VIAJEROS DEL RECUERDO
Publicado en Mar 18, 2013
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V i a j e r o s   d e l   R e c u e r d o
 
 
 
La vio en el momento en que entró en la estación en compañía de sus padres y su hermanita. Ella también estaba allí con su familia: padres, abuelas, hermanos. Ocho hermanos por lo que parecía. Y todos muy semejantes entre si. Pero ella destacaba notablemente por sus cabellos castaño-dorados y crespos, recogidos en dos grandes trenzas que se cruzaban en lo alto de su cabeza como una hermosa corona, haciéndole marco a un rostro dulce y sereno en el que resaltaban los grandes ojos expresivos, castaños también, pero con reflejos verdosos cuando los iluminaba de frente la luz del sol; cejas muy finas y delineadas y una boca de labios rosados y carnosos que se alargaban generosamente cuando sonreía.
                En cuanto la vio, y oyó su voz y escuchó su risa cantarina, se sintió perdido. Nunca antes, en sus diez y seis años Germán se había enamorado. Pero ahora, al verla a ella, su corazón se había descontrolado extrañamente, paralizándose primero por completo, cansado al parecer de palpitar. Y luego, con un salto, se le había desbocado violentamente haciéndolo jadear de la emoción. Su madre, de pie a su lado, inquieta y nerviosa, cansada por el peso de la bebita que llevaba en sus brazos y preocupada por la gran cantidad de maletas, baúles y maletines que llevaba la familia en su viaje a San Nicolás, igual que todos los años en el verano, a pasar un mes de playa y sol, le repetía:
-¡Germán, por Dios¡ . . . presta atención ¿Estás lelo? ¡Tienes que ayudarme, hijo¡ No pierdas de vista el equipaje mientras tu papá está comprando los boletos. . . mira que yo estoy ocupada con la pequeña  y no puedo estar pendiente de todo. . . –
- Si, mamá, no te preocupes – contestó el saliendo bruscamente de la ensoñación en que había caído, tratando de que su mamá no se diera cuenta de lo que estaba pasando. Poco después se acercó su papá ya con los boletos en la mano y sonriendo aunque sudoroso y cansado, comentó:
- Ya se acerca el tren. Tenemos que estar pendientes. Este año va mas lleno que otras veces. Reunamos los bultos y acerquémonos al borde del andén. Y hecho lo recomendado por el padre, Germán y su familia continuaron esperando ya impacientes, al igual que la multitud abigarrada y ruidosa que los acompañaba aquel caluroso y húmedo día de principios de verano, en la antigua y primitiva estación. Esta era una sencilla construcción edificada directamente sobre el polvoroso suelo, formada por una plataforma de madera, un techo inclinado del mismo material y al fondo dos pequeñas habitaciones, flanqueando el corredor de entrada, sirviendo una como oficina del jefe de estación y taquilla para la venta de los boletos y la otra como depósito de los materiales necesarios para las reparaciones de emergencia tanto de la locomotora como de los viejos vagones, también de madera que constituían el tren. Estaba construida exactamente a lado de los durmientes de manera que cuando el tren se detenía frente a ella, las escalerillas de acceso que colocaban los empleados se apoyaban en la plataforma, facilitando así el abordaje de los pasajeros.
