. Que vamos hacer-. Con Leonel tuvimos que suspender nuestros juegos de pelota en el patio y a pedido de mama, evitar gritar. -¿Qué pasa que los chicos no juegan? –preguntaba Atilio desde su enojo con voz cada vez mas alta para que Mercedes desde la terraza lo escuchara. -¡Que culpa tienen ellos que mi hija se revuelque con cualquiera!-. Ella no quería salir de su pieza y si no fuera porque Guido le llevaba a escondidas comida, se hubiera muerto de hambre, por no darle el gusto a su padre a que tocara el tema nuevamente. Una mañana, el hijo de nuestro vecino, se presentó ante Atilio reconociendo haberla embarazado a Mercedes. Ya lo teníamos visto del barrio, pero nunca llegamos a la intimidad de una charla. Sabíamos si, que era de ideas anarquistas como su padre y un activo militante, además de acumular mas de un arresto por refriegas con la policía y que vivía, como buen politiquero, de las migajas que le proporcionaban los comités en que se enrolaba como militante. –Bueno... –empezó diciendo Atilio- Lo hecho, hecho está. Se puede saber que van hacer ahora; cuando se van a casar, donde van a vivir, de que van a vivir...”- inocentemente le preguntó. –¿Hacer...? Nada.- desinhibidamente le contestó el muchacho. -En principio no vamos a tener el niño, no es tiempo aún para compromisos, y en segundo lugar hemos decidido con Mercedes irnos a vivir juntos a Europa; allí tengo mas campo de acción para desplegar mis ideales- decidido concluyó-. Guido esta vez no tuvo tiempo de aferrar al tío de los brazos cuando se lanzó sobre el muchacho. Lo levantó de las solapas del saco y de un empujón lo arrojó con violencia hacia la salida, mientras le gritaba: –Mira mocoso de porquería, si vos pensás que yo voy a permitir que mi hija se saque ese chico y que después se vaya a vivir con un vago como vos, te equivocas y mucho. Acá se van a hacer las cosas como yo mande, te guste o no. Ahora andate antes que me olvide que conozco a tu familia y te rompa el culo a patadas. ¿entendiste?-. Mercedes bajó corriendo las escaleras y quiso irse con él, pero Atilio alcanzó a tomarla de un brazo y con una mirada punzante y temeraria, atravesándola con los ojos la amenazó: -Vos sos menor y en esta casa, todavía mando yo. Vas a tener si ó si a tu hijo y hasta que lo tengas no vas a salir de esta casa. ¿Entendiste?- Casi arrastrándola subió con ella las escaleras hasta su pieza y después de meterla de un empujón dentro, cerró con llave la puerta y la aseguro con un candado. De allí en mas los llantos de Mercedes se escucharon todos los santos días. Por la noche, sus lamentos parecían quejidos de perro. Él también sufría, pero no reconsideró para nada su decisión a pesar de lo que le decían los demás. Nadie pudo hacerlo recapacitar que sabiendo todos lo rebelde y obstinada que era Mercedes, aquello no tendría buen fin. Los meses que siguieron fueron tétricos. Las mujeres, por orden expresa de Atilio, no dejaban sola a Mercedes ni de día ni de noche y él no volvió a dirigirle la palabra hasta el día en que Merceditas por fin nació. La recién nacida era tan linda como su madre y no hubo quién no se alegrara con su llegada, a excepción de Mercedes que la hacía culpable de interrumpir sus mejores años de juventud. En pocos días la beba se transformó en la niña de todos, porque no había quien teniendo un tiempo libre, no fuera a verla. Con el pasar de los meses, Atilio olvidó rencores e intentó entonces, recuperar en buenos términos el diálogo con su hija, pero ya la herida que le había provocado no cicatrizaría jamás en Mercedes. Una mañana desapareció. No volvimos a verla más, ni a ella ni al supuesto padre de la niña. Se habían marchado con lo puesto y ella dejando tirado en el piso, como una muestra de su desprecio, la pulsera de oro que para sus quince años Atilio le había regalado. Fue la primera vez que ví llorar al tío. Desde ese día solo vivió para Merceditas. De la noche a la mañana, Leonel y yo habíamos pasado a segundo plano en la casa. Todo empezó a girar en torno a ella y eso nos generó tantos celos que nos propusimos ignorarla. Cosas de chicos. Lo cierto es que los años fueron pasando vertiginosamente sin que pudiéramos dar cuenta de ello, y fue así que cuando recién cumplidos teníamos los ocho, ella iba por los cuatro, y ocho cuando nosotros doce, es decir, que las edades se iban equiparando a medida que el tiempo transcurría. Merceditas siempre fue muy bonita, y por demás simpática y dulce al hablar; vivía sonriendo. Además, vestía impecable, pulcra, siempre con vestidos nuevos y originales que por el encanto que ella ponía, gustoso le diseñaba Guido. De peinarla se encargaba Adela. Todas las mañanas durante varios minutos se deleitaba con pasarle el cepillo una y otra vez, desde la raíz hasta las puntas, por la larga y lacia cabellera que le llegaba casi hasta la cintura. A simple vista parecía la niña mas agradecida y feliz de la tierra y lo expresaba mostrándose amable con todos. Cuando no estaba con Atilio, ayudándolo en el almacén, tejía con Adela cebándole mate, o se pasaba la tarde con Sofía para que le enseñara sus artes en el bordado. Mamá también la demandaba porque quería que aprendiera a tocar el piano con ella. Si no tenía nada que hacer, era fácil saber donde estaba. O en el patio regando las plantas ó limpiando el jaulón de los pájaros, ó jugando con su gata, ó en la cocina del fondo, cocinando tortas para que Guido y Atilio al regresar por la noche, se las comieran como postres después de la cena. Crecía y su figura se agigantaba cada vez más. A los únicos que no pudo conquistar con sus modos, fue a nosotros, que a pesar del tiempo transcurrido manteníamos la consigna de ignorarla. Luchaba para que la tuviéramos en cuenta pero la regla común que habíamos adoptado de chicos con Leonel era no perder el tiempo hablando sandeces con ella. Se sentía culpable por haber generado esa situación pero, aún así, no perdía las esperanzas de llegar a cambiarnos. Cuando cumplimos los dieciocho, Atilio quiso hacerse cargo de la carrera de abogacía que eligió seguir Leonel y la del Conservatorio que yo preferí cursar. Ese mismo año organizó aquí, en este patio, una gran fiesta para festejar los quince de Merceditas. Siempre se auto culpó de un error que desconocía en la crianza de Mercedes y que le había valido ese desengaño prematuro de su embarazo, pero aun así eligió apostar a doble o nada con Merceditas, convencido que la historia no se repetiría con ella. Por eso, sin tomar en cuenta si por lo que hacía, nuevamente caía en boca de todos, no midió gastos ni tuvo miramientos para invitar al barrio entero a la fiesta, para ufanarse de lo orgulloso que estaba con Merceditas, a pesar del abandono que había hecho de ella su hija. Llenó el patio de adornos y luces y hasta contrató una orquesta para que tocara toda la noche. Pagó el mejor servicio, la mejor torta y el menú mas variado para que nada faltara. Como era de suponer Guido nos vistió a todos. Fue la primera vez que nos pusimos un traje con Leonel. Cuando llegó el día de la fiesta, pensábamos escaparnos entre el barullo de la gente, pero recibimos de Guido la advertencia que si Atilio descubría que no estábamos, estaríamos en serio riesgo de ofenderlo y esa, debiéndole tantos favores, no era nuestra pretensión, de modo que no tuvimos otra salida que soportar el plantón toda la noche. Lo que más nos crispaba era tolerar a las amigas de Merceditas riéndose tontamente, agrupadas en un rincón y cuchicheando pavadas mientras que de reojo nos miraban compitiendo a ver a cual de ellas sería lo suficientemente seductora como para que la invitáramos a bailar antes que a otra. Atilio había dejado la puerta de calle abierta para que quien pasara se enterara del festejo. Todos los chicos del barrio que por tratarla en el almacén, habían hecho amistad con Merceditas, se agruparon en la reja de la entrada para verla. Al enterarse el tío de como supo también de ellos ganarse el aprecio, orgulloso dió orden a los mozos para que se les alcanzara de lo que había, aceptando que no merecían quedar tampoco excluidos de su fiesta. Todos se divertían, menos nosotros, hasta que repentinamente, las luces se apagaron, salvo a un costado donde apareció dentro de un círculo iluminado, Atilio. Trajeado como para un casamiento, trayendo tomada de su brazo a una espectacular y nunca vista Merceditas. Lo único de aquel momento que conservo claro es que tanto a Leonel como a mí, verla nos dejó turbados. Pintada y maquillada como una mujer, con un peinado delicadamente sujeto con hebillas blancas de tul, enfundada en un vestido blanco con brillos que dejaba ver apenas en el escote, el comienzo de sus intimidades, con sus resplandecientes dientes en una amplia sonrisa, Merceditas estaba allí. Inconmensurablemente bella, incomparable y encantadora como nunca. No sé si por haber descubierto en ese momento a la mujer que escondida estaba en su interior ó por celos, no nos permitimos que estuviera junto a otro muchacho que no fuera con nosotros. Lo había logrado. Nos tenía rendidos ante ella y eso la hacía la mujer más feliz de la tierra. Bailaba con uno y con otro o en ronda con los dos, riendo a carcajadas. Tomada de nuestro brazo se paseaba orgullosa de mesa en mesa queriendo que saliéramos con ella en cada foto. Sobre el final de la fiesta, Atilio, controlando apenas su borrachera, la llamó al centro del patio y ante el silencio de todos sacó de un bolsillo un estuche y se lo entregó lagrimeando: era la pulsera de oro que Merceditas, había arrojado al piso antes de marcharse, solo que ahora tenía grabado su nombre y borrado el de Mercedes. Esa noche Leonel y yo, casi sin darnos cuenta, comenzamos a ser rivales. Los días que siguieron fueron la dicha que soñaba Merceditas. Ninguno la dejaba sola con el otro y ella disfrutaba de esa pugna porque en su inocencia, a los dos, decía, nos quería por igual, como hermanos. Pronto mi madre derivó en mi, la enseñanza que ella le hacía de piano. Sentados en el mismo taburete con el pretexto de demostrarle como tenía que acariciar tal o cual tecla, le tomaba la mano. Varias veces nuestras miradas se dijeron cosas y ella empezó a darse cuenta que algo le sucedía. Lo comprobé cuando sonrojada bajaba la vista. Leonel la acompañaba a cada mandado que hacía y payaseando le ofrecía el brazo para caminar tomados. Al regresar siempre la escuchaba reír a carcajadas con las ocurrencias que inventaba Leonel para caerle mejor que yo. Una tarde Atilio subió a la terraza por unas herramientas y nos encontró hablando. Solo eso, hablando nada más. De libros, de música, de cualquier cosa, pero la sospecha que le surgió al vernos juntos y solos, repentinamente le hizo fruncir las cejas con un gesto de fastidio, para luego intimidando con los ojos sermonear: –Ustedes son parientes... ¿Lo sabían?. Vos sos mi sobrino y vos mi nieta.-dijo mirándo a Merceditas- La madre de ella es tu prima...-agregó, ahora fijándose en mi- ¡Ni se les ocurra.! ¿Entendieron?. -concluyó para luego voltearse, colérico por la duda, y bajar sin recalar que lo hacía sin llevarse lo que había venido a buscar- Merceditas reflexionó rápidamente y antes que diera otro paso le preguntó: -No entiendo abuelo, ¿Qué querés decir? Ya sabemos que somos medio parientes... ¿Y con eso que? -concluyó- Era evidente que desde su inocencia nunca consideró que pudiéramos verla con otras pretensiones. Por suerte Atilio así lo entendió y solo se limitó a contestar ya más tranquilo: -Nada, no me hagas caso; nada. –luego mirándome agregó- Son cosas de hombres, vos me entendés ¿no?. -y volviendo a ella la calmó con un: -A su tiempo él te lo va a explicar, quedate tranquila.- Por aquel entonces, a principios de siglo digo, las familias respetaban a rajatabla las ridículas y estructuradas normas sociales. El marido mantenía la familia y la mujer se encargaba de la casa, de los hijos y punto. Veían, por ejemplo, de muy mala manera la unión en pareja de parientes, como así también que las mujeres trabajaran ó que al enviudar no se vistieran íntegramente de negro durante años, como la de no llegar virgen al matrimonio ó la de separarse habiendo hijos por criar por mal que se llevara el matrimonio; el divorcio no existía. Si te jodías era para toda la vida. Atilio era uno de esos; muy estructurado al respecto y a la hora de cumplir con esas normas, no había tutela. Cuando después que se fue volvimos a quedamos solos con Merceditas, ella cayó en la cuenta de donde podía venir la advertencia. –No pensará que vos y yo... –dijo sin terminar la frase- ¿Cómo se le pudo ocurrir tal cosa? –agregó para luego proponer- No le hagamos caso, es absurdo lo que piensa. ¿No?.-tímidamente preguntó dudando- Noté por como se frotaba las manos, que mi silencio la ponía nerviosa, por eso me apresuré a calmarla: -Claro, son cosas que se le ocurren a él-. Desde ese momento, para evitar problemas, me alejé algo de ella y dialogaba lo esencial, solo si ocasionalmente se daba. Lógicamente no tardó en darse cuenta de mi cambio y esa fue la primera señal que tuvo de que estaba enamorado de ella. Desde entonces confundida y sin poder definir claramente lo que sentía por mí, empezamos a entendernos con la mirada. Bastaba verla a los ojos para interpretar lo que me quería decir y viceversa. Mientras, Atilio no dejó que el tiempo hiciera de las suyas y empezó exageradamente a resaltar las cualidades de Leonel, para que Merceditas se olvidara de mí y se fijara mas en él. Los dejaba salir de noche, ir al cine solos, a bailar y hasta lo invitaba a cenar varias veces a la semana con el pretexto de organizar los proyectos del club. Esa fue la otra obsesión que tuvo Atilio: el club. Por ese tiempo lo habían nombrado presidente y compenetrado en su función no hacía otra cosa que planificar reformas. Si le menciono esto es porque hubo un hecho rimbombante que definió al fin el rumbo definitivo que tomaría la relación entre ella y yo. Fue así: Apasionado por el básquet, Atilio proyectó construir, además de la que ya existía, una cancha cubierta con piso de madera y reloj electrónico. Cuando logró que se hiciera, organizó un partido inauguración, invitando a la muchachada del barrio a que formaran dos equipos para el evento. En esa pared -dijo señalando la medianera- todavía está el aro que él mismo empotró para que entrenáramos. Leonel y yo jugábamos bastante bien, y eso era porque de chicos él nos había inculcado la pasión por el básquet. Con Merceditas también lo hizo, pero como todavía no se lo consideraba un deporte para mujeres, jugaba solo aquí, en el patio y con nosotros. Sin embargo, tenía una facultad admirable y consistía en la precisión con que lograba encestar lanzando desde cualquier sitio del patio en que estuviera, y eso fue determinante cuando jugamos en la inauguración. El partido fue algo violento pero apasionado, y sobre todo interesante por lo parejo en el marcador. Encestaban ellos, encestábamos nosotros, íbamos codo a codo hasta que en un salto cerca del aro Leonel cayó mal y se quebró el tobillo. Nadie tenía previsto suplentes y con uno menos no podíamos continuar, hasta que a mi se me ocurrió buscar a Merceditas entre el público. La encontré y con la mirada y un leve movimiento de labios le insinué: ¿Te animás?. Ella encogiéndose de hombros sonrió y balanceando la cabeza me dijo que si. Para Atilio era una verdadera locura que entrara para ocupar el lugar de Leonel y para los contrarios antirreglamentario. La cosa fue que al fijarnos, nada decía el reglamento sobre si se podía o no, por lo tanto terminaron por aceptar su ingreso, no sin advertirnos que por ser mujer no tendrían miramientos al momento de saltar. Faltaba un minuto y veinte segundos para el final. Decidida, no tardó en ponerse la ropa de Leonel mientras a él lo vendaban renunciando a que le pusieran un yeso hasta que no terminara el partido. El silbato sonó y luego de recibir un pasé en alto se la entregué servida a Merceditas justo al lado del aro pero al saltar, poniéndole el cuerpo la desplazaron con violencia rodando por el piso de madera. Pudo terminar aquello en una batalla campal de no haberse levantado como un resorte del piso pidiendo calma, que nada le había pasado. Ya no había tiempo, les tocaba sacar a ellos y era lógico suponer que harían tiempo hasta llegar a nuestro aro para encestar sin darnos lugar a otro ataque. Solo quedaba defendernos y tratar de no dejarlos llegar. Mantener el empate considerando los problemas que teníamos, era milagroso. Tal como lo sospechamos, driblando avanzaron hasta mitad de la cancha. Faltando diez segundos para el final se lanzaron a buscar el doble ganador y fue allí que perdido por perdido, comenzamos a lanzar a lo loco manotazos al balón que ellos no dejaban de pasarse de mano en mano. Hasta que en un intento alguien pudo en el aire rozar la pelota apenas desviándola a un costado, justo frente a Merceditas que la tomó del piso como un relámpago. Pero ya no había tiempo. O si. Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado. Consciente que su habilidad estaba en la precisión de sus tiros a distancia, quizo intentarlo. Miró el reloj y dic cuenta que nada perdía con probar. Parada a un costado, pisando la línea que recorría el centro de la cancha, inmóvil miró fijo el aro, se mantuvo tiesa un par de segundos, para luego con una mano elevarse en el aire lanzando el balón directo al aro. Mientras la pelota seguía su curso, todos contuvimos el aliento hasta que luego de pegar en el tablero, la vimos de lleno meterse en el aro para darnos la victoria justo cuando el reloj marcaba dos segundos para el final. El estadio estalló en gritos y llevada en andas, la pasearon por entre la multitud. Atilio lloraba de felicidad y ni bien pudo abrazarla no paró de besarla una y otra vez. A partir de ese día, por lo que había logrado ella, se planificó en el club organizar torneos femeninos. Todos festejábamos y yo desbordaba de felicidad, hasta que desesperada la vi abriéndose paso entre la gente para llegar a la camilla donde estaba Leonel llorando entre el dolor de la fractura y la alegría del triunfo. Se abrazaron y sin que mediara discreción, delante de todo el mundo se besaron. Fue como si me hubieran tirado una tonelada de nieve en la espalda. Cuando ella se dio cuenta que los había visto, vino y me abrazó: -Te lo iba a contar- dijo, y que otra cosa podía hacer yo mas que aprobar aquello sonriéndole. Al fin y al cabo la perdía en manos de mi mejor amigo. Lo cierto es que nunca pude saber si hasta que ocurrió lo de la terraza, estaba empezando a enamorarse de mí ó si solo sentía lo que siempre me demostró y nada más. Me confundían sus ojos porque me decían cosas opuestas a lo que pronunciaban sus labios. Eso me hacía dudar mucho. Cuando cumplimos veinticinco y ella veintiuno, Leonel ya era abogado y yo un egresado mas del conservatorio. Atilio usando las influencias que siendo presidente del club logró hacerse, había metido a Leonel en política y a poco de empezar se hizo íntimo de gente pesada en el comité donde estaba militando. Andaba de chanchullo en chanchullo y eso yo no lo toleraba. Conseguía plata demasiado fácil arreglando entuertos políticos de dudosa comprobación y estaba rodeado de matones que vivían pidiéndole favores a cambio de una entrega total para lo que quisiera hacer o deshacer a su antojo. No entendía la preferencia que Atilio tenía con él, siendo que yo era su sobrino real, hasta que una noche por casualidad descubrí el porque. Todo comenzó cuando Atilio vio poco decoroso e inapropiado que Leonel y yo, habiendo ya pasado la adolescencia, siguiéramos durmiendo en la misma pieza que nuestras madres, por lo que acertadamente se le ocurrió proponer que compartiéramos la habitación que había sido de Mercedes, en la terraza; propuesta que aceptamos de inmediato, claro. Fue esa madrugada, que urgido por la necesidad de orinar, rápidamente bajé rumbo al baño. Llegando a mitad de la escalera, alcancé a percibir un jadear apenas reprimido que provenía de la pieza de Sofía. Extrañado, lo volví a sentir pero apurado por priorizar mi necesidad, atravesé el patio hasta llegar primero al baño. Una vez aliviado pude poner mas atención al jadeo que seguía repitiéndose. Me oculte entonces detrás de un macetón entre las sombras que daba una de las parras y me aboqué a esperar. Resumiendo, no pude reaccionar sino después de varios minutos, cuando de la pieza de Sofía, vi salir a Atilio en calzoncillos para luego ir al baño a jalar deliberadamente la cadena del depósito con el propósito que se escuchara en toda la casa la bulliciosa caída del agua en la taza. Esa era la cuartada que usaba para que Adela no sospechara donde estuvo. Desde ese día cada vez que escuchaba el desagote del baño por las noches, sabía de un nuevo encuentro que habían tenido. No podía contarle a Leonel que su madre se acostaba con el tío, tampoco a Merceditas y menos a los demás por lo que tuve que callar con lo que supuse un secreto que solo yo sabía. Con el tiempo me enteré que Adela simulaba ignorar la relación y que en realidad callaba, por ese miedo al abandono que la obsesionaba. Su principio era que si ella no podía darle lo que necesitaba, el tío terminaría buscándolo en otro sitio y prefería mejor saber con quien a imaginarlo. Además, estaba convencida que Sofía iba solo tras el beneficio que le daba tomar del almacén lo que se le antojara sin pagarlo, es decir, que no había sino mutuas necesidades, de sexo por un lado y económicas por el otro. Aún así, no dejaba escapar oportunidad para que Sofía se diera cuenta que estaba al tanto de todo. -Sacale el jugo pero no me lo exprimas- ó –Que no se te vaya la mano nena- eran algunas de las frases que repetía y que después hilvane venían por eso. Ella al quedar expuesta, creyó suponer porque Adela callaba y aceptó, sin cambiar palabra alguna, seguir el juego, siempre y cuando cada una cumpliera con su parte, algo que a las dos les convenía. De ahí que Leonel fuera lógicamente el preferido de Atilio. Una mañana comenzó lo que sería el final de todo. Guido y Atilio a los gritos entraron a la casa anunciando a viva voz que habíamos ganado la lotería. El entero compartido que una vez al año comprábamos desde el nacimiento de Merceditas, había salido ganador después de seguir el mismo número durante veintiún años. Esa noche el festejo no tuvo fin. La casa se llenó de amigos y vecinos y por sobre todo de proyectos de lo que cada uno haría con su parte de lo ganado. Nadie sabía con certeza en que invertir la plata pero tampoco nadie tenía apuro en gastarla. Solo Atilio se adelantó a confirmar que el cincuenta por ciento de su parte se lo regalaría a Merceditas y Leonel para tuvieran casa propia y todo lo que necesitasen para casarse. La idea de Guido era comprar con su parte, la vivienda y el local que conjuntamente alquilaba para su sastrería. El sueño de Sofía era viajar, recorrer el mundo y volver a su añorada Italia. Mama quería comprarse el mejor piano que existiera y luego una casa donde fundar una escuela de músicos que ella presidiera. Pero no todo fue alegría. No había pasado una semana cuando por correo llegó una carta que instalaría nuevamente el drama en la casa. Atilio que a pesar de lo ganado por el azar, aun seguía atendiendo el almacén como para matar el tiempo, recibió una carta que tenía por destinataria a Sofia, pero le extrañó que viniera de Suiza y que no tuviera remitente. No era la primera vez que le llegaba correo de Europa ¿pero de Suiza?. Sus celos pudieron mas que su respeto a la privacidad y rompió el sobre. La remitente era Mercedes y la carta era para Adela. Sofía era solo el puente para que a espaldas suyas durante años se comunicaran ocultándoselo. Leyó la carta con fastidió y se enteró que Merceditas había tenido una hermana y que su padre había muerto meses atrás. Estaba sola en Suiza y su proyecto era volver a ocupar el sitio que le correspondía y reencontrarse con su hija mayor, a la que ahora si reconocía como suya. -¡Ni se te ocurra traerla aquí!. Hace veintiún años perdí a una hija y no quiero saber nada de ella ni que se meta con Merceditas. Si viene para joderle la vida... ¡las mato a vos y a ella!- fueron sus palabras cuando gritando se enfrentó con Adela llevando la carta en una mano. –Como te atreviste a romper una correspondencia que no era tuya... –arguyó ella en su defensa- -Me importa un bledo lo que pienses y menos lo que hiciste todos estos años a espaldas mías con ella. ¡Acá no la quiero! ¿Entendiste? Y ojo que no se entere de esto Merceditas. Tu hija ya me cagó la vida a mí, y no voy a permitir que se la cague a ella. -sin dejar de gritar la amenazó. -¿Quién sos vos para no dejarme ver a mi hija y a no dejarla a ella que vea a la suya?- le replicó Adela tan fuera de si como el tío. –En esta casa no hay lugar para ella. Si no pensás igual, -concluyó Atilio- podés irte también vos si querés- y dando un portazo se fue. Como era lógico Merceditas se enteró de todo y con calma se atrevió a enfrentar a su abuelo. –Si se queda acá ó no, es cosa tuya, en eso no me inmiscuyo, pero no me molestaría conocerla, por lo menos para escucharla y saber porque hizo lo que hizo conmigo- Esas fueron las únicas palabras que terminaron por conmover a Atilio y solo admitió que si esa era su decisión la respetaría. Una semana después el tío puso en una cuenta que abrió a nombre de Merceditas, la parte que le había prometido de su fortuna por temor a que Mercedes con artilugios legales se lo impidiera. Una mañana de octubre la imagen gastada y escueta de Mercedes se le apareció como un fantasma frente a la puerta del almacén. De la mano traía a una niña no mayor a los diez años. Su rostro avejentado delataba excesos de cigarrillos y alcohol y la mostraba abatida y resignada. Se miraron durante pocos segundos y Atilio sin alejar su gesto adusto y rechazante rompió el silencio: -Que querés. No tenes nada que hacer vos acá. Andate.- le dijo. –Vine para que conocieras a tu nieta- le replicó sin arrepentimientos Mercedes. –Yo tengo una sola nieta, mi hija murió después de tenerla- respondió Atilio incólume. –Yo solo quiero ver y hablar con Merceditas ¿También eso me vas a prohibir?- preguntó. –No. Andá enfrente a lo de Guido y esperala ahí. A esta casa no entrás mas, mientras yo esté vivo.- le retrucó. Sin mediar palabra alguna Mercedes giró y tras cruzar la calle entró en la satrería de Guido que al reconocerla se le abrazó. También estaban allí Adela y los demás de la casa incluidos Leonel y yo. Todos menos Merceditas. Guido puso llave a la puerta, corrió las cortinas de raso y girando el cartel que colgaba de un vidrio, cerró para que nadie molestase. Aún así, por el trasluz de la tela Atilio pudo seguir con detalle lo que ocurría. Vió figuras abrazándose y cuando todas se apartaron, el contorno de una enfrentándose a otra. Era Merceditas frente a frente con su madre. Lo que luego ocurrió solo ellas lo saben, preferimos dejarlas solas con el tiempo que se quisieran dar. De regreso, Merceditas se encerró en su habitación y Atilio, atento a ella se resignó a no intervenir y solo a escucharla llorar. Como Guido ya había comprado la casa y el local de la sastrería, le propuso a Mercedes y a la niña que se quedaran allí, hasta tanto él seguiría viviendo en su antigua pieza de la casa de Atilio. Todos los días a la mañana, Sofía cruzaba en su silla de ruedas a Adela y la volvía a traer por la noche. Cuando tardaba se escuchaban por toda la casa los gritos de la tía reclamándola: -¡Sofía, Sofía!. Apurate querés.