El sueo de la razn produce monstruos.
Publicado en Mar 25, 2013
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9:15 am / Lunes 11 Junio 2012 / Studiestræde ; Copenhague / Dinamarca

Hace tres horas que hemos abierto y ya es la cuarta tarta Sacher que debo reponer. De todos los pasteles que elaboramos al día, esta tarta sigue siendo mi favorita, su elegante cobertura de chocolate, el bizcocho esponjoso con sabor a cacao y las dos capas de relleno de mermelada de albaricoque, la convierten en el dulce perfecto. Un postre exquisito, que consigue transmitir con su sabor y su presencia la historia tan selecta que recorre cada uno de sus ingredientes. Se merece un lugar especial, entre la cesta de Macarons de frambuesa y chocolate blanco y los pastelitos de café.
Me siento tan afortunada de trabajar rodeada por decenas de bandejas de muffins, galletas, bizcochos... Dulces de multitud de sabores y formas, que impregnan todo el local de un hipnótico aroma a confitura y caramelo. Lo mejor de mi profesión sin duda es disfrutar viendo todos estos rostros golosos, devorando con la mirada cada postre a través del cristal, sus ojos brillan cuando les doy la caja envuelta con su pedido en el interior. Me gusta pensar que durante un instante un producto elaborado con mis manos hace feliz a gente que no conozco, ni conoceré jamás, la certeza de que siempre recordaran lo reconfortantes que se sintieron después de saborear uno de nuestros dulces, consigue hacerme sonreír cada día a las cinco de la mañana, cuando suena el despertador.
La misma clientela a estas horas, a excepción de algunos turistas y esa chica. Es extraño ver a una adolescente tan temprano, debería estar en el instituto. Hace diez minutos que le serví un batido de chocolate y un brownie, desde que se sentó no para de escribir en el posavasos, ¿Que estará apuntando?
Me arriesgaré a resultar una dependienta pesada y con la excusa de saber si desea tomar algún refrigerio más me acercaré, así quizás consiga averiguar qué es lo que la tiene tan entretenida.
Eran casi las nueve cuando entró al local con la cabeza gacha, sin saludar se dirigió con paso raudo hacia la mesa situada al fondo, permaneció sentada en silencio con la mirada clavada en el móvil que había colocado sobre el tablero. Cuando se percató de mi presencia se sobre salto, ¡Cualquiera diría que está huyendo! Y después casi me vi obligada a intuir su pedido, me contesto entre susurros, menos mal que señalaba en la carta lo que había escogido. Este esfuerzo por pasar inadvertida no hace más que aumentar mi curiosidad, hay algo en ella que llama la atención. No es solo su peinado y la indumentaria, aunque en conjunto desentona bastante, por su ropa se diría que acude a una fiesta, pero su cabello color chocolate mal recogido y medio despeinado parece indicar que su cita es bastante más informal, el vestido de tonos turquesa con flores blancas en las mangas y en un volante, parece ser realmente caro, demasiado para una niña de su edad, no creo que tenga más de diecisiete años.
En apariencia parece ser una adolescente más, inusualmente callada y distante, eso si, pero la envuelve una especie de aura que indica que toda esa discreción no es más que un disfraz bien colocado. Me muero de curiosidad por saber qué es lo que está garabateando sin cesar. A mi ex marido le encantaría saber que por fin reconozco ser una cotilla, en más de una ocasión había ironizado con el hecho de que yo era bastante más curiosa que él, solía decir "Si no fuera porque odio los dulces, deberíamos intercambiar nuestros trabajos, tu ser la policía y yo el repostero".
Lo único que he conseguido acercándome a ella es que cubra el posavasos con la mano y mantenga una conducta en exceso reservada.
- Perdona, ¿Te apetece alguna cosa más?
Me observaba seria, con ambas manos sobre el papel.
- No gracias, ¿Podrías decirme cuanto te debo?
Por fin ha conseguido articular unas palabras comprensibles, su voz azucarada no congenia demasiado con esta actitud distante.
- Pues son setenta y cinco coronas.
Antes de buscar el dinero tuvo la precaución de voltear aquella nota plagada de garabatos, me dio el importe exacto y espero hasta que me fuera para continuar con su pasatiempo.
Algunos cafés con leche después aquella chica de media melena castaña había desaparecido. Cuando me acerque a limpiar la mesa me sorprendió encontrar allí el posavasos, lo había decorado con decenas de corazones, en unos escribió las iniciales "SxH" y en otros "HxS". Una adolescente con el corazón desbocado, seguro que detrás de estos dibujos hay una historia realmente interesante, es una lástima quedarme con las ganas de escucharla.
La campanilla del horno me devolvió a mi amada rutina, recogí aquella nota y la guardé en uno de los bolsillos de la bata, será un marcador de páginas perfecto para la última novela romántica que estoy devorando "Seductora inocencia" de Gaelen Foely. Al recordar las desventuras que viven Robert y Belinda en aquel libro, sentí un cosquilleo casi infantil en el estómago, estas lecturas consiguen que rememore mí época de amoríos adolescentes. Sin lugar a dudas no hay nada mejor que soñar con una edulcorada historia de amor mientras repongo la bandeja de bollos de chocolate. Mi vida es a falta de una palabra mejor "Perfecta".












I                                             
                                           Mads
6h am / Martes 12 junio 2012 / Jyllinge; Fjordbakken / Dinamarca

La alarma del móvil me arrancó bruscamente de un sueño que mi mente intentaba en vano recomponer una y otra vez, no quedaba nada de este, ninguna imagen, ningún sonido, solo una sensación que se había aposentado en la boca de mi estómago, el eco de un dolor sordo e incómodo. Me notaba... Ansioso, a la expectativa, tenía la impresión de haber pasado la noche en compañía de alguien, incluso notaba una presencia a mi lado. Advertía un liviano calor procedente del costado izquierdo de la cama. Cerré los ojos e intenté concentrarme, como ya me he acostumbrado a hacer cada vez que presiento esa oleada de estrés que en ciertas ocasiones me devora desde dentro. La oscuridad y mi respiración pausada ya empiezan a hacer efecto, lentamente percibo como toda esa congoja, esos nervios carroñeros se diluyen. Trato de rescatar de mi memoria, tan condenadamente selectiva, imágenes capaces de evocar la paz que ahora necesito.
Mi recuerdo más latente son las vacaciones pasadas y de todas las estampas que conservó la más grata a evocar es la mesa donde nos sentamos a cenar cada noche Rasmus y yo durante nuestra estancia en Santorini. Solo nos separaban dos metros del agua. La primera vez que llegamos estaba ocupada por un matrimonio de jubilados alemanes. Al terminar nuestra cena me acerqué al camarero, después nos enteramos de que también era el propietario de aquel restaurante, Demetrios. Recuerdo como aquel septuagenario y flacucho griego nos sorprendió haciendo alarde de un inglés perfecto y fluido, me hizo sentir como el típico turista engreído que opina que todos los países que visita y sus lugareños están en proceso de desarrollo en comparación a su patria.  Mi expresión de desconcierto provocó un regocijo considerable en aquel anciano, supongo que reírse de los veraneantes era una especie de costumbre local. Le comente que mi amigo y yo íbamos a pasar dos semanas en aquella isla y que si nos reservaba la mesa más próxima al agua, su establecimiento gozaría de nuestra compañía y nuestras abundantes propinas durante doce noches. Zanjamos el trato con un fuerte apretón de manos, demasiado enérgico por su parte. El segundo día aquella mesa lucía un bonito "Reserved" y así fue durante once noches más.
Jamás he vuelto a disfrutar tanto con ningún manjar, cada plato de los que nos servían en aquella taberna costera gozaba de una presentación sin igual, el ocaso sobre un océano infinito. Paladear cualquier alimento mientras se disfruta de semejante paisaje, produce una sensación epicúrea, un placer inmenso. Después de algunos minutos el salitre del mar aderezaba toda la comida que teníamos en la mesa y el  murmullo oscilante de las olas engullía cualquier conversación vacía. Aquel mar hercúleo nos transmitía una quietud adictiva.
Santorini ha vuelto a conseguirlo, vuelvo a estar tranquilo, relajado.
Ya está, ya puedo levantarme, miré aún con cierto recelo hacia el otro lado de la cama, nadie, no había nadie. Alargue la mano de manera instintiva, como si mi mente aun intuyese aquella presencia misteriosa, de nuevo pude comprobar que allí no había nada. Me senté en la cama con una extraña sensación de desencanto, que locura, sentirme abatido por despertar como de costumbre, solo. Y a pesar de notar este extraño anhelo en mi interior he de reconocer que me encuentro bien, creo que es la primera noche, desde hace demasiados años, que los fantasmas que he ido creando a lo largo de mi vida no me han acosado. He despertado inquieto, pero no aterrado, sin gritos, ni sudores fríos. No creo que sea mi mala conciencia la que desgarra cada letargo y libera las tinieblas para que germinen cada noche en mis sueños. No me siento culpable de ninguno de mis actos, todas las decisiones que he tomado han sido meditadas y aunque parezca increíble decirlo, siempre he intentado con mis acciones evitar un mal mayor, subsanar algún error. Como suele decirse ojo por ojo... Incluso los policías debemos saltarnos la ley alguna vez para hacer justicia.
Intente apartar de mi mente, sin demasiado éxito, esos sentimientos y centrarme en el día que había despertado conmigo. Es demasiado temprano para ponernos filosóficos.
Las rutinas que me acompañan cada mañana desde hace ya una década me ayudan a despejarme. Lo primero es ir al cuarto de baño y mirar mis ojos en el espejo, hoy el color blanco de la esclerótica se ha teñido por completo de un amarillento preocupante, apenas he descansado en estos tres días. Llevar a Mikkel a Legoland ha sido una idea fabulosa, pero ese sobreesfuerzo no podía pasar sin despertar este dichoso síndrome. Necesito recuperar un montón de horas de sueño y ser más estricto con mi dieta. Pero haciendo un repaso de estos días creo que mi mirada enferma y mi orina oscura son un precio pequeño a pagar. A cambio he disfrutado de mi hijo como nunca.
Me duché con la esperanza de encontrarme más descansado al salir, nunca da resultado, el agua templada y el olor a avena del jabón, no logran sustituir diez horas de sueño reparador. Salí al pasillo mientras terminaba de vestirme y fui hacia la habitación de Mikkel.
