EXTRACTO DE NOVELA: 

Cumplía años mi padre y decidió celebrarlo en Paita. A la abuela le alegraba la idea y mi tío Lucho, que le encantaba cocinar en los convites familiares, se inquietaba imaginando, desde una semana antes, qué plato sería el ideal, para Enriquito, como lo llamaba a mi padre. El día de la fiesta llegaron los invitados y se instalaron en el inmenso salón. Yo desde arriba, en mi habitación, escuchaba solo rumores y una música clásica de fondo. 

-Gabriel, no bajes aún. Te peino bien y bajas por las escaleras, despacito, para que vean tus padres lo grande que has crecido y lo guapo que estás –era mama Martha que ayudaba en las tareas del hogar. 

Terminó de arreglarme el cuello de la camisa, limpiarme unas pelusas del pantalón con un sepillo y me acompañó hasta la orilla de la escalera. Por unos segundos yo sería la atracción del espectáculo. Desde arriba veía una interminable escalera. Qué timidez sentía. Cogí la baranda, bajé tres escalones y unas palmas se agitaron.

-Aplausos para mi hijo, miren qué guapo viene – Y todo el recinto volviose aplausos y murmullo. ¡No!, no era mi madre, sino mi abuela. Posiblemente con ese “…mi hijo” sabía que incomodaría a mamá. 

Y ¡claro! que así fue. Mamá me esperaba entre herida, apretando los labios, allí abajo de la escalera, con las manos a su espalda. Pero cuando estaba a punto de tenerme en sus dominios le cambió la cara. Una alegría radiante, como un sol. Me cogió por la cintura con facilidad y me atrapó entre sus pechos. Siempre me encantó el olor corporal de mi madre. Como a canela dulce que deleitaba oler cuando el tío Lucho preparaba arroz con leche algunas tardes de merienda y me decía que le alcance la canela. Mamá era una guapa morena, alta y prominente, una melena azabache y lacia, de rasgos indígenas y por un cierto resquicio de origen chino que le venía del padre sacó una preciosa nariz mediana y afilada. En épocas de los Incas sin duda fuese una virgen obligada a dedicarse al culto religioso o al Inca, ¡quién sabría!