- Atilio desde el almacén se extasiaba mirando a la hermana de Merceditas jugando en la vereda. Aunque no lo dijo nunca, se iba en ganas por tenerla en brazos. Se llamaba Camila y fue con la única que Merceditas tuvo gestos de aprecio. Le regaló sus mejores vestidos, los que ya no usaba desde su niñez y le compraba golosinas y la mimaba alegre de reconocer en ella a una hermana real, libre de culpas. Cuando su madre las dejaba, con Leonel la llevaban a los juegos ó al cine. Con facilidad logró ganarse el amor de la niña y juntas parecían no haber vivido separadas jamás. El tiempo transcurría y la situación no cambiaba. Las discusiones entre Adela y Atilio eran permanentes y cada vez mas escandalosas por la inflexibilidad del tío, hasta que una noche se desató la tragedia. Merceditas y Leonel no estaban. Habían comprado una casa cerca y la estaban pintando, preparándola para el casamiento. Mamá, Mercedes, Camila y yo en la nueva casa de Guido esperábamos a que Sofía cruzase a Adela par luego cenar juntos. Llovía a torrentes y los truenos hacían vibrar el piso cuando el teléfono sonó. Guido atendió y al cortar mostró preocupación: -Tendremos que empezar a cenar sin ellas. – dijo - Atilio no quiere que Adela cruce con este diluvio, dice que es una locura enfrentar la tormenta empujando una silla de ruedas. Estaban otra vez discutiendo. Podía de fondo escucharlos gritar mientras Sofía me hablaba.- Comimos tratando de no tocar el tema para que Camila no sospechara de nada. Cerca de las once, Guido, mamá y yo nos disponíamos a regresar, cuando llegamos a escuchar entre truenos, claramente dos tiros. Corrimos a la puerta pero la lluvia torrencial que caía, apenas si nos dejó llegar a ver la persiana del almacén del tío a medio levantar y a dos hombres armados corriendo a punto de girar la esquina. Quise perseguirlos pero Guido me tomo del brazo: -¡No lo hagas, están armados! –me advirtió-. Después escuchamos gritos. Eran de Adela implorando ayuda. Cruzamos atravesando el diluvio y al levantar la persiana nos chocamos con un cuadro dantesco. El tío, empapado en sangre yacía muerto en el piso con dos balazos en la espalda. Adela atravesaba una crisis de nervios y no hacía otra cosa que gritar desaforadamente. Sofía llegó corriendo poco después que nosotros, empapada también. Todo daba a suponer que había sido un robo en el que Atilio intentó defenderse y lo balearon. El cajón donde guardaba la plata estaba y vacio, y el Col 45 que guardaba bajo el mostrador, para mi asombro y el de Guido, no estaba. La única persona presente cuando ocurrió todo fue Adela y su testimonio fue concluyente para la policía. Lo extraño es que no les mencionó el arma que Atilio guardaba bajo el mostrador. Cuando nosotros se la mencionamos, ella dijo nunca haberla visto. Pensamos que tal vez Atilio, conociendo la aprensión que las mujeres sienten por las armas, evitó que Adela se enterara que tenía una. -Si es cierto lo que dicen, ¿donde está ahora? –nos interrogó la policía-. -Tal vez la cambió de lugar- respondimos, pero la dieron por inexistente después de revolver todo el negocio sin encontrarla. La versión que dió Adela que fue un robo y que mataron a Atilio cuando queriendo pedir ayuda corrió a la calle, fue la que finalmente los convenció. Al otro día, enterraron a Atilio sin velarlo. Una multitud, entre vecinos, conocidos y amigos lo despidió en el cementerio. Fue la primera y la única vez que ví llorar a Mercedes por su padre. Como era de esperar, la convivencia que durante años mantuvimos, no volvió a ser la misma sin Atilio, al extremo que en poco tiempo la casa se halló desolada. Adela, sin la traba que Atilio le había impuesto, se apresuró a pedirle a Mercedes que volviera a vivir con ella, desconsiderando que sobre irritaría a Merceditas que a tan breve tiempo de su muerte, faltase a la voluntad de su abuelo. Por eso, el mismo día que su madre se instaló en la pieza que fuera de Guido, empacó sus pocas cosas y se marchó sin dar explicaciones. Solo por respeto antes de irse golpeó a su pieza y le informó: -Guido me ofreció su casa. Allí me quedaré hasta que me case con Leonel. Ya sabés donde encontrarme, pero no esperes que venga a verte hasta tanto ella, -dijo mirando con desprecio a Mercedes- esté viviendo aquí. Con el correr de los días, el descontento con Adela fue propagándose. Sofía fue la segunda en marcharse. Anticipó súbitamente su retorno a Italia y le propuso a mamá que la acompañara. Así lo hizo pensando viajar luego a Viena, para programar contactos con músicos que tenían afinidad con ella, intentando me dieran una oportunidad en alguna orquesta Europea. Los últimos en dejar la casa fuimos Leonel y yo, con el pretexto de cuidar la que habían comprado con Merceditas. En menos de una semana, Adela y Mercedes vivían solas en este inmenso caserón, perseguidas por la tragedia y la condena que las llevó al desprecio y la indiferencia de todos. -¿Por su frialdad?- interrumpió el sereno- - No lo sé, pero algo había en el aire que no olía bien... -Usted dice que no convenció su versión... –insinuó el sereno- - Yo no digo nada. Solo afirmo que ella, el Col del tío y estas paredes que lo vieron todo, únicamente saben la verdad. Dudas, yo por lo pronto me quedé con algunas. -¿Cuáles?- -Por ejemplo, cuando salimos alertados por los tiros, no recorrimos hasta la puerta mas de diez pasos con Guido, entonces ¿Cómo pudieron los ladrones llegar tan rápido hasta la esquina, teniendo en cuenta que desde el almacén hasta allí no hay menos de cuarenta pasos? - Repitaló. ¿Cómo es eso? -Cuando sonaron los disparos, los ladrones, por simple lógica, tendrían que haber recorrido el mismo trecho que nosotros hicimos, ó a lo sumo, cinco ó diez pasos más; y eso siendo muy rápidos. -Claro... Entonces no pudieron ser ellos los que mataron a su tío-. Reflexionó el sereno acariciándose el mentón con una mano. Luego miró al anciano y ambos, prolongaron un silencio que confirmaba haber desembocado en la misma conclusión, la que ninguno quiso anticipárse decir. -Si no fueron ellos, ¿Quién fue entonces?. –discretamente agregó sonriendo el anciano. –Ya mañana cuando de estas paredes solo queden escombros, habrá desaparecido el último mudo testigo, que sabe realmente lo aquella noche pasó-. Incómodo por lo que parecía evidente pero imposible de comprobar, el sereno trató de cambiar el sentido a sus preguntas. -¿Y como se acomodaron las cosas?- -No pasó mucho tiempo para que la casa quedara totalmente vacía y abandonada. Tanto Adela, como Mercedes con Candela a cuestas, toleraron vivir rodeadas de soledad. Eran demasiadas piezas vacías, demasiado el silencio y demasiado el esfuerzo por mantenerlo como siempre estuvo. Por eso decidieron mudarse. Mandaron tapiar las entradas para que nadie se metiera y dejaron la casa entregada al paso del tiempo. Ni los muebles tocaron. -¿Por qué no vendieron? –preguntó el sereno- -Eso mismo me pregunto yo. Por algo será. Ya vé, en cuarenta años de abandono nada se movió de su lugar y eso terminó por dejarla así, prácticamente en ruinas. -¿Y de ustedes que fue? –recaló el sereno- -De nosotros... –dijo el anciano pensativo- Por mi lado continué con la música hasta llegar a concertista de la filarmónica Nacional. Merceditas y Leonel se casaron y se fueron de luna de miel a Italia invitados por Sofía. Como Guido se quedó solo, me fui a vivir con él hasta que mamá me envió un pasaje para ir a Suiza a reunirme con ella: quería que debutara en Europa como solista porque había logrado que me dieran una oportunidad. Tuve suerte y me fue muy bien. El éxito me acompaño hasta hace unos años cuando me retiré. Hice giras y conciertos por toda Europa y gané mucho dinero, debo confesarlo, pero descuidé mi vida sentimental, en pocas palabras me casé con la música, y aquí me vé, solo como cuando me fui, ó no tanto porque ahora vivo con Merceditas y Leonel en su casa. -¿Cómo es eso? –volvió a indagar curioso el sereno- -Siempre nos mantuvimos en contacto, carteándonos. Así fue que me enteré que Mercedes había regresado porque presentía que le quedaba poco tiempo de vida y que únicamente para no dejar a Candela sola, tan lejos de su familia, había decidido volver. Efectivamente años después murió. Merceditas se hizo cargo de su hermana y de Adela. Leonel se transformó en un político relevante en el país, fruto de sus chanchullos con el poder de turno. Eso lo llevó a tener una fortuna apreciable y muchos enemigos. Paralelamente su espíritu mujeriego lo hizo vicioso y trasnochador. A pesar de eso, el hogar que formó con Merceditas lo respetó siempre. Bueno eso creo. Tuvieron dos hijas y las dos se casaron de jovencitas. Candela hoy también ya es madre de familia, y Adela terminó recluyéndose por su voluntad en un geriátrico. Guido asumió finalmente su homosexualidad y tal vez por vergüenza a tantos años de ocultación, vendió todo para luego irse con su pareja a recorrer el mundo. No supimos mas de él. Es decir, Leonel y Merceditas volvieron a quedarse solos, pero viejos. El día que regresé descubrí que el tiempo nos había castigado a los tres, pero que a ella le quedaban mejor las arrugas que a nosotros. Con Leonel, manteníamos las mismas diferencias de siempre. Escondida en su imagen honesta de político leal a la constitución estaba su incorregible alma de corrupto. Hace un tiempo, con el pretexto de que la casa era demasiado grande para ellos solos, me propusieron compartirla y acepté. Desde entonces vivo bromeando con Leonel con esas cosas de viejos como “que me devuelva a Merceditas”, “que siempre fue mía y nunca de él”, “que me la robó en un descuido” y cosas así. Lo hago porque ella la pone feliz cuando nos escucha jaranear sobre el tema y para que mentir, según Leonel, el que estemos otra vez juntos le devolvió la alegría que la rutina de cuarenta años de matrimonio les había quitado. La pasamos muy bien juntos, solo que a la hora de dormir, ella sigue eligiendo irse a la cama con él. Ahora Leonel desde hace dos meses está en el Paraguay y no sabemos por cuanto tiempo mas lo estará. Por compromisos políticos dijo, y yo agrego que debe tener alguna por allá a la que también debe mantener.- -¿Una doble vida? -Y si, conociéndolo. Basta que Merceditas no se entere, todo va bien. - Eso significa que no todo está perdido- acotó picadamente el sereno. -Oiga, ¿Qué quiere decir? -Bueno hombre, no se ponga así. Yo solo me puse contento porque pensé que estando solos y a tanto tiempo de lo que pudo pasar entre ustedes, habrían tocado ese tema que lo obsesionaba con respecto a que si estaba o no enamorada de usted cuando lo eligió a Leonel para casarse- Luego de un silencio el anciano contestó: -Creo que ni ella lo sabe. Tuvo que elegir y eligió, nada más. Bueno me voy, ya es tarde. La semana que viene quizás venga a ver que impresión me da un baldío en este lugar.- El sereno mientras lo acompañaba hasta la salida se animó a una última pregunta. -Digame ¿Quién mandó demoler la casa?- La respuesta fue: -Merceditas, quiere vender el terreno pero no sus recuerdos- Al otro día las máquinas comenzaron a derribar una a una las paredes hasta dejar de la casa solo escombros. Un camión y una pala mecánica fueron llevándose todo hasta que solo quedó un terreno llano en el que a ambos costados sobre las medianeras solo quedaron los dibujos de los ambientes que habían existido. Como lo había anunciado, cuando ya nada quedaba en el lugar el anciano regresó. Solo el sereno se mantenía en el lugar para vigilarlo hasta que comenzaran las nuevas obras. -Tardó pero sabía que iva a venir. Espere, tengo algo para usted. –dijo al verlo llegar- Luego de entrar en una casilla levantada precariamente, salió trayendo en las manos algo envuelto en papeles de diario, burdamente atado con un pedazo de soga. -Creo que esto es lo que estaba buscando- dijo tras entregarle el paquete. El anciano lo abrió sigilosamente y encontró dentro con un Col 45 derruido por el sarro y la tierra. Forzándolo giró el tambor de la pistola lentamente y contó las balas que tenía en su interior. Faltaban dos. -¿Dónde lo encontró? - preguntó. -Cuando cayó la pared que sostenía los desagües de la terraza uno de los caños se izo pedazos frente a mi y allí lo ví. Deliberadamente alguien lo puso bajo una de las rejillas de la terraza. Su tía no tenía forma de subir hasta allí.- El anciano pensativo balbució: -Sofía. Claro, por eso entró empapada en el momento en que nosotros llegábamos. Ambos se miraron en silencio. -Como sucedieron los hechos y cual de las dos disparó, seguirá siendo un misterio. Por lo menos ahora sabemos porque había desaparecido el Col-. Envolviendo el revolver en el papel ajado y sucio en el que lo recibió, se lo entregó nuevamente al sereno. -Le pido que por favor se deshaga de esto y que no le hable a nadie de lo que le conté. Total ya es tarde para hacer algo. Yo me encargaré que no se enteren ni Merceditas ni Leonel. A esta altura, que sepan la verdad, solo los llevará a preguntas sin respuestas y a rencores que no tienen sentido que aparezcan ahora. Gracias por todo. –dijo el anciano-. -Como usted quiera. Oiga... ¿Me parece? ó lo están esperando en la esquina. -preguntó el sereno-. -A si... Es Merceditas. -¡Caramba, que hermosa mujer!... ¿Y Leonel? -Está preso en Paraguay, tiene para un par de años a la sombra; un chanchuyo parece que no le salió como pensaba. -¿Y ella lo sabe? -Siempre lo supo y que tarde o temprano terminaría así también. Simuló ignorarlo y nos engañó a los dos manteniéndose callada. Que otra cosa podía hacer... -¿Solos usted y ella un par de años?. –acotó insinuante el sereno, levantando una ceja y sonriéndole pícaramente – El anciano con la vista baja, confabuló en silencio primero una leve sonrisa y al cabo de algunos segundos buscando con los ojos su mirada agregó: -Todo llega en la vida, mi amigo. A veces tarde y otras... no tanto. Luego girándose fue caminando hacia la esquina donde Merceditas lo esperaba para luego alejarse juntos tomados del brazo. Se iba apesadumbrado pero convencido que su tío, el abuelo de Merceditas, por el bien de ella, de haber estado en su lugar, hubiera hecho lo mismo, callar. Prólogo: Después de muchos años de estudiar a las hijas de Mailén, el profesor Ronald Bergg reconoció finalmente que no eran ellas las que había supuesto se convertirían años mas tarde en las reconocidas brujas: Nocturna, Caléndula, Adenina y Alina. Sin embargo, llegó a certificar (esta vez con pruebas irrebatibles) que ciertamente sus nombres eran, Nerina, Otissa, Selís y Pulpita, asegurando también, sin contar para ello con testimonios serios y probados, que las cuatro poseían como su madre ciertos dones poco frecuentes entre los mortales, motivo este que llevó a Bregg a tomar como un desafió personal, el hallar pruebas que confirmaran sus dichos.. Pudo también saber que la madre de Mailén se llamaba Belice y que a partir de ella es que comenzó la transformación. Los hechos que a continuación se detallan (omitiendo lógicamente los supuestos diálogos) ocurrieron tal como después de su muerte, se hallaron citados en sus notas personales; envueltos en un fascinante y misterioso enigma del que nadie se animó a sacar conclusiones posibles, pero que incitan a creer cómo de una improbable realidad, la fantasía puede crecer hasta convertirse leyenda. Mailén... “La Historia Continua” -...para decirlo de una manera entendible, alguna vez aquí, en el llano, todos también fueron inmortales.- –afirmó Mailén mientras le alcanzaba el plato con su cena a Alcides, bajo la mirada absorta de sus cuatro hijas- -Claro que en sus mentes. –agregó- Aquí cuando se es pequeño ignorar la muerte ó pensar que está tan lejana que nunca nos les va a llegar es natural. A partir de esa premisa se permiten cometer excesos convencidos de que nada les puede pasar. Se dejan tentar por la aventura y desoyen las advertencias sobre los riesgos que pueden correr si no dosifican su empecinada curiosidad. Es verdad que a todos a esa edad el peligro nos tienta al extremo, y a pesar del miedo que nos provoca, lo enfrentamos convencidos de vencer. ¿Qué puede pasarnos? Es la pregunta mas común que nos hacemos. En ese tiempo al que me refiero, aquí en el llano, los niños se sienten inmortales, pero solo es una fantasía de sus mentes, por cierto breve porque al crecer asumen su realidad: que nada es para siempre. En Luyún Tulué no ocurre lo mismo; allí es real que se pueda vivir para siempre. -La abuela nos dijo que tu también lo eras. -intervino Pulpita, la menor de sus hijas- -Es verdad... lo fui, pero perdí esa condición al no cumplir con el pacto que me otorgaba ese privilegio. -¿Y nosotras por ser tus hijas lo somos? -preguntó Otissa, su otra hija- -No lo sé, pero lo averiguaremos. La única que pude decirnos eso es su abuela, mi madre, y para eso debemos ir al monte, a Luyún Tulué, pero no con papá. Él nos acompañará hasta el cruce con el pantano y después seguiremos solas a caballo. A la madrugada siguiente, montados a caballo y en fila india, tal como lo habían previsto, partieron rumbo a Luyún Tulué. Iba punteando la fila Alcides, detrás suyo Nerina, la mayor de sus hijas, le seguía Otissa, Selís y Pulpita la menor. Sus edades variaban entre quince años la mayor, y ocho la menor. Detrás cerrando la fila marchaba Mailén. Al llegar al pantano Alcides emprendió el regreso, dejando por sentado que al oscurecer, allí se encontrarían para desandar juntos el camino que los llevaría de nuevo al llano. No era esa la primera vez que la abuela de las niñas vería a sus nietas. Después de cada parto, habitualmente Mailén regresaba a Luyún Tulué para permanecer una semana con su madre y lograr así que las niñas no perdieran el contacto con ella. Ni bien arribaron, como ya se había hecho costumbre en las niñas, festejaron bulliciosamente el encuentro su abuela. Para agasajar a sus nietas, Belice había preparado el bocado mas apetecible de toda niña hija de brujas: moras hervidas con hierbas, miel y abundante ralladura de sico seco (un hongo extraído de la corteza de un árbol, de sabor afrutado y muy dulce). Después de comer la ración que les había dado, las niñas salieron a recorrer el pueblo para saludar a las demás mujeres de la comunidad, fue allí cuando Mailén y Belice aprovecharon para tocar el tema en cuestión. -Mamá quisiera saber cual es la condición en que se encuentran las niñas. Si han perdido el privilegio que yo tuve o si con ellas se cumple a pesar de mi. -Tal vez si alguna hubiera nacido varón, dudaría, pero siendo mujeres estoy segura que sí. -Que si que... -Mientras estén viviendo con nosotras como tu lo hacías, poseerán la inmortalidad. -Es decir que si optara por regresar, también yo la recuperaría -No te apures. Solo si volvieras a convivir con nosotras, pero aun así para ti ya es tarde. Nadie aquí, pese al cariño que aun se te tiene, te aceptaría nuevamente como una mas de nosotras. Lo que no pueden olvidar es que tu elegiste renunciar a la comunidad por obedecer el llamado libidinoso del hombre del que te enamoraste y eso aquí no se te perdona. Tu lo sabes... Con las niñas es diferente, son tus hijas y siempre y cuando elijan quedarse en Luyún Tulué sin cometer el mismo error que tu, gozarán del mismo privilegio. -Ya lo entiendo. -¿Y que harás ahora? -No presionarlas. Les diré la verdad y luego aceptaré lo que resuelvan hacer. Afuera mientras, las niñas jugaban exhibiendo sus habilidades a las demás mujeres del pueblo, que fascinadas por sus atributos alegremente festejaban cada una de sus ocurrencias. Nerina, la mayor, puso su mano sobre la tierra para demostrar como con su dominio sobre todo lo que sea vegetal, podía acelerar el tiempo de maduración de los cultivos, dejándolas en segundos a punto para ser cosechados. La pequeña Selís corriendo se alzaba metros saltando sobre las prolijas plantaciones, luciendo con gracia una habilidad que le permitía rebotar de un surco a otro ó sortear un árbol por alto que fuera, sin rozar siquiera una hoja con sus pies. Otissa, quizás fue de todas, la que mayor admiración acumuló cuando solo levantando la cabeza al cielo, manteniendo los ojos cerrados y frotándose suavemente con la punta de los dedos las sienes, logró en segundos que el firmamento se nublara por completo para después con un movimiento repentino, señalando una nube con su palma abierta, provocar que un rayo estruendoso cayera sobre un árbol seco encendiéndolo en llamas. Lo repitió una y otra vez, con una y otra mano, jugando con la seguidilla de truenos y viento que levantaba, riéndose a carcajadas relajada por la libertad que allí tenía para hacerlo, sin ese cuidado que en el llano debía atesorar para mantenerlo en secreto. Mientras esto sucedía, sentada en la rama de un árbol, la dulce Pulpita, callada admiraba las habilidades de sus hermanas sin mostrar el menor interés en exhibir la suya para ser reconocida, hasta que una de las mujeres descubriéndola a un costado tan tiernamente sumisa se le aproximó para preguntarle: - ¿Y tu Pulpita... no quieres mostrarnos que don posees? -Quisiera, -le respondió suavemente- pero solo cuando es de noche puedo hacer lo que sé. -Ven aquí Pulpita... –la llamó Mailén que llegaba en ese instante y que alzándola en brazos explicó- Ella puede ver perfectamente en la oscuridad, como los gatos, y si lo desea, encender sus ojos para iluminar lo que sea, a la distancia en que se halle. Puede no provocar en lo absoluto ruido alguno, aún pisando hojas secas, y el agua en la cantidad que sea, no la moja si ella se lo propone. ¿No es así pequeña? -la consultó Mailen besándola en la mejilla- Pulpita solo sonrió feliz dando por cierto con apenas un balanceo afirmativo de su cabeza todo lo dicho por su madre. -Sé que les parece increíble pero las niñas han nacido con estos dones extraños que desconocíamos pudieran darse en nuestra comunidad, por supuesto como lo han visto, muy superiores a los nuestros que solo se limitan al arte de preparar brebajes. Con esto quiero decirles que estoy convencida que las generaciones futuras que nazcan de nuestros vientres y de los de ellas, lo harán con dones que se irán superando. Pero esto no es nuevo; ustedes se habían dado cuenta mucho antes, conmigo. Yo fui la primera que los heredó, pero en poca medida por ser de la primera generación; saben que puedo alcanzar la primera rama de los árboles de un salto y mantenerme en equilibrio sin esfuerzo y hasta caminar por encima de ella por delgada que fuera sin romperla. Si ustedes se brindarán a tener hijos nacerían con dotes inimaginables... Miren a mis hijas... ¡piénsenlo! La desaprobación a lo que había propuesto fue general. Ninguna admitía como probable unirse a un hombre y perder la inmortalidad para mejorar la comunidad, es más, deploraban que alguien se atreviera a intentarlo porque consideraban que violaría los principios básicos que las unían. Si lo habían aceptado en Belice, era porque ya estaba embarazada cuando aceptaron la transición. El ejemplo mas cercano que habían experimentado era Afeltra hija de Kaila, que al nacer Mailén estaba por cumplir el año de vida, por eso no pudo heredar don alguno, ya que la conversión se produjo después que Kaila la tuviera. Esto indujo en Afeltra que desde siempre buscara rivalizar con Mailén, ocultando sus celos por esa diferencia de tiempo tan mínima entre ambas, que las hacía tan diferentes entre sí. Su proceder siempre fue por demás agresivo y provocador hacia Mailén, incrementándose día a día a tal extremo que para evitar que se instaurara la violencia entre ambas, por decisión de la comunidad, fue relegada a vivir sola con su madre en un apartado del pueblo. Mas tarde cuando le llegó la noticia que Mailén había violado por un hombre los principios básicos de la comunidad, (aún sabiendo sobre el renuncio a sus atributos), potenció sus celos aún más, llegando al límite de su tolerancia cuando se enteró de las cuatro hijas que había tenido. Fue allí que trocó en odio sus celos y por elección personal se entregó a las peores tentaciones malignas censuradas por la comunidad. Nunca se enfrentaron frente a frente pero se sabían enemigas, no dejando de estar atentas a una posible agresión cuando accidentalmente se cruzaban. Mailén la había reconocido entre las mujeres que estaban escuchándola y supuso que podría originarse un in-paz entre ellas a partir de que, habiendo visto las dotes de sus hijas, tal vez se le ocurriera agredirlas para lograr su propósito sin evidenciarse ante los demás. Al cruzarse sus miradas, como puñales los ojos de Afeltra se mostraron mas provocadores que nunca, por lo que Mailén decidió evitar problemas y terminar allí con ese diálogo infructuoso. -Vamos niñas, la abuela nos espera con el almuerzo. -apuró diciendo, su regreso a la casa- Habían dado apenas unos pasos cuando Afeltra premeditadamente se les cruzó interrumpiéndoles el paso. -Pero que bellas niñas has tenido Mailén. ¡Caramba! Te felicito. –dijo socarronamente- ¿Y que dice tu marido? –agregó- -Está muy contento con ellas. Tu deberías pensarlo, tal vez un hijo podría aplacar tu malicia. -Hija dirás... ¿Ó es que no le has dicho a tu marido que solo puedes engendrar mujeres? -¿Quién te ha dicho esa barbaridad? -Consúltaselo a tu madre, por lo que veo ella no te lo ha dicho. Pero que torpe he sido; hablé demasiado. Mejor me voy. ¡Adiós niñas!.... –dijo marchándose sonriente sin ocultar su satisfacción por haberla agraviado nuevamente- -¿Es cierto lo que dijo mamá? -se apuro a preguntarle Nerina- -No lo sé pero lo averiguaremos. Por lo inmediato deben tener mucho cuidado con ella, su malicia puede dañarlas. Ciertamente Afeltra tenía razón. Belice también lo ignoraba, pero al consultarlo en sus libros, logró confirmarlo. Poco importaba ya que fuera así, pero Mailén no pudo evitar sentir algo de culpa por no poder darle a Alcides es hijo varón que tanto anhelaba. Después de comer y a poco de emprender el regreso, con Belice se dedicaron a aclarar las dudas que las niñas tenían sobre su posible inmortalidad. -Ustedes poseen la condición que yo he perdido: -comenzó diciéndoles Mailén- pueden cuando así lo deseen convertirse en inmortales y conservar su juventud eternamente, pero únicamente desde el momento en que escojan recluirse en Luyún Tulué, y como yo la perderán si acceden a impulsos carnales. -Y que es eso... –preguntó Selís- -Que no podrás formar una familia ni vincularte con hombres. Todas se mantuvieron calladas y pensativas. -Ya que conocemos el camino que nos trae aquí. ¿Podremos alguna vez venir solas a visitar a la abuela y a las demás? -preguntó Pulpita alejándose del tema principal que por su corta edad poco le importaba- -Por supuesto que si, y serán siempre bien recibidas. –se apuró a responderle Belice.