Hace dos años por su cumpleaños decidí decorar toda su habitación inspirándome en lo que por entonces le apasionaba, los piratas. Durante seis meses secuestre a Rasmus cada fin de semana para deambular por un sinfín de tiendas de muebles infantiles y decoración. Al final decidimos pintar la habitación nosotros, con la ayuda de un exagerado número de plantillas con motivos marinos y diversos tonos de azul, quedaron unas paredes bastante conseguidas, casi profesionales, aunque dudo mucho que un buen pintor tardará casi un mes en pintar aquel cuarto. Compre una cama en forma de barco, un baúl que llene de juguetes y deje abierto el día que vino a casa, una alfombra que recordaba a un mapa del tesoro, un perchero en forma de palmera y Rasmus terminó de darle el toque maestro con una vieja red de pesca que colgamos de la pared y dos peluches enormes en forma de pulpo y tiburón. Aquel cumpleaños lo pasó en mi casa, conseguí inmortalizar la expresión de su rostro al abrir la puerta de su habitación, los ojos enormes y vidriosos y aquella boca mellada abierta de par en par, recuerdo que se quedó parado en medio del dormitorio, no sabía hacia a donde ir primero. Al cabo de un minuto salió corriendo hacía la cama, se puso de pie y cubriéndose un ojo con la mano comenzó a vociferar:
-¡Soy el pirata Mikkel! Este es mi Galeón, se llama Sort Edderkop.
Al rato cuando vino Rasmus, Mikkel se alegró muchísimo de ver a su tío, creo que ese fue otro regalo, poder jugar con su tío y conmigo durante todo el día y parte de la noche a los piratas.
Hice cuatro copias de la instantánea que logre captar de Mikkel entrando en su cuarto, una para Rasmus, la recompensa por tanto esfuerzo, la otra para Mathias, quien fue mi suegro durante cinco años, y que considero como un padre desde el primer día que le conocí hace ya casi treinta y dos años. La tercera la hice con doble intención, se la regale a Lærke, mi ex mujer, intenté irritarle demostrando lo bien que nuestro hijo está conmigo, pero como de costumbre su reacción fue todo lo opuesto a lo que yo esperaba.
Se alegró muchísimo, me dio mil gracias por el detalle y una caja enorme de sus galletas y sus muffins para la gente de la comisaría. Creo que morire intentando hacerle enfadar,
no recuerdo que se molestara ni el día que le sugerí el divorcio, se lo tomó como la oportunidad para un nuevo comienzo. En eso Mikkel ha salido a su madre, jamás da signos de enojarse, no deja que nada le irrite, siempre intenta buscar el lado positivo a todo lo que acontece a su alrededor. Ambos poseen una envidiable sonrisa perenne.
La última copia descansa sobre mi mesita de noche.
El sol bañaba toda la habitación, por la noche deje la ventana de su dormitorio abierta y las persianas descorridas, tome la precaución de fijar bien la mosquitera antes, Mikkel disfruta escuchando los grillos antes de quedarse dormido, es uno de esos gustos que jamás podré entender, cómo alguien es capaz de dormir con ese interminable y molesto zumbido. Me acerqué a él y después de disfrutar unos segundos con el sonido de su respiración, empecé a acariciarle el cabello, su pelo rubio, casi blanco, eso lo había heredado de mí, igual que el color de sus ojos, azul celeste.
- Mikkel, cariño, despierta. Hoy toca ir al colegio - por muy dulce que sonase mi voz, aquellas palabras debían ser como un hachazo. Después de tres días y dos noches en Legoland, el hecho de regresar al colegio no podía resultar atractivo a ningún niño de ocho años.
-¿Estamos en casa papá? ¿Ya es martes?
- Sí, campeón, ya es martes, estamos en casa y como no empieces a vestirte llegaremos tarde los dos.
Desde Jyllinge hasta su colegio, en Nørrebro, Copenhague, hay una hora de distancia. Cuando mi hijo pasa los fines de semana conmigo siempre le dejo en casa de su madre los domingos por la noche. Desde allí hasta el colegio solo tarda cinco minutos andando, así no tiene que levantarse tan temprano como hoy.
Al año de divorciarnos Lærke volvió a casarse, su nuevo marido tenía un piso bastante amplio en Nørrebro, se mudaron allí y cuando Mikkel debía comenzar el colegio, los tres, Lærke, su marido y yo buscamos uno que estuviese cerca de su casa. Al final nos decidimos por el Sankt Ansgars Skole, a tan solo doscientos metros de la nueva vivienda. A pesar de ser religioso y privado, el edificio y los docentes del centro me transmitieron una confianza infinita. Mikkel llevaba ya un año estudiando allí, le iba realmente bien, con lo referente a los estudios posee la curiosidad y las ganas de sus abuelos maternos, Mathias y  Susanne.
Mikkel continuaba en la cama adormilado, solo necesitaba unos minutos para vestirse y salir corriendo por toda la casa. Me dirigí hacía la cocina para continuar con mis rituales matutinos, ahora tocaba exprimir un limón y mezclar su jugo con agua tibia. Torturo a mi paladar desde hace diez años, a veces creo que mi carácter y mi vida se han vuelto tan agrias e insípidas como mi dieta.
Han habido varias ocasiones en las que el hastio ha ganado la batalla y he vuelto a mis antiguos e insalubres hábitos, bebiendo un par de cervezas o devorado algún perrito caliente empapado en salsa de varios colores y acompañado con un generoso montón de patatas fritas. Solo tardaba una hora en desencadenarse la tragedia, calambres en el estómago, diarrea, fatiga y unas cefaleas que no se las deseo ni a mi peor enemigo.
Todo ese conjunto de males tienen un nombre de lo más inocuo, el síndrome de Gilbert, ya está, nada de nombres imposibles de pronunciar ni de extrañas procedencias. Este síndrome fue lo que me diagnosticó mi hepatólogo al ver los resultados de mi análisis de sangre, tenía unos niveles de bilirrubina demasiado elevados que sumado a los síntomas que había descrito un mes antes, cansancio extremo sin motivo aparente, pies y manos frías durante todo el día y la noche, fuertes dolores estomacales, mareos, vértigos... Y todo esto sin olvidarme de los síntomas que me hicieron reaccionar e ir a la consulta, mi piel y mis ojos amarillos.
Este peculiar síndrome sólo tiene una cura, más bien un paliativo para los síntomas más molestos, llevar una vida cien por cien sana.
Ejercicio cada día, cantidades ingentes de fruta y verdura, infusiones relajantes, baños de sol, depurativos para el hígado, como el jugo de limón con agua tibia en ayunas, diez horas mínimo de sueño diario, comer poco, pero a menudo, nada de estrés, ni alcohol, tampoco grasas y cero estimulantes. Creo que la vida de un monje Benedictino aspira a más placeres que la mía.
Hoy me saltaré la parte del ejercicio.
Como había previsto Mikkel sólo tardó quince minutos en estar preparado y ya daba saltos en el sofá. Después de un abundante y saludable almuerzo en el porche, durante el cual no solo disfrute de los rayos de sol, sino también de los mejores momentos pasados en Legoland, subimos al coche con mi bicicleta en el maletero. Diez minutos después aparque en el Jyllinge Centret, justo enfrente de la Landpoliti (policía local). Mikkel me acompañó a dejar la bici en uno de los aparcamientos para bicicletas que hay a ambos costados de la parada de autobuses. Al acercamos al centro comercial, me percaté de que la oficina de la policía estaba abierta. Era del todo inusual que Katrine, la agente que está al cargo de la dependencia policial del Jyllinge Centret, estuviese un martes por la mañana. Decidimos acercarnos y saludarla.
Golpeé levemente dos veces el cristal de la puerta, Katrine me índico con voz formal que estaba abierto y podía pasar. Al vernos a Mikkel y a mí, esbozó una sonrisa que iluminó todo su rostro. Estaba hablando por teléfono, algo relacionado con unas macetas, nos hizo un gesto con la mano para señalarnos que acaba en breve. Y así fue, después de dos minutos de repetitivos "sí, sí", "lo entiendo", "no se preocupe"... Colgó.
- ¡Uuuuf! No sé qué voy a hacer con esta mujer- hablaba mientras buscaba en uno de los cajones del escritorio algo con lo que malcriar a Mikkel -Toma Mikkel, tus favoritas, de manzana ácida - había conseguido rescatar de entre los diversos formularios cuatro piruletas de un verde chillón.
- Gracias Katrine, eres la segunda mejor policía del mundo.
Cuando las hubo cogído se sentó en una de las sillas del rincón y empezó a hojear los panfletos sobre seguridad vial.
- ¿Qué haces por aquí? ¿Pensaba que solo se abría esta oficina los jueves?
- Y así sigue siendo, lo de hoy es una excepción. Me han hecho venir desde Roskilde por un altercado.
Mientras hablaba se levantó de la silla situada tras el escritorio y fue a sentarse en la esquina de la mesa, quedando así tan cerca de mí que su rodilla rozaba, deliberadamente, mi pierna.
- ¿Un altercado aquí? ¿En Jyllinge?
En Copenhague no me hubiese extrañado, pero en este oasis...
- Cuesta de creer ¿Verdad? Anoche la señora Vinterberg amenazó con matar a escobazos al gato de su vecino, el señor Poulsen.
- ¿Es con ella con quién hablabas por teléfono?
Llevó cuatro años viviendo en Jyllinge y apenas conozco a nadie. Me era imposible recrear la imagen de estas dos personas.
- Sí era la señora Vinterberg, anoche cuando conseguí calmar un poco los ánimos le dije que me llamara por la mañana temprano para darme la lista de los desperfectos que le ha causado el dichoso gato. Por ahora le ha roto siete macetas, dos de trébol rojo, una de margaritas, dos de lavanda y dos de algo llamado Flor de Izote.
Todo lo que me explico lo había leído de una libreta pequeña que descansaba sobre su escritorio, la usaba para tomar nota de todas y cada una de las llamadas. En alguna ocasión Katrine me explico que esta costumbre la había adquirido de su padre, un policía jubilado de Roskilde, solía decir que un buen policía siempre debía tener una libreta a mano, todo es importante y la memoria puede ser un recurso traicionero, pasadas unas horas quién era bajo se convierte en alto.
