Más allá del tiempo. Capítulo I.
Publicado en Jan 26, 2013
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Capítulo I
Luis Caballero y Góngora Galán
Santiago de Chile, Virreinato del Perú
7 de octubre de 1795
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Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
 
Aristóteles. (Ἀριστοτέλης) (384 a.C – 322 a.C.).
 
Era un día gris, húmedo, encapotado, el tipo de clima que hacía que uno anhelara la lluvia. Ningún viento agitaba los jardines que rodeaban el sombrío edificio, donde se asentaba el Real Convictorio Carolino de Nobles[1]. El aire era denso y pesado, y a Luis se le pegaba la ropa a la piel. También hacía calor. Demasiado calor. Salía caminando, cuando escuchó los gritos:
— ¡Bastardo! Luis es un ¡Bastardo!, —gritaban a coro dos de los niños del colegio donde la más alta aristocracia de Santiago enviaba a sus vástagos.
            Luis mostró serenidad ante las voces, los miró con altivez y desprecio, irguiendo la mirada y caminando lento, ignorándolos completamente,  Pepe Toribio[2] no pudo guardar la misma compostura, no sabían ninguno de los dos que significaba la palabra, para José era claro que se estaban burlando de su amigo y compañero, a quien admiraba hasta la veneración, enfurecido e impotente al ser los otros niños más grandes y fuertes, tomó una piedra de la vereda del camino y la asestó con providencial puntería en la frente del más grande y gordo de los que hacían mofa, ante el impacto un borbotón de sangre le corrió por la cara, dejando al púber paralizado por la sorpresa de la respuesta inesperada y con terror al ver correr su propia sangre.
            Su compañero Marco Antonio, primogénito de la familia Almagro y de la Cava, que superaba por una cabeza la altura de Luis, quiso cobrarse la afrenta y se abalanzó contra ambos de manera torpe, lo que fue aprovechado por Luis quien tomó una vara firme cercana del árbol, le cortó con un rápido movimiento de la pierna derecha las ramas pequeñas que le sobresalían y presto colocó la punta de la misma en el pecho del nuevo agresor.
            —Aunque lo que tengo en la mano no es una espada, la ventaja es mía, te aconsejo que auxilies a tu compañero y olvidemos todo. — advirtió Luis.
            La amenaza directa no surtió efecto, el adolescente molesto por su amigo descalabrado, trató de hacerse de la vara, al intentarlo, la vara voló de su pecho para dar un golpe certero justo en medio de sus piernas, al doblarse por el dolor del impacto, recibió dos rápidos destellos uno en el cuello, otro en la mejilla, en el siguiente instante la punta de la vara se introducía peligrosamente en una de sus fosas nasales.
            Luis, con varios años de práctica de esgrima, con voz suave y segura le dijo:
            —No intentes hacer más, no quiero lastimarte más de lo ya he hecho, ayuda a tu amigo que el sangrado parece estar disminuyendo y llévalo a tu casa, guardemos silencio sobre lo acontecido y yo no diré a todo el Convictorio que tú y tu amigo, ambos de catorce años han sido humillados por uno de trece y otro de once.
            —También puedo acudir con Don Miguel Palacios[3], que me tiene en buena estima, tú bien sabes que en la semana santa siempre soy el primero en acudir a los hospitales para acompañar y leerles a los enfermos dándoles consuelo, y eso cuenta.
—Concluyó Luis.
            Marco Antonio comprendió que no tenía sentido insistir más y auxiliando a su amigo emprendió la retirada.
Cuando los frustrados agresores se perdieron de vista, Pepe y Luis festejaron con risas el encuentro, llegaron a la Mansión del Marqués de Larraín, se asearon y se vistieron formalmente para tomar la cena aún cuando no había invitados esa noche, sin haberse puesto de acuerdo ni comentado previamente el incidente, después de saborear el postre que era una natilla con leche quemada, Pepe Toribio le preguntó abruptamente a Doña Josefa[4].
            —Madre, ¿Qué es ser un bastardo?  Doña Josefa, los vio a ambos gravemente por encima de la taza, mientras tomaba el Té de flores de manzanilla que personalmente desecaba y les respondió con voz serena.
            —Bastardo es una palabra que no debe ser empleada por un caballero, jamás mencionada por un marqués, y menos repetida por una dama.
            —De acuerdo Madre, no volveremos a mencionar esa palabra. ¿Antes podrías decirnos lo que significa?
            —Bastardo es aquel cuyo origen de su nacimiento está en entredicho.
            — ¿Por qué le dijeron eso a Luis?, dos niños le gritaron a la salida de clases, antes de que el cochero llegara por nosotros.
            —Lo platicaremos en su oportunidad, ahora a lavarse y a hacer sus deberes.
            Para Doña Josefa, Luis se había convertido en el reemplazo de sus hijos Francisco y José Santiago, el primero muerto a los dos días de nacido y el segundo a los dos años.
