De un momento a otro
Publicado en Mar 04, 2013
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-¡Los odio!
Emilia salió del departamento azotando la puerta tras de sí y bajó las escaleras a toda prisa. Una vez fuera del edificio aminoró la marcha y emprendió el camino hacia la escuela. Apenas prestaba atención a la gente y a las casas y no volvió la cabeza ni una vez. Iba mirando al suelo y soportando el peso de la mochila en su espalda.
   Estaba harta de todo eso. Harta de tantas peleas por cosas tan insignificantes. Sus padres no la comprendían, parecía que nunca hubieran tenido quince años, pues siempre estaban enojados y no le daban ninguna libertad.
   Pensando en la injusticia de sus padres hacia ella, Emilia llegó a la escuela. Dejó su mochila colgada en el respaldo del pupitre y fue a reunirse con sus amigas que, aprovechando la ausencia de la maestra, estaban platicando en una esquina del salón.
-Hola.
-Hola. ¿Por qué llegaste tan tarde?
-Nada, es que me volví a pelear con mis papás.
-¿Qué pasó? Tú siempre te andas peleando.
-Pues sí, ya sabes cómo son. No me dejaron ir con Rodrigo al cine el viernes.
-¿Por?
-Yo qué sé, nunca me dejan hacer nada.
-¡Pero si nada más era ir al cine! No es justo.
-Ya lo sé. Se supone que por tener quince años me deberían dar más libertad pero es al contrario, ya nunca me dejan salir. Me desesperan. A veces pienso que sería mejor si no existieran.
 Justo en ese momento la maestra entró al salón y los grupos se disolvieron.
-Buenos días, pueden tomar asiento. Disculpen que llegué tarde…
   Pero Emilia no prestaba atención. Miraba por la ventana. El cielo estaba azul y la luz del Sol ya empezaba a asomarse por el horizonte. Las copas de los árboles se movían con un suave vaivén y podían escucharse los silbidos de alguno que otro pájaro.
-¡Emilia!
   La aludida se volvió al frente dando un respingo.
-Haz el favor de prestar atención cuando…
-¡Maestra, está temblando! – gritó alguien al fondo del salón.
   Todos se quedaron quietos y callados y un instante después lo sintieron, cómo si alguien hubiera jalado el piso bajo sus bancos.
-Abajo y cúbranse la cabeza – ordenó la maestra, sin gritar, pero en tono firme.
   Al cabo de un minuto la alarma comenzó a escucharse por toda la escuela y probablemente a varias cuadras a la redonda. La profesora les dijo que se pusieran de pie y salieran ordenadamente. Más de tres  niñas en el salón tenían lágrimas en los ojos y no paraban de sollozar. Aunque Emilia no lloraba, sí podía sentir el corazón latiéndole a mil por hora y un nudo en la garganta.
   Una vez que todos los alumnos estuvieron en el patio, el director subió a la tarima y ayudándose de un micrófono dijo:
-Los alumnos de preescolar y primaria deberán permanecer en el colegio hasta que un familiar venga por ellos. Secundaria y preparatoria puede elegir entre quedarse o volver a su casa, pero antes de irse deben avisar a un profesor.
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Estaba muy calmada para ser verdad. Siempre pensó que si alguna vez se le llegaba a presentar una situación así, no iba a ser capaz de contenerse. Iba caminando hacia su casa lentamente, mirando al suelo una vez más. Tendría que volver con su familia y pasar el resto del día con ellos. Después de la discusión de hacia solo una hora, lo que menos le apetecía era volver a casa.
   Iba sumida en sus pensamientos hasta que por fin alzó la cabeza y vio a alguien corriendo hacia ella.
-¿A dónde vas? –preguntó Emilia. Quién corría hacia ella era su vecina del edificio de junto.
-¡A llamar por teléfono! – contestó sin aliento y sin detenerse.
-¿Para?
-¡Creo que mi mamá está herida! – y diciendo esto pasó justo al lado de Emilia, quién notó que su vecina tenía lágrimas en los ojos.
  Miró a su alrededor extrañada y de pronto comprendió. Familias enteras aguardaban fuera de sus casas, algunos todavía en pijama y envueltos en sábanas. De un momento a otro su corazón recuperó su velocidad anterior y echó a correr hacia su edificio.
-Por favor, no, por favor, no…
   La mochila dejó de molestarle y mantuvo todo el tiempo la vista hacia el frente. Cruzó la calle sin fijarse y al dar la vuelta en la esquina lo que vio la hizo detenerse en seco: ahí, al otro lado de la calle, yacían los restos de lo que había sido un edificio. Su edificio, en el que ella, su padre, su madre y su hermano, habían vivido durante más de dieciocho años. La gente corría de un lado al otro presa del pánico. Estuvo congelada ahí durante más de dos minutos, con gente pasando a toda velocidad en frente suyo. Ni siquiera podía llorar. A lo lejos se escuchó la sirena de una ambulancia y solo entonces rompió en llanto.
-No – sollozó-. No.
  Estaba sola. De un momento a otro todo había quedado destruido. Su casa, su familia… su vida.
-¡Emilia!
   De repente sintió que alguien la abrazaba y volvió la cabeza.
-¿Mamá?
-Hija, pensé que…
Pero no terminó la frase y la sujetó aún más fuerte.
-¿Qué pasó? Pensé que… ¡Nuestro edificio…!
- No le pasó nada, fue el de junto el que se derrumbó. –contestó su padre, que aguardaba con su hijo mayor al lado suyo.
-¿Lloraste hermanita? –preguntó su hermano con los ojos rojos pero una sonrisa maliciosa en el rostro.- ¿Qué pasó con “los odio” y “desearía no tener que vivir aquí"?
 
 
DRE Camaleón 
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Foto del autor Daniela Rodrguez
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Descripción

Y de pronto comprendi. Su corazn recuper su velocidad anterior y Emilia ech a correr. Ni siquiera poda llorar. No poda creerlo: estaba sola.

Palabras Clave: De un momento a otro soledad familia dre camaleon edificio casa hogar amigos peleas temblor terremoto

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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