- Bueno ya sabes cómo va esto, si la señora Vinterberg continúa con las quejas te acercas a su casa y con cara de absoluto interés apuntas todo lo que te cuente, haces alguna foto y te bebes el café que te ofrezca - mientras hablaba, Katrine no dejó de sonreír.
Cuando trabajaba su semblante se mantenía serio y concentrado, entonces era una chica joven de rasgos atractivos e increíblemente bien proporcionados, su tez rosada combinaba a la perfección con aquel cabello color castaño. Su peinado excesivamente corto en cualquier otra mujer resultaría demasiado varonil, pero a ella tener la cara tan despejada había conseguido acentuar sus rasgos más atrayentes, como sus ojos color miel, ni muy grandes ni muy pequeños, igual que su boca, del grosor y la anchura ideales para proporcionar a más de un mortal bochornosas fantasías. Pero cuando reía sus facciones se tornaban dulces e infantiles, despertando en mí sentimientos que tras el divorcio creía extinguidos.
- Tú serías muy bueno haciendo este trabajo Mads, se te da bien la gente.
Si no fuera una mujer de cumplidos fáciles, aquellas palabras me hubieran alegrado el día.
- Ya, pero no quiero quitarte el puesto y tú lo haces muy bien - mi voz era casi un susurro, no eran esas las palabras que deseaba dedicarle en este preciso instante, así que acaricié uno de sus pómulos y espere que aquel gesto hablara por mí. Ella respondió tirando de mi corbata hasta que nuestras mejillas se rozaron, ahora era su voz la que sonaba como un murmullo en mi oído.
- ¿Te pasaras esta noche por casa?
Su voz y aquel aliento caliente y húmedo me estremeció. Tuve que hacer acopio de la poca voluntad que aún me quedaba, Mikkel estaba allí y antes de que pudiese notar que entre Katrine y yo había algo más que una simple amistad, deseaba mantener una pequeña conversación con él. Y para poder hacer esto primero debía tener claro qué tipo de relación mantenía con ella. A estas alturas Katrine ya me había dejado bastante claro lo que esperaba de mí, matrimonio, hijos y una estabilidad que yo no estaba muy convencido de querer proporcionar en estos momentos.
- De acuerdo - intentando mantener algo la compostura, recupere mi corbata y le hice un gesto a Mikkel - Vamos a por el almuerzo ¿Vale? Campeón - nos despedimos de Katrine y salimos a la calle.
Esta no era una forma muy saludable de empezar el día, demasiado temprano para tener la mente colapsada con imágenes eróticas. Mikkel se cogió de mi mano y fuimos paseando hacia el interior del Jyllinge Centret. Cerca de la entrada se encontraba la cafetería donde compraba los bocadillos dos veces a la semana para almorzar en la comisaría. Era un local pequeño pero muy acogedor, sus propietarios, un matrimonio de mediana edad de nacionalidad argentina, parecían haber nacido para la hostelería, amables, atentos y con la valiosa cualidad de recordar los nombres y preferencias de todos y cada de sus clientes habituales. Desde hacía unos meses el puesto de camarero lo ocupaba el hijo de los dueños, Dante, un adolescente que tras acabar el instituto decidió pasar un año ayudando a sus padres antes de iniciar los estudios universitarios. Este había adquirido las mismas habilidades para la restauración que sus padres, con algún tributo de más, su edad y un físico realmente atractivo, era de suponer que ese era el motivo por el cual la clientela femenina había aumentado de manera considerable estos últimos meses.
Llamó mi atención un cartel en busca de personal situado en la entrada de la cafetería, al ser un negocio de reducidas dimensiones no veía la necesidad de incorporar a ningún camarero más. Mikkel y yo nos sentamos en la barra justo enfrente del expositor repleto de bollería, Dante, nos saludó con la mano y se acercó de inmediato.
- Buenos días, ¿De qué vais a probar hoy el jugo?
Se tiene que conocer a Dante para saber que la sonrisa que adorna siempre su rostro no es sólo una pose que adopta delante de la clientela. Creo que ya se levanta con ella puesta. Cada día igual de sonriente y con el mismo tono de voz agradable y jovial.
- Pues hoy tomaremos dos batidos de leche de soja y frutas del bosque.
Por algo era mi cafetería favorita, tenían una lista interminable de batidos y jugos naturales, ensaladas de todo tipo y una extensa variedad de bocadillos integrales. Aquí no tenía que dar explicaciones sobre mi dieta.
- Ok, y como es martes supongo que quieres los dos bocadillos de salmón con guarnición vegetal, para llevar ¿no?
Mientras nos atendía, Dante iba saludando con la cabeza a toda la gente que entraba al local o paseaba por fuera.
- Claro. Oye Dante, he visto que necesitais personal.
La curiosidad es uno de mis grandes defectos, supongo que es debido a mi trabajo.
- Pues sí, ¿Estas interesado?- las carcajadas le duraron hasta llegar a la cocina, donde estaba su madre esperando los encargos - Necesitamos una persona para servir las mesas y otra para cocinar - mientras nos contaba esto sacó un túper lleno de frutas silvestres del congelador y vació todo su contenido dentro de una batidora de vaso que había en un extremo de la barra - Mi abuelo se ha puesto enfermo y mis padres tienen que ir a Argentina, para ocuparse del restaurante que tiene el anciano en Buenos Aires - sacó la botella de leche de soja de la nevera y después de volcar casi la mitad del envase, la puso en funcionamiento - Mientras ellos se queden allí yo me haré cargo del negocio, así que necesito a dos personas más - puso las dos copas enfrente nuestro y las decoró con un par de cañitas de colores.
Cuando a nuestro batido ya solo le quedaba la mitad, Dante nos dejó al lado la bolsa con los bocadillos. Al recogerla, deje sobre el mostrador las doscientas setenta y cuatro coronas de las bebidas y los emparedados.
- Gracias por todo Dante y espero que encuentres pronto lo que necesitas.
Termine mi batido de un sorbo y ayude a Mikkel con el suyo, lo que no significó ningún sacrificio por mi parte. Eran realmente deliciosos.
Después de conducir durante casi una hora llegamos al Sankt Ansgars Skole, a tiempo para oír el timbre que indicaba que ya podían ir entrando. Tuve suerte y pude aparcar justo en la entrada.
- Mikkel espero que te lo pases bien, han sido unos días fantásticos.
Despedirme de mi hijo nunca era fácil, después de cinco años aún no me había acostumbrado a esta situación. Estar con él sólo fines de semana alternos, quince días en vacaciones...
- Te quiero papá.
Un beso y hasta dentro de diez días.
Me quede sentado en el coche observando ya con melancolía como entraba en el colegio. Un último saludo, arranque y me dirigí hacía la comisaría. De camino encendí la radio, como quien reza para espantar demonios. Me conocía lo suficiente para saber que sí empezaba el día con la cabeza repleta de pensamientos depresivos la cosa iría a peor y hacía el mediodía la jaqueca me obligaría a volver a casa. Tuve suerte, en todas las emisoras los locutores y espontáneos que llamaban conseguían propagar una alegría contagiosa, el mes de julio, para el que tan solo faltaban dieciocho días se presentaba como uno de los más calurosos de la historia de Dinamarca. Diez minutos de comentarios sobre paseos por la playa, bañadores, chapuzones... obraron el milagro, deje el coche en el garaje de la comisaría y al subir al ascensor observé sorprendido en la pared acristalada, como una furtiva sonrisa se había instalado en mi cara fúnebre.
                                                      SOFIE
8:16 am / martes 12 junio 2012 / Halmtorvet; Copenhague / Dinamarca
Al entrar vi a Silje, me esperaba sentada en mi silla con un informe entre las manos. El asiento de Ender estaba vacío y su mesa atestada de informes.
- Tómate esto como un buenos días - La entrega del informe fue acompañada de un semblante y una entonación de autenticó disgusto.
- Buenos días a ti también Rizos, ¿A ver que me das? - Con el tiempo ya sólo protestaba sobre su apodo si la llamaba así en público.
El informe había sido redactado con bastantes prisas, por lo que su contenido era excesivamente escaso. Al ver la hora de la denuncia lo entendí, era muy reciente, de las siete y media de la mañana y la firmaba el inspector jefe Frederik Anderberg, lo que era muy poco usual ya que él no solía llegar tan pronto a comisaría y aún menos encargarse de casos de desaparición. El nombre que encabezaba la denuncia era el de Sofie Hansen, una adolescente de dieciséis años, que residía junto a su padre en Vastra Hamnen. Un barrio de nueva construcción situado en malmø, al sur de Suecia, en la provincia de Scania. Al llegar del trabajo sobre las siete de la tarde su padre leyó una nota de Sofie donde le explicaba que iba a Copenhague con unos amigos, se quedó dormido esperando, un ruido le despertó casi a las cinco de la madrugada y comprobó que Sofie no había regresado.
- ¿Qué te parece?- Me pregunto Silje mientras fisgoneaba por la ventana.
- ¿Aparte de ser uno de los informes más breves que he visto?- Ella se limitó a reír mientras afirmaba con la cabeza - Ya son más de las ocho de la mañana, si se hubiese quedado a dormir en algún sitio supongo que a estas horas ya estaría en casa o de camino, quizás lo mejor sería volver a llamar a su padre para cerciorarnos y no dar un viaje en balde - Silje se quedó mirándome mientras dejaba escapar un suspiro resignado.
- Es lo mismo que opino yo, sería lo más práctico. Pero no va a poder ser, ya has visto quien ha firmado este informe y para más inri nos lo ha asignado la comisario Liva Larsen con unas indicaciones muy precisas. Ir a Vastra Hamnen y buscar hasta debajo de las piedras hasta que aparezca esta chica.
Estos detalles habían conseguido irritar a Silje, lo que no podía reprocharle ya que no era nada habitual aquella firma y el apremio e interés de la comisario. Mientras se quejaba era incapaz de controlar el hábito nervioso de dar vueltas reiteradamente a su alianza.
-¿Esperamos a Ender?
Si no había demasiado trabajo, lo que cada vez resultaba más inusual, nos permitíamos el lujo de trabajar los tres juntos en algún caso. Seis ojos ven mejor que dos y el carácter de Silje y Ender era tan dispar que proporcionaba un punto de vista más amplio.