            Por la noche, ya dormido Pepe Toribio, Luis recibió la visita de Doña Agustina de Rojas y Gamboa de Portales Irarrázaval, madrina de bautizo del pequeño José, era un integrante más de la familia desde que Don Agustín de Larraín y Lécaros el rico minero, había muerto hacía diez años.
            De la misma manera como Doña Josefa había adoptado prácticamente a Luis, en lo material, ya que los envíos para su manutención que ahora llegaban desde Córdoba a partir de 1789 y antes directamente de Nueva Granada se depositaban íntegros en una cuenta del menor para cubrir sus gastos universitarios o lo que el decidiera a su mayoría de edad; Doña Agustina la madrina de José Toribio, había adoptado espiritualmente a Luis, le había preparado en catequesis, para que hiciera su primera comunión, la cuál había sido realizada hace un año, porque había tenido que esperar a que José Toribio tuviera también una edad apropiada, para realizarla juntos.
            —Mama Tina, ¿Quién es mi padre? ¿Por qué nunca le veo? Solo recibo sus regalos, religiosamente el 17 de septiembre en mi cumpleaños, en Navidad y no sé porque recibo siempre también otro regalo con la carta más larga y complicada el día 2 de febrero, siempre más melancólica, y realmente no sé el porqué.
            —Luis, hijo mío, le dijo dulcemente Agustina, solo puedo decirte ahora que tu padre es Caballero y Góngora, que tu segundo apellido es Galán, que para la ley no eres definitivamente ningún bastardo y que debes de estar orgulloso tanto de tus raíces paternas que son de gran alcurnia y de antiguo linaje, como de tus raíces maternas, que llevan la sangre de un gran luchador y revolucionario como lo fue tu Abuelo José Antonio.
            —Tu sangre es el crisol donde se funde la sangre de grandes hombres. Ya te platicaré en detalle algún día y seguramente tu padre lo hará, tal vez incluso te pida que viajes a España donde él vive en la actualidad.
            —España... me gustaría conocer, también me gustaría viajar a otros lados, he escuchado historias tan apasionantes de la Nueva España, de Nueva Galicia y de la nueva nación americana que no sé si me alcance la vida para viajar todo lo que yo quisiera. ¿Entonces, no soy un bastardo?
            —No Luis de mi vida... no lo eres. Ahora, déjame también adelantarte algo, generaciones atrás, un antepasado tuyo, siendo bastardo... fue rey.   Algún día te contaré todo.
            — ¿Por qué no ahora?
            —Porque entre otras cosas ya es tarde y debes dormir.  Y mucho cuidado con provocar pleitos en la escuela, o iré personalmente a jalarte las patillas enfrente de tus compañeros, —acompañando las palabras al tiempo con un gesto de amenaza, un guiño y una sonrisa—.
            — ¡No! —Gritó un divertido Luis—.  ¡Las patillas no!
            —Mientras se escondía riéndose abajo de las sabanas.
            —Ahora serio, que voy a darte la bendición y un beso de buenas noches.
            —Sí, mamá Tina, gracias.
            —Que tengas dulces y tranquilos sueños. — Se despidió Doña Agustina.
            A los pocos minutos Luis se encontraba profundamente dormido y la excitación de los eventos del mediodía empezó a manifestarse oníricamente.
            Los sueños de Luis Miguel Antonio Caballero y Góngora Galán, fueron todo menos tranquilos, dulces tal vez, cabalgando un negro corcel, batiéndose a duelo con espada y lo más perturbador, soñaba que en su lecho se encontraba una gentil muchacha, la cual no sabía cómo había terminado en su cama, el rostro era el angelical de la vecina que veía en la iglesia, el cuerpo era una fusión entre las piernas de la esclava negra que hacia el lavado y almidonado de la ropa y los senos turgentes de la  india que ayudaba en la cocina, la blanca piel de él se fundía con la de color canela que finalmente había tomado en el sueño la de la mujer que tenía a su alcance, hundía su rostro entre sus piernas y aspiraba su aroma, sentía el calor, la urgencia en el interior de su ser, el sueño fue tan vívido, que  produjo que su cuerpo explotara como un volcán;  al despertar, su camisón blanco estaba totalmente manchado.                         
 
           (—5, V)
 
 
 
 

[1] Todos los alumnos del Convictorio Carolino debían de ser hijos legítimos y de padres virtuosos y honrados.
[2] José Toribio de Larraín y Guzmán. (marqués de Larraín) (1784-1829) político y militar criollo, que luchó por la Independencia de Chile.
[3] Miguel Palacios. Rector del Convictorio Carolino (1786-1798)
[4] Josefa de Guzmán y Lecaros, viuda de Agustín de Larraín (1746-1784), madre de José Toribio y tutora de Luis Caballero y Góngora Galán.
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Descripción

Capítulo I de la novela histórica: "Más allá del tiempo" de Enrique Caballero Peraza, trata sobre la infancia de Luis Caballero y Góngora Galán, en Santiago de Chile.

Palabras Clave: Luis Caballero y Góngora Galán Caballero y Góngora Chile ancestros Enrique Caballero Peraza Caballero Peraza

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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