CUANDO LAS HOJAS CAEN
Publicado en Dec 20, 2012
Eran las dos de la madrugada y no dejaba de llorar. Llevaba casi cuatro años allí y nunca le había sucedido algo similar; había tenido alzas y bajas como cualquier otra persona, así como los árboles afrontan el paso de las estaciones naturalmente, pero nunca se había sentido como ahora. La penumbra se había apoderado de aquella fría y solitaria celda, en la cual las horas y los días pasaban sin que su huésped se diera cuenta. De vez en cuando, solo el murmullo de los grillos se dejaba escuchar, además de los sollozos de Mariel. El frío le helaba los pies descalzos, finos, delicados aunque no cuidados. Una araña bajaba en su tela, le susurraba oraciones al oído. Ella las seguía al pie de la letra, estallaba en sollozos al recordar su vida fuera de allí. Extrañaba su casa que había decorado con tanto amor y entusiasmo, pero sobre todo al jardín, aquellos rosales cuyos aromas engalanaban a los transeúntes y el pino majestuoso, tierno. El pino parecía que también le extrañaba a ella. Ya no era lo mismo en verano, ni en primavera; el presente solo era otoño para el, como si todo hubiese dejado de importarle, sus ramas enfermaron y sus hojas comenzaron a secarse aunque fuere primavera como si hubiese escogido estar en otoño perennemente. Como Mariel que estaba cada vez mas seca y vacía desde aquel fatal momento cuando la venganza y el odio la marcaron. Unas cuantas monedas y todo estuvo arreglado. Aquel día de sol Mariel sonreía plenamente a la vida porque al fin tendría una hija. Pero la frialdad de unas esposas cegó esa felicidad. La niña ya no estaba mas, se había marchado en octubre, justamente cuando las hojas caen.
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Richard Albacete
lourdes aquino