                Momentos después pudieron escuchar todos, a lo lejos pero acercándose rápidamente el sonido característico del tren con su al mismo tiempo que la estela de humo que escapaba de su chimenea anunciaba su inmediata llegada. Hubo movimientos, voces y gritos en la pequeña estación. Los pasajeros, impacientes, se revolvían nerviosos revisando sus equipajes, llamando a sus hijos que revoloteaban por los alrededores y mirando recelosos a los demás, temiendo no poder subir antes que ellos al tren, asegurándose así una buena colocación. Y Germán junto a su padre, mientras su madre le reiteraba la petición de que estuviese pendiente y no se alejase, observaba insistentemente el numeroso grupo formado por la que ya era la “niña de sus pesares” y su familia, procurando no perderlos de vista         En cuanto la locomotora se detuvo y el revisor bajó a tierra y colocó la escalerilla de acceso todos los pasajeros se dirigieron hacia los diferentes vagones, semejantes a cajones de madera con ventanas, introduciéndose en ellos con un poco de empujones y un mucho de dificultad causada por los numerosos bultos, grandes cestas de comida para el trayecto y los muchos niños que los acompañaban. Germán y su padre subieron a la parte delantera del primer vagón, acomodando de inmediato el equipaje y la cesta de la comida bajo uno de los bancos basculantes construidos con listones de madera. Enseguida, destrabaron el siguiente colocándolo frente al anterior, buscando que la familia así viajara con mayor comodidad. Y los paquetes mas pequeños los colocaron en la cesta que para ese uso estaba situada encima de las ventanas, directamente bajo el techo de madera del vagón. Luego, tomando en sus brazos a su hermanita que lo observaba todo con sus grandes ojos asombrados, esperó mientras su mamá se instalaba lo mas confortablemente posible con un gran suspiro de alivio, tras haber revisado minuciosamente el acomodo del bagaje familiar. Ya sentada, sacó de su bolso de mano un biberón, la mamila y un termo que contenía el alimento para la bebé, y cuando todos los preparativos estuvieron concluidos, tomó en sus brazos ansiosos a la niña quien de inmediato se aferró glotona a la chupa del biberón, quedándose desde ese momento  tranquilamente recostada en el seno materno, sin mas preocupación ni interés por nada de lo que la rodeaba.
                Al verse por un tiempo libre de obligaciones familiares, Germán, de pie en el angosto pasillo que separaba las dos filas de bancos, indiferente a los empujones y a los golpes que recibía de las personas  que aún seguían abordando el tren y lo recorrían arriba y abajo en busca de un lugar adecuado a sus necesidades, trataba de ubicar afanosamente el lugar ocupado por la jovencita que tanto le interesaba y su numerosa familia a quienes había visto abordar el mismo vagón pero por la puerta situada en el extremo contrario.
                Ya en su mente había analizado ka situación. Si ella y su familia habían tomado ese tren que se dirigía a la costa, en esa fecha y viajando todos juntos, debía ser porque al igual que el y los suyos, viajaban a San Nicolás en plan de vacaciones estivales. Ahora, lo que faltaba averiguar era en donde pensaban hospedarse, si tenían casa propia, o algún familiar que los hubiera invitado. O si llegarían a algunos de los lujosos hoteles que poblaban el litoral. O si, como en el caso de sus padres, tomarían en alquiler una de las casas del pueblo, o varias habitaciones en algunas de las pensiones que abundaban en la ciudad. Pensando en todo esto no lograba quedarse tranquilo, la inquietud por saber lo devoraba. Así que, luego de revisar con la mirada todo el vagón y cerciorarse del lugar exacto ocupado por la jovencita, decidió acercársele de inmediato. Y volviéndose hacia su mamá. Dijo:
-Ya vengo mamá. No tardaré mucho. Voy a caminar un poco- y se dirigió al fondo de este, aún antes de que el tren se hubiese puesto en movimiento. Caminó despacio, haciéndose un poco el desentendido, hasta lograr sentarse muy cerca de la banca que ocupaba la joven de su interés. Había escogido ella un puesto junto a una de las ventanas, entreteniéndose con la vista que por esta se le brindaba, pero, con un sexto sentido muy femenino, se volvió hacia el al sentirlo cerca, lo miró y le sonrió amablemente, manifestándole con esa sonrisa que lo reconocía de cuando sus miradas se cruzaron en la estación. En ese momento, tras un largo pitazo de advertencia, el tren se puso en marcha con un brusco sacudón que casi lo hace caer. Estallando en divertidas carcajadas, ella se corrió en la banca y lo invitó a sentarse a su lado. Y así comenzó todo. Así cambió radicalmente su vida, tomando un sentido, una ilusión. Así comenzó a construirse un futuro.
