• Eliana Argote
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Idilio Una tarde otoñal de beldad dotada,cuando el sol extinguía su luz sin pena,su candor juvenil recostó en la arena,incitando a la mar a danzar sutil Demacraba el cielo ante tal belleza;el cabello al viento, la tez tostada,cual estrella del cielo arrebatada,esperando al amado, verlo llegar Y ante unos pasos de andar pausado,abriendo los ojos apenas, ¿Quién llega?¿Quién osa irrumpir mi estancia serena,y el cantar callado y ausente del mar? Soy yo desde la distancia contemplandoel horizonte, que avanzar no me deja,por tu tierna belleza ante mi se quejaprisionero y atado a tu mirar. Mas de pronto sin voz el firmamento,recuperar pretende su luz perdida;en el ocaso esboza una despedida;y el amor se extiende a la eternidad.
Idilio
Autor: Eliana Argote  805 Lecturas
El Joven aprendizPor Eliana ArgoteUn joven aprendiz de pintor se enamoró de una bella doncella. Impresionado  por su belleza pintó con sus mejores colores el amor y se lo envió. Era un óleo muy colorido donde se veía a un ángel disparando un rayo que caía sobre un mar rojo desde donde salpicaban miles de chispas. Al centro del riachuelo aparecía el aprendiz, salpicado por las aguas y cayendo de una barca en aquel mar dulcemente envenenado por el hechizo del rayo.-¡Joven doncella!, ha llegado un óleo para usted -dijo la nana.-¿Para mí?, ¿Quién lo envía?-Aquí hay una tarjeta, veamos que dice: Bella, estaré esperándote en el lago.Ella estaba acostumbrada a recibir poemas de los jóvenes que la cortejaban así que le pareció encantador aquel obsequio.-No digas nada -dijo a su nana que observaba atenta el cuadro.Lo colgó frente a la cama y abrió la ventana para que el sol calentara la habitación mientras contemplaba ilusionada el óleo, intentando adivinar quien era aquel joven atrevido que le enviara tal obsequio.Pero el aprendiz -apresurado como son todos los jóvenes -no esperó que seque la pintura y lo envió. Cuando la nana entró a la habitación, la muchacha estaba dormida y el cuadro se había cubierto de polvo así que decidió sacudirlo pero al hacerlo el barniz se corrió. La nana asustada trató de enmendarlo antes que la joven despierte pero solo  logró mancharla aún más.La joven despertó con el llamado de su madre. Salió apresuradamente y cuando llegó al comedor le contó sobre el obsequio.-Él es el elegido madre -dijo emocionada -es un joven apuesto, con él he de casarme.-Pero, ¿Sabes quien es? -preguntó la madre.-OH si, él también se ha dibujado en la pintura.Comunicaron al padre que por fin la doncella había elegido a su futuro esposo y como era costumbre, comenzaron los preparativos para la boda.El padre entró a la habitación en busca del cuadro para conocer al futuro yerno pero cuando vio el óleo quedó pasmado:El ángel, por la impericia de la nana, parecía una robusta mujer que bajaba por una escalera hacia el mar enrojecido y el joven aprendiz, con el cabello electrizado por el aparente susto, se  arrojaba al mar.El padre quedó contemplando el cuadro y moviendo la cabeza pensó:-Tal destino le espera a mi princesa, pobre inocente se quedará viuda porque  el infeliz se ahogará  por propia voluntad.Diciendo esto, ocultó el cuadro y anunció a su hija la pérdida del mismo. Y empezó la búsqueda en el castillo.La cocinera que era una muchacha robusta de casualidad encontró el óleo escondido en la despensa y lo contempló feliz:-¡OH!, que bello doncel me espera al final de la escalera, que travieso se escurre entre  las aguas para que lo busque.Mientras tanto, cada atardecer el aprendiz en su barca esperaba a la doncella hasta que una de esas tardes sintió unos pasos acercándose. Su corazón saltó de felicidad pero no quiso voltear, no era necesario pues sabia que el óleo  había llegado a su destino y solo dijo:-Por fin llegaste bella, he estado aquí cada tarde esperando por ti -y volteó.Al ver a la cocinera sintió tanta vergüenza que sólo atinó a lanzarse al río. La muchacha emocionadísima corrió hacia él diciendo:-Aquí estoy amado mío, tal como lo pintaste en el cuadro: tú escondiéndote en el  río, yo yendo en tu busca.-¡OH no!, es un error, yo envié el cuadro a la doncella, aquella de los rizos dorados.-Dorados, azabaches, ¡Qué importa!, ven a mí que por fin he llegado; y se arrojó en sus brazos hundiéndolo.Él levantó la cabeza intentando respirar.-Me ahogo, por favor, no insistas.-Si te ahogas, te daré mi aliento, OH doncel, no te resistas.Cuentan que a esa hora ya la nana había relatado a la princesa el incidente de la pintura y salieron en busca del aprendiz llegando a salvarlo de la impetuosa muchacha que lo hundía en las aguas intentando robarle un beso.Luego de las explicaciones subió la pareja a la barca, la tarde caía y el río parecía enrojecerse mientras el último rayo de sol acariciaba sus aguas.
El aprendiz
Autor: Eliana Argote  519 Lecturas

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