- -Bueno ya vamos, es largo el regreso. –concluyó Mailén poniéndose de pie para luego abrazar a su madre y despedirse- Todo el camino de vuelta las niñas se mantuvieron calladas; pensando en lo alto del precio que estaban obligadas a pagar fuera la decisión que tomaran al respecto, y hasta llegaron a lamentarse por no haber nacido iguales a todas las demás niñas, para evitar verse ahora en la encrucijada difícil de tener elegir. Con el tiempo, las niñas fueron incrementando sus visitas a Luyún Tulué. Iban solas estimuladas por la seguridad que sentían les otorgaban sus singulares cualidades. Hubo visitas en las que permanecían varios días durmiendo allí, hasta que una noche, la misma en que Nerina cumplía sus dieciséis años, en mitad de la cena se aventuró a pedir a su padre un deseo. -Me gustaría como regalo de cumpleaños pasar mis vacaciones de verano junto a la abuela. -Pero son tres meses hasta que nuevamente comiencen tus clases. Me parece demasiado, además no es fácil acostumbrarse a la rutina que se lleva allí. –Acotó Alcides esperanzado en que se echara atrás- -Prefiero esa vida a la discriminación encubierta que aquí se nos hace. Todos en la escuela sospechan que somos distintas al común de los demás y no entienden como hay cosas que nosotras podemos hacerlas fácilmente y ellos no. Estoy convencida que por eso algo de miedo nos tienen, aunque no lo demuestren. Por ejemplo en mi caso, cada muchacho que se me acerca, siento que lo hace asustado y con mucha cautela y eso me fastidia. No lograré que nadie se enamore de mi sospechando cuales fueron mis orígenes. En Luyún Tulué por lo menos estaré esos meses con gente que es como yo y que me permitirán moverme libremente sin tener que cuidarme de hacer algo que me delate. Un silencio general pobló el aire de dudas. Todos esperaban la decisión de Alcides que había prometido confiar en ellas llegado el momento. Tras unos segundos de mirar fijo a la mesa sin saber como empezar finalmente decidido habló: -Presiento que ya todas tienen resuelto lo mismo y que cuando lleguen a la edad suficiente como para irse, vivirán juntas allá, ¿O me equivoco? -preguntó mirándolas - Al mantenerse calladas, Alcides entendió que al cumplir con la edad que les exigía para hacerlo, así sería. -Bueno... ya que lo tienen resuelto no voy a negarme a que disfruten juntas de sus primeras vacaciones sin nosotros. Tu Otissa tienes catorce y tu Selís once; quiero que se mantengan siempre juntas así que donde vaya una, irá la otra, ¿Entendido? Tu Nerina siendo la mayor te encargaras de cuidarlas a todas y en especial a Pulpita -dijo mirándola fijamente a los ojos- serás responsable de lo que les ocurra a tus hermanas. ¿De acuerdo? No tuvo que esperar respuesta. Todas se le abrazaron riendo y Mailén satisfecha, apoyó en silencio su decisión aunque le costaría vivir lejos de ellas durante esos meses. -Deben prometerme no ir al bosque por ningún motivo. -agregó Mailén- -La abuela Belice nos habló que allí viven brujos, hombres con cualidades parecidas a las nuestras que solo practican sus hechizos nefastamente y que debemos neutralizar sus actitudes malignas con nuestras habilidades. -Si es cierto, pero ustedes todavía son muy jóvenes para enfrentarlos, además nosotras ya sabemos sus debilidades de tanto lidiar con ellos, por eso nos limitamos a controlarlos y eso ellos lo saben. Si se encontraran con inexpertas como ustedes, les sería fácil franquear ese control para diseminar su maldad. -Tu los enfrentaste y eras menor que yo. -Si pero yo nací en Luyún Tulué y me crié conociendo sus mañas, aunque nunca los he visto. -Pero la abuela Belice nos dijo que gracias a que bebieron de una pócima tuya están limitados a actuar. -Es cierto. Ellas la volcaron en los porrones de alcohol que consumen. Desde entonces sienten terror por los pájaros, a excepción de los buitres, y eso les impide movilizarse porque en el bosque donde viven siempre alguno aparece volando y al verlo corren aterrados a sus cuevas para protegerse. Fue una buena solución para tenerlos localizados y para que no se mezclen con el común de la gente. -¿Y no pueden romper tu hechizo? -preguntó Caléndula- -Claro que si, no hay hechizo que no se pueda revertir. Hace años que ellos estudian como hacerlo, prueban con sus brebajes, sin sospechar que la solución es tan simple que no necesita de pócimas. Bastaría con que bebieran un sorbo de agua pura para neutralizar el efecto, pero sabiendo que odian el agua, el brebaje lo preparé conciente que no buscarían soluciones en algo tan desagradable para ellos. Por eso, al verse imposibilitados para salir de sus cuevas, convocaron a los “gnomos” y pactaron con ellos. Así mezclándose con el común de la gente, creyeron que les traerían información para seguir con sus maleficios, pero no les dio resultado. Los gnomos son inocentes y solo algo traviesos pero inofensivos, les gusta ocultar cosas y reírse a escondidas de lo que hacen. A pesar de ello algunos son muy simpáticos. -Te refieres a esos enanos que en algunas casas, en el jardín se los vé inmóviles. –preguntó Selís- -Si a ellos. Pero no creas que no se mueven; lo hacen cuando nadie los ve y a muy poca distancia. Ese fue otro embrujo nuestro, mas precisamente de tu abuela Belice, que para evitar que molesten con sus travesuras y para que no puedan regresar al bosque los inmovilizó empapándolos con un ungüento de hongos que los petrifica durante el día. Se pueden mover de noche pero como le temen a la oscuridad no regresan al bosque. -Aún así, –continuó Nerina- no deben temer. Nada nos alejará de Lulún Tulué. Volveremos sanas y salvas. Los primeras semanas transcurrieron serenamente en la vida de Mailén y Alcides. De a poco se acostumbraron a convivir como cuando eran novios, sin estar cerca de sus hijas y sabiendo poco y nada de ellas. Las niñas, por su lado, poco los extrañaron de lo felices que se sentían de vacacionar en Luyún Tulué. Además fueron recibidas por Belice con una sorpresa que las dejó perplejas y embelesadas. Les entregó ceremoniosamente al llegar, sus primeros y personales sombreros altos de brujas con las correspondientes tobas haciendo juego a la medida justa de cada una. Sabían que era la tradicional indumentaria que utilizaban en ocasiones especiales para diferenciarse de las demás comunidades y que no podían usarlo en otro sitio que no fuera allí, por lo que aprovechando sus vacaciones, no quisieron quitárselo hasta el día en que tuvieran que regresar al llano. Belice feliz de que reconocieran orgullosas sus orígenes, les permitió que lo hicieran, aunque aquella no fuera una ocasión ideal para hacerlo. Todo transcurría mansamente hasta que una calurosa noche en el llano, una extraña visitante solo reconocida por Mailén se posó en el marco de la ventana abierta donde cenaban. Con sus grandes ojos verdes y chirriando allí estaba ella. -Es Leónida -dijo Mailén asustada- ...la lechuza de mamá. -¿Qué hace aquí? -preguntó Alcides- -Eso me digo yo. Algo ocurrió con las niñas y la mandó para que fuera. –dijo parándose y corriendo a cambiarse- -Esta vez no te dejaré ir sola. –siguiéndola le impuso Alcides- A medianoche y al galope ambos salieron rumbo a Lulún Tulué. La luna llena y el aullar de los coyotes fueron sus guías hasta que al llegar, frente a la capilla del pueblo, encontraron a todas las mujeres del poblado con antorchas, preparadas para no sabían que. -Que pasó mamá... Donde están las chicas... Habla pronto. – le exigió Mailén mientras bajaba lanzándose del caballo antes que se detuviera- -Cílope... –solo balbuceó Belice_ -¿Que les hizo a mis hijas...? –alterada preguntó Mailén - -¿Quien es ese que dice? -intervino Alcides- -Es el brujo de que te hablé, el que por mi su comunidad le teme a los pájaros. Tranquilízate y no temas amor, yo me haré cargo de él. –le contestó y luego dirigiéndose a Belice le preguntó- ¿Qué fue lo que pasó mamá?, habla claro y pronto. -Se enteró, no se como, que tus niñas estaban aquí y les tendió una trampa para obligarte a pactar con él un intercambio de antídotos. Amenazó que de lo contrarió no volverán a comer. -¿A comer? -Días atrás las niñas salieron a dar un paseo y de pronto se vieron rodeadas por cientos de buitres que dejaron caer sobre ellas algo similar a un polen que sin poderlo evitar aspiraron, y desde entonces no toleran nada de lo que ingieren. Hace dos días que ni una gota de agua pueden beber. Prometieron darte el antídoto a cambio de que tu les des el que los liberará de temerle a los pájaros. Te llamé para que estuvieras al tanto, pero esto lo solucionaremos nosotras a nuestra manera. Pagará por lo que hizo. Tu quédate cuidándolas que nosotras sabemos que hacer. Averiguaremos también como consiguieron el dato. -Afeltra... –murmuró Mailén- Donde está Afeltra... Ella fue quien se los dijo. -Hija no puedes acusarla sin pruebas. -Ellos no pueden moverse de sus cuevas y los Gnomos no pudieron ser tampoco... ¿Quien entonces los informó? -Tienes razón... Pudo haber sido ella. -Tendré las pruebas y esta vez se las verá conmigo cara a cara. No le perdonaré que se haya ensañado con mis hijas. Yo me haré cargo de la situación. Primero iré a ver a mis niñas y luego al encuentro de Cílope y los suyos personalmente. -No te dejaré ir sola. –Agregó Alcides- -Sería conveniente que te quedaras. No temas, nada me pasará. Necesitan de mi como yo de ellos, nada me harán, pero si decido pactar, seamos concientes que quedarán libres nuevamente y será una nueva pesadilla que tendremos que afrontar otra vez todas juntas. Mamá quieres traerme mi sombrero, la túnica oscura y mi bolsa de pócimas. –le pidió a Belice quitándose la bincha que llevaba en el pelo y las faldas- Por primera vez Alcides y sus hijas la vieron vestida como nunca antes. Sin la bincha, su pelo cayó salvajemente antojadizo sobre sus hombros. Erguido en su cabeza se puso un sombrero oscuro de ala muy ancha, tan alto como su brazo extendido hacia el cielo, que terminado en punta, apenas se doblaba a un costado por la altura que tenía. Para que se mantuviera firme en su testa, una banda que terminaba en una enorme hebilla al frente, rodeaba el sombrero en su base. Por último una holgada toga del mismo color, con mangas desbocadas en las que sus formas desaparecían por completo, que le llegaba hasta el piso por delante y que arrastraba por detrás cuando caminaba le cubría por completo el cuerpo. -Deberías dejarnos ir contigo madre. Para conocerlo y para que sepa que no le tememos, -intervino Nerina- -Aún eres inexperta para esto y lo importante es lograr que las libere del embrujo antes que se debiliten ó deshidraten por no beber líquidos. No es momento de buscar venganza por lo que hizo. Confíen en mi, regresaré pronto. Vendrán conmigo Babu y Tolón. (dos de los gatos mas robustos en la comunidad) Los necesito para que ahuyenten a los pájaros mientras hablo con ellos. Con un chasquido de sus dedos, de inmediato ambos acudieron a sus costados. -¿Podrías llevarte algunos murciélagos, mientras dure la noche no dejarán que nadie se te acerque. –le aconsejó Belice- -No pienso quedarme tanto. Bueno me voy... Vestida así, después de cruzarse de un hombro a la cintura el bolso con sus pócimas, despidiéndose de todos, caminando encaró hacía el sendero que la llevaría hasta el bosque donde esperándola estaba Cílope. Alcides sin que ella pudiera notarlo la siguió a pie llevando consigo a su caballo, hasta que después de un largo caminar, entrando a un claro del bosque la vio detenerse. Frente a ella, sobre unas rocas, tres grandes aberturas mostraban luz de velas en su interior. Mailén caminó hasta dejarse ver por completa y alzando la voz se anunció: -¡Cílope! –gritó llamándolo- Sé que me escuchas. Soy Mailén de Luyún Tulué. Sal y hablemos... Desde el interior una voz ronca y avejentada rió irónicamente: -¡Miren quien llegó amigos! Nuestra detractora. ¿Vendrá a pedirnos perdón la señora? ó a rogarnos por sus hijas. Mailén sin contestar la provocación calló esperando su reacción. -Ahuyenta a los pájaros y saldremos a pactar. –se escuchó- -Pueden salir tranquilos, no dejaré que se acerque ninguno. –contesto Mailén al tiempo que con una seña ordenó a los gatos que mantuvieran alejadas del lugar a las aves- Lenta y temerosamente fueron saliendo de a uno de las cuevas. El último fue Cílope que al verla no pudo evitar comentar: -Fueron siglos sin que nadie violara el pacto que tu trasgrediste. A tu madre en su momento se le perdonó porque antes de convertirse en lo que ahora es, ya tu estabas en su vientre. Creíamos después de tanto tiempo, que serías la única excepción que aceptaríamos, faltando a la tradición que nos gobernó siempre; serías la última bruja que naciera. Pero has tenido la osadía de engendrar libidinosamente a cuatro niñas que heredarán nuestros secretos, ridiculizando nuestros principios naturales con sus extraños dotes. -No es cierto. He pagado mi precio por ello. Se me expulsó de la comunidad y he perdido la inmortalidad por ello; además no confié a nadie ninguno de nuestros secretos, salvo a ellas. Pero no he venido aquí a que cuestiones lo que hice bien ó mal. Quiero el antídoto del hechizo a mis hijas, a cambió yo les quitaré el temor a los pájaros. -Ven... Acércate pues... toma. –le dijo extendiendo una mano hacia ella y mostrándole una pequeña bolsa anudada en su extremo.- Pero dime tu primero como nos libraremos del tuyo. Mailén dio dos pasos adelante y poniendo, sin tocarla, su mano bajo de la bolsa para que al soltarla cayera en su palma dijo: -Deben beber un vaso de agua pura, nada mas. -¿Otra vez pretendes burlarte de mi? -Hazlo y verás... Descreyendo aún, hizo beber un sorbo de agua a uno de los suyos tras lo cuál dio por cierta su palabra, recién allí soltó la bolsa para que cayera en la mano de Mailén advirtiéndole: -Sopla fuerte este polvillo sobre las narices de tus hijas y volverán a ser como antes. Debería no dejarte ir por faltar a nuestro voto... Sería tan fácil. –agregó señalando sus pies- Cuando Mailén quiso moverse no pudo despegarlos del piso. Estaba como clavada en la tierra. -Estás faltando a nuestros códigos de convivencia y sabes que en este ir y venir de agresiones podríamos extinguirnos. –le advirtió mientras tomaba una harina de su bolso y se la arrojaba a los pies, liberándose rápidamente de la inmovilidad- Caminó luego hacia atrás sin darle la espalda y llamando a sus gatos con un chasquido de sus dedos agregó: -Sábelo: no dejaré que intervengas con actitudes perniciosas sobre el pueblo del llano, y menos que vuelvas a molestar a mis hijas, te llevarás una sorpresa si las provocas. No te aconsejo que vuelvas a tus andanzas... Piénsalo. -Ya conoce los dotes de tus hijas, yo se los conté. –se escuchó el decir de alguien que proveniente de las cuevas, desafiante aparecía de entre las sombras: era Afeltra- -Sabía que habías sido tu... ¿Quién otra?. Ya veo que elegiste de que lado estar. Bueno... entonces también a ti te cabe lo que dije: ¡Cuídate de no provocarme ó te pesará...! Con un movimiento de su mano, Cilope hizo que todos los buitres que merodeando en círculo estaban en el cielo, se lanzaran sobre Mailen, que al verlos venir sobre ella, atinó a correr buscando en su huida, algo en su bolsa para que al arrojárselos huyeran, para evitar ser picoteada por los pájaros. De pronto como salido de la nada, montado en su caballo y a la carrera apareció por un costado Alcides. Pasó junto a ella y la levantó tomándola por la cintura para luego sin detenerse, llevándola en andas, raudamente desparecer en la espesa vegetación del bosque. Ya de regreso en Luyún Tulué, tras liberar del embrujo a sus hijas, Mailén reunió a todas las mujeres del pueblo en la plaza, ya sin sombrero ni toga, vestida con las ropas con que había llegado y antes de partir de regreso al llano les habló de lo que ella suponía el inminente peligro que se avecinaba: -Cíclope es mas peligroso ahora que antes porque cuenta con Afeltra a su lado. Ella nos traicionó y le contará los secretos de nuestras pócimas y las fórmulas de nuestras hierbas curativas. Estarán indefensas pero si respeta el pacto de no agresión mutua, ustedes estarán a salvo. Es de suponer que sus ataques estarán dirigidos exclusivamente a todo el pueblo del llano y por ende a mi y a mi familia. Tendré mucho trabajo tratando de crear nuevos brebajes. No les pido por mi, sino por los que viven en el llano. Si algo descubren no duden en enviarme la fórmula. En lo que se refiere a ustedes –dijo mirando a Selís y Pulpita - se quedarán con la abuela hasta nuevo aviso. Aquí estarán seguras. Tu Nerina y tu Otissa volverán con nosotros, las necesitaré. ¿De acuerdo? Aunque con desagrado Selís y Pulpita acataron la orden. Antes de partir Belice se aproximó al caballo donde montada Mailén se aprestaba a marchar con un libro inmenso y de apariencia antiguo: -Toma. Tal vez encuentres aquí algo que te sirva. Contiene todas las fórmulas de los brebajes descubiertos de quinientos años a la fecha. Tu ahora las necesitarás mas que nosotras. -No sabía que existía algo así. Y dime ¿Cíclope tiene algo parecido pero con sus fórmulas? -No. El otro gran libro que existe lo tiene Nefístoles, pero sabes que estando en su poder, en buenas manos está. -Esta bien. Esperaré entonces a ver que es lo que pasa. Los días fueron pasando y luego las semanas. Nada parecía amenazar a los pobladores del llano hasta que en una mañana, proviniendo del bosque, advirtieron a lo lejos una nube de humo espesa y negra elevándose desde la tierra. Todo llevaba a suponer que era un incendio forestal. -El humo viene hacia aquí. –comentó Alcides- -...y es cada vez mas grande y oscuro. Mira... no se eleva mas de ocho o diez metros de la tierra. –agregó Mailén- -...es cierto. Hay olor a algo extraño, no a quemado. -Si tienes razón. Es... es... ¡Incienso! Si incienso mezclado con quien sabe que. No hay duda esto es obra de Cíclope. Corramos a la casa... -No hay tiempo. ¡Pronto al piso! -grito Alcides lanzándose sobre ella - Ni bien cayeron boca abajo sobre tierra, una espesa niebla empezó a cubrirlos. Arrastrándose rápidamente lograron entrar a la casa donde Mailén prontamente fue en busca de su bolso de hierbas. Luego de seleccionar un manojo de su interior, las arrojó al fuego de la chimenea. Un humo blanco y volátil comenzó a expandirse cuando se encendieron con la llama, desplazando a la espesa niebla que ya estaba penetrando de a poco en la casa. -Ahora si; aquí estaremos a salvo. Esperaremos a que se disipe la de afuera para salir. Horas después, cuando todo parecía haber pasado, salieron de la casa y contrariamente a lo que Mailén pensaba, aunque casi imperceptible, la niebla aún persistía. Convencidos, todos supusieron que era una nebulosa mas de las que muy de vez en cuando estacionalmente tenían. Desde ese día Mailén no durmió un solo día leyendo e interpretando cada una de las fórmulas de las que milenariamente se hallaban recopiladas en el libro que su madre le había dado en custodia. Nerina y Otissa no le perdían paso a nada de lo que hacía. Sentadas alrededor de un caldero que humeante, permanentemente hervía sobre el fuego de la chimenea escuchaban cada una de las explicaciones que les daba sobre como preparar pócimas ó ungüentos curativos. Alcides acataba cada uno de sus pedidos al pie de la letra, sin cuestionarle lo extraño que podían resultarles. Montaba a caballo y traía cuanta cosa le pidiera, buscándola en el sitio que ella le aseguraba que la hallaría. Llegó a internarse en cuevas húmedas y llenas de ratas y alimañas para cortar hongos venenosos de formas insólitas ó algas pegajosas que olían apestosas como también líquenes gelatinosos que solo en la oscuridad absoluta de ciertos recovecos solo podrían reproducirse. La misteriosa neblina no dejaba de cubrir el pueblo, día y noche, tornándose ya inhabitual y causando con el correr de los días, incertidumbre y temor en los habitantes del llano. Una noche lo que desconocían que pasaría, empezó a dar muestras de lo que vendría luego, confirmando que Mailén estaba en lo cierto. Primero fue un hombre que llegó hasta la casa cargando en brazos a su hija y detrás suyo otro apenas pudiendo sostener a su mujer. -Usted Mailén tiene que ayudarnos. Los médicos no saben lo que tienen. Mírelas por favor y dígame si puede curarlas. Tras abrirle la blusa a la mujer, Mailén descubrió que recorriéndole la cintura tenia una mancha rojiza que según el comentario de su marido, desde que apareció la neblina, día a día le iba creciendo causándole un espantoso dolor y picazón que no la dejaba en paz ni de día ni de noche. Rápidamente Mailén tomó el libro y recorriendo las hojas vertiginosamente como si buscara una en especial, se detuvo en una página a leer unas líneas hasta confirmar en voz alta: -¡Culebrilla! -¿Qué es eso? -pregunto Otissa- -Luego te explicaré. Debemos evitar que las puntas se junten. Nerida toma el mortero y muele hasta que salga un jugo espeso y oscuro las algas que trajo tu padre junto con orín de rana. ¡Corre! -Y la niña que tiene. – mirando al otro hombre preguntó- -No para de vomitar y se queja de un fuerte dolor de cabeza pero no tiene fiebre ni pudo comer nada desde hace dos días. -Creo también sé lo que es. –contestó Mailen suspirando mientras se tomaba la cabeza- Otissa, -dijo luego- monta a caballo y corre a Luyún Tulué. Pídele a tu abuela la cinta de mi toga y después cuéntale lo que has visto. Si ellas confirman lo que me imagino, esto recién empieza... ¡Ah! Y trae a tus hermanas contigo. Corre... y regresa pronto. -Puedo ir yo. Haré mas rápido –se ofreció Alcides- -No. Ven... –dijo apartándolo a un costado para que nadie los escuchara-. Nada podré hacer si te vas. Llegó el momento que todos sepan mi pasado y la verdad sobre las niñas. De otra forma se negarán a probar mis pócimas. Además me preguntarán donde aprendí a hacerlas. No tengo otra salida, de lo contrario la pasaran muy mal. -Pero diciéndoles la verdad solo confirmarás que eres lo que siempre supusieron de ti y me temo que te acusaran de haber sido tu la que trajo el mal. -No si los curo. -¿Y podrás? -Lo intentaré. Con la verdad no tendrán otra salida que confiar en mi. ¿Qué dices...? ¿Me ayudarás a decírselos? -Claro cuenta conmigo. ¿Alguna vez me opuse a un pedido tuyo? Quédate tranquila, no dejaré que alguien se atreva a hacerte daño. –le respondió Alcides mientras la abrazaba y ella le correspondía el abrazo sonriendo feliz- -Ahora dime que es lo que has leído en el libro que te alarma tanto y que supones tu madre ya sabe. -Todos estos males, son los mismos que fueron creados por encargo a un ancestro de Cílope, hace mas de un centenar de años, pero por suerte intervino Nefístoles, el brujo mas antiguo del que tenemos cuenta. -El que tu madre dijo posee el otro gran libro. -Si... y para cada mal, conjuró una cura ó un antídoto. Algunos están citados en el libro que tengo. -¿Y aun vive ese Nefístoles? -Si, claro. Pero necesito saber donde está ahora porque no todas sus curas están aquí. Presiento que Cíclope le robó el gran libro a Nefístoles. -Pero como pudo... -Él no pero Afeltra si. Nefístoles la conoce de muy pequeña, como a mi y supongo que tal vez abusando de la confianza que nos brindó y de la amistad que mantiene con mamá y la comunidad, aprovechó a visitarlo y en un descuido se lo robó. -Y tu quieres que las niñas vayan a buscarlo... ¿no? -No correrán peligro. Él es bueno. Pero eso lo harán luego, las necesito por ahora aquí como a ti. Al regreso de Otissa con sus hermanas, Mailén hizo poner de pié a la niña y pidiéndole que tomara una punta de la cinta de su toga, la extendió y con la otra repitiéndolo varias veces una oración escrita en el libro, midió entre su codo y la punta de sus dedos, acortando la distancia entre ellas hasta que quedara un resto pequeño. Hizo esto varias veces más y luego le dijo al padre que mañana estaría ya bien. Luego se aproximó a la mujer y mojando su parte afectada transversalmente en cada punta con el ungüento que Nerida había preparado, concluyó: -El mal no seguirá avanzando. La tinta se lo impedirá. El dolor irá disminuyendo poco a poco pero tardará un par de días en irse totalmente. Confíen en mi. –dijo y los despidió- Con el correr de las horas nuevos casos fueron apareciendo y ya el trabajo de Mailén comenzó a complicarse aceleradamente. El resultado de cada intervención suya, ante el asombro general, era positivo y las preguntas que le hacían cada vez mas, por lo que no pudo dilatar mas el revelar su secreto. Fue ella misma que una mañana, prometiendo dar respuesta a cada pregunta, convocó frente a su casa a todo el pueblo. -Mientras esta neblina cubra el pueblo tendremos problemas. Pero yo me encargaré de disiparla. –comenzó diciendo- -Y que tan segura estás que es la neblina... –preguntó uno- ...y cómo lo harás. –agregó otro- Quién eres... Ya dinos la verdad. –se animó un tercero a gritarle- -No deben temerme. Quiero decirles que es cierto lo que ustedes siempre pensaron de mi, ... fui una de las que llaman brujas del monte, pero dejé de serlo al casarme con Alcides. Mi madre sigue siéndolo y mis hijas heredaron por ello cualidades no habituales que ninguna otra niña del pueblo posee. Conservo si, de mi pasado, ciertos secretos milenarios, propios de mi raza, como la de combinar elementos tanto sólidos como líquidos, para ustedes extraños, y crear con ello pócimas, algunas curativas. A nadie hicimos mal jamás y sin embargo se nos discriminó siempre. Lo que les está pasando ahora se los produjo un enemigo de todos, utilizando brebajes creados exclusivamente para provocar el mal. Lamento decirles que deberán acostumbrarse a ellos porque se repetirán muy de tiempo en tiempo inevitablemente, ya que al estar diseminados es imposible contrarrestarlos, pero si con nuestra ayuda controlarlos. Espero cuando se les repita todavía estar aquí para ayudar a que se alivien. Ahora que ya saben la verdad, ni bien pueda controlar esta ola de enfermos, les enseñaré a las que mejor predisposición tengan, como hacerlo; les diré los secretos de las curas, y luego nos iremos con mi familia a otro pueblo donde podamos tener una vida normal. El pueblo entero sin pronunciar palabra, no salía de su asombro. Solo el viejo Lugurcio Benavente arrojando su sombrero al piso enfervorizado gritó: -¡Yo lo sabía, si señor, lo sabía!