-No, Ender está intentando arreglar la conexión wifi del departamento científico, seguro que le llevara toda la mañana.
Por aquí en cuanto se enteran de que eres bueno en algo tardan poco en modificar tu profesión, desde que descubrieron que el agente Ender Hjort cursó la carrera universitaria de informática, casi pasaba más horas debajo de las mesas reparando todo tipo de averías, que encima rellenando sus informes.
- De acuerdo, pues vamos nosotros y después le informamos - entregué a Silje las llaves de mi utilitario japonés - Conduces tú. Atravesar el puente Øresund y llegar hasta Malmø, es demasiado estresante.
Ambos permanecimos en silencio los primeros minutos del viaje, sabía que Silje necesitaba unos instantes de calma para recuperar su habitual buen humor. A la salida de Vesterbro ya sonreía, atravesando el Sjællandsbroen había comenzado a tararear la canción de algún grupo de reciente estreno en el panorama músical. Cuando nos acercamos a Kastrup pude comprobar que su humor era incluso mejor de lo que solía ser normalmente, alzó una mano y me señaló un cartel publicitario inmenso que asomaba justo al lado del Hotel Hilton, consiguiendo que este pasara inadvertido. En él se veía a una chica cuyos rasgos insinuaban una procedencia asiática, lo primero que llamaba la atención, dejando a un lado el que estuviera desnuda, eran los sendos tatuajes que adornaban sus brazos y su pecho. Tenía el cabello recogido a modo de cola improvisada, consiguiendo así el aspecto de alguien que acaba de levantarse después de una noche de excesiva actividad, con los ojos apretados, mientras se mordía el labio inferior, ocultaba sus senos desnudos, bajo ambas manos, que tenía colocadas con los puños cerrados y ambos dedos corazón extentidos, obsequiando así con un sensual corte de mangas a todos los viandantes y conductores. La fotografía se oscurecía por debajo de su ombligo dando paso a un mensaje de carácter ecologista, "La única piel que visto es la mía". Antes de volver la mirada hacía Silje, tuve que parpadear un par de veces y tragar saliva, no quería mostrar un excesivo agrado hacía aquel poster.
- Nanna ha salido realmente favorecida en la foto.
Aquella imagen de tamaño panorámico había conseguido despertar en mí algunas emociones bastante primarias.
Nanna, era la pareja de Silje desde hacía tres años. Cuando se aprobó a principios de mes el matrimonio entre personas del mismo sexo, fijaron la fecha de su enlace en septiembre.
Si las conocías por separado no entendías como dos mujeres tan distintas podían llegar a formar una pareja tan sólida. Sus físicos no podían ser más opuestos, Nanna se había convertido en una verdadera adicta a los tatuajes, no sólo tenía decorados ambos brazos y el pecho, también los mostraba en la espalda, el estómago y una pierna. Silje por el contrario, me había confesado en alguna ocasión que dibujar su piel o agujerearla le daba pavor. Sin embargo opinaba que el cuerpo de Nanna era el lienzo más hermoso donde poder pintar, estaba convencida de que cada tatuaje lo único que conseguía era realzar la belleza natural y llamativa de su mujer. Silje era rubia, con el cabello corto y muy rizado, el pelo de Nanna era oscuro, largo y liso. Silje poseía unos excelsos ojos añil, los de Nanna en cambio eran medianos y de tonalidad parda. Unos minutos en compañía de ambas era suficiente para descubrir el secreto de su estabilidad como pareja. Las dos se complementan a la perfección, se proporcionan mutuamente el equilibrio necesario. Para algunos resulta un matrimonio excesivamente cursi, siempre terminando una las frases de la otra, sus gestos de complicidad, las miradas amorosas... Esa capacidad suya de entenderse sin hablar. Pero he de admitir que en mí los sentimientos que despiertan no son en absoluto de ridículo, sino más bien de envidia y no de la sana precisamente. Estuve casado durante nueve años con Lærke y en todo ese tiempo jamás sentí una conexión tan especial, para mi ella nunca fue nada más que una compañera con la que resultaba bastante cómodo convivir.
Durante los cuarenta y cinco minutos restantes de viaje, fuimos saltando de un tema a otro, disminuyendo el interés de estos a medida que nos acercamos a Västra Hamnen. Tras aparcar en Rodergatan nos percatamos de que ninguno llevaba encima Coronas Suecas, así que dejamos bien visible el documento oficial que identifica el coche como propiedad de la policía danesa, con la esperanza de evitar una multa bien merecida.
Al llegar a Lilla Varvsgatan aminoramos el paso, es imposible andar con prisas por este magnífico barrio residencial, ha sido creado en su totalidad para recrear la mirada de cualquiera que pasee por sus calles, cada casa, todos los edificios y calzadas son el fruto de una soberbia arquitectura y lo mejor es sin duda su proximidad al mar. Me encontraba tan absorto con el paisaje que no oí lo que repetía Silje, hasta que me rozó en el hombro.
- Este lugar es una maravilla, ¿No te gustaría vivir aquí? - hablaba aspirando bruscamente por la nariz, como si quisiera absorber todo el salitre de nuestro alrededor.
- No creo que pueda cambiar mi casa de Jyllinge por nada.
Lo decía en serio, cuando me divorcié decidí salir de Copenhague y buscar un sitio apartado y tranquilo donde vivir. Tras un año conviviendo con Rasmus, el azar colocó en mi buzón una revista inmobiliaria donde encontré una preciosa casa a cuarenta minutos de Copenhague y veinte de Roskilde, situada en la localidad de Jyllinge. Antes de hacerme demasiadas ilusiones llamé a la agencia para cerciorarme de que aún seguía en venta. Quien contestó me aseguro que la casa aún no se había vendido. Así que al día siguiente concerté una cita con la dueña de la inmobiliaria y fuimos hasta Jyllinge para verla. Al entrar en aquel municipio costero tuve la sensación de regresar al hogar, el campo y los bosques inundaban todo el paisaje, tenía un centro comercial bastante grande como para satisfacer los gustos del más exigente, el inmueble que ocupaba la escuela se encontraba justo enfrente del Jyllinge centret, era enorme y muy moderno, rodeado por sendos parques. A la derecha de la Jyllinge Skole, se levantaba un edificio níveo de recatadas dimensiones, la iglesia, la cual daba nombre a la carretera que terminaba a las puertas de un museo de modesta construcción, la Kirkebjergvej. El museo estaba dedicado exclusivamente al Fiordo de Roskilde, a partir de aquí escondido a la izquierda, entre los huecos de las calles sin edificar, se podía disfrutar de forma intermitente del azul radiante del mar. Al instante, sólo había campo a ambos costados de la carretera, el imponente Fiordo era el protagonista indiscutible de aquel panorama y como telonero una pequeña isla invadida por decenas de ovejas pastando. Dejando atrás Lilleø seguimos por Nordmarksvej, giramos una vez, volteamos otra calle, continuamos recto algunos minutos por østtoften, hasta llegar a Fjordbakken y al final de este paseo, al margen derecho escondida tras unos setos se hallaba una vivienda sencilla de una sola planta, fabricada con madera color castaño y tejas pardas. Al abrir la entrada lo primero que vi fue el agua del fiordo a través de los inmensos ventanales que ocupaba todo el frontal del comedor. Aquella cristalera tenía una puerta desde la que se podía acceder a la terraza, disfrutando así de una excepcional panorámica. La propietaria de la inmobiliaria al ver mi reacción supo de inmediato que estaba deseando comprarla. Me hizo un resumen de todas las estancias de la casa, recalcando que por ese precio esta vivienda era todo un regalo. Una semana después firmé el contrato de compra, sólo tardé tres días en estar instalado. De esto ya hacía casi cuatro años y desde que vivía en Jyllinge mi salud se había recuperado de forma considerable. Por lo tanto no era de extrañar que me fuese imposible imaginar otro lugar donde vivir.






























 
                                                   MAGNUS HANSEN
9:27 am/ Martes 12 junio 2012 / Västra Hamnem; Malmø / Suecia
Nuestro paseo por Lilla Varvsgatan nos condujo hacía la Scaniaplatsen, donde no pudimos evitar parar unos instantes y disfrutar del Mar Báltico y la difuminada silueta del puente Øresund. Desde allí continuamos caminando por Sundspromenaden, hasta llegar al número treinta y uno. Silje me señaló que el domicilio donde vivía Sofie y su padre estaba situado en el ático. Pulsamos el timbre del portero automático, al momento sonó una voz masculina, tras identificarnos nos abrió. Al final de un largo pasillo se encontraba el ascensor. Cuando subimos nos esperaba en la entrada un hombre de unos treinta años con apariencia exhausta. Con gesto lacónico nos indicó que podíamos pasar. Era un apartamento diáfano, gracias a unas vastas cristaleras, al tono pálido de sus paredes y la ausencia casi total de tabiques. La entrada nos situó justo enmedio de la cocina, enfrente nos quedaba el comedor, dos columnas de tonalidad hueso eran las encargadas de separar ambos ambientes, la pared de la izquierda era casi en su totalidad de cristal, la puerta de la terraza estaba abierta, el sonido de las olas y el graznido de las gaviotas inundaban por completo aquella estancia.
- Hola, señor Hansen. Como ya le he comentado desde abajo somos policías, de una de las comisarías de Copenhague. Ella es Silje Rybner y yo soy Mads Knudsen.
Durante mi presentación extendí la mano con el fin de estrecharla con la de aquel hombre, que más que una persona parecía un espectro.
- Hola, pueden llamarme Magnus - apretó nuestras manos con excesivo desánimo - Arriba estaremos más cómodos.
Nos guió por unas escaleras de madera, construidas para dar la sensación de mantenerse levitando en el aire.
Accedimos a la planta superior, donde un sofá malva ocupaba prácticamente todo el espacio. Nos invitó a tomar asiento, permaneciendo él de pie. Mientras daba pequeños paseos por delante de lo único que decoraba el muro, un televisor de pantalla plana apagado, se frotaba las manos, a modo de espasmo nervioso, las dirigía hacía sus ojos y los fregaba compulsivamente, para acto seguido rascar su incipiente y canosa barba del mismo modo histérico.
