• Joel Velásquez
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  • País: Chile
 
Había acompañado a mi hermano menor ese día, camino a su clase de violín. La casa de su profesora quedaba en una zona de la ciudad que no solía visitar. La verdad, era un Área que me quedaba bastante a trasmano. Pero al día siguiente sería feriado y en mi horizonte solo había un fin de semana largo. Dejé al pequeño Ligh( se pronuncia Laif, porque es un nombre extranjero) junto a su música y partituras. Yo ya había hecho el intento con los instrumentos hace dos años, pero había fracasado. Mis padres entonces decidieron que quizás yo había comenzado muy tarde y contrataron clases inmediatamente para mi hermano. Dicen que los seis años es buena edad para empezar con el Violín. Entonces reemprendí el camino a casa. Era un barrio bonito. Las casas eran algo melancólicas, nostálgicas. Parecían el reflejo de un mundo un poco más antiguo. Algo sin Internet, sin teléfonos, con más árboles y cielo y lluvia. Bonito. El día era agradable. Un poco de viento, justo la cantidad necesaria para que el calor no fuera asfixiante. El cielo tenía una o dos nubes que hace un par de horas eran blancas pero que ahora eran rosadas. Estaba escondiéndose el sol. Entonces, la vi por primera vez. El cabello rojo y largo, con una mirada algo lejana. Lentes con marcos negros, que cubrían ojos cuyo color en la distancia no pude reconocer. Su rostro. Oh! su rostro... Era suave, si, pero no demasiado como para parecer tonta. La piel clara, evidentemente acostumbrada a un cielo más cubierto que el nuestro en el desierto. O semidesierto. Un auto me robó su imagen durante un segundo. Caminaba por la acera opuesta. Sus labios se curvaron en una sonrisa sencilla. Llevaba audífonos en los oídos. Verdes. Llevaba ambas manos en los bolsillos, quizás por la costumbre de un clima más frío. Camina erguida, pero no era demasiado alta. Vestía el uniforme gris de todos los estudiantes y llevaba una mochila verde, lo mismo que yo, pero más clara. Estaba rayada, sin lugar a dudas por sus amigos y compañeros. Entonces dobló en la esquina opuesta y desapareció de mi camino. Miré el reloj. 6:40 Su recuerdo no me abandonó con facilidad. Se resistía a dejar mi memoria, y durante la noche hablé con ella, en sueños. Al día siguiente me robó numerosos momentos de la tarde, y me di cuenta de que necesitaba verla nuevamente. Decidí probar si sobrevivía durante el fin de semana. si pasado ese plazo su recuerdo no se iba, trataría de encontrarla. El día lunes llegó y yo seguía en el mismo estado. Mi mente durante los cuatro días de asueto había maquinado un plan un tanto extraño. Volvería al mismo lugar donde la había visto la primera vez, a la misma hora. Quizás aquel camino fuera habitual para ella, y me hice la esperanza de volver a verla. a las 6:00 partí al lugar definido. y a las 6 :40 volví a verla. Entonces comenzó un periodo único e inesperado en mi existencia. Todos los días pasaba por aquella parte de la ciudad solo para verla pasar. Con el tiempo me hice amigo de algunas de las personas que vivían por allí. el dueño de la rotisería, por ejemplo, que después de verme varios días esperando frente a su local me preguntó: -¿planeas asaltarme algún día o tendré que regalarte la mercadería?- Su nombre era Gerardo, y era un hombre de carácter muy fuerte, pero era honesto. Un sujeto enorme, gordo y alto, no dejaba de infundir respeto incluso cuando maldecía. Siempre me recordó la imagen típica de Vulcano, con su barba gris y sus ojos azules e inexpresivos. O también la pequeña Mariah, una niña de más o menos la edad de mi hermano, muy parlanchina. Le conté porque pasaba por allí todos los días, y ella me dijo: -¿y porque no le hablas?