- -Esa mujer está loca. Miente, y ustedes son todos unos idiotas. ¡Cómo puede ser que crean en brujas...! –se oyó a viva voz gritar a una mujer de entre el tumulto- Ella sabe de esas fórmulas porque es tan gitana como nosotras, solo que reniega de serlo por eso se viste como ustedes. Al girarse todos para ver a la mujer que denunciaba convencida su verdad se encontraron con un grupo desprejuiciado de gitanas que yendo en dirección a Mailén, caminaban con firmeza abriéndose paso con autoridad, creando un sendero entre los que al verlas se apartaban para no entorpecerlas. Ocho eran en total, con la cabeza envuelta inmensos pañuelos, luciendo enormes aros circulares de metal que le pendían uno de cada oreja, cargando un sin número de pulseras en cada muñeca y resplandecientes anillos en todos los dedos de cada mano; de tacos altos, collares vistosos, maquilladas exageradamente y en especial resaltando sus labios y las uñas pintadas en un rojo intenso provocativo, arrastrando por la tierra sus polleras de gajos sueltos y multicolores, llegaron sonrientes y desafiantes hasta apenas unos metros de la casa. Mailén al verlas tornarse sorpresivamente en el centro de atención, calladamente se detuvo a analizarlas. La voz de la mujer que había escuchado, a pesar de su exagerada pronunciación enfática le resultaba sumamente familiar, pero no pudo adivinar quien era hasta que en un vistazo pudo reconocer a la lechuza que la mujer llevaba en su hombro parada: -Leonide. –se dijo-. Sin duda aquella era su madre que junto a sus amigas que habían dejado Luyún Tulué para venir en su ayuda. Con disimulo para no ponerlas en evidencia sonriendo feliz alcanzó a decir: -Tal vez sea como tu y tus amigas dicen, pero no estaría mal que también pudiera ser una bruja. Una carcajada intencional y exagerada de su madre, terminó de convencer a los demás que Mailén les había mentido. No era una bruja sino una gitana mas. -Nos hemos enterado del mal tiempo que están pasando por aquí y sabiendo que estabas sola y a pesar que ahora te avergüenzas de vestirte como nosotras... pues bien... aun así, hemos venido a ayudarte. Como bien sabes, es tradición en la tribu hacerlo. ¿O tu no lo hubieras hecho por nosotras? -Claro. -Pues vamos... Empecemos que por lo que veo hay muchos para curar. –dijo mirando a su alrededor y dicho esto entró en la casa con las demás mujeres disfrazadas- -Déjennos poner de acuerdo en como lo haremos y los iremos llamando de a uno. –concluyó Mailén tras lo cual entró y cerró la puerta- -Si aparecíamos de la nada, así porque si para ayudarte, te habríamos puesto en evidencia, de allí que se nos ocurrió esto de disfrazarnos de gitanas. Creo que llegamos justo a tiempo. Como se te ocurrió decirles la verdad, ¿no pensaste en las niñas? -la increpó Belice- -Si que lo hice, pero no hallé otra salida que justificara explicarles como los curaría. Pero hablando ahora de ustedes, estoy asombrada de lo original y convincentes que fueron al vestirse así. Deberían hacerlo más a menudo; se ven mucho mejor. –sonriendo respondió Mailén- -Ya la risa se te irá cuando te contemos. -Que cosa... -Debes dejarnos a nosotras hacer lo que estabas haciendo tu y partir de inmediato con las niñas a enfrentar a Cíclope. Cuando bajábamos viniendo para aquí, nos interceptó Afeltra, iba camino a Luyún Tulué. -A que... -Suponemos que en busca del libro que ahora tienes tu. Al ver que no lo traíamos habrá supuesto que quedo allá y ahora estará revolviendo cada centímetro buscándolo. -Y para que lo quiere teniendo como creo, el de Nefístoles... -Para deducir cual cura no tenemos registrada y utilizarla con los fines que tu ya sabes. Has pensado como nosotras, Afeltra robó el libro obedeciendo órdenes de Cíclope. De no ser así no hubiera podido hacer con lo poco que sabe todo lo que hizo...... por eso necesita de nuestro libro: sabe que será certero su ataque si logra descartar los males que ya sabemos contrarrestar. -Entonces... -Debes primero apagar la fogata que produce esta neblina para poder acabar con la continuidad de casos que si no, devendrán inagotablemente, y segundo evitar que Afeltra regrese con Cílope . Luego ir en busca de Nefístoles y contarle todo. Él sabrá decirte lo que debes hacer. -Esta bién... Trajiste mi traje. -Si. Aquí está. -Iré con las niñas. Espero que tengamos suerte. Tal como lo habían programado al llegar al pantano ataron los caballos a unos juncos y luego de cambiarse de ropas emprendieron a pie el camino a Luyún Tulué. Ante una bifurcación del camino que llevaba al bosque donde estaba Cíclope, Mailén juntó a las niñas y casi como una orden les indicó: -Aquí nos separamos. Ustedes irán por este sendero hasta llegar a un claro inmenso donde podrán ver muchas rocas. Allí se detendrán y busquen en las más bajas unas que tienen varias aberturas, como cuevas. Se darán cuenta porque dentro verán luz de velas. Ese es el escondite de Cíclope. Quiero que se suban todas a un árbol distinto y que vigilen atentamente sus movimientos. Nerina –dijo mirándola- si no se hallan bien cubiertas, has que crezca la vegetación hasta que estés segura que no las verán. Tu Otissa ante cualquier anormalidad que les veas hacer, nubla el cielo y provoca varios relámpagos que yo los veré. No mas que eso. ¿Entendiste? A medida que las iba nombrando asentían con la cabeza tras escuchar la indicación de su madre. -Tu Selís harás uso de tu rapidez y destreza en los saltos para ir hasta el llano a avisarle a tu abuela si algún otro ataque trama y tu Pulpita –dijo tocándole apenas la punta de la nariz con su dedo- Serás la única que de noche y a lo lejos podrás verlos a la perfección y vigilarlos mejor, pero no te acerques, ¿Entendiste? -Si mamá... –respondió la niña al tiempo que le preguntó- Tu iras por Afeltra, ¿no es cierto?. -Debo hacerlo. -Podría ir contigo. Yo puedo serte útil para atraparla. –intervino Otissa- -Yo también ó te piensas que eres la única con virtudes... –celosa agregó Nerina- -Tu como la mayor, debes cuidar a Selís y Pulpita. -Nosotras sabemos cuidarnos solas sin ustedes. –orgullosa retrucó Selís- -Bueno, ya basta de discutir niñas. Iré sola; ya cada una sabe lo que tiene que hacer y por sobre todo quiero que eviten reñir entre ustedes; es esencial que se unan para que todo salga bien. Mailén vió alejarse a las niñas hasta que se perdieron en la espesura del bosque y encaró su breve camino al esperado encuentro con Afeltra... Solas y frente a frente. Al llegar todos los gatos corrieron hacia ella y la rodearon maullando con desesperación. Algo extraño estaba ocurriendo. Se quitó el alto sombrero de punta y lo dejó sobre la tierra, luego el manto que cubría su túnica y descalza para no ser escuchada empezó a registrar el lugar. No tardó mucho en escuchar ruidos a destrozos en la casa que era de su madre. Supo que allí estaba entonces Afeltra. Rodeada por las pocas casas que había, se alistó en mitad de la calle y gritó: -¿Me buscas a mi Afeltra? Deja de destrozar mi casa. El libro no esta aquí, lo tengo yo. Saliendo lentamente y en silencio Afeltra, esgrimiendo una antorcha encendida en su mano, caminó hacía Mailén sin quitarle la mirada un solo instante. -¿Qué haces aquí? -le preguntó- - Vengo a buscarte para llevarte al llano a curarte. -A curarme de que... -De todo ese resentimiento que tienes contra mi y en especial a quitarte la malicia que se apropió de ti. -¿Tu lo harás?... –y riéndose con saña agregó- ...quisiera saber cómo y si te atreves. –concluyó tras lo cual, dejando la antorcha sobre un sostén, comenzó a girar alrededor de Mailén incitándola a pelear- -No debería responder a tu agravio pero hace mucho que buscas esto ¿no?. Pues pelearemos si lo deseas pero la que venza se someterá a la exigencia de la otra incondicionalmente. ¿Qué dices? -Deacuerdo... Ahora era Mailén la que giraba con las manos enfrentadas a las de Afeltra buscando la oportunidad para lanzarse sobre ella. Mientras tanto las niñas, resguardadas por la frondosidad de los árboles donde se hallaban, vigilaban a Cíclope tal como las había instruido su madre. -Esto se está tornando algo aburrido. –dijo Selís bufando- -Cállate y vigila. No deberías haber venido niña tonta. –le contestó Otissa enfadada- -Shhhhh... No peleen. –ordenó Nerina- Esto no es un juego. Creo que estás cansada Selís. Duerme que ya es de noche y tu Pulpita... es tu turno. Abre bien los ojos y usa tus facultades. No te distraigas bebé. Pulpita avanzó por la rama donde estaba hasta casi la punta sin arquearla siquiera. Allí sus ojos se encendieron y fijando la vista en una de las ventanas que daban al interior de las cuevas agudizó su percepción hasta ver en detalle todo su interior. -Que ves Pulpita... –le preguntó Nerina- -Cíclope es un brujo espantoso, allí esta. Es feísimo. Duerme acostado en un catre de paja junto a un caldero, usando el gran libro como almohada. Hay muchas velas encendidas. -Y los demás brujos... -Juegan con cartas. Uno de tanto en tanto se asoma a la ventana y mira. –después de unos segundos de reflexión agregó- Oye Nerina se me acaba de ocurrir algo. -Que... -Si Otissa lograra levantar algo de viento y dirigirlo hacia allí con fuerza, apagaría las velas y volaría sus cartas... -y qué... -Cíclope se despertaría sobresaltado y quitaría su cabeza del gran libro por unos segundos entonces yo podría entrar sin que me escucharan y como soy pequeña y puedo ver en la oscuridad, arrebatárselo y saltar por la ventana con él. No podrían verme. -Tendrías solo el tiempo que tardasen en encender las velas nuevamente. No es mala idea... –acotó Otissa- - Ni se les ocurra. –las reprimió Nerina- Es muy peligroso y mamá dijo... -Ya sabemos lo que dijo, pero es una gran oportunidad de recuperar el gran libro para devolvérselo a Nefístoles y evitar siga haciéndole mal al llano Cíclope. –intervino Selís- -Pero el libro es muy pesado para Pulpita. La atraparían... -Puedo ponerme del otro la de la ventana donde Pulpita pudiera arrojármelo y usando mis saltos escapar fácilmente. –insistió Selís- Si algo salía mal toda la responsabilidad caería sobre Nerina, la mayor, pero su sangre como la de sus hermanas era la misma que impulsaba a Mailén a enfrentar los riesgos cada vez que se lo exigía una determinada situación, por lo que se lanzaron a la recuperación del libro sin medir las consecuencias. Ya muy entrada la noche y con todas sus facultades a pleno dominio, Pulpita saltó de la rama donde estaba a un fardo de paja que junto a las cuevas se erguía. Caminó sobre él sin que se pudiera escuchar en el silencio absoluto de la noche un solo crujir de nada. Como un gato, usando las manos también, caminó hasta la ventana y allí le hizo una seña a Otissa para que cumpliera con su parte. Concentrándose con las yemas de sus dedos sobre la frente logró Otissa que se nublara rápidamente y que empezara a soplar viento, primero con suavidad hasta que una ráfaga provocada con intención entrara a la cueva y apagara las velas tal como lo habían planeado. -Que pasa... Que fue eso. –sobresaltado se incorporó Cíclope despertando de su sueño- -Es solo viento. Cálmate con una braza encenderemos pronto las velas nuevamente. –le respondió otro de los brujos- En ese instante saltó por la ventana Pulpita y arrebatando el libro de la cabecera del catre dando dos pasos hacía la otra ventana lo arrojo afuera, donde Selís lo barajó y apretándolo contra su pecho con fuerza, a la carrera saltando por sobre los árboles lo llevó a manos de Nerina que la esperaba sobre tierra firme. -¡Que fue eso! -gritó Cíclope- ¡El libro! El libro desapareció. –alarmado empezó a correr buscándolo hasta que vió a Pulpita en su intento de saltar por la ventana- Lanzándose sobre ella, cuando a punto estaba de caer Pulpita fuera, Cíclope en el aire la tomó de su pequeña toga y la atrapó, arrojándola dentro de la cueva nuevamente. -Con que has sido tu, pequeña diablilla. Supongo que eres una de las hijas de Mailén. Pero miren que sorpresa... ¿Y ahora que arás? Pulpita asustada en un rincón, con sus grandes ojos abiertos no supo que hacer y menos que decir. Mailén ni suponía remotamente que esto estaba sucediendo tan cerca de ella como la distancia que había entre el monte y el bosque donde las niñas estaban. Su mente estaba inmersa en intentar dominar a Afeltra como ella pretendía ser dominada si existía una forma: por la fuerza. Sin pestañear siquiera para no otorgar ventajas, seguían girando en un mismo lugar con sus manos abiertas en guardia oponiéndose, hasta que imprevistamente Afeltra en un movimiento repentino sacó de una de sus botas un pequeño puñal que a la luz de la antorcha que las iluminaba brilló con su filo resplandeciente. -Juega limpio y de igual a igual. Arroja eso a un lado. -Tu tienes facultades que yo no. Esto nos igualará. -Prometo no usarlos contra ti. Arroja eso de una vez... -Que... ¿Tienes miedo? -desafiante rió Afeltra- Sin esperar que Mailén atacara primero, Afeltra se lanzó sobre ella con el puñal erguido. Mailén rápidamente en respuesta se giró logrando que por el impulso que traía, Afeltra cayera a tierra. Antes que se pusiera en guardia nuevamente, Mailén se arrojó sobre ella y logro aferrarle la muñeca en la que tenía el puñal. Forcejeando ambas giraron sobre tierra hasta que Afeltra logró quedar en mejor posición que Mailén, que luchaba espaldas al suelo inmovilizada y concentrando todas sus fuerzas en evitar que el puñal cayera sobre ella. De pronto un repentino relámpago en el cielo distrajo un segundo a Afeltra de lo que parecía su mejor faena. Mailén supo de inmediato que aquel relámpago era una señal que Otissa le estaba enviando. Desesperada por acudir al llamado presintiendo que estaban en peligro, sin saber cómo, agrupó todas sus fuerzas en un sobre exigido esfuerzo, y en un intento alzándola con sus rodillas hizo volar por sobre su cuerpo el de Afeltra quedando ahora ella de espaldas y sin el puñal que a un costado caído le parecía aun recuperable. Mailén se puso de pie en un salto y pateando el puñal lejos, antes que se incorporara Afeltra, le asestó una patada brutal en plena cara que la noqueó instantáneamente, quedando fuera de combate. -Lo siento pero mis hijas me llaman. –le habló al cuerpo inconsciente de Afeltra.- En otra oportunidad la seguiremos. –culminó diciéndole antes de salir corriendo rumbo al bosque- Los relámpagos eran cada vez mayores y continuos, como un llamado desesperado de Otissa. Desde el llano Alcides y Belice contemplaban lejanos los relámpagos y supusieron que el peligro las estaba asechando. Al mirar hacía el monte distinguieron fuego en el sitio exacto donde suponían figuraba Luyún Tulué. Afeltra había despertado de su desmayo y en venganza le había prendido fuego al pueblo. Belice detuvo el impulso de las demás comadres que ante la imposibilidad de hacer algo desde allí, intentaron salir corriendo para enfrentar al fuego. -Nada podemos hacer. Caminando llegaremos cuando todo esté convertido en cenizas. –les advirtió y quitándose del cuello el colgante que traía, se lo entregó a Alcides pidiéndole: -Yo te diré cual es el camino que te llevara hasta Nefístoles. Cuando llegues muéstrale el colgante; él sabrá que es mío y te escuchará. Cuéntale todo y haz lo que él te diga. Corre no pierdas mas tiempo todos estamos en peligro. Sin que mediaran una palabra mas, rápidamente Alcides montó y salió velozmente con su caballo rumbo primero a Luyún Tulué para luego buscar el sendero que lo llevaría hasta Nefístoles, Rey de Brujos. Al llegar Mailen hasta donde estaban sus hijas, exhausta notó a un costado una fogata de la que permanentemente emanaba un humo igual a la neblina que cubría todo el llano. Allí supuso, quemaban las hierbas que producían los males en el pueblo. Apagarla sería empezar con una solución que menguaría tan masivo padecimiento pensó, pero algo primaba en ella antes que eso y era la ausencia de Pulpita entre sus hermanas. -¡Dónde está Pulpita!... –asustada exclamó- -Perdona mamá pero pensamos que sería fácil recuperar el gran libro y... –intentó explicar Nerina- -No importa ahora... Habla ya... ¡Dónde esta Pulpita!... -En poder de Cíclope, dentro de las cuevas... -¡Maldición! En ese momento Selís vio el fuego que provenía del monte. -Algo se quema allí mamá. –alertó- -¡Demonios!... Afeltra está quemando Luyún Tulué. No debí dejarla sola. El monte entero arderá. –se lamentó- Otissa.. -ordenó- ¡Pronto! Haz que llueva torrencialmente sobre toda la zona para que el fuego se apague lo antes posible. En segundos Otissa, obedeciendo a Mailen descargó una feroz tormenta de agua que terminó inundando todos los caminos hasta hacer desbordar el pantano próximo al pueblo. Alcides que ya había llegado a Luyún Tulué, supo que la lluvia era obra de su hija y feliz siguió su derrotero hasta que al llegar a mitad del pueblo halló el sombrero de bruja de Mailén tirado en el barro. Presintió algo malo y tras levantarlo lo ató a su montura buscando a su mujer entre las ruinas del pueblo. -¡Mailéeeen! ¡Mailéeeen... –gritó llamándola- -Búscas a esa perra... –oyó decir- Pués, esta muerta yo misma la maté con esté puñal... –le mintió Afeltra riéndose a carcajadas, empapada, sucia de barro y con la cara sangrándole- -Donde está su cuerpo entonces... –le reclamó Alcides- Ante su silencio dio por falso lo que había dicho y desmontando la redujo fácilmente tras quitarle el puñal que esgrimía como un estandarte victorioso. Luego la ató y llevándola boca abajo cruzada sobre su caballo, prosiguió yendo él a pié por el camino que lo llevaría hasta Nefístoles. -Cíclope te propongo un trato... Deja libre a Pulpita y yo me pondré en su lugar sin resistirme. –gritando le propuso negociar Mailén- -No. Yo quiero el gran libro. Devuélvemelo y dejaré libre a la niña. –fue la respuesta que halló- -Sabes que no puedo hacerlo. Este libro le pertenece a Nefístoles y a él regresará, mal te pese. -Bueno... Entonces despídete de la niña. Otissa en una demostración de impotencia y rabia hizo que la tierra vibrara con un trueno que provocó espontáneamente. -Tranquilízate... –le ordenó su madre- No es así como lograremos que dejé libre a Pulpita. -No me asustas niña, tal vez quieras venir tu por ella... -Sal fuera de la cueva Cíclope. Hablemos tu y yo cara a cara. De nada te servirá este libro mientras tenga yo el que mi madre me dio con los antídotos. De a poco llevando a Pulpita tomada de un brazo, Cíclope se hizo ver. La niña lejos de estar asustada ahora reaccionaba tratando de librarse de su dominio, pateándolo y mordiendo la mano que la mantenía a él aferrada. -¡No hagas eso Pulpita! -le gritó Mailén- ó te hará mas daño, deja que yo arregle esto de otra forma. -No hay otra forma que no sea que me devuelvas el gran libro. Solo así la liberaré...–concluyó Cíclope riéndose irónicamente- -Yo no estaría tan seguro... –se escucho de pronto el decir de una voz grave y pausadamente serena- Deja a esa niña en paz...me están cansando tus tonterías. Tu sabes que puedo castigarte severamente por lo que estás haciendo ahora, pero optaré por ser benévolo contigo si la dejas en libertad...!Ya! Era Nefístoles que había llegado hasta allí guiado por Alcides, que aún traía maniatada a Afeltra sobre su caballo. En sus manos Milén reconoció el colgante con el medallón de su madre. Alto de barbas extremadamente crecidas, con un bigote sobredimensionado y blanco como su largo pelo, luciendo de brujo un sombrero de punta perfectamente erguido y su toga inmaculada, ambos en un brillante color azul oscuro que al recibir de pleno el sol desprendían innumerables pequeños brillos que fascinaban, imponía con su sola presencia la simpleza y la autoridad de un grande. Las niñas al verlo quedaron boquiabiertas admirándolo. Jamás, aún sabiendo de él hubieran imaginado conocerlo y menos en esas circunstancias. Cíclope antagónicamente, al verlo sintió temor a las represarías que pudiera tomar con él y sin que transcurriera un segundo mas de su última palabra soltó a Pulpita que alocadamente corrió a los brazos de su madre. -Bien... –continuó Nefístoles- Ahora las cosas están mejor. Este libro me pertenece y gracias a estas niñas lo he recuperado. Tus hijas son muy bellas y valientes –le dijo a Mailen mirándola fijamente- Por cierto tu esposo también, se expuso a penetrar en un territorio que no conocía a encontrarse con alguien que no sabía como iba a reaccionar, creo que lo hizo por ti, sin duda te ama. Toma... –dijo extendiéndole el colgante con el medallón- devuélvele esto a tu madre y envíales mis respetos. Debe seguir tan hermosa como siempre ¿No? Supongo que si. Con respecto a Afeltra yo pienso que... -Si me permites mi señor; -interrumpió Mailen- quisiera siendo yo la causa de su conversión, encargarme también de su recuperación. Ya Luyún Tulué no existe... se quemó, y ella no tendrá donde ir. La llevaremos con nosotros al llano y confió que con pócimas y te de hierbas volverá a ser como siempre debió ser. -Tu crees que podrás... -Lo intentaré. -De acuerdo, hazlo. Antes de irme, quisiera expresarte lo admirado que estoy por las facultades con que han nacido tus niñas Mailén... Si no te molesta ¿Podría pedirles algo? -se animó a preguntarle Nefístoles- -Oh si mi señor. Lo que tu desees. –le respondió Mailén- -Ven tu pequeña... –llamó a Nerina- Podrías hacer que la vegetación alrededor de las cuevas crezca tanto como para que Cíclope no pueda hallar caminos que lo lleven lejos de aquí... -Si, claro mi señor... -Y tu Otissa, ya que él odia el agua tanto, podrías crear un estado de permanente llovizna sobre la zona, para que no pueda salir de su cueva sin mojarse. -Si, por supuesto. Delo por hecho mi señor. –contestó Otissa riendo pícaramente como las demás- -Primero te pediría que con tu lluvia apagues esa fogata para que en el llano ya no perturbe su mal. –dijo señalándola- Sobre los brazos de Mailén Pulpita mostraba una imagen triste y resignada como la de Selís que en brazos de su padre callada lo miraban, sabiendo que nada podían aportar con sus dotes para ayudar a castigar a Cíclope. -Con respecto a ustedes... –continuó Nefístoles- Tu Pulpita y tu Selís, me agradaría mucho que me visitaran por lo menos una vez al mes, así podría enseñarles mi gran casa y algún que otro truco que ni su madre ni su abuela saben. ¿Qué dicen? La sonrisa resurgió en todos después de sus palabras y a poco de intercambiar saludos ambos se fueron por senderos distintos, Nefístoles llevando su gran libro caminando lentamente apoyado en su bastón de metal lustrado y Mailén, Alcides, sus hijas y Afeltra atada al caballo, caminando también, pero rumbo a el llano. En el trayecto Mailén se atrevió a comentar: -¿Tu piensas lo mismo que yo de mi madre y Nefístoles? -Que alguna vez quizás se sintieron atraídos... -Entonces te pareció igual que a mi. -Lo del medallón que reconoció de tu madre y el cumplido que dijo de lo bella que es, da que pensar ¿no?. -Si pero solo ellos saben la verdad y creo que por discreción, nunca lo dirán. –riendo concluyó- A propósito... gracias por recuperar mi sombrero. Cuando la primera vez me fui de Luyún Tulué contigo, creí que jamás volvería a ponérmelo, pero ya ves... las circunstancias pudieron mas. Espero que esta si sea la última vez. -Por las dudas guárdalo en el altillo de casa, en un baúl junto con la toga... ¡Tal vez algún día, quien te dice...! -bromeó Alcides- Al llegar al llano, lo hicieron de noche para nos ser vistos. Festejaron el triunfo sobre Cíclope junto a Belice y las demás comadres y allí mismo determinaron que Afeltra viviría con ellas en una cercana granja abandonada que Alcides refaccionaría para que pudieran habitarla, hasta que lograran regresar a Luyún Tulué, proyecto que se transformó en una utopía, cuando asumieron que reconstruirla de las cenizas sería un empresa casi imposible de lograr en un mediano plazo. Por Afeltra habían perdido su condición de inmortales pero que podían hacer, sino resignarse. No tenían otra salida que dejar el pasado como pasado y rehacer sus vidas en el llano como lo había hecho Mailén. Al cabo de un tiempo lograron que Afeltra menguara sus odios hacia Mailen gracias a un centenar de pócimas que obligada le hicieron beber durante el año in-interrumpido en que estuvo custodiada día y noche por pequeños Gnomos subordinados al poder de Belice. Ella y sus amigas lograron promover una buena relación con el resto de las mujeres del pueblo, después que por el éxito de las curaciones que empezara Mailén, se sinceraran confesando que también ellas usaban otras formas de curación extrañas a la vista de los galenos, tales como ventosas, baños con esencias de alcanfor ó sales curativas. Las mas adultas terminaron por proponerles un intercambio de secretos a condición de no divulgarlos en general para poder hacer de ellos un uso exclusivo. Belice y las demás aceptaron y pronto en el pueblo el curanderismo (tal como ellas mismas en correlación eligieron denominar sus trabajos) llegó a hacerse tan popular que muchos ante una dolencia, comenzaron a preferir visitar antes a una “curandera” (palabra derivada con la que el pueblo comenzó a llamarlas) que a un médico, por mas destacado que fuera. En el vocabulario de la gente comenzó a hacerse familiar denominar a sus males con apelativos tales como: culebrilla, ojeado, mal de ojos, empacho, pata de cabra y tantos otros que en exclusividad solo ellas tenían la facultad de curar relegando a la medicina, que por desconocer sus orígenes, nada podía hacer para solucionarlos. Afeltra redimida, no toleró cargar con su presente y en su desesperado rechazo a la realidad, buscó dominar un arte que le permitiera descubrir el futuro que tendría siendo ahora mortal. Lo encontró en las cartas y en una bola de cristal que decía, podía ver reflejado el mañana. Algunos llegaron a pensar que había enloquecido, pero otros ansiosos por conocer su propio destino, comenzaron a visitarla pidiéndole que les develara que buenaventura o tragedia les depararía la vida. El pueblo, renovado, pronto abandonó la idea que Mailén fuera una de las brujas del bosque y jamás sospechó que las nuevas habitantes vestidas como gitanas, también lo hubieran sido. “Hasta aquí, la historia tal como pudo reconstruirse en base a los detalles que dejara en sus notas póstumas Ronald Bergg. Hubo quienes quisieron seguir con su trabajo investigativo, buscando las ruinas de ese sitio mágico llamado Luyún Tulué. Guiados por las coordenadas que Bergg había citado en sus escritos llegaron al lugar. Efectivamente el pueblo estaba en un monte pero no se llamaba Luyún Tulué sino misteriosamente Los Tilos. Hallaron también el pueblo del llano y el pantano y el bosque con las cuevas, pero vacías y hasta escucharon los comentarios de que realmente había vivido allí una tal Mailén, pero que con su familia habían abandonado el llano, en busca de un sitio donde sus hijas pudieran vivir sin el ojo vigilante de sus obsesivos perseguidores. (Allí nació la idea de que tal vez Bergg no fuera el único que las investigaba) Diez años después, a muchos kilómetros de allí, algo ocurriría... pero esta vez teniendo como centro a sus hijas. Pero esa... es una historia que merece ser contada en un capítulo aparte. ( Continuará ) MAILÉN... EL FINAL La vida en el llano, vertiginosamente se fue complicando para los Menditegui. Después que los médicos del pueblo pudieron constatar cómo Mailén había curado a los habitantes utilizando solo brebajes, ungüentos, cintas, tintas y palabras extrañas, no tardaron en denunciarla a las autoridades, arguyendo que sus métodos eran poco convencionales y calificándolos concluyentemente como burdas brujerías que terminarían por causar mas daño aun que la enfermedad misma. Años después enterados los seguidores de Bergg, se apuraron a viajar al llano convencidos, ahora si, de poder reunir pruebas contundentes que demostraran la existencia cierta de brujas. La noticia también puso en alerta a los llamados "cazadores de brujas", un grupo que proclamaba popularmente que si en verdad existían como Bergg lo afirmaba en sus escritos, ellos se encargarían de exterminarlas quemándolas en una hoguera común. Mailén, nunca había ignorado que donde estuvieran tendrían perseguidores, pero ahora su mayor preocupación estaba centrada en los recientemente aparecidos que pretendían salvajemente acabarlas. Para evitarlos consideraron que una solución podría consistir en regresar al bosque ó al monte donde tal vez no se atreverían a ingresar por desconocer el terreno. Estando en dominios propios no las molestarían, pero eso para Mailén significaba tener que arrastrar a su familia a vivir aislada en un lugar agreste donde la rutina y la soledad terminarían por destruirlos como personas, por eso decidió quedarse mientras que Belina su madre, al igual que las demás incluida Afeltra, no quisieron exponerse a terminar en una hoguera y acostumbradas al aislamiento que la mayor parte de sus vidas habían profesado, no vacilaron en abandonar de inmediato el llano y regresar a Luyún Tulué para empezar a reconstruir lo destruido por el fuego. Alcides fue con ellas y trabajó duro hasta dejar montado en la única construcción que Afeltra no había incendiado, el almacén de granos, una acogedora vivienda que les serviría para vivir allí juntas, hasta tanto terminaran de reconstruir de a poco el resto del destruido pueblo. A las pocas semanas, habiendo culminado el trabajo, regresó al llano y enfrentando a Mailén le propuso: -Creo que nosotros tendríamos que irnos también. Escuché que ya pasaron por Piedra Buena, Pueblo Viejo y Villa del Sol. Cada pueblo que pisan lo dan vuelta buscándolas, creen que sabiendo que vienen por ustedes, pudieron haberse dispersado para evitarlos. -Mas a mi favor. No creo que sea lo conveniente huir. Suponen que haremos algo. -convencida afirmó Mailén- Debo enfrentarlos. -dijo mirando a sus hijas- Escapar de ellos sería reconocer que lo que piensan de nosotras es cierto, y eso los tornaría aún mas obsesivos. -Y que piensas hacer entonces... -preguntó Alcides- -No podrán constatar lo que somos si nos comportamos como el común de los demás. Debemos evitar hacer lo que ellos esperan que hagamos. Alcides, no puedo exponer a las niñas, debes llevarlas a un lugar seguro. -Deja de llamarnos niñas, madre. -le reprochó Nerina- ó te olvidas que Pulpita, siendo la menor, ya cumplió sus dieciocho años. Hasta cuando vas a decidir sobre nuestras vidas. Han pasado mucho tiempo desde que Luyún Tulué se quemó y nadie en el llano volvió a sospechar de nosotras porque hicimos lo que tu dices que debemos hacer ahora: comportamos como el común de los demás. ¿Por qué no