- Muy bien Magnus, sé que ya ha dado muchas explicaciones a la policía por teléfono. Pero necesito que nos lo vuelva a explicar todo desde el principio otra vez a mi compañera y a mí, ¿De acuerdo? - Parecía ausente, pero escuchó lo que le dije, hizo un gesto afirmativo con la cabeza y fue a sentarse justo enfrente de nosotros - Si lo desea podemos esperar a su esposa - Miró al techo y suspiró.
- Mi esposa falleció hace cuatro años - Mientras hablaba buscó sin fortuna la alianza en el dedo anular de su mano derecha, allí sólo quedaba un recuerdo latente, como un miembro amputado.
- Lo lamento. Cuéntenos ¿Qué pasó ayer?
- Salí de casa a las siete y media de la mañana, antes irme pasé por la habitación de Sofie y estaba dormida. Después volví del trabajo a las siete de la tarde... - sus gestos ahora se centraban en intentar apartar el pelo que casi cubría sus ojos.
- ¿Ese es su horario habitual? - Acompañe mi pregunta de la infructuosa búsqueda de una libreta y algo con lo que escribir.
Silje actuando con el conocimiento del que la han dotado los años a mi lado, sacó de forma natural un bloc y un bolígrafo, adoptando así la pose de ser ella la que tomaba notas y yo el que preguntaba.
- Sí. Salgo de casa a las siete de la mañana para entrar antes de las nueve y terminó a las seis. Tardó casi una hora en cruzar el puente Øresund y llegar hasta Västra Hamnen. Así estoy por casa a las siete, ceno con Sofie y le ayudo con los deberes.
Hablaba mirando fijamente el suelo de madera, cuando pronunció el nombre de su hija las lágrimas atravesaron por completo su rostro.
-¿Acompaña alguien a Sofie hasta la escuela o va sola?
- Siempre la llevó yo por la mañana y por la tarde la trae la madre de una compañera de clase o viene en tren - Magnus secó las lágrimas de su rostro con ambas manos mientras hablaba.
-¿Por qué no fue con usted el lunes al colegio?
Magnus se froto las manos en el pantalón y suspiro profundamente un par de veces antes de contestar.
-Este fin de semana estuvo algo indispuesta y preferí que se quedara en casa para descansar.
Al terminar me miró a los ojos, como si esperase mi aprobación.
- ¿Para qué empresa trabaja?, ¿A qué se dedica?
Cambiar de tema relajó la expresión de Magnus, este bajó los hombros que hasta entonces había mantenido erguidos, en una postura tensa y forzada.
- Soy... era programador en Scandinavian Informatics Research. Desde hace un año ocupo el puesto de director del departamento de informática.
- ¿Dónde está situada la empresa? - hablar sobre su trabajo le tranquilizaba.
- Esta en Copenhague, en Tuborg Havnevej, justo al lado del experimentarium. Llevo trabajando allí desde que nos mudamos de Berlín hace seis años.
Los detalles que mencionaba sin preguntarle, me indicaron que había recuperado cierta compostura.
- Vaya, lleva solo seis años trabajando para esta empresa y ya es director de un área. Debe ser realmente bueno en su campo - mi observación fue de lo más casual, no esperaba obtener nada de ese detalle, pero su reacción me desconcertó. Agacho la mirada y tragó saliva, parecía... avergonzado - Continuemos un poco más, ¿Al llegar a casa que ocurrió? - suspiró profundamente, trataba con todas sus fuerzas de mantenerse centrado.
- Entre en casa, dejé los bultos en el despacho, que está junto al vestíbulo y llamé a Sofie, quería saber cómo se encontraba.
Se levantó de repente y prosiguió con su caminata frente al televisor.
- ¿De que estuvo enferma Sofie?
Magnus se detuvo en seco, bajó la cabeza y antes de contestar se rascó el pelo con ambas manos de forma convulsa.
- Yo no diría enferma, no tuvo fiebre ni nada serio. Por las mañanas se levantaba con ganas de vomitar y fuertes dolores de cabeza, pero volvía a acostarse, comía alguna cosa en la cama y al rato ya estaba mejor.
Intentó restarle importancia a lo sucedido, casi podía adivinar en cada uno de sus gestos lo profundamente arrepentido que estaba de haber mencionado antes el malestar de su hija.
- Prosiga por favor - su alivio, al comprobar que no deseaba hurgar más en la indisposición de Sofie, fue descomunal.
- Como Sofie no contesto, supuse que había salido un rato con algún compañero del instituto. Al acercarme a la cocina vi la nota que dejó en la nevera, decía que había ido a Copenhague a pasar la tarde con unos amigos - busco el mensaje en sus bolsillos pero no lo encontró.
- No hace falta que nos la enseñe ahora, luego ya la buscara. Continue.
- Me duché y sobre las siete y media me senté a cenar, Anna, la chica que viene algunos días a limpiar había preparado ensalada de pasta. A las ocho y media más o menos subí aquí para trabajar, creo que hasta las diez de la noche, después vi un rato la televisión y me tuve que quedar dormido, porque cuando desperté miré el reloj y eran las cinco menos veinte de la madrugada - volvió a sentarse.
- Después tendrá que facilitarnos todos los datos que tenga sobre Anna, su asistenta. ¿Qué fue lo que hizo que se despertará a esa hora?
A Magnus le intrigaba mi curiosidad por algo tan absurdo.
- Un trueno. Creo que fue un trueno lo que me despertó, no estoy seguro - la primera respuesta fue rápida y segura.
- De acuerdo. Magnus no acabo de entender cómo es posible que no le inquietara la ausencia de su hija antes de quedarse dormido, como ha dicho estuvo trabajando hasta las diez de la noche ¿Es normal que Sofie esté fuera a esas horas?- su expresión sólo era comparable a la de un animal acorralado.
- No, no es lo habitual. Pero es una adolescente y supongo que todas a esa edad hacen cosas parecidas...- pronunció cada palabra inseguro mirándonos a ambos con ojos temerosos.
- De acuerdo, continué por favor.
- Cuando me desperté fui abajo, al dormitorio de Sofie. Vi que no estaba y me asuste, la llame a gritos y la busqué por toda la casa. Después registre los cajones de su habitación con la esperanza de encontrar alguna agenda con los teléfonos de sus amigos. No encontré nada y eran las cinco y diez de la mañana, así que llamé al hospital de Malmø y al de Copenhague, les di la descripción de Sofie y me aseguraron que no había ingresado nadie de esas características en las últimas horas. Llame a la comisaría de Malmø tomaron nota y me dijeron que debía llamar también a la comisaría de Copenhague, de esta conversación lo único que saqué fue que mi hija seguramente estaba de fiesta o calentando la cama de algún novio - apretó los puños y los dientes al unísono - Y que lo mejor que podía hacer era esperar a que se hiciese de día. Así que llamé a mi padre - el dolor le cedió su puesto a la rabia, las palabras ya no gemían entre sus labios, se alzaban con tono iracundo.
- ¿A su padre?- Magnus me atravesó con la mirada, para él yo era uno de esos policías que habían sugerido que su hija estaba disfrutando en alguna cama.
- Si, a mi padre. Sander Hansen. Tiene buenos contactos. Hace cuatro años que se jubiló, fue embajador de Dinamarca en Berna, Suiza durante veinte años y después lo fue otros veinte en Berlín - uno de esos contactos debía ser la comisaría - Le conté que Sofie había desaparecido y que la policía no parecía muy interesada en buscarla. Me dijo que no me preocupase, que haría algunas llamadas y ya me diría algo. Sobre las siete y veinte de la mañana sonó el teléfono, era él, me dijo que volviese a llamar a la comisaría de Copenhague pasados diez minutos y preguntase por el inspector jefe Frederick Anderberg, que el me escucharía y haría lo imposible por encontrarla.
Al oír el nombre del inspector jefe, dirigí con disimulo una mirada a Silje. Esta de nuevo comenzó a marear con insistencia su alianza. Le roze fugazmente la rodilla, sin mirarme volvió a coger el bolígrafo y continuó escribiendo.
- ¿Tiene alguna fotografía reciente de su hija? - se levantó sin responder y desapareció escaleras abajo.
- Rizos, ¿Estas bien? - me senté en una mesita que estaba enfrente del sofá, quedando así delante de ella.
- ¿A ti no te fastidia esto? Darle tanta prioridad a este caso porque su abuelo tiene buenos contactos. No se a ti Mads, pero a mi no me gusta tener este tipo de deferencia con alguien solo por sus enchufes. Soy policía y creo que no deberíamos de actuar de un modo distinto porque su abuelo haya sido embajador.
En el piso de abajo se cerró la puerta de una de las habitaciones.
- Tienes motivos suficientes para estar enfadada. Pero ahora debes centrarte en lo que importa, hay una niña que ha desaparecido y nuestro trabajo es saber qué ha pasado y dónde está - los pasos de Magnus se arrastraban ya por el comedor - Ahora tú vas a preguntarle por el carácter de Sofie, si estaba feliz, si tenía problemas, que amigos tenía, las notas que sacaba... Mientras yo me doy una vuelta por este palacio.
Aquellas exhaustas pisadas lograron al fin subir el último escalón. Me quede esperando de pie, al lado de la mesita, se acercó a mi y me entregó el retrato sin mirarme.
- Esta fotografía es de hace solo dos meses.
La imagen a simple vista, mostraba el rostro de una adolescente de media melena color avellana, mejillas rosadas, labios pequeños y ojos castaños. Pero aquel semblante también emanaba una nostalgia contagiosa.
- He encontrado la nota de Sofie y os he apuntado la dirección, el horario y el teléfono de Anna Petersen, la chica que viene a limpiar.
Al desplegar la nota de sofie, recordé los cursos de idiomas que estaban disponibles en comisaría desde hacía un par de semanas. No seria mala idea asistir a alguno. El único idioma con el que me defendía era el inglés y mis conocimientos tampoco eran demasiado extensos.
- Perdone Magnus, puede leer la nota de su hija en voz alta y traducirla, no se alemán.
De nuevo me obsequió con aquella mirada inquisitiva. Le acerque el papel arrugado y este lo recitó sin esconder su disgusto.
- "He ido a Copenhague con unos amigos del instituto"- volvió a mirarme, desafiante.
- ¿Porque esta tan seguro de que salió por la tarde?
