Una lágrima pesada recorrió mi mejilla
era lenta, única e involuntaria.
Sentí la sal que su recorrido
dejaba sobre mi piel caliente
y no la acepté,
me la sequé en un impulso brusco.
Más el camino húmedo
que delataba en mi mejilla su existencia;
frágil, pero sincera
atacó a mi razón.
Tu voz, apenas en un susurro, continuó
y mis ojos lucharon contra otra
más densa
que empañó mi visión.
 Desconocida, hasta entonces
esa sensación,
ajena a los caprichos y a las tristezas,
nacida repentinamente
me avergonzó...
Tus manos detuvieron a las mías
y entonces; ella, segura, resbaló.
 Me explicaste,
mirándome a los ojos enrojecidos,
que no siempre se llora por dolor,
que a veces una frase sincera
nos endulza el alma
hinchándola de emoción...
Me contaste que cuando guarda algo inmenso
se desborda con lágrimas distintas;
lágrimas con forma de corazón.
Hoy me dijiste que me amas
y comprendí que necesitaba
elevar las compuertas de contención.
Hoy experimenté el mejor llanto,
el llanto inexplicable del amor...