seguir así cuando ellos lleguen? -Porque ahora es distinto. Vienen por mí... por una tal Mailén que los médicos denunciaron por hacer brujerías para curar. ¿Lo entiendes? Primero seré yo y después ustedes por ser mis hijas; por eso deben irse. -Podrían ir con tu madre. -intervino Alcides- -No, con ella tampoco estarán seguras. Cuando lleguen irán a todos los sitios que Bergg citó en sus notas y pasarán por Luyún Tulué, aunque ahora lo llamemos Los Tilos. Todo esto no hubiera pasado si yo hubiera seguido siendo... -No lo digas... Supimos siempre que esto alguna vez podría pasar y a pesar de ello resolvimos vivir juntos, ahora no queda otra solución que seguir adelante y resolver que hacer. -Pulpita en lo que se refiere a ti, no debes postergar tu viaje a la ciudad. Tu elegiste ser una profesional y eso vale mas que cualquier pretexto; ve, estudia y recíbete pronto. Todos estaremos orgullosos de ti si lo haces... Sé que allá la hermana de tu padre y su marido te cuidaran bien. Compartirás un habitación con tu prima. Confío que se lleven bien. -Y porque no nos radicarnos todos allá. Papá podría encontrar trabajo fácil... Sabe hacer de todo. -No es tan sencillo Pulpita. Deberíamos vender los campos primero y empezar de nuevo es difícil en un lugar que desconocemos por completo como la ciudad. Tal vez mas adelante... -luego se giró y mirando a sus otras hijas afirmó- En lo que se refiere a ustedes, es verdad, ya son mayores para decidir que hacer de sus vidas; dejaré que elijan entonces. La primera en hablar luego de intercambiar miradas con sus hermanas fue Nerina, la mayor. -La abuela me necesitará. Podría acelerar rápidamente el crecimiento de la vegetación para lograr extraer con mayor celeridad la madera que necesitan para reconstruir el pueblo. -Bueno, deacuerdo -respondió Mailén- También irás al pantano y harás crecer desbocadamente la vegetación para que les sea imposible llegar a Luyún Tulué por el camino habitual, será una forma de desautenticar los comentarios de que al pueblo se llega por allí. Sería bueno también, poner un cartel inmenso en el sendero que va por detrás, en el que se lea "Bienvenido a Los Tilos", eso algo los confundirá. Tu Alcides, podrías ir con Nerina y quedarte con mamá unos días, por si llegan antes de lo previsto. También hay que avisarle a Cíclope y a Nefístoles. Eso que lo haga mamá... -¿A Cíclope? -Si porque también buscarán las cuevas y si las encuentran, confirmaran parte de lo que traen escrito. Cíclope sabe que la premisa de unirse ante los enemigos, la debe respetar a rajatabla si quiere subsistir. Ya verás, dejará de lado diferencias para unirse a nosotros y combatirlos. ¿Y ustedes que harán? -dijo Mailén mirando a Otissa y Selís- -Yo me quedaré contigo. -afirmó segura Selís- -Bien... ¿Y tu Otissa? -No lo sé... Por lo pronto, iré con Nerina y luego resolveré que hacer. Además quiero estar cerca de ustedes, por si algo malo ocurre aquí. -Veinticinco, veintitrés, veinte y dieciocho... Crecieron muy rápido niñas... perdón... debo decirles señoritas ahora ¿No? Quiero que sepan que para mi también el tiempo pasó muy rápido. Ya no soy esa muchacha que vino con un inmenso manojo de sueños a desafiar a su destino en el llano. Ahora soy una simple señora madura que aprendió que al destino no se lo desafía, se lo enfrenta, y esta, precisamente, es una de esas disputas que no debo eludir si quiero seguir viviendo con ustedes. Bueno... basta de discursos. Antes de marcharse esconderemos las tobas y los sobreros de todas dentro de un cofre y luego lo enterraremos en el campo, para que si las buscan, por lo menos no los encuentren dentro de la casa. Es primordial engañarlos. Alcides -dijo mirándolo- no toques nada en Luyún Tulué, déjalo como está, que parezca lo que es, un pueblo quemado. Lo que construyas que sea a una distancia prudencial de allí para que crean que no hay ninguna conexión con Luyún Tulué. -Yo pensé lo mismo. Mi idea era restaurar el pueblo que encontré abandonado cuando te conocí; el que está en el extremo opuesto, pasando el cementerio. -Buena idea, -sonriendo contestó Mailén- como todas las que has tenido siempre. Mientras lo haces Selín y yo te esperaremos aquí. Bueno ahora todos a dormir. Mañana por la mañana iremos a la estación a despedir a Pulpita y luego emprenderemos la tarea. Es poco el tiempo que tenemos. -Prometo escribir todas las semanas. -agregó Pulpita- -Bueno sería que no lo hicieras. Recuerda que allá serás Alina Menditegui, como figuras en tu documento. Si todo sale bien pronto iremos a visitarte unos días. Cuando a la semana siguiente Alcides regresó, habiendo culminado parte del trabajo, la llegada de los que esperaban era inminente. Fue así que una mañana mientras trabajaba la tierra los vio desviarse del camino que desembocaba en el pueblo para aproximársele. Eran cinco hombres que vestidos de traje y galera, llevando a paso lento los caballos que montaban, al llegar junto a él le preguntaron; -Buen día amigo. Sería usted tan amable de decirnos si por aquí vamos bien al pueblo Del llano. -Tal cual... -respondió Alcides apoyándose con ambas manos sobre en el mango de la pala que clavó en la tierra para hablarles- Puedo saber de donde son. -se atrevió a preguntar- - -Pero si, como no. Somos de la ciudad y venimos buscando a una mujer cuyo nombre en Mailén Menditegui, ¿La conoce? -Algo... -contestó Alcides- Si usted piensa que haberme casado y luego tener cuatro hijas con ella es conocerla, bueno... la conozco. -No piense mal, amigo. No hemos venido hacerle daño; solo queremos hablarle para confirmar ó no algunas cosas. -Como qué... -Bueno... Hay una denuncia contra ella relacionada con... -Ya sé... ¿Y? Los cinco hombres se miraron entre sí y tras un silencio el que empezó con la charla se animó a decirle lo que pensaba. -Mire señor Menditegui, usted sabe que la creen bruja por las curas que hace diez años hizo masivamente en este pueblo y nosotros solo somos discípulos de un profesor que... -Bergg... -se adelantó a decir Alcides- -Si si... Veo que lo conoce, entonces para que seguir con la explicación. Vea, nosotros somos inofensivos, solo buscamos confirmar lo que el profesor Bergg aseguró saber de ella. Detrás nuestro vienen unos salvajes que... -Ya sé... Que la quieren quemar... Asombrados de lo informado que demostraba estar Alcides y perplejos por la tranquilidad que mostraba al hablar se animaron a una última pregunta: -Amigo, sin el ánimo de ofenderlo... Su mujer sabiendo esto... seguramente huyó... ¿No es así? -Porque habría de hacerlo. Ella es como cualquier otra mujer. Ustedes son los que se equivocan... -Podríamos entonces hablar con ella... -Cuando quieran. Mi casa esta detrás de la lomada; si es para hablar vengan cuando quieran... Pero para nada mas... ¿Se entiende? -Si si claro... Muchas gracias señor. Allí nos veremos. Al caer la tarde, ansiosos por conocerla, los cinco hombres se apersonaron en la casa. Alcides, que los esperaba, salió al encuentro de ellos cuando al galope los escuchó llegar; detrás suyo silenciosa y seria salió también Mailén. Al desmontar, la reacción de los visitantes fue la misma, absortos de poderla tener al fin frente a sus ojos, mirándola, boquiabiertos se quitaron las galeras para luego saludarla formalmente: -Reciba nuestros respetos señora; me apellido Zabala y disculpe nuestro gesto de asombro, pero no pensábamos encontrar a una mujer tan bella como usted, créame. -dijo el mas mentado para hablar- -Gracias caballeros, pero sé a lo que vienen y eso es lo que me preocupa. Aquí estoy, ya ven que no me escondí ni se me ocurrió alguna vez hacerlo. Quiero que sepan que solo preguntas responderé y si otras son sus pretensiones, mi marido se encargará de echarlos y luego recurrirá al comisario del pueblo para denunciarlos. -Nos confunde señora. Los que si vendrán con modos violentos a buscarla son otros y lamento decirle, muy pronto. -Según... -intervino Alcides- -Que dice. -intrigado preguntó uno de los hombres- -Que si ustedes los convencen que lo que piensan de mi mujer son farabutadas, no la molestarán. Entre ellos se miraron y un silencio profundo flotó en el aire durante unos segundos. Todos se pusieron serios y dejando ya galanteos el que había comenzado la conversación dirigiéndose a Mailén, solemnemente le propuso: -No tenga la menor duda señora que fuera cual fuese el resultado de este encuentro, les diremos a esos salvajes que usted no es una bruja como piensan, y perdone usted el término. Pero antes quisiéramos cerciorarnos de ello, claro que si usted lo permite, de lo contrario, seguiremos suponiéndolo. -Y que pretenden que haga para que no lo supongan mas. -preguntó Alcides inocentemente- -La señora sabe. Mailén a un costado se mantuvo callada como adivinando que le pedirían hacer. En ese momento salió de la casa Selín. -Oh... Tu debés ser Pulpita, ¿No es asi? -dijo con agrado el tal Zabala- -No, ella se llama Selín. -respondió Mailén mientras le indicaba a su hija que entrara nuevamente- -Ella tampoco produce sombra, ¿no?. -Al grano señor Zabala; hable y diga lo que tenga que decir... -enfadada arremetió Mailén- -Sabemos que las brujas no se reflejan en los espejos, ni producen sombra frente a una luz; no le pediremos que haga ninguna de las dos cosas pero si que se deje tomar una foto con nosotros, con eso bastará. Si realmente es lo que pensamos solo veremos sus ropas en la fotografía. Ni su rostro, ni sus manos, ni sus pies saldrán retratados. Ese será nuestro trofeo; el que conservaremos para demostrar que realmente existen. Su persona no peligrará pues al no ver su rostro no sabrán quien es, solo nosotros pero va mi palabra en ello, a nadie lo diremos. Que dice señora... En ese momento Mailén dio un paso adelante y se puso frente a un farol que sobre el alero de la casa pendía encendido. Sobre el piso su sombra pudo verse claramente, luego entró en la casa y tras regresar con un espejo, lo alzó delante suyo para que vieran como su imagen se reflejaba nítidamente en el vidrio. -Si con esto no les alcanza caballeros, pues lo lamento. No voy a acceder a que con artilugios puedan fraguar mi foto para hacerles creer a los que a mi poco me importan lo que yo no soy; y aquí se termina la charla. -dijo antes de girarse para luego entrar en la casa mostrándose enfadada- Los cinco hombres no salían de su asombro ante lo que habían visto, pero no podían creer estar tan equivocados con ella y lo peor que Bergg lo estuviera después de haber estudiado la vida de Mailén durante tantos años tan minuciosamente. Sin estar convencidos y pensando en el truco que para engañarlos había utilizado, se fueron para seguir cotejando los otras pistas que en sus notas les había dejado Bergg. Viéndolos irse Alcides entró en la casa riendo. -Se fueron espantados, no esperaban encontrarse con esta sorpresa. -Si pero volverán. -no tan risueña afirmó Mailén mientras se quitaba el maquillaje y la pintura que totalmente le cubría el rostro y las manos- Tampoco puedo vivir siempre embadurnada con tintas para producir sombra o poder reflejarme en los espejos. -Eso de las fotos no lo sabía. -acotó Alcides- -Ni yo. Por suerte ellos lo mencionaron antes de que me dejara fotografiar. Debemos avisarles a Nerina y Otissa para que se cuiden de sus cámaras. Y dicho esto escribió en un papel una advertencia de cuidado para ellas que luego dobló tantas veces como pudo hasta que se tornó pequeña y tras atarla con una cinta a la pata de Leónida, la lechuza de su madre, la lanzó en vuelo por la ventana para que regresara con la nota hasta su madre. Nada le hizo suponer que jamás llegaría su carta a destino. En el trayecto, el pájaro se detuvo a descansar sobre un árbol en el que por desgracia fue descubierta por uno de los cazadores de brujas que a punto estaban de llegar al llano. La fobia que profesaban no solo comprendía a las brujas sino que se extendía también a los animales que ellas veneraban, llámese gatos, murciélagos, cuervos y lechuzas. Al descubrirla sobre el árbol uno de ellos le apuntó con su escopeta y le disparó una perdigonada destrozándola en el acto. La nota de Mailén a sus hijas advirtiendo sobre el peligro que las fotografiasen, quedó a merced del viento lejos de lo que pensaba sería su destino final. Al otro día Alcides, tal como había visto a los seguidores de Bergg pasar por el camino, se percató de la llegada de otro grupo de hombres yendo camino al pueblo. A diferencia de los otros estos eran alrededor de quince que venían al galope esgrimiendo armas largas y ropas por demás campechanas y polvorientas, salvo uno que por ser anciano iba desarmado y mejor vestido que los demás. Sin dudas eran los cazadores de brujas. Alcides dejó la pala que tenía y tomando el rifle que a un costado tenía apuntando al piso esperó ver que reacción tendrían cuando lo vieran. Pasaron de largo y solo uno levantó la mano a modo de saludo que él correspondió para no agraviarlos. Mientras tanto los discípulos de Bregg, habían contratado los servicios de Lugurcio Benavente para que los llevara a través del monte hasta Luyún Tulué a pesar de que les recomendara no perder el tiempo yendo. Los cazadores de brujas ni bien llegados al llano, se hospedaron en el mismo hotel que los discípulos de Bergg. Horas después, sentados a una mesa bebiendo café, el tal Zabala se reunió a solas con el que mas tarde supo era el líder de los cazadores, casualmente el anciano que no usaba armas y al que todos llamaban "el abuelo". El viejo iba siempre acompañado de un matón apodado por sus pares como el "Mordaz", considerado su mano derecha y el mas temible de todos por su salvajismo -Y que averiguó Zabala... -le increpó Mordaz lanzando bocanadas de humo de un minúsculo puro que no dejaba de morder con sus dientes- -El dato de la Mailén que menciona Bregg en sus notas parece ser falso. La vi reflejarse en un espejo y hacer sombras con sus manos. Ella no es bruja... -Pudo haber sido un truco... Le tomó la foto. -No se dejó por miedo a que la fraguáramos en su contra. -Y sus hijas... y su madre... -Solo ví a una de sus hijas, Selín, las demás no estan en el pueblo. Ya organicé y pagué para que nos lleven hasta Luyún Tulué, tal vez estén allí. Esperen ustedes aquí, yo les traeré el informe como quedamos. El tal "abuelo" que se mantenía siempre callado, balanceó la cabeza negativamente tras una mirada que Mordaz le hizo buscando su aprobación. -No. Esta vez iremos todos juntos Zabala. "El abuelo " tiene razón. Yo también estoy empezando a desconfiar de usted. El que nos paga es él y manda, yo solo obedezco. A usted también le paga él pero yo lo conozco mejor que nadie y por su gesto de recién, adivino que no está conforme con no recibir de su parte un solo dato positivo que nos lleve a una sola de ellas. -Escúcheme Mordaz, cometer un error sería trágico y no se lo perdonaría nadie. Déjenos ir primero... -No. Primero iremos nosotros a ver a esa Mailén que usted dice no es bruja y mañana a la amanecer marcharemos a ese pueblo que usted dice, pero todos juntos. Así es como usted lo decidió ¿No abuelo? -esperando su respuesta miró al viejo, que sonriendo asintió balanceando la cabeza afirmativamente- -Vió.. Si el dice que se haga así... así se hará. ¿Está claro? -concluyó- Alcides sabía que no sería tan fácil para Mailén convencer a los cazadores como lo había hecho con los seguidores de Bergg, por lo que dispuesto a resistir cualquier atropello, se aseguró contar con las suficientes municiones y armas para si fuera necesario defender a tiros a su mujer y a su hija. Por suerte el buen tino del comisario que conjeturó un encuentro violento entre ambos, lo hizo concluir en que lo mejor sería esperarlos junto con Alcides para evitar problemas. No fue mucho lo que tuvieron que esperar. A las pocas horas de estar en vigilia los oyeron venir y vieron como a la distancia se aproximaban al galope esgrimiendo escopetas. Sin dudarlo se aferraron a las que tenían para mostrarse de igual a igual. Mailén desoyendo la orden de su marido escapó por un costado de la casa y caminando a cielo abierto los enfrentó antes que ellos. Al verla, los quince jinetes no tuvieron otra salida que detenerse bruscamente a metros de toparla, levantando una polvareda que en lo absoluto inmuto a Mailén. Detrás de ella Alcides y el comisario apuntando a los recién llegados salieron atentos a lo que ocurriría. -Soy Mailén Menditegui. -dijo mostrando las palmas de sus manos - Sé a lo que vienen y no les temo señores, pero les advierto, asegúrense bien de lo que van hacer, porque no hay ley que los ampare en la locura que pretenden cometer. -Váyanse de aquí lo antes posible. -agregó gritándo el comisario amenazándolos con disparar si no lo hacían- Quien se atreva a tocar a esta mujer recibirá una carga de mi escopeta. No quiero verlos mas, ni por aquí ni por el pueblo. ¿Se entendió? El Tal Mordaz poco le importaba que Mailén fuera o no bruja pero ante la posibilidad que no lo fuera no quería correr riesgos. Se giró en la montura y esperando que "el abuelo" le dijera que hacer, lo miró listo a obedecer su voluntad. Otra vez el anciano sin pronunciar palabra se expreso claro: balanceó la cabeza una sola vez un costado ordenándole regresar al pueblo. -Está bien comisario, nos iremos, pero si confirmamos lo que piensa el viejo, no lo haremos antes de cumplir lo que "el abuelo" quiere a hacer con ellas, pese a quien le pese. -y tras decirlo, mirando con gesto adusto a Mailén, giró su caballo instigando a sus hombres a seguirlo en su regreso al pueblo-. Mientras, en el monte, mas precisamente en Los Tilos, todo empezaba a camuflarse al mejor estilo del llano, lejos del paisaje que siempre caracterizó a Luyún Tulué. Los relojes funcionaban, había espejos, animales de corral, caballos, burros, vacas, cabras y dentro de lo que aparentaba ser una hostería, jamones colgados del techo y quesos sobre el mostrador principal entre trozos de tocino y panceta ahumada junto a dos enormes toneles de vino. Todo lo había llevado de a poco Alcides para convertir aquello en el mas común de los pueblos de paso. Belice, tal como lo habían programado, después que Otissa detuviera la llovizna alrededor de las cuevas, fue a ver a Cíclope y a contarle lo sucedido. Atento tras escucharla solo se aventuró a decir: -¡Demonios!...esto es grave. Debemos abandonar las cuevas y destruir toda evidencia para que no sospechen que la teoría de Bergg fue cierta. Podríamos sembrar dentro semillas y si tu le dices a Nerina que las haga crecer desmesuradamente, parecerá que jamás alguien pudo vivir aquí. ¿Qué dices? -Esa es una buena idea. -le respondió Belice- -Nosotros nos encargaremos de avisarle a Nefístoles y ver juntos que haremos para alejarlos de aquí. Lejos habían quedado transitoriamente las rivalidades. El enemigo, era ahora común a ambos y si querían sacárselo de encima no les quedaba otra que unirse a pesar de sus diferencias, tal como sus normas los dictaban. En la madrugada siguiente al día en que enfrentaron a Mailén, los cazadores de brujas junto a los discípulos de Bergg salieron guiados por el viejo Lugurcio Benavente rumbo a Luyún Tulué. Anochecía cuando llegaron hasta donde suponía Lugurcio estaría el pantano. En su lugar una frondosa vegetación les impedía seguir camino arriba. -El pantano debe estar debajo de todo este yuyal; estoy seguro. Lo raro es que hayan crecido tan rápido los pastos -se quejó extrañado el viejo Lugurcio- -No me interesa lo que haga. "El abuelo" le pagó para llegar a Luyún Tulué, así que vea como hace para seguir. -lo reprendió Mordaz, mientras el anciano sonreía respaldando su orden- -Por lo pronto sigamos este sendero, a ver si encontramos un lugar donde pasar la noche. -propuso entonces Lugurcio- Tras una hora de buscar un descampado donde echar unas mantas y prender un fuego para pasar la noche, inesperadamente hallaron un sendero que al seguirlo los llevó directo a Los Tilos. No confiando que fuera ese el nombre real del pueblo, entraron conjeturando anticipadamente que era Luyún Tulué. Pronto se desilusionaron cuando recorriéndolo vieron que para nada se asemejaba a lo que en sus escritos detallaba Bergg. Desde una ventana de la hostería las mujeres los vieron entrar al pueblo y detalladamente analizar cada cosa encontraban a su paso. Cuando se detuvieron y bajaron de los caballos para entrar a la posada, ya cada una había tomado su lugar para evitar sospechas. -Buenas noches. Estamos de paso y quisiéramos comer y pasar la noche aquí si se puede. -dijo Zabala mirando a Belice que detrás del mostrador preguntó- -Cuantos son... -Bueno... en total veinte pero no nos molestaría dormir en habitaciones compartidas. -En ese caso puede ser que haya lugar para todos, siempre y cuando dejen las armas afuera, si aceptan esa condición pasen y siéntense que ordenaré que les preparen los cuartos. Mientras con fastidio abandonaban en sus caballos las armas y se sentaban a las mesas, Mordaz miró con extremado detallismo a Belice y luego a Nerina y a Otissa que junto a ella limpiaban copas. Analizó puntillosamente a la que les trajo una jarra con vino y vasos y a las que subieron para arreglar los cuartos. El tal "abuelo" miro a Mordaz y lo instigó con la mirada a que las interrogara. -Dígame señora, -preguntó primero Zabala- estamos lejos de Luyún Tulué. -No. Si caminan al este por el sendero que lleva a los sembraditos llegaran enseguida, pero lamento decirles que no encontraran mas que los restos de un pueblo quemado y desolado. -Ustedes eran de allá. -intervino Mordaz- -Para nada. Vinimos del llano a vivir aquí después que se quemó Luyún Tulué. No queríamos estar cerca de las brujas. Cuando ellas se fueron decidimos fundar Los Tilos. Mordaz miró al "abuelo" y se dio cuenta que no le había creído nada por lo que comenzó a hilar su propia historia de lo ocurrido pero no quiso aventurarse a dar por cierta su suposición sin tener antes pruebas. Después de comer y descansar en la hostería, al otro día fueron hasta las cuevas y a Luyún Tulué tal como lo tenían previsto. Al regresar a la hostería desconcertados comenzaron a interrogar nuevamente a las mujeres. -Tenía razón señora, todo parece haber muerto hace mucho tiempo, lo extraño es verlas viviendo aquí solas. -comentó Zabala- -No estamos solas. Nuestros maridos son peones a sueldo por trabajo y ahora están levantando la cosecha en Piedra buena. -Bueno, creo que nuestra labor terminó aquí. Vinimos por brujas pero si las hay seguro que en este pueblo no están. No tolerarían vivir como ustedes lo hacen. Ve este espejo por darle un ejemplo -dijo Mordaz con la intención de engañarla y que se acercara- si ustedes fueran brujas no se verían en él como ahora lo hacen. Cosas que uno aprendió por don Bregg. -¿Quiénes ese señor? -mostrando desconocimiento pregunto Belice- -Nadie nunca lo vio, pero sus escritos son famosos. Habla sobre la real existencia de brujas, en especial aquí, por eso vinimos. -aclaró Zabala- -Ese hombre tenía razón, pero hace mucho tiempo que desaparecieron. -Bueno. Fue un gusto conocerlas señoras y las felicito, este pueblo es muy bello. Podríamos tomar unas fotos para llevarlas de recuerdo. ¿No le parece Zabala? -acotó Mordaz- -Si claro. Si las señoras nos permiten... -No tenemos inconveniente. La habían llevado a cometer el error que ellos pretendían. La advertencia de Mailén, había quedado a mitad de camino junto al cadáver de su lechuza. Ya era tarde para todo. Zabala descargó una decena de fotos en el lugar e incluyó entre ellas a la mujeres sin exceptuar a ninguna, con el pretexto de llevarlas como recuerdo. Cuando motaron y se despidieron, para Belice todo parecía haber terminado bien. Al llegar la noche, "el abuelo" se apuró a revelar las fotos constatando que en las imágenes, ninguna de las mujeres tenía rostro ni manos confirmando lo que suponían: estaban frente a las brujas que buscaban. Sin poder calmar su ansiedad no quisieron esperar al otro día y regresaron para rodear la hostería esa misma noche. Silenciosamente se acercaron y sin que los vieran esperaron a que todas estuvieran juntas para tomarlas por sorpresa. A tiros entraron y entre gritos de terror y miedo las obligaron a salir a punta de escopeta a cielo abierto para luego atarlas de manos para evitar que usaran algunos de sus dotes. Un grupo se encargó de clavar tantas estacas en la tierra como mujeres había. Otros juntaron ramas secas en cantidades ilimitadas. Luego las ataron a los palos y las rodearon con la maleza cortada. Nada podían hacer ya. Otissa y Nerina sin poder usar sus manos, estaban imposibilitadas para defenderse. Aun así Otissa puso todo su esfuerzo mental para cerrando los ojos, concentrarse en la imagen de su madre y en unas pocas nubes que sobre el horizonte se veían. Apretó fuertemente los ojos y los dientes y antes de desmayarse extenuada lanzó un alarido al cielo tan potente que todos pensaron que no podría luego hablar mas por el resto de sus días. Mailén que en el llano no dormía desde la llegada de los intrusos, dedicaba sus noches a caminar a cielo abierto, yendo y viniendo, mirando las estrellas, buscando una señal que le dijera que hacer. Le extrañaba de sobremanera que Leónida no hubiera regresado; siempre lo hacia cuando enviaba recados a su madre, por lo que decidió seguir un tramo del camino que había iniciado al enviarla con la advertencia atada a sus patas. Selís, tan angustiada como su madre en la vigilia, la acompañó esa noche en la caminata hasta que inesperadamente al girar en un estero vieron plumas desparramadas a merced del viento. Mas adelante encontraron el cuerpo yerto de la lechuza que aun tenía atada a su pata el papel con la advertencia escrita. Atacada en furia y venganza, Mailén supo entonces que si no actuaban rápido, algo malo ocurriría en Los Tilos. No había terminado de pensarlo cuando el horizonte se iluminó a pleno con un relámpago fugaz a pesar de no estar nublado el cielo. Entendió que aquel era un mensaje de auxilio de Otissa y no vaciló en proceder con urgencia. -Selís, tu hermana nos está pidiendo ayuda, algo sucedió. Usa tus dotes y saltando por sobre la vegetación, toma el atajo que lleva a Los Tilos. Adviérteles lo de las fotos. Tu llegarás mas rápido que nosotros a caballo. Mientras yo iré por tu padre y lo antes posible te alcanzaremos. Vé y cuídate. De regreso Mailén desenterrando el cofre donde guardaban sus togas, tomó de su interior solo su bolsa de hierbas y tras alertar a Alcides sobre lo ocurrido ambos marcharon de inmediato a caballo rumbo a Los Tilos. Mientras tanto Zabala trataba de controlar la ira de Mordaz para que no cometiera la atrocidad de quemar a las mujeres, pero borrachos festejando el triunfo con el alcohol que se habían robado de las alacenas, la emprendieron primero contra la hostería prendiéndole fuego para luego disfrutar del sufrimiento de las que atadas a los palos, inmutables contemplaban su proceder con repudio. Belice trataba con artilugios de prolongar el encendido de las hogueras que las calcinarían y suplicaba a Zabala para que intercediera por sus nietas. Mordaz, esperaba con una antorcha que esgrimía en alto, la orden del "abuelo" para aproximar la llama a las malezas que las rodeaban, pero el anciano ordenó atar antes a Zabala y a sus colaboradores a la rueda de una carreta próxima temiendo que interfirieran el acto. Lugurcio Benavente horrorizado por lo que a punto estaba por suceder, montó a caballo y salió a la carrera huyendo del lugar. En ese momento se escuchó un disparo. Cuando todos se giraron para ver que sucedía, vieron venir a uno de los secuaces de Mordaz arrastrando por tierra, tomada de un brazo a Selín que herida en una pierna sangraba casi desvanecida. -La vi saltando tan alto entre las ramas de los árboles que pensé que era un bicharraco extraño y no vacilé en dispararle. Cuando cayó y me le aproximé vi que era una muchacha, supuse entonces que sería otra bruja sino como hacía para saltar tan alto. -dijo el truhán- - Es Selín, una de las hijas de Mailén. -agregó Zabala al verla herida- -Bienvenida pues... Caramba estamos de suerte hoy "abuelo" -dijo mirándolo-. Átenla a otro poste y cúbranla con ramas secas. -ordenó luego- Llegó justo a tiempo, ahora sí podemos empezar a quemarlas. Lástima que nos falta la madre, pero ya iremos por ella. -se ufanó Mordaz mientras caminaba con la antorcha a encender la hoguera- -Selís estás bien... -imploró Nerina a su hermana- -Si solo me hirió en la pierna. Mamá está en camino con papá. Que le pasa a Otissa. Esta muerta... -dijo horrorizada- -No, solo se desmayo por el esfuerzo que hizo para pedir ayuda. Ya casi despierta... Mira... ¡Otissa!... ¡Otissa! -la nombró varias veces para que reaccionara- -Ya estoy mejor pero me duele mucho la cabeza. -dijo Otissa antes de abrir los ojos- ¡Y tu que haces aquí! -le recriminó luego a Selís al verla junto a ella- -Vine a advertirle sobre las fotos. Ellos mataron a Leónida que les traía ese dato. -Nerina, -intervino Belice- no puedes hacer crecer la vegetación también alrededor de ellos para que al encender la hoguera queden atrapados con nosotras. -Quisiera pero con las manos atadas a este poste no se si lo lograré. -Inténtalo. Mientras, a todo galope, atravesando terrenos difíciles, Alcides y Mailén se aproximaban velozmente al lugar. El pelo largo y suelto de Mailén, flameaba como una bandera junto a su vestido de tules multicolor montada en su caballo blanco a toda carrera detrás de Alcides cuando divisaron a poco de llegar una nube de humo acompañada con altas lenguas de fuego. Imaginaron lo peor pero no se detuvieron a lamentarse y castigando a los caballos aun mas, apuraron la carrera por llegar. Lo que habían visto era consecuencia de la hostería que ardía casi ya en su totalidad. Mordaz lentamente caminaba con la antorcha en su mano, disfrutando de lo que sería su primera hoguera quemando brujas. Cuando "el abuelo " levantó su dedo índice primero y sonriendo lo bajo bruscamente dando la orden, Mordaz se agachó y prendió la primera montaña de ramas, luego caminó en derredor de las mujeres atadas prendiendo de a poco cada montículo que encontraba hasta que finalmente arrojó la antorcha al centro, donde estaban las hijas de Mailén luchando por desatarse. -¡Vamos Nerina! Que a ellos también los cubra el fuego. -gritaba Belice- Nerina tomo con sus manos atadas el poste al que la habían aferrado y cerrando los ojos lo apretó con todas sus fuerzas deseando que todo vegetal que existiera en la zona creciera indiscriminadamente. Los primeros gritos de horror se empezaron oír cuando el fuego se les fue aproximando y encendió parte de sus ropas. Selís llamaba a su madre a gritos y el humo empezó a asfixiar a Otissa, cuando como llegada del cielo el caballo de Mailén sin detenerse irrumpió en la escena saltando la línea de fuego entre ella y sus hijas. Ahora Mailén también estaba dentro de la hoguera pero con las manos libres y esgrimiendo un cuchillo que de entre sus ropas extrajo. Alcides se lanzó a la carrera desde el caballo sobre Mordaz y quitándole el rifle lo noqueó con la culata para después emprenderla a tiros usando el suyo también. Cuando vió al anciano líder sentado sobre un tronco disfrutando de la hoguera le apuntó a los ojos amenazándolo: -Haga que apaguen ese fuego o lo mato ¡carajo!. -gritó Alcides- El anciano silencioso, serenamente sonrió y balanceó la cabeza negándose a hacerlo, como si no le importara la muerte después de haber logrado su propósito. Alcides no tuvo coraje de dispararle y cubriéndose de la balacera que supuso recibiría después de aquella negativa a obedecerlo, se amparó detrás de un árbol añoso, lanzándose al piso -¡Pronto mamá nos quemamos! -imploró gritando Selís.