                Durante el resto del viaje, que duró mas de ocho horas, con innumerables paradas en diversos y pequeños pueblos, algunos con estaciones similares al suyo, pero otras que no poseían ni siquiera una plataforma de embarque y en los cuales el tren se detenía en pleno descampado o en el medio de la población, estuvieron casi siempre juntos. Solo se separaron por momentos cuando el decidió darle una vuelta a su familia para evitar que se preocuparan por su larga ausencia. El resto del tiempo lo pasaron charlando, conociéndose y bromeando mucho al verse todos despeinados por la brisa y sucios y renegridos por la carbonilla que esta traía y que se pegaba en sus rostros y en sus cabellos. Cuando llegó el momento de la comida, espiaron ansiosos y hambrientos para ver que había traído la mamá de Gloria, así se llamaba ella, en la gran cesta que había preparado esa misma mañana, antes de partir. Habían grandes barras de pan casero, horneado el día anterior; tortillas variadas, trozos de queso amarillo, grasoso y de fuerte olor; pedazos de jamón, salchichón y chorizo; papas asadas en su concha, empanadas, pasteles y mil cosas mas, además de un gran termo de jugo de naranjas dulces para atemperar el calor y la consabida sed de su gran prole. Luego de tomar de allí lo que mas les provocó, ante la mirada condescendiente de la sonreída matrona, Germán la convidó  para que lo acompañara hasta el sitio ocupado por sus padres, para así revisar la cestas de su mamá, seguro de que allí encontrarían algún buen pedazo de biscocho o pastel y una u otra fruta madura y jugoza para tomar como postre.
                Como ya los padres de ella lo habían conocido durante las horas que pasó a su lado y la habían encontrado educado y gentil, no pusieron inconvenientes en que Gloria lo acompañara, así que instantes después llegaban al lugar ocupado por sus padres, encontrando que estos habiendo ya comido se habían quedado profundamente dormidos, uno frente a la otra, con las cabezas pesadamente apoyadas en los parales que separaban las ventanas, mientras la pequeñita lo hacía en los protectores brazos de su madre. Moviéndose con mucho cuidado para no despertarlos, Germán sacó la cesta de debajo del asiento, donde su madre la había vuelto a colocar y revisándola, encontró lo que deseaba. Tomó un buen trozo de pastel de manzana y sendas hermosas y  jugosas peras en sazón que disfrutaron con deleite, regresando después junto a la familia de ella.
                Ya cerca de las siete de la noche llegaron a San Nicolás. Luego de despedirse Germán de los familiares de Gloria y de ella misma, con gran tristeza, no sin antes haber intercambiado las respectivas direcciones. Enseguida regresó presuroso al lado de los suyos, para estar junto a ellos en el siempre problemático momento de la llegada.
                Durante el mes de vacaciones se vieron todos los días. En las mañanas, luego del desayudo, frecuentaban la soleada y muy concurrida playa, disfrutando de los beneficios y muy sabrosos baños de sol y de mar, en compañía de gran cantidad  de familias que, al igual que ellos, habían escogido esa bella población costera como lugar de  solaz y esparcimiento. Por las tardes, después de una larga siesta, se encontraban, al igual que todos los jóvenes veraneantes, en la plaza del pueblo donde podían paladear unos deliciosos helados, charlando, sentados cómodamente en las acogedoras bancas estratégicamente colocadas a la sombra de los grandes y añosos árboles; o paseando por los bellos alrededores. Poco a poco se fueron conociendo, contándose sus cosas mas íntimas, hablando sinceramente de sus deseos y de sus sueños mas recónditos, de sus ilusiones, de sus anhelos de felicidad. Y el amor, como una flor que se abre lentamente ante las caricias de los rayos del sol, fue prendiendo imperceptiblemente en sus jóvenes corazones. El sentía una extraña embriaguez ante la dulzura de sus ojos, ante la tersura y calidez de su piel y su suave olor a flores frescas. Y ella reaccionaba instintivamente a la fuerte apostura juvenil que ya se manifestaba en el, a su ternura y a su sencillez.
                Cuando ya solo faltaba una semana para el final de las vacaciones y el regreso a la ciudad, una tarde, las dos familias se encontraron en la plaza. Y mientras los mas pequeños se desperdigaban jugando por los alrededores, agradablemente sombreados por los árboles centenarios que la cobijaban, y los mas grandecitos se iban a tomar sus acostumbrados helados, los adultos se dedicaron con placer a la conversación, entendiéndose maravillosamente bien y haciéndose, a partir de ese día, inseparables, disfrutando desde ese momento de todas las actividades veraniegas en un solo y gran grupo formado por ambas  familias. Días después llegó el momento del regreso, pero esta vez, las dos familias ya íntimamente relacionadas, ocuparon un mismo sector dentro del tercer vagón, sentándose juntos y compartiendo todos los incidentes del viaje, intercambiando generosamente los preparados de la cesta de alimentos y ayudándose mutuamente con los equipajes y los niños. Germán y Gloria sonreían felices al verlos tan compenetrados, pero, apartándose discretamente del tumulto familiar, se sentaron en una banca lejana. Y luego de un rato de tranquila conversación ella recostó dulcemente su dorada cabecita sobre el hombro de el, durmiéndose casi inmediatamente. Y el, tras observarla dormir plácida y confiadamente recostada en el, dejó escapar un profundo suspiro con el que, inconscientemente daba gracias a la vida por su gran felicidad. Y recostando su recia cabeza sobre el paral de la ventana, sin hacer esta vez el menor caso ni a la brisa ni a la carbonilla, se quedó, el también, profundamente dormido.