- La verdad no me costó conocerles. No tenía problemas para hablar con la gente, pero ella era diferente. Quedaba paralizado apenas la veía, y solo podía seguir caminando. Pasaron varios meses. Todos los días la veía, y esos dos o tres minutos que duraban su visión eran los que hacían que el día valiera la pena. En ciertas ocasiones la acompañaban amigas o amigos y podía oír su voz. Era dulce como la miel, algo grave y llena de matices que daban más información que cualquier palabra. Algunos días sonreía, otros caminaba cabizbaja, con la mirada perdida en algún punto de la acera. La situación comenzó a volverse angustiante. Me di cuenta de que necesitaba conocerla. Hacerla parte de mi mundo más que un par de segundos al día. Necesitaba saber de Ella. Y entonces, una tarde me planté frente a Ella, dominado por el nerviosismo y el ansia. Nos detuvimos uno frente al otro. Tomé conciencia de lo extraña que sería la situación -no se como decirte esto. La verdad es difícil para mí hablarte, porque los últimos cuatro meses me he estado desviando de mi camino habitual para poder verte pasar. no creo que me hayas notado. Realmente se que es extraño, pero desde el primer momento en que te vi dominaste mis pensamientos y mis ideas con una fuerza inusitada, algo que sobrepasa lo que puedo entender. Yo no creo en el Amor a primera vista, pero tengo que reconocer que si de verdad existe debe ser muy parecido a lo que me ha sucedido con tigo. Me miras con esa expresión de sorpresa y algo de temor. No te asustes. No interrumpiré tu existencia mucho tiempo. Solo deseo concerté. Quizás salir algún día, saber tu nombre, conocer tu Aroma. Saber en que colegio estudias, quizás, si la fortuna me sonríe lo suficiente, que llegáramos a ser amigos. Perdona que interrumpa tu camino de esta manera, pero dejé pasar demasiado tiempo desde la primera vez que mis ojos miraron a los tuyos, y necesitaba hacerte saber lo que siento por ti. si te produzco desagrado o temor, dímelo y no dudaré en desaparecer de tu vida. No resistiría tu desdén- Y cada palabra fue pronunciada tal y como yo había pensado que lo sería, pero con otra voz. Porque todo el discurso que yo esperaba decir había salido de los bellísimos labios de Ella. Y ambos sonreímos.
Escribir solo se trata de decir mentiras. Pero para que sea un buen cuento, deben ser mentiras memorables. Se debe mentir con cuidado, con ritmo. Con delicadeza y con brutalidad, a veces ambas al mismo tiempo. Se debe mentir con los ojos abiertos, atentos a las posibilidades, casi como si no estuviéramos mintiendo. Se debe mentir con precisión y con arte. Con un despliegue grosero de creatividad. Y sin embargo... El verdadero secreto sobre escribir es enmarcar una verdad profunda en medio de todas esas mentiras. En medio del delicado entramado de ficciones y encantos que hemos creado, debe encontrarse, como una gema que se encuentra atrapada en una tela de araña, una verdad profunda, que more cerca del corazón del autor, que more cerca del corazón del lector: algo tan profundamente humano que resulte conmovedor y destructivo, que resulte iluminador y terrible. Porque así, nuestro escrito realmente se parece mucho al mundo que está hecho de esas palabras más grandes y menos visibles, y que nosotros llamamos Real. Porque en realidad, en el fondo, todos lo sabemos: todo lo que nos rodea es mentira, de alguna forma. Algunas de las mentiras que nos rodean son mentiras exultantes y memorables, mentiras cuidadosamente tejidas, que resultan hermosas a la vista y al oído, que producen paz y que traen consuelo, mentiras que vale la pena creer durante un rato. Edificios, ciudades, música de centro comercial, cajeros automáticos y cafés. Mentiras bien hechas, mentiras cuidadosas y valiosas. Mentiras que vale la pena recordar. Y sin embargo, enmarcado en algo tan vasto, tan colosal como la mentira de una ciudad, hay verdades más profundas que nos amenazan constantemente, que parecen ser capaces de derrumbar toda la maraña de engaños que hemos construido a nuestro alrededor: Lluvia, Frío, Viento, terribles, hermosos, mortales. Eternos. Nuestras ciudades y nuestros personajes se desvanecen con el tiempo, y por eso vale la pena recordarlos. Pero quien en su sano juicio necesitaría recordar al sol? El sol es eterno.