- Mailén saco de su bolsa de yuyos polvos que diseminó por doquier y que ahogaron parte del fuego que a punto estaban de encender sus vestidos, mientras con su cuchillo cortaba las sogas de sus muñecas. Rodeadas aun por el fuego, aunque libres de ataduras, no podían salir de ese infierno sin desollarse vivas. Mailén trazó entonces sobre el piso un amplio círculo con sus polvos y ordenó a todas que se mantuvieran dentro de él. Misteriosamente el fuego no pudo traspasar ese círculo pero ahora el problema era el humo que las terminaría asfixiando si no salían pronto de allí. -¡Otissa pronto, haz que llueva copiosamente! -le imploró Mailén- -No puedo mamá, tengo las manos quemadas. -Tu Selís salta ¡vamos! Vete de aquí... -le dijo pero al descubrirla sangrando de una pierna reaccionó en que no podría--Estamos atrapadas y sin salida... ¡Demonios! Mientras Alcides en medio de la balacera que los cazadores habían descargado sobre él, trató de conseguir la ayuda de Zabala y sus hombres exponiéndose a liberarlos. En un intento desafortunado corriendo por detrás de un árbol quedó al descubierto y un balazo le dio de pleno en la espalda cayendo desmayado y sangrante. Los párpados de Mailén al ver a Alcides inmóvil en el piso se abrieron de tal manera que parecían salírsele los ojos de sus órbitas normales y montada en un furia intentó ir en su ayuda sin contar que el fuego que la rodeaba no la dejaría. Su madre la tomó de un brazo antes que lo intentara y la arrojó al suelo. -¡Estas loca! Así solo conseguirás prenderte en llamas. -luego dirigiéndose a las demás les dio la orden de arrojarse al suelo y no salir del círculo- Mailén desconsolada se hecho a llorar y cuando parecía que el fín estaba por llegar, escuchó nuevamente tiros. Levantaron la vista todas y entre el humo vieron sobre el cielo volando miles de buitres y cuervos que se lanzaban amenazantes sobre los cazadores de brujas agrediéndolos en vuelos rasantes con sus picos una y otra vez. Por mas que les disparaban eran tantos que para protegerse de sus picotazos soltaron las armas para correr cubriéndose la cabeza con los brazos buscando un lugar donde guarnecerse. Mailén se puso lentamente de pie y descubrió sobre la rama de un árbol a Cíclope. Aquellos eran sus buitres, sus cuervos... había venido en su ayuda. Sonriendo le agradeció levantando una mano. Poco después el humo y el fuego tomó tal magnitud, que ninguna de ellas pudo ser vista más. Lugurcio Benavente horas mas tarde llegó con el comisario del llano y una veintena de gendarmes armados. Encontraron a los cazadores de brujas encerrados en el establo, inclusive a su anciano líder, el apodado "abuelo", imposibilitados de salir por miedo a otro ataque de las aves que desde el cielo aún rondaban al asecho. Detuvo a Mordaz, al "abuelo" y a sus secuaces y libero a Zabala. Alcides aun estaba vivo, aunque había perdido mucha sangre. Lo cargaron y urgente lo llevaron al llano. El fuego se había apagado nadie supo como, aunque algunos se lo atribuyeron a Nefístoles porque encontraron en los techos de algunas casas nieve acumulada, como si una gran nevada hubiera caído de la nada. El círculo que Mailén había trazado con sus polvos, estaba intacto y mientras exteriormente todo se veía calcinado, el pasto en su interior estaba verde como recién nacido. No hallaron los restos de ningún cuerpo, solo vieron partes con sangre fresca que según la conclusión a la que llegó Zabala luego, sería de la herida que le produjeron a Selín cuando le dispararon. Todas las mujeres habían desaparecido sin dejar rastros. El humo no dejo que los seguidores de Bergg pudieran ver si habían logrado liberarse ó no de aquella trampa mortal. No se escucharon gritos, ni lamentos... solo un silencio terrorífico quedó cuando llegó la calma, y el chirriar voraz del fuego que seguía hasta que la imprevista caída de la nieve luego lo apagó. Días después Lugurcio Benavente, algo entrado en copas, contaría en la pulpería del pueblo, rodeado de peones y comadres, que vió como miles de cuervos y buitres fueron hasta el círculo donde las brujas estaban acurrucadas y que dejándose tomar por las patas las elevaron al cielo para llevarlas volando a quien sabe que sitio lejano del fuego. Por su fama de cuentero y mentiroso jamás alguien le había dado crédito a sus dichos, pero en esta ocasión siendo tan insólita y misteriosa la desaparición de las mujeres, terminaron por creerle, no encontrando otra explicación lógica que justificara lo sucedido. Alcides logró salvar su vida, pero quedó imposibilitado para trabajar en el campo. Solo y sin medios para sobrevivir, terminó vendiendo sus tierras y yéndose a vivir a la ciudad, junto a la única hija viva que le había quedado: Pulpita.Cinco años después... Caminando por un inmenso internado psiquiátrico, su director visitaba los pabellones analizando los avances y retrocesos de cada paciente en particular. Iba acompañado por cinco jóvenes doctores para evaluar sus avances debido a la escasa experiencia que atesoraban. Se detenía frente a cada cama pidiéndoles su parecer sobre el cuadro particular que presentaba cada uno los internados, para desde su juicio dar luego por acertado ó no el diagnóstico. -Este hombre doctor presenta un cuadro de esquizofrenia paranoide con delirios de persecución avanzada. Su alejamiento de la realidad es casi permanente y estamos variando la medicación para analizar su reacciones. -Que le están suministrando. El joven residente le aproximó la planilla con el detalle y después de analizarla durante unos segundos el experimentado director asintió acotando apenas la reducción de uno de los medicamentos. Así fueron recorriendo todo el pabellón hasta que al llegar a un extremo, hallaron a un anciano atado por las muñecas a ambos lados de la cama. Al verlos comenzó a gritar aterrado y rogando que no se le acercaran. -Quien esta llevando este caso. -preguntó el director- -Yo doctor. -respondió la única mujer del grupo- -Y cual es el cuadro.... -Paranoia con delirios ciclotímicos. -se adelantó a diagnosticar un compañero suyo antes que ella- -Y usted Doctora... ¿Piensa lo mismo? -No. Yo creo que es un sicótico con alucinaciones crónicas. -Y que la hace estar tan segura doctora. -Llegó aquí -dijo leyendo su foja- derivado por un juez que lo consideró inimputable de un delito que cometió por considerarlo con las facultades mentales netamente alteradas. -Y que fue lo que hizo... -Quemó un pueblo entero en un monte diciendo que estaba habitado por brujas y se lo acusa también por intentar incinerar a catorce mujeres que misteriosamente desaparecieron del lugar sin que se pudieran hallar restos de ellas y a las que actualmente sigue llamando brujas. -Nunca había visto un caso asi... -Sus delirios llegan a que todas aquí somos brujas para él. Particularmente conmigo cuando me vé se pone como ahora. Me llama con un nombre insólito... y no quiere que me le acerque. Lo mismo ocurre con las otras mujeres que concurren al instituto, desde las que limpian hasta la cocinera, pasando por las enfermeras y las parientes que lo visitan: a todas las vé como a brujas. Lo mas llamativo es que al llegar del juzgado todos lo llamaban el "abuelo"; nadie sabía su nombre real hasta que la policía por sus huellas dactilares determinó su identidad: se llamaba Ronald Bregg... -El famoso profesor que tanto escribió sobre brujas... -Exacto... ¿Lo leyó doctor...? -Algunas cosas... Pero creí que ya había muerto. -Eso hizo creer a todos para lograr su fín. -Y seré curioso... Como dijo que la llama. -Dice que soy igual a una tal... Pulpita. El director sonrió y dando por concluida la recorrida agregó: -Bien... Creo que su diagnóstico es veraz. Me interesa el caso, lo seguiremos juntos- ¿Qué le parece? -Como usted diga doctor. -Bueno, por hoy es suficiente. Adiós a todos y hasta la semana próxima. -anunció antes de marcharse- Cuando ya había caminado unos pasos recordó no haberle preguntado el nombre a la joven doctora con la que compartiría el caso, por lo que volviéndose, le preguntó por ella a uno de los médicos que aún no se había ido. -Si la conozco bien doctor, yo estudié con ella. -le respondió- Vive con su padre, su madre y tres hermanas en Boedo. Tienen un negocio de herboristería muy visitado. Son una familia muy unida... -A que bueno... pero lo que me interesa saber es como se llama, nada mas... -Ah si... Perdone, casi olvido que me lo preguntó. Ella es la doctora Alina... ...Alina Menditegui. Mailén Después de atravesar por caminos de tierra arcillosa y desnivelada donde la excesiva vegetación, por tramos no le permitía ver con claridad mas allá que al frente y a lo lejos, Alcides Menditegui montado a caballo logró llegar al primer sitio poblado que a lo largo de su infortunado derrotero pudo encontrar. Era la primera vez que convencido de conocerlo al detalle, se perdía en el monte. Árboles caídos y en contra una tormenta de viento que a mitad del camino lo obligó a desviarse por senderos insondables, sumado a un cielo siempre nublado que no lo dejó, llegada la noche tener por guía a las estrellas, terminaron siendo a su parecer, los culpables mediatos que lo llevaron a desconocer el camino real. Llovía torrencialmente y con mas hambre que sueño, no le importó saber donde había llegado. Su interés se centraba en hallar un sitio donde pasar la noche esperanzado en que a la mañana siguiente el tiempo se compusiera para continuar rumbo hacía el llano. Tras recorrer las calles del pequeño poblado encontró una hostería abierta, la única que había en el lugar. La que supuso sería la dueña, era una muchacha que al entrar Alcides, estaba leyendo un diario apoyada en el mostrador. Al escuchar el tintinear de las varillas de metal de la puerta chocándose, la mujer levantó la vista para ver quien era. -"Buenas noches. ¿Tiene Ud. algo para comer?-. -le preguntó Alcides- La joven muchacha lo miró absorta, como si frente a ella de la nada un fantasma se le hubiera aparecido. Luego de un silencio prolongado, tímidamente contestó: -"Si, claro. Debe haber quedado algo de verduras hervidas y fruta. Si gusta..." -dijo sin dejar de mirarlo embelesada. "Esta bien." -le contestó Menditegui mientras se sentaba a una de las mesas. La comida le pareció in-apetecible mas aun cuando no tuvo otra salida que acompañarla con lo único que le ofreció para beber; agua. Tras dejar la mitad del plato sin comer, se dispuso a pagar para ir en busca de algún lugar donde dormir. Fue allí cuando la joven posadera se adelantó a ofrecerle una habitación por el mismo precio que la comida. Llovía torrencialmente y hacía varias noches que Alcides no dormía en una buena cama, por lo que no dudó en aceptar de inmediato su propuesta. Iba rumbo a la habitación, cuando subiendo las escaleras reflexionó que era imposible que ese pueblo existiera en pleno monte. Culpó a la tormenta de haberlo llevado a caer lejos del sendero que seguía y buscando ubicarse geográficamente, mirando a la muchacha se animó a preguntarle por el nombre del pueblo. -Como lo llamaría usted. -le respondió la joven-. -Bueno... a decir verdad, me llamó la atención una larga hilera de tilos que me sirvió de guía para llegar aquí. Tal vez lo llamaría así... "Los Tilos". -Pues así se llama". -le respondió la muchacha sonriendo- -¿Y que tan lejos estoy del monte? -Estamos en el monte. -No puede ser. No existe ningún poblado en el monte. -Bueno. Si usted lo dice. Que descanse señor. -respondió la muchachapara luego entrar a un cuarto continuo a la cocina- Ya en la habitación, dispuesto Alcides a darse una ducha, entró al baño y fijó su atención en buscar un espejo. No lo había. Aunque extrañado por el faltante, prefirió no darle importancia al hecho y tras higienizarse, agotado se entregó al reposo. En la mañana siguiente, con el alba, recogió sus cosas y bajó con la intención de pagar para irse, pero se descubrió solo en la casa. Recorrió el lugar y a nadie halló. Solo una soñolienta gata siamesa sentada en la punta de un mueble lo miraba extrañado con los ojos apenas entreabiertos. Insistió en buscar quien le cobrara y advirtió mientras lo hacía, que en los sitios donde era habitual ver espejos, el recuadro estaba pintado, dejando por sentado que habían sido quitado deliberadamente. Llamó a viva voz a la posadera y temiendo que algo le hubiera ocurrido, se animó a entrar en la que parecía su habitación, junto a la cocina. Al encontrarla vacía, la recorrió y admirado se detuvo frente a una pared cubierta con fotos. Los retratos mostraban a la posadera siempre riendo, junto a otras mujeres, todas notablemente mayores que ella, pero misteriosamente, a pesar de las remotas fechas que en un ángulo las fotos citaban, 1825, 1930, 1970, 1989... ninguna de ellas parecía acusar físicamente el paso del tiempo. Sus rostros se mantenían invariables, sin muestras de haber envejecido. La atención que le había puesto a las fotos ahora se veía atraída por la sospechosa ausencia de una cama en el cuarto. Repentinamente desde la cocina un olor a té recién hecho lo alarmó. La tetera estaría humeando sobre el fuego a punto de hervir, supuso. Rápidamente salió del cuarto y entró en la cocina con la intención de quitarla de sobre la llama. Al ingresar halló sobre una mesa una gran cantidad de recipientes de barro, cada uno con hierbas, hongos, corteza de árboles y raíces todas distintas entre si, la mayoría desconocidas para él. A un costado un mortero y en su interior pulverizado trozos de algo consistente y blancuzco. Sobre el fuego en una olla, algo parecido a un caldo hervía desprendiendo esa fragancia tan parecida al té pero que ahora sabía, no lo era. Optó entonces por no tocar nada y dejarlo todo como estaba. No podía entender que era aquello y menos el descuido de la posadera que abandonó la casa a merced de quien se le antojara entrar o salir de allí. Decidió entonces volver al salón y hacer sonar repetidas veces la campanilla que sobre el mostrador de entrada oficiaba de llamador, pero siguió sin conseguir resultados. Se aproximó al ventanal buscándola en la calle y al hacerlo descubrió otras rarezas que nuevamente lo turbaron. Frente a la posada, debajo del campanario de una pequeña capilla sin cruz, un reloj marcaba las seis en punto. La misma hora que anunciaba el que al entrar en la posada, se dejaba ver en la pared de frente. Lo extraño no era que coincidieran en la misma hora, sino que el minutero de los dos relojes a pesar de seguir funcionando, daban siempre en punto la seis. Miró entonces el de su muñeca y leyó nueve y media. Se había detenido a la misma hora en que había entrado al pueblo la noche anterior. Le llamó la atención también ver que en la rama mas baja de cada árbol, faltaban en todos, las habituales hojas que en la generalidad lo cubren totalmente; como si esa rama fuera la que alguien o algo usara habitualmente para pasearse o sentarse. Un bullicio avanzando por la calle de tierra, sorpresivamente distrajo su atención. Era la posadera y las mujeres que en los retratos estaban junto a ella. Venían todas tomadas entre si del brazo, trayendo canastas con alimentos. Tomates, lechugas, frutas, legumbres. Su reacción fue correr a una mesa y sentarse en una silla, mostrando desconocer todo lo que había descubierto. -Buenos días señor. ¿A dormido bien? -dijo al entrar la joven posadera- -Si si. Por cierto que si. -respondió Menditegui- -Ya le preparo el desayuno. -le anunció la muchacha- -No se apure. Yo mientras iré ensillando mi caballo. Rumbo al establo, tomó cuenta que en todo el trayecto no se había cruzado con ningún hombre. Caminó entonces desviándose hasta el borde de una pendiente y admiró un prolijo e inmenso campo cultivado, donde mujeres, solo mujeres trabajaban la tierra. Todas mayores, con pañuelos en sus cabezas, reían cumpliendo relajadas su labor, sin que nadie a la vista pusiera coto a sus excesos. Sacó en conclusión que la única joven que había visto era la posadera y eso aumentó aun mas su curiosidad. Algo extraño ocurría en ese lugar y no se iría sin averiguarlo. Recorrió el pueblo intrigado, y nuevas rarezas lo aturdieron. Entró a un pequeño cementerio, algo alejado, atraído por un inmenso pinar que lo rodeaba. Todas las lápidas que leyó pertenecían a hombres muertos curiosamente en el mismo año: 1825. Imaginó una guerra ó una epidemia como posible causa de la coincidencia. Eso explicaría porque solo había visto mujeres. Exterminados por lo que fuera, solo ellas habían sobrevivido pero ¿y los niños? ¿Y los viejos?. Tampoco recordaba haber visto alguno. El cementerio estaba justo a mitad del camino entre Los Tilos y otro poblado idénticamente pequeño que parecía estar abandonado. Pensó en recorrerlo pero quiso evitar sospechas en la posadera por su demora. Pasó antes por el establo mientras pensaba en detalle lo misterioso de todo aquello. A un costado encendida una fragua, ardía consumiendo los pocos troncos que aún mantenía incandescentes. Se acercó y como jugando, movió repetidas veces el palo del aventador hasta que nuevamente la llama surgió. En el fogón, olvidada como al descuido, una marca de animales descansaba su suerte de abandono encendida al extremo. La tomó del mango y cuidadosamente la apoyó contra uno de los tirantes de madera que sostenían el techo de chapas. Al separarla, humeando quedaron grabadas dos letras: "L" y "T", Los Tilos. Recién allí se avino a que tampoco en su derrotero había encontrado otro animal que no fueran gatos merodeando por el lugar. Ni perros, ni ovejas, ni gallinas y mucho menos caballos o burros, imprescindibles para arar la tierra. Ya a esa altura, lo misterioso había desafiado con holgura la barrera de su curiosidad. Se quedaría un día mas para averiguar todo sobre ese sitio y sus habitantes. Ya de regreso, mientras la posadera le servía el desayuno, (un té con trozos de pan tostado) Menditegui discretamente comenzó a indagar a la muchacha. -Me gusta este lugar. -Me alegra señor. -Me voy a quedar un par de días más para conocerlo mejor. -Es tan pequeño que le sobrará tiempo señor. -No importa. A propósito, cual es tu nombre. -Mailén... -Bonito nombre.-Gracias... Me retiro señor. Si necesita algo llámeme.-A decir verdad, sí. Necesito por favor un espejo, quisiera afeitarme.-Oh no. Aquí no existen los espejos. Aquí rechazamos todo lo que sea mentiroso y los espejos lo son. Muestran lo que uno no es.-Como es eso...-Si usted frente a un espejo levanta su mano derecha, verá que la imagen reflejada levanta la mano izquierda; si escribe algo en un papel y lo pone frente al espejo, se torna ilegible, porque lo refleja al revés. Aquí pensamos que si no muestra con certeza cosas tan simples como esas, porque deberíamos creer que lo haría con el resto de lo que refleja. Por eso no hay espejos en el pueblo. -¿Y que pasa con los relojes? -Usted dice porqué marcan siempre la misma hora. -Así es. -Los relojes también mienten señor. Tratar de medir el tiempo es absurdo. Lo que los relojes marcan, cuando intenta ser presente, ya se transformó en pasado. Cada uno tiene su propio tiempo, somos tiempo que va desapareciendo en una cuenta regresiva que comienza cuando nacemos y termina cuando morimos. Los relojes podrán dividir los días en segundos, minutos, horas, pero siempre serán pasados. Ahora ya es pasado, ¿entiende?. Solo sirven para condicionar nuestra voluntad... cuando comer, cuando dormir ó despertar. Nosotras esperamos a que anochezca ó amanezca para saberlo; nos guiamos por las estrellas; ellas nunca mienten, pero los relojes si, porque muestran lo que no existe, porque cuando es... ya pasó. ¿Qué otro ser viviente sobre la tierra mide el tiempo? Si los animales pueden vivir sin relojes ¿por qué nosotros no? Comemos cuando tenemos hambre, dormimos cuando el sueño llega, nadie sabe los años que tiene ni quiere saberlos. Tenemos la edad que nos da sentirnos como nos sentimos. No necesitamos medir el tiempo pasado, le damos importancia al tiempo por venir y eso no lo miden los relojes. Tenemos la edad que a través de nosotros, nuestro reloj interior nos marca y ese es el que pensamos, nunca nos miente. Estamos rodeados de mentiras y aprendimos a reconocer las que lo son de las demás. -¿Por ejemplo?- Por ejemplo... la noche. La noche no necesita de nada para ser. El día es una mentira. La oscuridad está siempre y en todos lados, nada la crea, sin embargo, el día depende del sol para existir. ¿Entiende?. No tiene vida propia como la noche. Algo parecido ocurre con el frío. Si no existiera el sol o el fuego no existiría el calor. Sin embargo, el frío no necesita de nada para ser. -Continua por favor... me interesa. -Con la oscuridad y el silencio ocurre lo mismo. ¡Piénselo! -¿Quién te ha contado todo eso? -Nuestros antepasados lo creyeron así y nosotros también. -Bueno... debo reconocer que algo de cierto hay en lo que as dicho, sin embargo, no es solo eso lo que me llama la atención de aquí. Hay otras cosas que no termino de entender. -Como cuales, señor. -¿Solo comen verduras y frutas? -Si... -¿No beben otra cosa que agua? -Y té, que otra cosa quisiera tomar.-Vino por ejemplo...-¿Qué es eso?