Magnus quedó petrificado. Tragó saliva, sus ojos se desviaron otra vez hacía el mensaje de su hija y comenzaron a empañarse.
- No dice cuando se fue...
Se dejó caer en el sofá, con el rostro descompuesto.
Cuanta razón tenía aquel viejo policía jubilado de Roskilde, no se puede confiar ciegamente en la memoria, hay ocasiones en que los recuerdos de una persona son la combinación de lo que fue y lo que nos gustaría que hubiera sido. Sofie podría llevar desaparecida desde ayer por la mañana.
- Magnus, debo mirar en las habitaciones, mi compañera Silje se quedará con usted, ¿Esta de acuerdo? - sin pronunciar palabra, movió varias veces la cabeza arriba y abajo.
En esta sala no había nada que buscar, un sofá inmenso, una mesita y el televisor. Así que me dirigí hacia una puerta corredera que estaba situada en un extremo.
La decoración de aquella estancia, me transporto a un refugio de estilo colonial en medio de la sabana africana, el ocre intenso de las paredes, me evocaron románticas imágenes de la arena tostada del desierto y a modo de pequeño oasis, una relajante mezcla de tonos celestes y añil teñían el edredón que cubría la inmensa cama. El simbólico cabezal que presidía el hercúleo lecho, estaba formado por un biombo de madera, su generoso tamaño cubría casi por completo la pared y el estampado me resultó gratamente familiar.
Hace dos años fui con Rasmus de vacaciones a Viena, el segundo día visitamos el Palacio Belvedere, un edificio impresionante flanqueado por fastuosos jardines y esculturas. Recuerdo que al llegar olvidé todas mis reservas sobre aquel viaje cultural, el espectáculo arquitectónico y paisajista por el que me encontraba rodeado, me causó una sensación tan sobrecogedora que contuve el aliento al entrar con religiosa devoción. Nunca antes había oído hablar de "Gustav Klimt", no me gusta el arte, no lo entiendo, me enredo entre tan diversa disquisición, arte ecléctico, modernista, abstracto... Pero al entrar en la sala donde se encuentra expuesto "El Beso", comprendí que el arte no puede definirse con una palabra, es impensable tratar de catalogar el alud de sentimientos que recorrió cada rincón de mi ser, cuando contemplé aquella obra resguardada en una urna de cristal colgante. Me quede sin habla, inmóvil, disfrutando con la visión de aquellas dos figuras cuyas ropas parecían estar hechas de oro. Recuerdo que por un instante imaginé que era yo aquel hombre de piel tostada y cabello oscuro, sujetando con una dulzura infinita la tez pálida de aquella chica pelirroja, trate en vano de sentir aquel amor, tan inmenso y puro, que es capaz de traspasar el lienzo a través de un casto beso en el pómulo.
No conseguí adueñarme de aquella pasión, pero mi esfuerzo abrió las puertas a un sinfín de emociones reprimidas, sentimientos acallados que comenzaron a gritar al unísono. Fue la expresión desconcertada de Rasmus, la que rompió el hechizo y me libró de tan embarazosa situación. Aún hoy me pregunta muerto de curiosidad el motivo de mis lágrimas al ver aquella pintura, una cuestión de la que yo también desconozco la respuesta.
Conseguí centrarme y regresar al dormitorio de Magnus, observé que en ambos extremos de la pared que ocupaba el biombo de "El beso", sobre salían dos pomos dorados, tire de uno de ellos y me encontré con otro cuarto de medidas similares al anterior, era un vestidor. Con innumerables piezas de ropa ordenadas y guardadas en cientos de cajones, estanterías, colgadores y perchas de tamaños y formas que jamás había visto, aquella excesiva pulcritud y equilibrio poseía cierta pincelada maniaca. Salí de aquel ropero descomunal tan aprisa como entre. Los otros muebles que ocupaban la estancia eran una cómoda de madera oscura y diseño antiguo y una librería que compartía el mismo estilo y tonalidad que el tocador. La cómoda sólo tenía tres cajones y todos estaban vacíos, para lo único que servía aquel mueble era para apoyar varias fotografías. En todas salía una mujer de rasgos idénticos a los de Sofie, pero su semblante no transmitía tristeza alguna, sino más bien todo lo opuesto, su gozo y sus ganas de vivir traspasaban el cristal de aquellos marcos. La librería estaba siendo bien aprovechada, ya no cabía en aquel mueble libro alguno. Predominaban los textos alemanes, había también algunos en francés e inglés, el resto, una veintena, de los cuales sólo conocía tres o cuatro, eran daneses. Coronando la estantería encontre otro retrato de la misma mujer, fui a buscar uno de los taburetes que antes divise en el guardarropa y usandolo como escalera conseguí alcanzar aquella fotografía. En efecto en esta instantánea también era protagonista la madre de Sofie. El retrato media algo más que una hoja de papel y el marco que lo protegía era inmenso y muy pesado, una de sus esquinas se encontraba parcialmente astillada. Decorando el contorno de la madera había una cenefa de algún material semejante a la plata, al mirarlo con más detenimiento verifique que efectivamente aquel relieve era de este material, en la parte inferior, advertí la palabra " Standard" y una serie de números ilegibles. La fotografía me mostraba a una mujer de melena castaña y amplia sonrisa abrazando a Sofie, que debía tener unos diez o doce años. Retire la tapa posterior del marco y otee el reverso del retrato, en rotulador podía leerse "2007, Güner Brink, Marlene y Sofie". Coloque la cubierta del marco y lo emplace exactamente donde estaba.
Cuando me disponía a salir del dormitorio vi otra puerta blanca, deduje que sería el cuarto de baño, al entrar comprobé que el lavabo era tan desmesurado como el resto de la vivienda, el suelo y las paredes estaban revestidas de granito oscuro, los accesorios del baño eran todos de aluminio y brillaban como si acabaran de instalarlos, en una punta había un jacuzzi y en la otra una sauna, en medio se encontraba una pica de dos grifos, el retrete y una ducha. No pude evitar aprovechar la visita. Al miccionar me lleve la primera alegría del día, mi orina empezaba a aclararse, me mire al espejo y también advertí que en mis pupilas comenzaba a disiparse el amarillo con el que despertaron.
Magnus seguía hablando con Silje, parecía algo más relajado. Baje por las escaleras, recordaba que el padre de Sofie mencionó que su estudio estaba situado a un costado de la entrada, así que en algún lugar de esta planta también debía estar el dormitorio de su hija. Me dirigí hacía la derecha, una mesa de exagerado tamaño, ocupaba gran parte del salón, en el grueso cristal, que servía de tablero, se reflejaban las nubes encargadas de estropear este martes soleado, la base estaba formada por dos bloques de mármol plomizo, las sillas del mismo color grisáceo, compartían el diseño minimalista del resto de los muebles, rectas y sin adornos. Debajo de la escalera flotante, al lado de la mesa, había una puerta corredera perfectamente camuflada utilizando el mismo tono lechoso que las paredes, sin ningún picaporte que la delatara. Al palpar note una ligera hendidura, introduje los dedos y deslice la mano hacia la derecha. La decoración del dormitorio de Sofie era realmente frugal, recordaba habitaciones de hotel con más personalidad que aquella estancia, el colchón colocado encima de un tatami que ocupaba la mitad del dormitorio, compartía espacio con un escritorio naranja chillón en forma de boomerang y una estantería de madera que por su forma trataba de imitar la rama de un árbol. Sobre el tatami no había mesita de noche alguna, así que debía empezar a buscar en el escritorio, este tenía tres pequeños cajones a un lado y al otro un hueco que Sofie utilizaba para guardar varios paquetes de folios. En el primer cajón encontré un estuche de metal con lápices de colores y un bloc de dibujo, me senté en la única silla que había en el cuarto, un butacón de estilo vintage, con tapizado mullido de color marengo y rematado con tachuelas de color plata. Era tan confortable como parecía. Apoye el cuaderno de dibujo en el escritorio y fui pasando las hojas, Sofie era una pintora recurrente, el mismo esbozo en cada página, unos ojos pequeños de pestañas minúsculas y cejas anchas y una mano derecha de dedos esbeltos y largos, con una anillo muy original en el dedo anular, se trataba de una alianza decorada con una pauta musical donde bailaban las notas de alguna melodía. En la esquina de cada folio repetía a modo de firma la misma frase "Porque tú eres yo y sin ti no existo".
Coloque el retrato de Sofie al lado del boceto, aquellos no eran sus ojos y aunque no podía ver sus manos también las descartaba, algo me decía que aquella mirada y esa extremidad pertenecían a un hombre. Hice un par de fotografías con el móvil, quería que Silje me diese su opinión. En el cajón de enmedio hallé una solitaria caja de bombones, en la tapa había un dibujo del compositor Wolfgang Amadeus mozart y la palabra "Mozartkugeln". El último cajón estaba completamente vacío. Me acerque a la estantería, la base era bastante irregular y de allí surgían en forma de brotes pequeños estantes arriba y abajo, la mayoría estaban libres, uno lo ocupaba tres novelas en alemán, en otra balda sólo había un paquete abierto de galletitas saladas y la última repisa la llenaba un marco de tamaño generoso que mostraba una imagen en blanco y negro de Sofie y su madre abrazadas.
En la pared en ambos extremos del cabezal asomaban dos tiradores, uno me condujo hacía un vestidor bastante más reducido que el de Magnus. El otro pomo me mostró un aseo sencillo y luminoso.
Arrastre aquel cómodo butacón hacía el otro extremo de la habitación y me senté, debía cambiar de perspectiva, algo no encajaba en aquel cuarto. Me sentía como en un expositor, era un dormitorio carente de detalles y de ornamentos, exceptuando la fotografía de Sofie y su madre, no había nada en las paredes, ni en los muebles que indicase que estaba en la habitación de una adolescente, esperaba encontrar fotografías de sus amigos, dibujos, revistas, posters, bisutería... Algo que me ayudara a conocer a Sofie, aunque quizás la ausencia de cualquier detalle personal, era lo único que podía definirla.
Me recoste en la butaca con los ojos cerrados, con una mano comprobaba que la mitad de mis pelos ya estaban otra vez de punta, mientras que los dedos de la otra ya bailaban sobre mi rodilla al compás de la canción "Lady Writer" de los "Dire Straits". ¿Por qué su dormitorio está tan vacío?