Sobre escribir
Autor: Joel Velásquez  229 Lecturas
Este poema es un desastrey es que no podía ser de otra manerasiendo, como soy,anatema y poeta este desastre de poema es productodel encuentro malhadado desolo dos circunstanciasy es queprimero, no sé rimarsegundo, no sé crear,y tercero, no sé contar pero alguna virtud este desastroema ha de tenerya voy por la tercera estrofay no me sé detenery si mis rimas son horriblesme atormenta pocoes peor ser anatema y loco pero peor que ser anatema esno saber que significa ser aquelloy aún peor que todo esto junto es mi métrica mounstruosaprimero con 100 silabas el verso, y luego quizás otra cosapero insisto, me importa pocono soy nada más que medio poeta y medio loco
Desastroema
Autor: Joel Velásquez  213 Lecturas
Laigh conducía por la carretera, presa del calor, el tedio y sobre todo, un gran dolor de estómago. Definitivamente había sido un error no haber pasado a la última gasolinera por un baño; ahora la siguiente estaba a 40 kilómetros y un enorme sufrimiento. Laigh se arrepentía. Además, no tenía sencillo para pagar el peaje que se acercaba a una velocidad desagradable, Solo uno de esos grandes billetes que servían únicamente para comprar electrodomésticos, porque todo lo demás era muy barato para ellos. Si, uno de los billetes verdes-morados, de esos grotescamente pretenciosos,  que sirven para levantar el ego de los que miden la dignidad en dinero. El pobre Laigh tendría que esperar mucho tiempo en la casilla del peaje para que la persona que atendía le entregara su cambio y el comprobante de pago. Eso sí sería problemático. Por supuesto, existía la posibilidad... No, Laigh no iba a permitirse pensar en esas estúpidas ideas de nuevo. Que fueran tan entretenidas no significaba que fueran buenas; solo le distraían. “Concentración Laigh! estás realizando un viaje muy largo!” Aunque... Bueno, era una posibilidad también. Había que contemplarla. ¿Y si la chica que atendía en el peaje era ella? Ella, obviamente, la imagen perfecta, la muchacha anhelada. La de cabello Rojo, unos ojazos verdes y una mirada simple y sin tapujos. Con la delgadez justa y suficiente, y una voz suave y alegre y brillante, de esas que pueden dar consuelo en un susurro o estallar en una carcajada estridente sin ninguna dificultad. Era obvio e inevitable que una muchacha de esas características debía tener una personalidad maravillosa. Una honestidad a toda prueba, y un gran sentido del humor. Eso seguro. La vida no se puede vivir sin sentido del humor, bien lo sabían los ingleses, aunque no todos lo practicaran. Pero el tema no eran los ingleses, claro que no, era la chica que cobraba el peaje. Con una personalidad como esa, ¿por qué estaría ella cobrando peaje? Seguro que tenía una gran fuerza de voluntad, y era responsable. ¿Por qué no habría buscado un mejor trabajo? oh, por supuesto, era inevitable que una muchacha de esas características y esa personalidad tuviera una vida triste. Seguro que algún familiar estaba muy enfermo y trabajaba durante el día para costear el tratamiento. E incluso puede que estudiara durante las noches. ¿Por qué no? Quizás tenía solo turnos diarios. O quizás no. Era posible, seguro. Laigh no se percató que mientras vagaba en su mente el peaje se había acercado peligrosamente. Comenzó a ponerse nervioso. ¿qué le diré? se preguntó. Seguro que lo más sabio para empezar una conversación con ella... oh, diablos! no se puede hacer una conversación en un peaje¿ o sí? retrasaría a los otros autos. Y una persona como ella,  de tan altos valores jamás se permitiría algo así. Tendría que entregarle su número de teléfono con el billete enorme. Si! esa era una posibilidad. No una gran solución, pero al menos una forma de no permitir que la mujer de sus sueños se escapara tras de sí. Era extraño pensar en que ella se escaparía porque él se movía, cuando era él quien deseaba quedarse. No importaba. Las paradojas para después. Santo Dios! allí estaba! El auto de Laigh se había detenido, esperando a que los dos vehículos frente a él pagaran su peaje. Los celos lo devoraron. ¿No sería posible que alguno de ellos también estuviera entregando su número de teléfono entre esos billetes amarillos o rojos? oh, catástrofe de las catástrofe ¿y si quizás ella decidía llamarlo a él, pero tomaba el número de otro? Que terrible error! qué gran pérdida! pero aparentemente el primer auto pasó sin problemas. Siguió camino raudo y veloz, concentrado en el camino evidentemente, y no pareció demasiado interesado en hablar con la chica. Al menos una amenaza menos, pensó Laigh, relajando los músculos que inconscientemente había tensado. Esta vez no notó la paradoja lingüística. Laigh era de los que se hacía caso a sí mismo. El segundo auto pasó, pero no produjo la misma tensión. Mal que mal, el conductor de ese auto era mujer también. Ahora era su turno. El nerviosismo lo carcomía. Una sensación incomoda le subió por las piernas y el estómago. Era ansia. Y era muy fría. y empeoraba su dolor de estómago inicial. El auto llegó junto a la ventanilla. -son 1700 pesos- dijo un muchacho joven, de cabello castaño, con la aguda voz propia de los que comienzan a ser hombres. Tenía una espinilla en la ceja izquierda. Laigh pagó con su billete enorme, ausente. El vuelto se demoró, y Laigh se aburrió. Al menos ahora tenía sencillo. Siguió su camino, ausente. El auto avanzaba, la mente de laigh permanecía helada, detenida. Pasó a la gasolinera 40 kilómetros más adelante, y relajó su maltrecho estómago. Se detuvo media hora. Siguió su camino, y muchas horas después vio a lo lejos un peaje. "Bueno, es solo posible que aquí…"

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