-Olvídalo. No vale la pena que te lo explique. Otra cosa, solo vi mujeres sembrando. Todo es demasiado tranquilo. Parecería que no hay otra cosa que hacer. ¿Dónde están los hombres? -Aquí no hay hombres... -¿Cómo...? En ese momento una mujer sexagenaria se asomó por la ventana abierta que daba a los fondos de la casa. Con gesto de fastidio miró a Mailén y ella sin que mediara palabra alguna entre ellas, interpretó que estaba hablando demasiado. Temerosa que tomara alguna represaría con ella, interrumpió abruptamente la charla. La mujer se fue creyendo que todo acabaría allí. -Pregunta mucho usted señor. Tal vez deba irme. Perdone. -¡No, no, espera! ¿Para que entiendas mi extrañeza te gustaría saber como vivimos en mi pueblo.?Con una mueca de curiosidad se animó a preguntarle: -¿Y que tan distinto es de aquí como para querer contármelo? -Bueno... bastante, digamos que se vive mas apasionadamente. -No entiendo. -Bueno, claro. A ver si lo entiendes. Las mentiras que tu nombras, a veces son útiles. En mi pueblo se empieza muy temprano con las tareas de todos los días. No nos importa que el día pueda ser una mentira, nos dá ilusión verlo nacer cada mañana y eso es lo realmente nos importa. Por un lado las mujeres van al pueblo, hacen sus compras y después se encargan de la huerta y de dar de comer a los animales del corral. Los hombres aran la tierra y siembran, ordeñan los animales, reparan lo roto y en tiempo de cosecha van juntos a levantar los frutos. Necesitamos de la luz para todo eso, aunque sea como tu dices. Comemos en familia todos los días y para ello y para saber cuando encontrarnos con nuestros vecinos y para cumplir con nuestros compromisos a tiempo, necesitamos fijarnos horas para coincidir en los encuentros. De ahí que necesitemos de los relojes que ustedes descartan. En lo que se refiere a los espejos los usamos para nuestro cuidado personal, no para que nos digan verdades. Gracias a ellos las mujeres se arreglan y se ponen más bellas para ser admiradas por los hombres en las fiestas. Nos gusta mucho las fiestas regionales; la música, el baile... -No sé que es eso. -No puedo creer que no lo sepas. ¿Cómo se divierten aquí? -A veces jugamos a escondernos ó nos revolcamos en el pasto cuesta abajo ó intentamos atraparnos corriendo. -Claro, debí suponerlo. Con respecto a la comida, nosotros también comemos vegetales como ustedes, pero también carne de todo tipo. Conejos, ciervos, patos, gallinas, vacas, cerdos, corderos y muchos mas que preparados de distintas maneras con o sin hiervas, asadas o guisadas, saben exquisitas. El vino es la bebida con que acompañamos todo en los festejos, claro que también tomamos agua, pero eso es para la sed. Va muy bien para las comidas, y si se bebe en demasía empieza por marearte y luego te duerme, pero pone mas alegre a la gente en las fiestas. Para nosotros la vida es una aventura y nos gusta ese desafió. No puedo entender que nada de eso exista aquí. Jamás conocí algo igual. -Debe ser hermoso vivir como dice, pero ¿y no tienen riesgos...? -Claro que si, pero la vida es eso, un bello riesgo que vale la pena afrontar ¿O no?. Ahora cuéntame tu como es eso que no existen hombres aquí. ¿Quiero suponer que alguna vez los hubo? -Por supuesto. Pero todos murieron antes que yo naciera. Para serle sincero... usted es el primero que veo en mi vida. -No. No es cierto... -Si que lo es... -Entonces no sabes lo que es enamorarte... ¿O si? -Algo me dijeron. Dicen que se siente igual a como cuando uno está frente a un paisaje bellísimo. -Digamos que si; algo parecido pero multiplicado por mil. ¿Y nunca sentiste rebeldía?, ó un llamado en tu cuerpo que fuera distinto a lo habitualmente sientes; una necesidad de cambiar esta rutina, de buscar nuevas sensaciones, avanzar... digo... -A veces. Hubo una vez en que pensé lanzarme sola a descubrir que había detrás de tanta vegetación. -Y que te lo impidió... Nuevamente la anciana asomándose por la ventana, abruptamente interrumpió la charla que ya creía acabada entre ambos. Esta vez su mirada se tornó amenazadora, claramente intimidándola al silencio absoluto e inmediato. La reacción de Mailén esta vez fué drástica. -Bueno, debo irme señor. Me esperan. Perdone usted. -y sin que Alcides pudiera retenerla, tomó al gato que dormía sobre un sillón y rápidamente se fue- Muchas preguntas de las preguntas que quería hacerle quedaron sin respuesta ante la inoportuna llegada de esa mujer que parecía condicionar a las demás. ¿Por qué todas en la foto se veían iguales a pesar del paso del tiempo?. ¿Porqué Mailén era la única que se mantenía siempre joven? ¿Porqué su madre la tuvo después que desaparecieron todos los demás seres vivos en la aldea? ¿Qué hizo que únicamente sobrevivieran mujeres y ni siquiera los animales quedaran vivos. Las hiervas, los hongos, las cortezas, las raíces, el mortero y esa harina blanca y verdosa machacada en su interior, las ramas bajas de los árboles sin hojas, sus interpretaciones confusas, su desconocimiento a otras formas de vivir. Todo era muy extraño y Alcides Menditegui se propuso averiguarlo esa misma noche, cuando ella se durmiera, aun desconociendo donde lo hacía. Llegada la medianoche Alcides salió por la ventana de su habitación a un techo lindante que desembocaba en un baldío. Cuando estaba por saltar a tierra firme, inmerso en la oscuridad que lo ocultaba, divisó al grupo de mujeres que caminando en silencio se juntaban frente a la capilla. Entre ellas estaba también Mailén. Sobre los tejados de varias de las viviendas los llamativos ojos de gatos pardos y grises se encendían como pequeños focos en la oscuridad. Ninguno maulló al verlo pero sorprendido fue testigo de como ante la orden de una de ellas a que no las siguieran, los felinos se mantuvieron quietos obedeciendo. Luego las vio salir juntas caminando siguiendo el sendero que pasaba frente al cementerio y que desembocaba en el pueblo que en el extremo opuesto suponía abandonado. Sigilosamente y a una distancia prudencial, Menditegui pudo seguirlas hasta que entraron a un granero que parecía no haber caído en el mismo abandono que las demás construcciones del poblado. Con exagerada precaución logró ubicarse detrás de la construcción y por la hendija de una tabla rota ver y oir lo que dentro ocurría. -El hombre no puede permanecer aquí mas tiempo. Si no se va, debemos abandonarlo a su suerte en el sendero del monte. No hay otra salida. -dijo enfáticamente la mayor del grupo de mujeres- -Es que se irá, me lo garantizó. -replicó Mailén- -Cuando... -Pasado mañana. -Será demasiado tarde. Hoy mismo antes del mediodía es el plazo, de lo contrario con el almuerzo le mezclaras la pócima que ya sabes. No podemos correr riesgos. -Pero... -Pero nada. Claro, que si prefieres cargar con los años que detuvieron de ti los relojes, ya sabes lo que tienes que hacer. -No sé. A veces me gustaría saber que hacer. -Pues fíjate en nosotras. Quisiéramos pero ya no podemos volver atrás, sin embargo tu, si puedes mantenerse siempre así. -Me gustaría encontrarle mayor sentido a no poder hacer algo distinto que no fuera siempre lo mismo, o perder ese prejuicio de no poder dar un paso adelante para experimentar algo desconocido y averiguar como es todo lo demás que existe fuera de aquí. -¿Te has enamorado del extraño Mailén? -Como voy a saberlo si nunca antes había visto a un hombre. -Creí que ya lo habías aprendido. Él fue uno de los tantos culpables que exterminó a los de nuestra raza, por eso no llegaste a conocer a los nuestros. Dilo ¿Sientes algo por él? -¡Oh no¡ Solo que me está pareciendo aburrido esto de cumplir siempre con la misma rutina, sin riesgos, sin aventuras, sin proyectos... -Debes reprimir esos impulsos juveniles que tienes, ya se te pasarán. Te lo hemos dicho. Lo mejor para ti es esto. -Yo no elegí esto. -¿Esto? Deberías sentirte orgullosa de lo que eres; pero ya sabes, tu juventud te concede un privilegio que nosotras ya no tenemos, eres la única que si quiere puede renunciar. Nadie te lo impedirá, solo que si lo haces, tendrás para siempre negado el regreso y el tiempo empezará a correr para tí. Tu eliges... Todas miraban a Mailén esperando una respuesta que no llegó. Solo atinó a bajar la vista y girándose, encabezar callada la fila que regreso prontamente a Los Tilos. Alcides para evitar ser visto logró adelantarse y espero en su habitación a que Mailén entrara en la posada para bajar y encararla. -¿Qué significa todo esto? -le dijo--Que cosa señor.-Te seguí Mailén, y escuché lo que hablaron en el establo.-No debió hacerlo. Ese es nuestro secreto.-¿Secreto?-Debe irse de inmediato señor y olvidar lo que sabe. -Si claro que lo haré, pero no sin averiguar antes que pasa en este pueblo y te advierto que no comeré ni beberé nada de lo que me ofrezcas. Antes que pudiera darse vuelta al oír ruido detrás suyo, Alcides sintió un fuerte golpe sobre la nuca que lo hizo caer desvanecido. A la mañana siguiente despertó en el monte bajo un árbol que no le permitía en absoluto moverse. Apenas si pudo quitarse algunas ramas que sobre el rostro le impedían ver el cielo. Se tocó la cabeza y descubrió sangre en su nuca y en un tronco donde parecía haber golpeado al caer. Permaneció así hasta casi la noche cuando un grupo de rastreadores finalmente lo encontró. -Pero que fue lo que te pasó Alcides, hace tres días que estamos tras tu rastro y de no ser por tu caballo que regresó y nos guió hasta aquí, todavía te estaríamos buscando. -le preguntaron mientras unos levantaban el árbol y otros lo ayudaban a salir de debajo- -No sé que estoy haciendo aquí, pero casi dos días estuve en un pueblo próximo donde pude comer y dormir. Alcides notó que entre ellos se miraban. Sabía que ni él en boca de otro, hubiera creído en la existencia de algún pueblo dentro del monte y eso lo obligó a contar en detalles su aventura. - Se llama Los Tilos, está entrando a monte tupido y hay solo mujeres que no usan ni relojes ni espejos y que no duermen nunca. Además, se mantienen siempre iguales, no envejecen, son inmortales, es increíble, créanme. Una de ellas, la única, es una muchacha muy bella que nunca había visto a un hombre hasta que llegué yo. Tienen que venir conmigo para darse cuenta de lo extraño que ese lugar. No hay un solo animal, ni caballos ni burros, ni perros, ni nada y en el cementerio todas las lápidas son de hombres y dicen 1825... Antes de continuar Alcides cayó en la cuenta que ninguno estaba tomando por cierto lo que decía. -Mirá Alcides, estuviste perdido en la tormenta casi cinco días y encima, para desgracia tuya, algún rayo te tiró este árbol encima. Deberías calmarte y esperar a reponerte para contarnos lo que pasó realmente, ¿no te parece?. En ese momento recapacitó en lo imposible que se le tornaría lograr que le creyeran sin pruebas fehacientes que dieran por cierto sus dichos, por lo que optó en terminar por aceptar de mala gana que tal vez el golpe lo había perturbado. -No es que no te creamos Alcides, pero hay cosas que no son fáciles de creer. Mirá, que tal si dentro de unos días volvemos con el viejo Lugurcio, que conoce este monte mas que nadie y le marcás el camino que hiciste, haber si encontramos ese pueblo que decís. -le habló el que llevaba las riendas del caballo donde Alcides viajaba en sus ancas - -Está bien... lo hacemos. -le respondió Menditegui resignado- Pasada una semana del episodio volvieron a reunirse, como lo habían previsto, con el definido propósito de esclarecer lo ocurrido. Para ello visitaron al mencionado Lugurcio Benavente, anciano rastreador que como nadie conocía el monte de tanto cruzarlo guiando el traslado de alimentos y personas de un pueblo a otro para ganar los días que se perdían yendo por el camino circundante. Lugurcio, popularmente conocido también como un gran inventor de historias cuando al anochecer, en las rondas de ginebra que después de trabajar reunía a los peones en el boliche del pueblo, negó primero que hubiera algún poblado ó que viviera alguien entre tanta vegetación salvaje. -Es imposible- dijo. -No hay agua ni lugar donde plantar una mísera planta que dé comida- afirmó reiteradas veces. Pero ante un dato que al pasar dejó escapar Alcides, (la fecha de las lápidas del cementerio, 1825) Lugurcio frunció el ceño y frotándose la frente admitió un: -Ahora que lo dice, puede que si exista ese lugar pero...- -Pero qué... -lo presionó a continuar Alcides- -En ese año, sé de una matanza de indígenas que hubo. -Que pasó... -El gobernador, a cambio de los terrenos que ocupaban en el llano, les ofreció a un grupo de indígenas a punto de extinguirse, el monte entero para que se dejaran de embromar y vivieran como se les antojara allí, así se los sacaba de encima y los metía en un territorio inútil para nosotros pero, como pretendían que fuera, exclusivo para ellos, por cierto mucho mayor del que tenían pero de poco valor para el gobierno por el estado salvaje en que ya desde aquel entonces estaba. Antes de aceptar decidieron explorarlo y así lo hicieron a lo largo de unos meses. Solo un sendero atravesaba el monte y es el que hasta hoy se usa como atajo para sortear el interminable camino que lleva por el llano hasta el ferrocarril. Después, como ustedes saben, todo es vegetación desmesurada, poblado de pumas y alimañas peligrosas, pero eso no era problema para ellos. Conscientes de que no tenían otra salida que aceptar, su mayor preocupación se concentró en hallar un llano apreciable para establecerse. Para ello recorrieron el monte de palmo a palmo, hasta que por fin y de manera casual encontraron una pequeña planicie tras los pantanos que les pareció ideal. Era como un oasis en medio de una selva salvaje y allí empezaron a construir sus viviendas. No eran mas de siete u ocho familias que vivían de trabajar la tierra y criar animales, suficiente según sus creencias, para estar en consonancia con la naturaleza. Pero la codicia de algunos del pueblo, no se los permitió. Enterados de que habían encontrado un oasis en el monte, varios hacendados de la zona no toleraron que los indígenas se apropiaran de algo, que por no haberlo ellos descubierto antes, dejaría de pertenecerles y decidieron tomar dominio de esa tierra de la peor manera que encontraron: eliminándolos. De la noche a la mañana les envenenaron el agua. Todo el que bebió de los estanques donde las almacenaban, en horas terminó muerto. Las mujeres que solo bebieron las que en toneles, un día antes de ser envenenadas tenían recogida para regar lo sembradíos en la mañana siguiente, fueron las únicas sobrevivientes. Los hombres que se habían quedado talando el lugar y cortando troncos para levantar sus viviendas, aparecieron por la noche muertos como moscas. Según cuentan, cuando las mujeres regresaron de los sembradíos a la caída de la tarde y descubrieron la manera dantesca en que habían sido eliminadas sus familias, sedientas de venganza urdieron un plan siniestro. Pacientemente después de tomar las pocas armas que tenían, aguardaron día y noche la llegada de los que sabían volverían para vanagloriarse de su éxito. Cuando al fin los vieron lentamente entrar al pueblo a caballo, salteando inmutables los cadáveres por la calle principal, se prepararon para ejecutar el ojo por ojo. Esperaron el momento en el que se detuvieran y sincronizadamente, sin darles tiempo a nada les descargaron con furia una lluvia interminable de balas que terminaron por acabar con la vida de todos. Solo uno y mal herido pudo antes de morir llegar a todo galope hasta el poblado y contarlo todo. Los soldados del fuerte rápidamente salieron en tropilla a enfrentarlas, pero al llegar misteriosamente habían desaparecido. Solo encontraron los cuerpos calcinados de los hacendados, ardiendo en una inmensa hoguera en el centro del pueblo. Las buscaron minuciosamente por todos sitios habidos y llegaron a la conclusión que sin caballos o burros que montar jamás podrían haber salido con vida del monte. Durante una semana entera rastrearon huellas, recorrieron los pantanos, no dejaron sitio sin revisar, pero nunca mas se supo que fue de ellas. Algunos dicen que eligieron refugiarse en lo alto de los árboles para que los soldados no las encontraran y que allí aprendieron a sobrevivir comiendo hiervas, hongos y la corteza de los mismos árboles, esperando que pasados los días cansados de buscarlas se fueran. Y así fue. Otros aseguran que el reloj que sobre una capilla pequeña anuncia las seis, lo detuvieron ex profeso para que por la eternidad quedara fija la hora en la que eligieron transformarse. -Transformarse en qué... -preguntó Alcides intrigado- -Bueno... Para buscar una explicación a lo ocurrido, popularmente se inventaron muchas historias. Una es que sabiendo que las buscarían por muchos días, antes de subir en los árboles, aprendieron a combinar todo tipo de hongos, cortezas, yuyos, hierbas, hojas, frutos, flores, musgos, algas, melazas, cactus, sabias, raíces, bulbos y cuanta cosa rara fuera alimenticia que les permitiera subsistir sin bajar. Un ejemplo de lo que digo es que a los animales muertos les faltaban las uñas y las orejas, que seguramente se las quitaron para molidas suplir la falta de calcio y fibras que padecerían. Hay otros que sostienen que pactaron con el diablo la matanza a cambio de la eternidad, por eso quemaron sus cuerpos. Lo cierto es que con el tiempo los comentarios fueron mayores y por temor nadie quiso volver al lugar. Comenzaron a llamarlas, "las brujas del monte" convencidos de que habían mutado a eso: "brujas". No faltó tampoco quien asegurara que la venganza indígena se ensañaría con todo aquel que volviera a pasar por el lugar. Con el tiempo, la vegetación cubrió totalmente el sendero y supongo que en la actualidad todo se habrá transformado en una parte mas del agreste monte. -No es así. Aun viven, yo las e visto, lo juro. Un sendero de tilos me llevó hasta allí. -En el monte no hay tilos. -Si que los hay y es más, le dan nombre al pueblo: Los Tilos. -De donde sacó eso. -Ellas me lo dijeron y además lo ví en una marca para animal: L y T -Esas son las iniciales del pueblo que yo le menciono: Luyún Tulué y no Los Tilos como usted dice. -No puede ser... ¿Se anima a llevarme hasta allí? El anciano algo dubitativo, sacó en conclusión que a su edad poco podía perder yendo, y accedió no sin antes pedir que por lo menos diez hombres más lo acompañaran. -Yo no creo en brujas. -aseguró Lugurcio- Pero es mejor que seamos muchos, por las dudas-. Salieron de madrugada, en fila india y a caballo. Lugurcio marcaba el rumbo camino al monte, Alcides lo seguía en orden, atento a los lugares donde los hacía desviar en el sendero. Al cabo de seis horas de andar llegaron a un sitio del monte donde por la densa vegetación ya no podían avanzar más. -¿Y ahora qué? Para llegar a Luyún Tulué hay que atravesar esto. -dijo Lugurcio señalando los matorrales- ¿Alguien sabe como lo vamos hacer? -Si. -intervino Alcides- Recuerdo que el viento me llevó barranca abajo por ese sendero que muere en los pantanos. Lo seguí porque no tenía otra salida y unos metros antes fue que descubrí los tilos alineados y me guié por ellos para seguir adelante.-Bueno, vamos entonces. Ahora es usted el que guía. Tal como Alcides lo advirtió, antes de llegar al pantano vieron lo que ciertamente eran tilos, árboles nunca vistos en un monte. Coincidieron en reconocer que fueron deliberadamente traídos a la zona, seguramente plantados por los indígenas para guiarse si al alejarse del pequeño llano se perdían. A poco de atravesar el sendero que los árboles marcaban, llegaron al buscado pueblo abandonado, llamado Los Tilos o Luyún Tulué según quien lo citara primero, Alcides ó Lugurcio. Todo parecía estar dejado al abandono desde hacía décadas. Las construcciones de maderas se mostraban derruidas por el moho y la vegetación que dentro y fuera habían crecido desmesuradamente hacían inhabitable cualquiera de las casas. Las calles lejos de estar transitables, se veían cubiertas con restos de ramas y enormes bolas de yuyos que el viento traía y llevaba sin dirección fija. Una nube de tierra y polvo sumado a todo aquello, dejaban la impresión de un panorama desolado y tétrico donde nadie se animaba a suponer que alguien pudiera vivir allí. El reloj de la capilla ciertamente marcaba las seis como había dicho Alcides, pero el minutero no se movía contradiciendo su primera versión. Después de desmontar ingresaron a la hostería en la que también había dicho estar Menditegui. Tuvieron que derribar la puerta que semidestruida trababa la entrada desencajada del marco. Dentro solo telarañas, vidrios rotos y un excesivo olor a humedad hablaban del tiempo de abandono que tenía todo. Alcides contempló la escalera que desembocaba en la habitación donde había dormido y notó que le faltaban varios peldaños y que se hallaban rotos los pocos que le quedaban. No podía creer lo que estaba viendo. Corrió al cuarto donde estaban las fotos cubriendo la pared y al verlas respiró aliviado, aunque poco fue el tiempo de su alegría. A pesar de ser las mismas en ninguna figuraba Mailén ni las fechas que había mencionado. El minutero del reloj de la posada también estaba detenido y los espejos que había jurado no ver, estaban en su sitio pero rotos, tal vez producto de la intensa balacera que terminó destruyéndolos. En el establo encontraron la marca de animales con las iniciales L y T pero semidestruida por el óxido y el abandono. -Ahí está... Esa marca sobre el tirante de madera; la hice yo. -dijo señalándola- Pero nadie le creyó. Tenía la madera, viruta que se notaba desecha después de años de haberse quemado. Las Lápidas del cementerio estaban rotas como si alguien con una maza intencionalmente las hubiera destruido. El pueblo que había mencionado equidistante pero abandonado, había desaparecido como por arte de magia. Alcides caminó sobre el mismo terreno donde dijo estaba el granero de la discusión, sin encontrar ni una ruina que ratificara que realmente hubiera existido algo en ese sitio. Lo que alarmó a Lugurcio al extremo tal, de que temeroso propuso el regreso de inmediato, fue el encontrar muchos gatos merodeando en cada lugar que recorrian. Hasta vió como algunos afilándose las uñas, despellejaban las primeras ramas de los árboles casi dejándolos sin corteza. -Ya es suficiente Alcides. Creo que tenemos que volver. Ya ve, aquí hace mas de un siglo por lo menos que no vive nadie, tal como le dije. -afirmó Lugurcio- Nada confirma lo que dijo. Volvámonos de una vez. Resignado y soportando los compasivos pensamientos que sabía tenían sobre su versión, montó a caballo y lentamente con los demás emprendió el camino de regreso. Era el último de la fila y nadie se dió cuenta, cuando en más de una ocasión se giró, descreyendo aun que era cierto lo que había visto. Mas confundido que resignado, mientras pensativo buscaba una explicación a todo, misteriosamente escuchó a espaldas suyas un chistido. Al girarse, sentada sobre la rama de un árbol sin hojas, riéndose contenidamente y acariciando a su gata siamesa, como saliendo de la nada, inexplicablemente la vió. Era Mailén que luciendo ahora un sombrero de ala ancha y alto que terminaba en punta lo llamaba con una mano en alto. En un acto reflejo intentó alertar a los demás sobre su presencia, pero un segundo antes de hacerlo se contuvo suponiendo que ella no se dejaría ver ante los demás. Y así fué. No quería parpadear para retenerla en su retina, pero cuando no pudo mas y lo hizo, ya no la volvió a ver en la rama. Desde entonces, todos los días al caer la tarde, Alcides sale a caballo para luego perderse en la densa y oscura vegetación del monte, aventurándose a buscar solo, el insólito y remoto pueblo donde asegura haber estado durante dos días, convencido que lejos estaba de ser el que abandonado y destruido había recorrido días atrás con Lugurcio y los demás. Quizás podía entender como precisa la aseveración de que allí sin lugar a dudas, se había producido la matanza de 1825, pero en lo que seguro estaba se equivocaban, era en descreer que no pudiera existir otro pueblo idéntico a ese, construido intencionalmente con premura, en otro lugar del monte. Pronto la posibilidad de que Alcides hubiera enloquecido comenzó a instalarse en la comunidad y cobró mayor certeza cuando una mañana alarmados, ya no lo vieron regresar. Lo buscaron durante semanas, hasta que convencidos de no encontrarlo, lo dieron por muerto, devorado en la oscuridad por algún puma hambriento ó en un descuido tragado por el repugnante y mal olido pantano. Los comentarios sobre su historia se repitieron anecdóticamente durante meses hasta que un día, tal como se había ido, regresó, pero no solo. Entró una mañana en el pueblo cargando en las ancas de su caballo a una muchacha morena que aferrada a él por la cintura, maravillada todo en detalle lo contemplaba sonriendo feliz. Traía consigo una gata siamesa y cruzado en el pecho un bolso de cuero como único bagaje. Su pelo largo y lacio, flameaba suelto en el viento. Nadie se atrevió a preguntarle quien era y a nadie Alcides le mencionó que aquella mujer era Mailén, la mas joven y bella de las nefastamente llamadas "brujas del monte", ahora ya con algunas canas recién nacidas sobre sus sienes y una que otra arruga en los pliegues de su cuello, justo debajo del mentón, pero que apenas si se le notaban. No hubo quien dudara que él mismo contaría, llegado el momento, donde había estado todo ese tiempo en que nadie daba un peso por su vida, aunque algunos íntimamente lo sospechaban. Como que también, porque muchos lo imaginaban, que la mujer que había traído consigo, no era ni mas ni menos, que una de las brujas de las que había dicho encontrar en el monte. Nadie se permitió la cortesía de aceptarla en la comunidad y mucho menos las mujeres que coléricamente organizaron una pueblada promoviendo quemarla viva para liberarse de los maleficios que traería su presencia. Pero todo quedó en la nada cuando ella misma enfrentó a la multitud asegurando ser una mujer común y corriente y que su magia, si la tenía, solo consistía en conocer los beneficios, que por su origen indígena sabía, resultaban de la mezcla de hierbas con algunos agregados. Aun así la indiferencia general no la abandonó y tuvo que acostumbrarse a vivir repudiada por algunos, ignorada por la mayoría y discriminada en general. Solo las más ancianas del pueblo, secretamente la visitaban para pedirle la ayuda de sus hierbas como último recurso, cuando los galenos no acertaban con la solución a sus males. Ella, tomaba entonces su bolso de cuero y eligiendo cuales, les decía como y con qué combinarlas para lograr la cura a sus padecimientos. A veces usaba uñas de gato molida, telarañas negras, cenizas de alas de murciélago, orín de rana, ojos secos de culebra, rabos de comadreja, dientes de lagartija, pelos de zorrino, esenciales según ella para la efectividad de sus fórmulas, aunque esto indujera al asco y al desconcierto entre las demandantes de su magia. Lo cierto es que poco a poco, los descreídos fueron reconociendo el éxito que lograban sus pócimas, devolviéndole por ello en principio, tímidamente el saludo hasta brindarle, por la demostrada efectividad de sus métodos curativos, el respeto que le habían negado. Aun así jamás se la consideró como una mas de la comunidad. Para todos, por mayor que fuera el mérito que lograra, jamás dejarían de considerarla una "bruja" con todas las letras, con la justificada acepción que pertenecía al bando de las buenas. En general los hombres se resistían a creer que tuviera facultades extra-terrenales. La veían como una mujer mas, algo rara pero mujer al fin, aunque hubo quienes por ser devotos creyentes de almas cautivas, fantasmas descabezados y de la temida magia negra, convencidos de su condición real de bruja, se persignaran cada vez que al paso se cruzaban con ella. Algunos minimizando esos temores difundían su teoría de que en el supuesto caso que fuera cierto su condición de hija de bruja, no tenía porque haber heredado las facultades de su madre. Lo cierto es que nunca se supo que tanto había de verdad y que de mentira sobre lo que decían de ella. Con Alcides tuvieron cuatro niñas, según cuentan, aparentemente normales, a no ser por las notables habilidades que desarrollaron. Por ejemplo, la de pasearse sobre las primeras ramas de los árboles sin sostenerse con la docilidad de quien lo hace sobre tierra firme ó extrañezas tales como, caminar bajo la lluvia sin mojarse ó de un salto caer de pie en la rama de un árbol descartando por innecesario hacer equilibrio para sostenerse ó en la mas pequeña de las niñas la llamativa facultad que tenía de correr en una habitación a oscuras sin tropezarse con nada aun cuando adrede se le incluyeran objetos pequeños en el piso. Solo cuando eran sorprendidas en esas acciones, sospechaban sobre si en realidad habían heredado la sangre bruja de su madre. Alcides terminó callando para siempre cómo había logrado convencer a Mailén de que renunciara a ese presente fácil que tenía en el monte para seguir el mandato de lo que deliberadamente sentía como un llamado de su destino. Algo que lógicamente ya todos sabemos, solo se permiten obedecer los que libres de culpas y arrepentimientos asumen la realidad de sentir como sienten. Ronald Bergg, estudioso del tema, afirma que realmente existen las brujas, y que las hijas de Mailén y Alcides no fueron otras que: Merina, con dominio sobre los vegetales. Otissa sobre las tormentas, Selìn, de una agilidad sobrenatural y precisa y Pulpita la menor que podía ver en la oscuridad como los gatos y caminar sobre hojas secas sin que se pudiera escuchar un solo crujido. Asegura también que son miles y todas distintas y cada una nacida con una facultad diferente a la otra; que no son ni parecidas entre si; que las hay buenas, malas, feas, lindas y que no siempre se cumple que las buenas sean lindas y las malas feas. Que nunca fueron aceptadas en sociedad por no saber como distinguir unas de otras y por el temor que generaba desconocer el límite de sus poderes. Que debido a ello y a la marginación a la que fueron sometidas, debieron recluirse definitivamente en soledad, en montes, bosques, y lugares tétricos ocultos e intransitables para no ser perseguidas por el común de la gente que pretendía exterminarlas en una hoguera común. Que se marcharon un martes 13 y que debido a eso cada vez que se repite esa fecha, el temor a que regresen impera, atribuyendo en ese día todo lo malo que ocurra a un maleficio dejado implícitamente por ellas, para vengarse. Que antes de irse, confiaron a unas pocas "elegidas" (siempre mujeres) muchos