Era un día Viernes de Abril de 2012, llovía a cántaros...

En un rincón de la casa estaba el niño, recibiendo el calor de una estufa a leña, esperando las ricas y enormes sopaipillas caseras con un pedazo de longaniza artesanal y quesito de campo derretido que su madre estaba preparando. El niño, mientras miraba fijamente un rato la tetera que aún no hervía, se preguntó si el mate que iba a compartir con su madre iba a estar tan bueno como siempre.

Después, desvió la mirada hacia la ventana, y observó como las gotas de lluvia chocaban contra el vidrio y las nubes ennegrecidas inundaban la ciudad. Días así de lluviosos eran cosa de todos los días, sobretodo en una ciudad como Puerto Montt, pero para el niño todos esos días eran como si fuera la primera vez que llueve.

Suspiró, y entonces recordó algo: Había tenido una semana muy de porquería, pero valió la pena. Sus padres se habían separado el lunes, cosa que al niño lo impactó profundamente; tanto así que de la tristeza se encerró en su pieza a llorar y a gritar de pena hasta que su voz y sus ojos ya no pudieran más. Lo peor es que justo tenía prueba de matemáticas el miércoles y a pesar de ser él muy buen alumno, el dolor que sentía no le daban ánimos para absolutamente nada, ni siquiera para estudiar.

Su madre, una mujer humilde, trabajadora y esforzada, estaba consciente de la situación de su hijo. Ella había sido muchas veces engañada por su marido, un camionero borracho y mujeriego, y muchas otras veces la maltrataba, pero sin que su hijo notara absolutamente nada. Pero este hombre, por otro lado, cuando estaba sobrio, pasaba la mayor parte del tiempo con el niño, ya sea motivándolo a estudiar, jugando a la pelota o yendo a pescar al Lago Chapo o al Lago Llanquihue fin de semana por medio. El niño era muy feliz con su padre, aunque ignorante de gran parte de los defectos, o por decirlo menos, "su otra cara".

A pesar de todo, su madre y su profesora jefe, preocupadas de lo mal que el pobre niño lo estaba pasando, conversaron con él el Martes y le explicaron la situación de tal manera que él pudiera comprenderlo sin hacerlo sentir peor. Poco a poco lo fue asimilando, pero apenas ha pasado un día y para un niño de 10 años, aceptar la separación de sus padres, aceptar que su padre no volverá jamás y acepta persona que tanto compartió con él tenía otra faceta oculta la cual se la revelaron de sopetón cuando le dijeron que se había ido con otra mujer más joven es un proceso largo y duro.

Al llegar a su casa ese día se puso a estudiar con aún más ganas que nunca. A pesar de no tener a su padre a su lado, el niño, en completo silenció actuó como si no le importara nada, sólo para que al día siguiente en la mañana diera una buena prueba. El miércoles en la tarde, al llegar a casa vio a su madre sentada en el sillón, tejiendo lentamente un chal y con lágrimas en el rostro. El niño rápidamente se sacó la mochila y corrió a abrazar a su madre, la que rompió en un amargo llanto. Durante cinco minutos no se dijeron absolutamente nada, pero el niño pudo notar lo mal que su madre se sentía al dejar a su hijo en esta situación, pero la esperanza de que saldrán de esta juntos como madre e hijo.

Ya con más calma, la madre besó al niño en la frente y le dijo que se fuera tranquilo a jugar, y que si le iba bien en la prueba le daría una muy rica once. Y fue entonces, como al enterarse el viernes en la mañana al decir su profesora jefe los resultados de la prueba, que una sonrisa de oreja atravesó su rostro, que por fin podría compartir un maravilloso momento a solas junto a su renovada madre.

El niño se había sacado un 7, así que se lo merecía...