 
                _¡Abuelo¡ ¡Abuelo¡ ¡Despierta¡ ¡Ya llegamos. . . ¡
                Cuando Germán levantó lentamente los pesados párpados y abrió los ojos, lo primero que extrañó fue la sensación de algo frío y metálico contra su sien y su mejilla. Y mirando asombrado a su alrededor, comprobó que se hallaba en un coche de ferrocarril ultra-moderno, de los que ahora fabricaban en aluminio anodinado, cristales de seguridad y hermosas maderas; con asientos fijos, acolchados y tapizados en piel, acondicionados con apoya-cabezas y respaldos reclinables para mayor comodidad de los pasajeros. Sentía también a su alrededor el ambiente climatizado artificialmente y veía los pasillos y el piso del vagón alfombrados en un color que combinaba armoniosamente con el tapizado de los asientos. Y sobre su cabeza, al alcance de su mano, un timbre para llamar al mozo si se hacía necesario, y dos dispositivos direccionales uno para regular la salida del aire acondicionado y el otro para la luz de lectura. Y al mismo tiempo que escuchaba las voces infantiles que lo llamaban insistentemente, escuchaba en el fondo, la voz de un hombre que comentaba divertido
-Ahora papá siempre se duerme en los trenes, ´por mas corto que sea el trayecto. En cuanto se sienta, apoya la cabeza en el respaldar de la butaca y comienza a roncar desaforadamente. . . ¡Y luego, lo que cuesta despertarlo al llegar. . . ¡
                Y las voces infantiles continuaban:
-¡Abuelito¡ ¡Abuelito Germán¡ ¡Despierta¡ ¡Ya llegamos¡. . . ¡Vamos, abuelito, despierta ya¡
                Entonces, al mirar de nuevo a su alrededor con el tardo despertar de los ancianos, Germán vio a su lado a una bella y dulce anciana que lo miraba sonriendo con sus grandes ojos castaño-verdosos bañados por la luz de una gran ternura, y una gran cabellera abundante y rizada tal como la recordaba, pero completamente blanca, que le decía;
-Vamos, viejo. . . ¿Qué te pasa? ¿Estabas soñando? Démonos prisa que nos están esperando.-
Y frente a ellos, dos niños pequeños. Un varón y una preciosa niña, muy parecida esta a su pequeña Gloria de antaño, que le habían tomado cada uno una mano y tiraban de el, intentando ayudarlo a levantarse y a salir del vagón. Y mientras, veía a través del cristal fijo de la gran ventana del vagón la modernísima estación, construida en concreto, hierro, cristales y maderas finas, en la que los trenes, para comodidad de sus viajeros estacionaban bajo la protección de altísimos y elegantes techos que las hacían semejantes a imponentes e impresionantes catedrales del progreso. Y observaba a su hijo, un hombre ya, de unos treinta y cinco años, alto y apuesto, junto a su joven esposa, bella y elegante mujer. Y entonces, comprendió. Comprendió que había estado soñando. Y que en ese maravilloso sueño había revivido, paso a paso, los días en que durante un encantador e inolvidable viaje veraniego a la costa, en unión de sus padres y hermanos, realizado en uno de aquellos primitivos y ruidosos trenes que recorrían el país gracias a la fuerza producida por el vapor, había conocido a la joven que, años después, se convertiría en su adorada esposa y quién sería, con el correr de los años, la base de una hermosa familia.
 
 
                       Mérida. Septiembre 1990
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Foto del autor Margarita Araujo de Vale
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RELATO DE UN VIAJE DE VACACIONES.

Palabras Clave: VACACIONES FERROCARRIL.RECUERDOS.

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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