Pasados unos minutos decidí enseñarle a Magnus el bloc de dibujo, quizás el supiera quien era el propietario de aquella mano y esa mirada.
Al subir el primer peldaño escuche una sonora carcajada, Silje había conseguido lo imposible, hacer reír a aquel padre desconsolado. Cuando entre en el salón Magnus estaba sentado en la mesita blanca, justo enfrente de Silje y tenía ambas manos apoyadas en las rodillas de ella. Silje giró la cabeza para mirarme y en aquel momento el padre de Sofie volvió a una incómoda realidad, apartó ambas manos y se levantó de un salto, fue a colocarse de inmediato en la otra punta de la habitación mientras se rascaba la escasa barba y tosía.
- Magnus, he encontrado este bloc de dibujo en la habitación de su hija - Me acerque a él y se lo di - He pensado que quizás usted supiera quien es el hombre que dibuja Sofie una y otra vez.
Magnus hojeó con visible desinterés las páginas del cuaderno.
- ¿Cómo espera que le diga quién es el del dibujo? - cerró la libreta y me observo tratando de crucificarme con la mirada - Aquí Sofie sólo ha dibujado una mano y unos ojos, ¿cómo demonios quiere que le diga algo? y ¿Por qué dice que es un hombre? Alzó la voz y tiró el bloc de dibujo encima de la mesita.
- No estoy seguro de que sea un hombre y esperaba que pudiese decirme quien es mirando la alianza - recogí la libreta y se la pase a Silje - Otra cosa Magnus...
No me dejo terminar.
- Creo que no voy a seguir respondiendo a tus preguntas - Movió la cabeza de un lado a otro, negándose a cooperar.
- Vaya cambio de actitud - Magnus se mantenía en guardia escuchando mis palabras con los puños apretados - Parece que en el fondo no está tan preocupado por su hija como trata de aparentar.
Con aquella frase, deje a Silje esculpida en hielo. Cerró los ojos, se mordió el labio inferior y dejó caer la libreta en el sofá.
Note que mi garganta pedía a gritos un gran vaso de agua. Decidí bajar a la cocina, necesitaba una pausa. Al girarme y empezar a andar escuche las maldiciones de Magnus. Antes de poder volverme este ya me había alcanzado, me volteo y me empujo contra el televisor, escuche un sonoro crujido y reze por que fuese la pantalla plana y no una de mis costillas.
- ¡Eres un hijo de puta! - Escupió todas y cada una de las palabras literalmente en mi cara.
- Señor Hansen, Magnus, sueltale.
Silje se aproximo a él y mientras acariciaba su hombro empezó a murmurar cerca del oído con voz plácida y azucarada. El sortilegio funcionó.
Magnus me soltó despacio y a trompicones fue hasta la mesita donde se dejó caer y rompió a llorar.
La sed le cedió el puesto a la transpiración. Estaba envuelto en un sudor frío, me temblaban las manos y me costaba respirar. No recordaba en qué momento la situación había empezado a ponerse tensa. Suspire un par de veces en silencio, con los ojos cerrados tratando de recuperar el control, lo único que deseaba era estampar a ese tipejo contra la pared y destrozar mis nudillos con su cara. Aquellos gritos, los improperios, ver como apretaba los dientes con la mirada inflamada y el rostro encendido, casi logró que perdiera los estribos, cada día me resulta más difícil calmar estas ansias destructivas. Más suspiros, noto como empieza a hervir la sangre, sube desde mi vientre, me abrasa las entrañas, abro los ojos y me obligó a recitar en silencio "Pronto se extinguirá el fuego que me atormenta. Ascenderé, triunfante, a mi pira y exultaré de júbilo en la tortura de las llamas. Lentamente su brillo se irá apagando y el viento esparcirá mis cenizas sobre el mar."
De nuevo la calma me invade, esta vez ha faltado poco, muy poco. Magnus nunca sabrás lo cerca que has estado de pasar la noche en el hospital.
Debo continuar con el interrogatorio, necesito centrarme en el trabajo.
- Magnus, ¿Sofie le pillo alguna vez registrando su habitación?
Su llanto cesó tan rápido como había estallado. Levantó la cara y me miró con los ojos desorbitados.
- ¿Comó lo sabe?
Aquel rostro desencajado, colmado de culpa, rabia y desesperación, trataba de contener el recuerdo de un suceso que debió marcar un dramático antes y después en la relación con su hija.
- Bueno, me ha parecido muy extraño no encontrar ningún objeto personal en su dormitorio, he supuesto que tuvo que esconderlo todo por algún motivo.
Me senté en el sofá, Silje y Magnus hicieron lo mismo.
El padre de Sofie se acomodo junto a mí, recostándose con los ojos cerrados, entrelazo sus manos encima del estómago y empezó a hablar.
- Cuando murió mi mujer, Sofie tenía doce años, ambas tenían una relación muy especial, siempre estaban juntas. Después de su muerte mi hija se vino abajo, los psicólogos le diagnosticaron anorexia y bulimia nerviosa, no quise hacerles caso, pensaba que simplemente era cosa de la adolescencia, el no comer mucho, hacer ejercicio a todas horas... No se, supongo que todos lo veían menos yo. No podía... No quería verlo, no quería enfrentarme a otro... problema, primero mi mujer y ahora Sofie, era demasiado.
Se inclinó hacia delante, hincando uno de sus codos en la rodilla y apoyando la cabeza en su mano, giró el rostro hacia mí, atravesándome con la mirada, creo que intentaba descubrir en mi semblante algún gesto de desaprobación o quizás un reproche. Tras unos instantes de incómodo silencio prosiguió.
-No me planteé hospitalizar a Sofie, hasta el segundo intento de suicidio. Con trece años la interne en el hospital de Bispebjerg, en Copenhague. Estuvo un año, cuando salió me odiaba. Una sonrisa irónica se dibujó en su cara.
- A los pocos meses entre en su habitación mientras se cambiaba, la vi sacando la lengua delante del espejo, observando encantada un piercing que se había colocado. Supongo que lo hizo para martirizarme. A partir de entonces comenzó a llegar de madrugada a casa, faltaba al colegio, se encerraba en el lavabo o en su dormitorio para hablar durante horas. Supuse que tenía algún amigo, algún novio... Un día mientras estaba en la escuela, entre en su habitación...
Su voz se quebró, no podía continuar, Silje se levantó para traerle un vaso de agua, con un gesto le indiqué que trajese dos, la sed había regresado. Tras unos minutos Silje regreso de la cocina y nos acercó los vasos. Magnus lo aferró con fuerza y lo vació de un sorbo. Después de dejarlo en la mesita volvió a reclinarse en el sofá y cerró los ojos antes de seguir hablando
- Saque todo lo que guardaba en los cajones del escritorio, vacié toda la estantería, deshice su cama, lo registre todo, todo...
- Y encontró más de lo que esperaba, ¿Verdad? - afirmo con la cabeza y continuó.
- En el interior de un libro habian bastantes fotografías de Sofie desnuda o casi, haciendo unas posturas... No se, no se como describirlo. tambien encontre dos cartas de su novio, amigo...¡Un puto pervertido! - tragó saliva, cerró el puño y lo mordió con fuerza. Estuvo así casi un minuto antes de serenarse y continuar hablando - Cuando volvió del instituto me encontró en su cuarto, leyendo las cartas, con las fotos esparcidas por toda la cama. Empezó a gritar y se abalanzó sobre mí para pegarme. Es la primera vez que recuerdo haber abofeteado a mi hija. La castigue durante un mes sin salir a la calle. Por aquella época mi jefe me ayudó muchísimo, se ofreció para darle repaso a Sofie dos días a la semana, los martes y los jueves por la tarde. Fue una gran ayuda. Poco a poco su odio hacía mí fue a menos, creía que todo se había arreglado, me prometió que había dejado de ver a ese chico y que sería más responsable y sensata. Hace unos meses incluso empezó a engordar, comía mejor, estaba... Contenta, ilusionada... - abrió los ojos y me dedicó una mirada expectante, ahora me tocaba a mí pulir los detalles.
- ¿Cree que las fotos se las hizo alguien o las tomó ella misma?
Por su expresión adivine que esa pregunta ya se la había hecho él muchas veces.
- Creo que se las sacó alguien, el mismo que le escribió las cartas. No puedo asegurarlo, claro, pero su mirada... su aspecto... Era como si quisiera hacer el amor con el objetivo, no se como expresarme, lo siento... - se rascaba el pelo, rebuscando una descripción más acertada.
- Lo has descrito muy bien Magnus - me miró sorprendido y se tranquilizó - En las cartas que leiste, ¿Había alguna firma?
- No había firma, pero si dos letras mayúsculas "GB". Y las cartas estaban escritas en danés.
- Por el contenido de las cartas, quién opinas que pudo escribirlas ¿Un adolescente o un adulto?
Cuando fue a responder se calló de inmediato, como si dudase de algo que hasta entonces había tenido muy claro.
- Siempre he pensado que era algún compañero de clase, pero... Decía cosas, hacía referencia a personajes... que no se si un quinceañero escribiría algo así - con gesto mudo le indique a Silje que tomase nota - Hablaba de él como de un viajero y sus ambiciones las comparaba con un mar de nubes, también decía que le horrorizaba la idea de convertirse en Apolo y ver a sofie como Dafne.
Su voz volvió a extinguirse, apretó los ojos y tragó saliva. Le ofrecí mi vaso medio vacío, bebió un par de sorbos y fingiendo poseer el valor necesario para continuar... Continuo.
- Después escribió de forma poética lo bien que mi hija... Se la... chu... - se mordió los labios - Explicaba las felaciones que le hacía Sofie.
Terminar la frase, tuvo en Magnus, el mismo efecto que estirar de una tirita. Un intenso dolor y un alivio infinito.
- ¿Que hizó Sofie con las cartas y las fotos?
- No lo se. No volví a verlas y no pregunte - terminó el vaso de agua y volvió a reclinarse en el sofá, mirando al techo y suspirando.
Me levanté y antes de poder enderezarme una punzada en los riñones consiguió hacerme sentir treinta años mayor. El empujón de Magnus empezaba a pasarme factura, el dolor de espalda ya trepaba por mis hombros hasta llegar a las cervicales. Mi cuerpo imploraba una tregua, necesitaba como el respirar salir de allí, comer algo y desconectar.