de sus secretos, imponiéndolas como representantes ó discípulas de su magia. Hoy son reconocidas popularmente como "curanderas" y logrando (ellas si), la aceptación general por sus efectivas curas con cintas rojas, hilos, vinagres, tintas chinas, ventosas de azufre, inciensos, etc. a males ignorados por los médicos y clasificados por ellas mismas con apelativos tales como: mal de ojos, culebrilla, empacho, envidia, trabajos malignos y una infinidad más, la cual no vale la pena describir por lo sobradamente reconocidas que están hoy en la sociedad. A pesar de haber emigrado a otros sitios, las brujas dejaron como informador de lo que ocurra, (para no interrumpir el contacto), a varias de sus mascotas favoritas: los gatos pardos. Dicen también que entre ellas se prometieron protección mutua para evitar auto-extinguirse con el tiempo; que para lograrlo aceptaron obedecer códigos comunes cuando a la hora de enfrentarse, defiendan a rajatabla sus diferentes postulados, y que gracias a ellas y a sus discípulas le debemos hoy la equidad que entre nosotros, los normales, siempre reina entre el bien y el mal. ( Continuará ) El secreto El ingeniero Goity iba todos los domingos al cementerio. Durante los últimos tres años no había faltado un solo día, lloviera tronara o el calor fuera infernal, nunca dejaba de ir. Lo hacía desde el domingo trágico en que su joven mujer perdió la vida al chocar el auto que Goity conducía a gran velocidad de regreso a Buenos Aires. Llevaban cinco años de casados. El remordimiento no le permitió desde entonces vivir en paz. Era consciente que había sido el único culpable de lo ocurrido y no hacía otra cosa que reprochárselo. Poco después del accidente, abandonó a su único hijo al cuidado de una nodriza y para escapar de una locura que prometía mellarlo, abnegadamente se volcó a trabajar sin descanzo en la empresa de su familia. El padre, un acaudalado constructor, intentó lo imposible para alejarlo de la crisis en la que se hallaba, pero todo fue inútil. Desde organizar reuniones y fiestas sociales periódicamente para que se vinculara con otras mujeres que lo alejaran del recuerdo de la difunta, hasta obligarlo a viajar con él alrededor del mundo con inventadas evasivas comerciales. Nada resultó. Solo lo alentaba trabajar y esperar la llegada del domingo para ir al cementerio y quedarse frente a la tumba de su mujer horas llorando. Durante tres años se mantuvo inmerso en esa rutina hasta que un domingo, halló sobre la tumba de su mujer un ramo de rosas blancas idénticas a las que él acostumbraba a llevarle. Preguntó al cuidador quien le había dejado flores a su esposa y la respuesta lo perturbó: "Un hombre, ayer por la tarde. Estuvo media hora y luego sin decir palabra se fue." Goity imaginó a algún pariente o amigo pero le extrañó que en cinco años no lo hubiera hecho antes. Al domingo siguiente, otra vez la tumba tenía frescas rosas blancas en su porta flores y ya su curiosidad, a esa altura, comenzó a trocarse en celos. ¿Quién se adelantaba a él un día y cubría la tumba de su esposa con las flores preferidas de su mujer? En la semana siguiente, no esperó a que llegara el domingo para ir al cementerio. Desde temprano en la mañana del sábado, estuvo rondando el lugar hasta casi llegado el mediodía, cuando creyendo que sería el que esperaba, vió aproximarse con dirección a la tumba de su mujer, a un hombre con un ramo de rosas blancas en su mano. En efecto era el hombre que ansiaba conocer. Desde un principio le llamó la atención que llevara sombrero y que vistiera de traje a pesar del calor agobiante, por eso antes de acercársele decidió estudiar su proceder. Esperó a que se detuviera frente a la tumba y analizó todos y cada uno de sus movimientos. Lo vió quitarse el sombrero, luego besarse la punta de los dedos y tras hincarse tocar a modo de saludo, la lápida donde estaba grabado el nombre de su esposa. Después dejar el sombrero en el suelo y tras quitar el papel que las envolvía, acomodar cuidadosamente las rosas en los porta flores de la tumba. Parecía hablar mientras lo hacía. Pasado unos minutos y por último lo vio ponerse de pie y sosteniendo el sombrero con ambas manos permanecer calladamente pensativo un largo rato con la mirada fija en las flores. Ese fue el instante que Goity aprovechó para aproximársele. - ¿Quién es usted?- -sin mediaciones preguntó-Girando apenas la cabeza como advirtiendo la presencia de Goity el hombre del sombrero respondió: - Usted debe ser el marido de Clarita.- - ¿Y usted?. •- Ya no importa. De nada sirve que lo sepa.•- Pero yo quiero saberlo. Como puede ser que un hombre le traiga flores a mi mujer todas las semanas y yo no sepa quien es.•- Y que tiene. Los muertos ya no son de nadie. Nada me prohíbe hacer lo que hago y a usted principalmente no le debe interesar.•- ¿Pero que dice? Le exijo que me diga quien es.•- Si no que... Me va a pegar.•- Pero es que merezco una explicación. No es común que un desconocido, mas aun un hombre, le lleve flores a la mujer de uno. Que debo pensar yo que fue en la vida de ella.•- Lo que se le antoje. Váyase y déjeme unos minutos en paz con ella.•- Creo que no lo entiende. -amenazó Goity dando un paso adelante-•- ¡El que no entiende una mierda es usted¡ -enfáticamente y casí gritando le retrucó el hombre del sombrero- No me haga hablar. ¡Váyase¡•- Pero como se atreve. ¿Usted sabe quien soy yo?•- Ya se lo dije: el marido de Clarita. El tipo que por imprudencia me quitó lo mas preciado que tuve en la vida. La única mujer que quise y a la única que le fui fiel toda la vida hasta que usted por idiota la llevó a estar donde ahora está.•- ¿Fiel a mi mujer? Explíquese. -ahora mas intrigado por saber que por celos lo increpó Goity-•- Mire no me haga hablar y menos delante de ella. Estoy seguro que no le hubiera gustado vernos discutir así y menos ahora que ya no se puede hacer nada para corregir lo que pasó.•- ¿Qué es lo tan grave que sabe y que le impide decirme quien es usted?El hombre del sombrero silenciosamente miró a Goity y meditando bajó la mirada al piso dudando si hablar o no.•- Usted conocía a Clarita, no lo puede negar. ¿Entonces?•- Claro que la conocía. Quizá mas que usted. Sabía de su devoción a las rosas blancas; de su preferencia por dormir en el lado derecho de la cama; de su manía de despertarse todos los días a las ocho para tomar un baño de inmersión de no menos de media hora con sales vegetales; de su predilección por el champagne demi sec rosé bien helado. Que le gustaba estar siempre descalza y comer con una pierna cruzada sobre la silla; que odiaba los tenedores y que le encantaba chupar el pan que mojaba en las salsas que hacía; que después de hacer el amor no podía evitar dormirse profundamente... Aquellas palabras estaban destruyendo los mas sólidos conceptos morales que Goity hasta ese momento sostenía de su mujer. Mas furioso que celoso por la exacta descripción que estaba haciendo de su esposa en la intimidad se llenó de ira al concluir que aquel hombre y su esposa habían sido amantes, transformándose en la inocente víctima de un engaño premeditado. •- ¡Basta¡ No continúe por favor. Y desde cuando ustedes, bueno ya sabe...•- Fuimos novios hasta que apareció usted y aunque lo intentamos no pudimos vivir separados.•- Y cuando se veían...•- Cuando podíamos. Eran falsos sus té con canasta entre amigas y sus retiros espirituales cada medio año. También aprovechábamos sus viajes de negocios y sus prologadas partidas de golf entre amigos los sábados por la tarde y...•- Ya está bién... No diga más.•- A Clarita le gustaba mucho la plata y yo nunca tuve la disponibilidad que usted ostentaba. Lo siento pero yo no quería contarle esto. Usted me presionó. Todo el amor y la idolatría que Goity sentía por su mujer se trocó en odio y resentimiento. Se sintió el ser más tonto del planeta por confiar en la fidelidad de quien solo ambicionaba su dinero. Su rostro se transformó y montado en cólera arrojó con violencia el ramo que tenía en su mano contra un árbol próximo a la tumba de su mujer. Luego giró y rápidamente se fué entre insultos y reproches a la difunta. El hombre del sombrero lo vió irse y tras darle una breve mirada a la tumba en sentido opuesto también se fue. A la salida del cementerio una limusina negra con los vidrios polarizados esperaba. Cuando el extraño hombre de sombrero y traje se aproximó a la puerta trasera, el vidrio automático comenzó a descender. Dentro un anciano también de traje se dejó ver. El Hombre del sombrero tras acodarse sobre la ventanilla le dijo al anciano:•- Todo salió como usted lo planeo señor.•- Muy bien Acuña. No me equivoqué cuando lo elegí para representar este papel. Es usted uno de los mejores actores que conozco. -dijo el anciano desde el interior de la limusina mientras le alcanzaba un sobre cerrado-•- Gracias señor.•- No me agradezca. Hizo bien su trabajo. A propósito, en el sobre hay algo mas de lo que le oferté. Quiero que esto quede entre nosotros. ¿Me entiende? •- Quédese tranquilo señor. Soy un profesional. ¿Puedo preguntarle algo?•- Diga.•- ¿Usted cree que no vendrá mas a ver la tumba?•- Si que vendrá. Tardará un tiempo pero vendrá. Estaba muy enamorado de ella, pero yo me encargaré que nunca le falten rosas blancas. Eso lo hará recordar el engaño cada vez que venga y terminará por olvidarla para evitarse el dolor de su traición.•- Bueno, ya sabe, si alguna vez me necesita: estoy a su servicio señor.•- Gracias Acuña y recuerde: mi nieto nunca se debe enterar de esto.•- Quédese tranquilo... Será un secreto. Aquellos que sueñan de díason conocedores de muchas cosasque se les escapan a losque únicamente sueñan de noche.En sus visiones grisesobtienen resplandores de eternidad,y se estremecen, al despertar,por saber que han estadosobre la vera de algún gran secreto. Edgar Allan PoeCalle Abajo Aquí, en esta esquina, en el punto exacto en que se cruzan las dos calles que la forman, oculto se halla el centro del universo. Bajo adoquines untados en asfalto, entre las coloridas baldosas que cubren sus veredas desparejas, en las remendadas fachadas de sus construcciones de antaño, bajo las irregulares cornisas desmembradas, atrapado en sus floridos balcones, camuflado en los antiguos arabescos que lucen sus rejas. Aquí la lluvia, siempre cae nostálgicamente y el viento no sopla, juega a despeinar cabelleras haciéndolas flamear graciosamente, como a una bandera; aquí las nubes son la tela donde en cada amanecer y ocaso, alguien deja caer como al descuido, sus mas soñados colores; aquí por las noches, fugan de su encierro, los fantasmas nacidos de alguna ilusión equivocada, y es un sueño estar despierto y poderle contar a otro lo que es vivir aquí; da paz mirar al cielo cuando oscurece y sentir el silencio de la quietud zumbando en los oídos; aquí el tiempo no se detuvo pero dejó para siempre flotando en el aire, historias que nadie ha oído contar, pero que se perciben cerca, palpitando en cada molécula; son las mismas que referidas a no correspondidos amores, aun hoy se pueden escuchar en forma de prolongados lamentos, cuando el silbido del viento se cuela por alguna rendija. Más allá, calle abajo, está todo lo demás; la ciudad con sus miserias, la rutina y el sosiego, las mentiras verdaderas y las verdades aparentes, la hambruna y la mezquindad, la envidia y el celo, la hipocresía y el desamparo, el viento aterrador y la lluvia depredadora, la fantasmagórica realidad y la inercia de seguir el rumbo, resignadamente, sin rebeldías, tal como ha sido escrito. Ambos sitios se hallan bajo el mismo cielo, pero extrañamente aquí, en esta esquina la realidad y la fantasía conviven majestuosamente, esperando el distraído pensamiento de algún sonámbulo paseador, para enamorarlo y lograr así que hasta el fin de sus días, inevitablemente no pueda contener los deseos de regresar aquí, una y otra vez, intrigado por descubrir que misterio mágico esconde esta esquina. De echo, yo fui uno de ellos. En una madrugada regresaba algo ebrio a casa, luego de compartir una noche de jerga con amigos, cuando sin darme cuenta hice un alto aquí para encender un cigarrillo. Antes de reiniciar la marcha, recaté en lo amplia que era la esquina y en la brusca bajada que al "este" hacía la calle; recién entonces pude, por simple deducción, confirmar claramente porque esa zona era llamada "calle abajo". Hacia allí me dirigía cuando de pronto me invadió la extraña sensación de no estar solo, a pesar del silencio y la quietud que reinaba a esa hora; y efectivamente, no lo estaba. Apenas si giré la cabeza cuando descubrí a mi lado a una mujer alta, erguida, de larga cabellera oscura, que me contemplaba con un cigarrillo apagado en su mano, el que luego se llevó a los labios, insinuándome con la mirada, sin que mediara palabra alguna, que se lo encendiera. Así lo hice; tomé de mi bolsillo el viejo encendedor a bencina que uso habitualmente, le quite la tapa y de un primer intento hice la llama; ella al verlo, se mostró como fascinada por el mechero, por lo que luego de aproximarse con el cigarrillo y encenderlo, lo tomo de mi mano y quedándoselo, a modo de "gracias" me sonrió para después seguir camino calle abajo. -Espera... -le grité- como te llamas-; ella se giró y solo dijo: -"Dafne..."- luego la vi cruzar de acera y entrar en una antigua casa con ventanas de vidrios biselados que daban a la calle. Lo extraño de aquello era que a pesar de los zapatos de tacón que lucía, no había escuchado sus pasos ni al llegar ni al irse; además al detenerme en esta esquina, recordé haber girado mirando a las cuatro direcciones del cruce, sin recatar en ningún momento que alguien estuviera por allí; ni siquiera a la distancia o por venir. Como había hecho entonces, para aparecer a mi lado así, repentinamente, sin que un mínimo ruido me advirtiera de su llegada, perfectamente audible en el silencio de aquella hora. Bella y seductora, me cautivó a tal extremo su proceder que decidí volver al otro día y averiguar quien era. Aguardé durante horas frente a la casa, para verla pero solo una anciana entraba y salía haciendo sus compras habituales. Pasado el mediodía y cansado ya de tanto esperar llamé a la puerta. Como era de suponer, fue la anciana quién atendió:- Que desea joven-- Busco a Dafne... -•- Si, soy yo; que desea-•- No no... la Dafne que busco es mucho más joven que usted señora. -•- Pues... esta usted confundido; aquí solo vivo yo.-•- No puede ser señora; la mujer que busco es morena de cabellos largos y de unos cuarenta años que ayer vi entrar aquí, de madrugada.-•- Debe estar confundido; ya le dije, vivo sola aquí y nadie más que yo entra y sale de esta casa... y menos de madrugada; yo no salgo de noche.-Por la seguridad con la que me hablaba, intuí que no me estaba engañando, pero el hecho de llamarse igual a la Dafne que había conocido apenas unas pocas horas antes, despertó en mi sospechas de que algo misterioso que la anciana desconocía, estaba ocurriendo en aquella casa.•- Digo señora... ¿usted no sabe de otra persona por aquí que se llame también Dafne?-•- No joven, no... inclusive no conocí a nadie con el mismo nombre; ahora perdóneme pero tengo muchas cosas que hacer-Confundido y algo resignado, callé y fue en el momento en que la anciana empezaba a cerrar la puerta que en un vistazo fugaz al interior de la casa, descubrí sobre un antiguo cristalero un portarretrato con una foto muy familiar a mi recuerdo.•- ¡Espere!... ¿Quién es ella? -dije señalando el portarretrato-•- Soy yo hace cuarenta años, cuando tenía treinta y cinco- -contestó mirando la foto-•- Esa es la mujer que busco; la que vi anoche entrar aquí... -•- Mire joven, ya me cansó; no voy a permitirle que me tome el pelo. ¡Váyase inmediatamente ó llamo a la policía!... !Que embromar!.-Eso fue lo último que le escuche decir antes del estrepitoso portazo con el que me despidió. No conforme con lo que me había dicho, indagué entre los vecinos hasta que logré constatar lo dicho por la anciana. Efectivamente, no tenía hijas, ni hermanas, ni en lo absoluto algún pariente conocido y en realidad aquella era una foto que en plena juventud se había hecho tomar, antes de recluirse a vivir en una soledad, ausente hasta de visitas. Nada tenía lógica; todo parecía fantasmagóricamente irreal, pero yo estaba seguro de haber estado esa madrugada con la mujer hermosa que en el retrato sonreía en sepia. Pensé en el excesivo alcohol que aquella noche bebí y concluí en que pude haber inventado aquel delirio, pero ¿y el nombre... como lo supe?... ¿y la mujer de la foto?; ¿cómo podía ser la misma que había encontrado?. Descarté entonces haberla imaginado; la intriga se hacía cada vez mayor y no estaba dispuesto a renunciar hasta verla nuevamente, por lo que esa madrugada volví, como en la noche anterior, a detenerme en la misma esquina. A medida que los minutos transcurrían y la hora se aproximaba, aumentaba mi tensión; quise encender un cigarrillo, pero no halle el encendedor; recordé entonces que ella se lo había quedado, por lo que me resigné a sostenerlo apagado entre los labios, mientras que obsesivamente buscaba a ambos lados en las calles del cruce algún indicio de ella. Solo yo, el silencio y el viento poblaban la desolada esquina hasta que al fin detrás de un árbol, la descubrí, caminando entre las sombras, lentamente hacia mi. Cuando estuvo solo a centímetros, dejo que viera en su mano mi encendedor; le quito la tapa y de un primer intento logró la llama; enseguida, extendiendo el brazo, la acercó al cigarrillo que yo aun sostenía apagado entre los labios, y sonriendo dijo:•- Aquí solo regresan los que han tenido un pasado. -•- A que te refieres cuando dices "aquí". -respondí-•- Precisamente a esta esquina.-•- Eres misteriosa; te apareces de madrugada pidiendo silenciosamente fuego; entras en una casa donde no vives y en la que hay una foto tuya, tal cual te ves ahora, pero que una anciana me asegura que no eres tu, sino ella cuando era joven; te encuentro únicamente de madrugada y sola; no se escuchan tus pasos y te dejas ver de pronto, sin que pueda descubrir por donde vienes; además, algo que me atrae de ti y no sé lo que es... -•- ¡Vaya...! Apenas si nos vimos un par de veces y ya te estás enamorando de mi...•- Antes me gustaría saber quién eres -•- Que tal si te propongo jugar a seducirnos, pero nada mas...!Que dices...!•- No estoy de ánimo para juegos; empieza por decirme que ocultas... -•- Bien... Creí que esto duraría más pero ya veo que no, aunque confieso, pensé que tu atrevimiento de irme a interrogar en la mañana de ayer me había puesto en evidencia... -•- ¿Interrogarte?... Solo hablé con una anciana... -•- Si, es cierto, solo que... yo soy ella...•- ¡Que dices!... -•- Es la verdad.- ¿Cómo piensas que puedo creer algo así. ? -•- Dime, te gusta soñar...•- A que quieres llegar... -•- Solo contesta, nada más... -•- Deacuerdo; si, me gusta... -•- ...entonces coincidirás conmigo que algunos sueños se cumplen y otros... no; también que nunca renunciamos a la ilusión de que alguna vez se cumplan; es decir mantenemos siempre viva una esperanza... pero, también sabrás que la esperanza tiene un implacable enemigo: "el tiempo"; y así llega el día en que se transforma, de tanto esperar a que se cumpla, en un simple sueño, ya sin esperanza y eso pasa cuando nos damos cuenta que es demasiado tarde para algunas cosas... ¿ De acuerdo... ?•- Así es... -.•- ... ¡pero,,, pero... pero...! -siempre hay un pero-, aun así, no está dicha la última palabra; a pesar de todo, ese sueño sigue ilusionándonos con situaciones que pudieron haber sido, y eso nos da vida, aun reconociendo que son incumplibles. Estoy confesándote -adorable señor- que cuando duermo... sueño imposibles. Yo soy un sueño de mi misma, solo que cuando despierto, el presente me devuelve a la realidad y eso me imposibilita ser esa que sueño. Todas las noches me veo así, tal cual tu me ves ahora; en la mejor época en mi vida; cuando lo tenía casi todo, juventud, belleza, vitalidad, salud y mucho tiempo por delante para alcanzar lo que soñara, pero... no todo se da. Yo soy un sueño de mi, y tu estás aquí para que dormida, mi fantasía tenga sentido. ¿Te cuesta creerlo... no? -•- Todo lo que has dicho es muy lindo y hasta tiene un hilo de lógica pero prefiero sonreírme y pensar que todo esto es un juego tuyo a pensar que estas loca... -•- Te he dicho la verdad y sé que no es fácil aceptarla tal como te la he contado, por eso dejaré que tu, llegues solo, a una conclusión cuando no encuentres la lógica que buscas.•- A ver si lo entiendo; debo creer, entonces, que no existes... ¿O sí?...-•- Solo en esta esquina, calle abajo no. Fue un error que te detuvieras justo aquí y de madrugada, pero si de consuelo te sirve, muchos lo han hecho antes que tu; fíjate bien durante el día y verás que algunos pasan una y otra vez por este lugar sin tener un motivo aparente, tu también no podrás evitar hacerlo. •- No estés tan segura... -•- Si lo estoy.- •- No puede ser, tú eres tan real aquí como calle abajo como en cualquier sitio. -•- Bueno, entonces cuando me vaya, búscame; averigua, pregunta... Ten claro que si hablas de día conmigo, seguramente te tomaré por loco ó quizás me vuelva loca yo, si recuerdo este sueño y te veo frente a mí tal como te estoy viendo ahora pero despierta; creo que me sentiría como tú en este momento... ¿ No crees?. -•- Si, tal vez...- Creo que llegó el momento que me vaya.-- Espera... ¿Podremos vernos mañana? -•- Depende... -•- Depende de qué... - •- ... de si te sueño-•- Esto ya es demasiado... ¿Podríamos hablar en serio?•- Hagamos una cosa; tal vez sueñe otra vez en ser joven solo que no sé cuando; trata tú de soñarme a ver que pasa; ahora si... me voy. ¡Ah!...cuando vuelvas, no pierdas el tiempo en buscarme. Yo te daré una señal para que sepas que aun estoy aquí.•- Y que te dice que volveré.-•- Ya verás... lo harás una y otra vez de madrugada y por la mañana y por las tardes y muy entrada la noche; ahora que sabes el secreto de esta esquina, volverás. Estás viéndome tan real frente a ti, que a pesar de no creerme, intentaras convencerte sea como sea. Luego giró y caminando hacia la casa, volvió a entrar como si realmente viviera allí. Durante varios minutos quedé reflexivo mientras terminaba el cigarrillo. Evidentemente aquella mujer encerraba un gran secreto y si bien a ninguna mente sana podía caberle la posibilidad de que fuera cierto lo que decía, tampoco tenía en claro ni una sola respuesta a los misterios que alrededor de ella se habían tejido. Dado que la vi entrar a la casa, decidí quedarme allí vigilando aquella puerta; quería verla salir como había entrado. Faltaban pocas horas para que la anciana despertara y comenzara con sus habituales compras. A las ocho en punto la vi descorrer el postigo metálico de las ventanas y abrirlas para ventilar. Poco después a las ocho y media tal como lo había previsto, salió. Fue cuando aproveché para cruzar de acera y con cautela registrar desde la ventana el interior de la casa. Por una se veía el dormitorio con una cama matrimonial, una antigua cómoda y en igual estado un ropero pequeño, una mecedora, dos mesas de luz y un espejo con marco de madera trabajado. También se alcanzaba a ver un baño simple, sin bañera ni bidet. Desde la otra ventana claramente se podía vislumbrar un comedor diario y una puerta abierta que daba a una cocina pequeña sin ventanas. Todo estaba expuesto ante mis ojos, hasta la foto de ella que desde el cristalero, seguía sonriendo en sepia. Yo la vi entrar y seguro estaba que no había salido; entonces... ¿dónde estaba?. Comencé a sospechar si no habría algo de cierto en lo que me había contado, pero solo fue por unos segundos, nada más; tenía que encontrar una explicación lógica a todo aquello, pero cual. Esa madrugada y la otra y la otra, regresé a esperarla, pero fue en vano, nunca más volví a verla. En todo ese tiempo, descubrí que ciertamente algunos, reiteradas veces pasaban abstraídos, como esperando encontrar algo allí. Yo no quería ser uno más y rehusé volver para impedir que también el vaticinio se cumpliera en mi, tal como ella lo pronosticó, hasta que una mañana, distraídamente me encontré pasando frente a la casa, y allí mi sorpresa fue cuando la anciana, que barría la vereda, al verme se animó a llamarme.•- Joven, no se piense loco por lo que le contaron, que en definitiva no sé, ni piense que yo soy la loca; si antes no le dije esto, es para que no pensara que lo estaba, pero ahora es distinto. Ya sé que lo sabe y que no encuentra explicación a muchas cosas; yo tampoco, pero le diré... en esta esquina todo puede ser, no me pregunté porque, yo estoy en la misma condición que usted, tratando de encontrarlas, pero a diferencia suya... aceptándolas. Venga pase, no me gusta hablar de esto aquí afuera...Al entrar vi que la foto estaba en el mismo sitio de siempre, solo que junto a portarretrato estaba también, vertical y reluciente mi encendedor a bencina.•- Donde consiguió ese encendedor... - le pregunté sin dar detalles-•- No lo sé... ni sabía que estaba allí. ¿Es suyo? -•- Sí...•- Debo haberlo encontrado en la calle y quizás, no lo recuerdo, allí lo puse sin darle mayor importancia, aunque... me suena raro... -•- ¿Qué cosa...?•- ¿Haberlo puesto justamente allí y no en la cocina ó en otro lado...? Además todas las mañanas le paso un trapo a todo y le puedo asegurar que ayer no estaba...En ese momento su rostro se transformó, como si repentinamente se hubiera dado cuenta de algo; sus ojos se abrieron temerosos de que aquello tuviera que ver con ella.•- Si dijo que era suyo tome, lléveselo...•- Usted no me va a creer pero este encendedor tu... -•- ¡No!... Si este encendedor tiene algo que ver con la esquina y conmigo, no quiero que me lo cuente... ¡por favor! Temo que me volvería loca y sería lo último que me faltaría antes de morir... Perdóneme, pero por su bien debe enterarse de algo; cuando yo tenía la edad del retrato, creo haber vivido la misma experiencia que usted al detenerse en esta esquina, solo que mi pasión fue tanta que no me resigné a vivir con otro que no fuera él, y aquí me ve, durante años esperé en vano que esa fantasía se haga realidad, y así fue que envejecí... sola; por eso joven, hágame caso; tomé su encendedor y márchese... Olvídese de todo y no vuelva más a esta esquina.Sin dudas, el mechero junto al retrato, era la señal que ella dijo me daría. Me fui frotándolo entre los dedos , sintiendo el calor del metal, tal como si alguien lo acabara de apagar y oliendo como un perfume su bencina, tratando quizás de hacerme a la idea vana, que algo de ella en él, se había quedado.Desde entonces no puedo evitar pasar una y otra vez, de mañana, por la tarde, o de madrugada por aquella esquina y puedo asegurarles que aun, cuando muy entrada la noche, nadie la transita se ven sombras sin forma advirtiendo que alguien está; tal vez sean los fantasmas de quienes al haber vivido y muerto allí, renuncian al paraíso por no abandonar esta esquina. El progreso, también allí avanza vertiginosamente y seguro, en un futuro no deje rastros de lo que todavía es hoy; somos cada vez menos los que sabemos de este gran secreto y no nos vamos a otra esquina, porque aquí es nuestro sitio y estamos listos para defenderla con uñas y dientes de su peor enemigo... el olvido, que viviendo calle abajo tarde o temprano vendrá, para pasearse triunfador cuando ya ninguno de nosotros quede para contarlo; lo que él no sabe, es que regresaremos en sombras chinescas para alentar a la niña enamorada ó al romántico muchacho, a soñar con un pasado sin haberlo conocido ó tal vez porque no... a inventarlo, pero solo aquí, en esta esquina; jamás calle abajo. Este usuario no tiene textos favoritos por el momento
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