- ¿Porque no nos dijiste antes todo esto? 
Mientras hablaba me acerqué al televisor para comprobar si aquel crujido había sonado solo en mi cabeza. Una grieta asomaba en la esquina atravesando sin piedad media pantalla.
- Lo siento. Se que debería haberlo contado antes, pero no quería que los problemas que tuvo Sofie en el pasado condicionarán su búsqueda. Es solo una adolescente.
Permaneció en el sofá, reclinado, mirando al techo, disfrutando de la paz que proporciona compartir una carga desmesurada.
- ¿Como intentó suicidarse Sofie?
Cuando Magnus se levantó no pude evitar dar un respingo. Al ver mi reacción, este me dedicó una mirada indulgente a modo de disculpa.
- La primera vez fue con una sobredosis de Fenobarbital, un somnífero que a veces tomaba mi esposa. La encontró Anna y llamó a urgencias. La segunda vez fue en casa de su abuelo, entró con las llaves que tengo de repuesto, mientras mi padre estaba de viaje, lleno la bañera y se hizo un corte en las muñecas. La encontró una vecina a la que mi padre había encargado recoger el correo, cuando entró en el baño ya estaba inconsciente. Después de eso la ingrese.
Magnus se acercó a mí. Durante su conversación, paseo los dedos por la pantalla del televisor.
- La madre de Sofie, su esposa ¿También se suicidó?
- ¡No!, no se suicidó - antes de girarse hacia nosotros tomó aliento, intentando recobrar la calma - Mi esposa murió de un ataque al corazón, estaba sola en casa, nadie pudo socorrerla y murió sola, sola, sola...
Nos miró a ambos, con los ojos desorbitados y enrojecidos.
Me acerque a Silje le pedí la libreta y comprobé que había apuntado todos los nombres, direcciones y sucesos que en un principio parecían ser importantes.
Necesitaba salir de aquella casa. Ya notaba como mis ácidos gástricos se disponían a reptar desde mi estómago hacía la garganta, el vómito no tardaría demasiado en llegar. Sólo esperaba poder evacuar mi desayuno en algún rincón de la calle, no deseaba ofrecer a Magnus un espectáculo tan completo, ya había disfrutado viéndome sudar, lo de las náuseas podíamos dejarlo para la próxima ocasión.
- Bueno Magnus, ya hemos acabado - mire mi reloj sin disimulo, hacía ya una hora que debería haber comido - Te mantendremos informado de todo.
Nos estrechamos la mano, yo con prisas y el aferrándome con fuerza, intentando nuevamente disculparse.
- Gracias por todo Mads.
- Un placer Magnus.
Silje estiro la mano para que el se la estrechara y esté ignoró el gesto y la abrazó.
Después de esto, nos acompañó a la puerta y salimos por fín al gran paseo de Sundspromenaden. Le indique a Silje que se adelantara sin mí, me escondi detras de una columna y vomite.




 












11:50 am/ martes 12 junio 2012/ Västra Hamnen; Malmø / Suecia 

En este momento no soy más que una oda al patetismo.
Apoyado en esta columna, inclinado sobre lo que hace unas tres horas era un nutritivo y saludable desayuno, reconvertido ahora gracias a mis nervios en una pintura abstracta. Con los ojos cerrados, suspirando, haciendo un titánico esfuerzo por soltar la columna y no caerme. Lo conseguí, conseguí dar tres pasos hacía atrás sin tropezar. Me quede otro momento estático, con la espalda apoyada contra la pared. Busque un pañuelo para secar el sudor que ya se deslizaba a borbotones por mis sienes y la barbilla. Me urgia una ducha, comer alguna cosa y desfallecer en la cama durante... ocho o nueve horas.
¿Qué es lo que lo que repite incansablemente Theis?, "Debes reconciliarte contigo mismo, necesitas hacer las paces con tu niño interior...", es el único psicólogo al que he podido mirar a los ojos sin sentir un irrefrenable deseo de salir corriendo. Lo considero un gran amigo y a pesar de ese sentimiento, continuo pensando que su profesión dista poco de la de un médium o un tarotista, se dedican a hurgar en el pasado de la gente, se alimentan de sus traumas y con palabras amigables te dicen cierra los ojos concéntrate cuenta hasta diez, ya estas curado, son cuatrocientas coronas, gracias y vuelve pronto.
Estoy siendo injusto, lo se, pero no puedo evitarlo. El demonio del que huyó cada noche era psicólogo. Si hubiera sido carnicero ahora sería vegetariano, seguro.
Abrí los ojos y me deshice de la soga, que ilusoriamente trataba de asfixiarme. Una vez que guarde la corbata y desabotoné el cuello de mi camisa, fingí estar capacitado para encontrarme con Silje.
Me acerque a ella, intentando mudar mi semblante enfermizo con cada paso. Me senté a su lado, sobre la escalinata de madera, durante un breve instante disfrutamos en silencio juntos de aquel magnífico paisaje, el mar en calma y el manto de nubes grises que ya había engullido por completo el azul del cielo.
- ¿Como te encuentras? Mads - me pregunto sin mirarme ni truncar la sonrisa que surcaba su rostro.
- Mejor, mucho mejor - soy un pésimo mentiroso.
- ¿Qué hacemos ahora? - apartó a soplidos los rizos de su cara y la sonrisa, mientras me observaba.
- Desayunar. Gracias a mi mala memoria, he traído los bocadillos en lugar de dejarlos encima de la mesa. Están en el coche, ¿Vas tu a buscarlos?- me ignoró y volvió la vista hacía el horizonte, observando risueña el océano - De acuerdo, ya voy yo. Tú llama a comisaría y pide los registros de las llamadas del fijo de casa de Magnus Hansen y del móvil de Sofie, que se hicieron o recibieron desde la noche del domingo hasta hoy.
Me incorpore dejando escapar un sonoro resoplido a modo de protesta. El paseo hacia el coche no fue ni tan pausado, ni tan agradable esta vez. Caminaba acelerado, con la vista clavada en el asfalto. Notaba como la acidez de estómago intentaba recuperar protagonismo. Tratando de eludir una nueva oleada de vomitó, repase mentalmente la conversación mantenida con Magnus.
Hablar con Anna, la asistenta de el padre de Sofie, podría darnos una hora aproximada de la desaparición de esta. Era importante reunirnos con ella y que nos explicase al detalle la hora a la que llegó, que vio, que hizó y cuando se fue. También debíamos localizar a alguna amistad de Sofie e intentar descubrir algún detalle sobre el amante que le escribió aquellas cartas. Sería interesante conversar con el padre de Magnus y su jefe.
Por fín llegué al coche, por ahora no teníamos ninguna multa decorando el parabrisas. Cogí los bocadillos y una botella de agua del maletero y regrese con Silje.
Me senté a su lado, esta continuaba absorta disfrutando de las vistas, le ofreci un
emparedado y comimos en silencio, ella seguramente añorando a Nanna y yo intentando recuperar algo de paz interior. Evoque las sobadas imágenes de Santorini y comprobé con enorme desagrado que estas ya no conseguían sosegarme. Ya tenía deberes para esa noche, debía encontrar otro recuerdo al que recurrir cuando todo empezara a tambalearse. Al terminar el bocata sonó el móvil, era la comisario Liva Larsen.
- Mads ¿Como va todo?- Le era imposible ocultar la impaciencia.
- Bien. Ahora mismo acabamos de hablar con Magnus, el padre de...- su voz estridente y ansiosa no me dejo terminar.
- Ya sé quién es Magnus. Y se que hace más de veinte minutos que habeís salido de su piso. Por eso llamó, para saber por donde estais perdiendo el tiempo - un sudor frío me recorrió la espalda.
- Hemos parado a repasar las notas y a comer algo - me sentía como un crío tratando de excusarse delante de unos padres excesivamente controladores.
- Ya me lo imaginaba. Mads, en este caso en concreto tú necesidad de parar continuamente a comer algo y beber agüita, esta empezando a tocarme las narices - definitivamente alguien había sustituido a nuestra pacífica comisario por la bruja del Norte - Así que ahora mismo levantad el culo e ir a casa de Sander Hansen, está en Boserupvej 6, en Farum. Es una casa situada junto al lago Furesø, ya os está esperando.
- De acuerdo, pero Silje y yo habíamos pensado en ir antes a hablar con Anna, es la...
- Mads, tú me has escuchado ¿Verdad? Vais a ir a ver a Sander, le vais a llamar señor en todo momento y vais a ser los policías más educados y menos molestos de la historia ¿Queda claro? Si haces que Sander estalle como su hijo, os abriré un expediente a Silje y a tí tan largo y escabroso que no vais a encontrar trabajo en toda Dinamarca. Y ahora solo repite "ya vamos de camino a Farum".
- Ya vamos de camino a Farum - Liva colgó.
Silje me miraba curiosa, guarde el teléfono y resumi la llamada, eludiendo los improperios de Liva, no tenía ganas de desatar sus nervios y volver a contemplar aquella alianza dar vueltas insistentemente. Apure de un sorbo la botella de agua, antes de llegar al coche pare en un bar para comprar otra e ir al servicio, mientras orinaba imagine a Liva espiando con su bola de cristal y maldiciendome por estar perdiendo su sagrado tiempo en un servicio público. Delante del espejo me cerciore de que me había colocado correctamente la corbata, me empape el rostro con abundante agua fría y supliqué en silencio que el resto del día fuese algo más tranquilo.
Al llegar al automóvil Silje cogió una nota que se sacudía en el parabrisas atrapada por una de las escobillas, comenzó a reír y al entrar me ofreció el papel. Al leerlo yo también solté una sonora carcajada, "Chicos a ver si nos acordamos de cambiar las monedas antes de cruzar el puente. Policía de Malmö". Por suerte el camino hacía Farum se iniciaba con buen humor.
                                                      
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Descripción

Mads Knudsen es un atpico polica de copenhague, Dinamarca. Acostumbrado desde haces aos a dedicarse casi en exclusiva a casos de desapariciones, un trabajo que en la mayoria de ocasiones suele ser de lo ms tranquilo. La quietud de su rutina se ve alterada con la desaparicin de una adolescente, Sofie Hansen.

Palabras Clave: Novela policiaca Dinamarca

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Terror & Misterio



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