LA CHICA DE LA DISCOTECA
Publicado en Dec 06, 2012
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Una gran esfera de mil colores acompañada de otras más pequeñas, penden del techo de la discoteca.
Montones de destellos siguen el ritmo frenético de la música  que retumba en mí estomago como si estuviese en el.
La pista está medio vacía. Es jueves y la mayoría de los clientes habituales tienen obligaciones que cumplir.
Yo, ya no tengo ninguna, por eso estoy  allí.  Me gusta ver como se divierte la gente joven.
Ese día no hubo diversión. 
Frente a mí, una chica preciosa, observa obstinada su baso vacío. No veo sus ojos, pero el rictus de sus labios es de amargura.
Pienso irme. No me gusta ver sufrir a nadie.
En el momento en que yo me levanto, la muchacha hace una señal al camarero. Entonces si veo sus ojos. Son grandes y de un verde precioso. La tristeza que veo en ellos, hace que vuelva  a ocupar mí asiento.
¿Qué motivos puede tener esa chica para estar tan triste?
Pido una Coca cola y sigo mirándola intrigada.
 Su rostro parece de cera. Ni un ápice de maquillaje. La verdad es que tampoco le necesita.
Sus  maravillosos ojos brillan, quizás más de lo normal, dan la sensación de ser enormes, demasiado grandes pero preciosos.
El camarero llega con dos botellas de licor. Se acerca a la chica,  y antes de servirle le dice algo.
A mí me  ha parecido que decía ¡No deberías beber más!
La chica se encoge de hombros y entrega un billete al camarero. Este, resignado vierte parte del  contenido de las dos botellas en el baso e intenta retirarse,  pero ella lo sujeta por el brazo y le indica que lo llene. Con un suspiro, el camarero cumple la orden y se retira.
Me he fijado en los ojos de  aquel muchacho. juraría que he visto una lágrima.
Sigo observándola. Cualquiera se daría cuenta, pero ella no se fija en mí tiene la mirada perdida, Dios sabe donde.
Nuestros ojos se han cruzado. Ella no ha intentado retirar los suyos. Un escalofrío recorre todo mí cuerpo. Esos ojos dan miedo. Mucho miedo. Son claramente un presagió de destrucción.
El camarero, tan triste como impotente, ha llenado una y otra vez el baso sin rechistar. Sabe que sería inútil. Lo único que lograría es que fuese atiborrarse de alcohol a otro bar.
Ahora la muchacha, apoya la cabeza en el respaldo de la silla. Ya no está tan bonita, y su bello color se ha tornado amarillento. Sus manos tiemblan inseguras y sus ojos han dejado de ser grandes.
Siento una gran pena. Quisiera acercarme y poder ayudarla, pero algo me dice que sería inútil o empeoraría las cosas.
Mirándola descaradamente desde mí observatorio, espero que abra los ojos.
Parece dormida. Sin embargo no lo está. Por entre sus párpados abandonados se han filtrado unas lágrimas, que ruedan silenciosas por sus mejillas hasta perderse en el rictus amargo de su boca. Las ojeras, son desmesuradas y profundas, de un azul violáceo  que crece por momentos.
Me estoy poniendo muy nerviosa. Decido que me arriesgaré. Iré a su lada y le preguntaré si puedo ayudarla.
En ese mismo momento, ella se levanta, coge el bolso y tambaleándose se aleja.
Creo que se va, y me dispongo a seguirla. Luego me fijo en el camarero. Está sirviendo a otros clientes, pero no la pierde de vista.
En ese momento ella, se dirige a los servicios. Entonces yo pido otra bebida y vuelvo  ha ocupar mí lugar.
Han pasado varios minutos, en los cuales no he perdido de vista la puerta de los servicios. He visto al camarero atravesar esa puerta y volver enseguida.
Estoy segura que ella sigue allí. Me acomodo en mí asiento para esperar lo que haga falta.
Ya estaba empezando a perder las esperanzas, Cuando en la puerta de los lavabos, apareció ella.
Se había peinado y volvía ha estar preciosa.
Era increíble, ni siquiera temblaba. No parecía la misma persona  que hacía poco había entrado por aquella puerta. Volvió a  ocupar su lugar y luego llamó al camarero.
El pobre hombre acudió rápidamente y le vi conversar con ella. está vez no pude escuchar nada.
El camarero volvió  a  llenar el baso que ella vació de un trago y poniendo un billete  sobre la mesa dijo en voz alta.
-¡Sírveme más!   Sus  ojos se han fijado en los míos el brillo de aquella mirada me horroriza.
Comprendo el por que de aquella mejoría tan rápida. La chica había ido a los lavabos a drogarse.
Estaba contenta y levantándose muy segura se dirigió a la pista y comienza de nuevo su baile.
Su cuerpo esbelto se mueve con maestría y encanto, eso sí, un poco mecanizado. Su rubia y larga melena se balanceaba  al compás de la música.
Se acerca a mí mesa  y sin mediar palabra, hace suyo el contenido de mí baso. Después vuelve  a la pista.
Lleva bastante tiempo bailando, suda copiosamente y habían vuelto aparecer las terribles ojeras. Está vez son  más profundas todavía y el circulo morado contrasta con  la palidez de su rostro.
El camarero, no la pierde de vista, pero no acude a su llamada.
Ella apura  el contenido de otro baso. Su dueño la mira asombrado pero el dice nada.
La chica seguía bailando, pero el movimiento de sus brazos ya no era armonioso, más bien parecían dos enormes alas de pájaro rotas y cimbreadas por el viento.
Se agotaba implacablemente. La droga y el alcohol ya eran los dueños absolutos de aquel precioso cuerpo, ya casi sin control.
En su danza desesperada, había perdido todo su encanto. Ya no habría los ojos, solo intentaba seguir bailando y cada vez estaba más agotada.
Mire al camarero. El hombre lloraba libremente.
Acercándome  a él, le pregunte:  ¿No deberíamos hacer algo?
El hombre con la voz rota, me contestó;  ¡Nadie puede hacer nada! Ella ha planeado su muerte, y yo tengo que verla morir aunque se me parta el alma.
¡Eso es ¡ pensé rápidamente. Su baile era una danza de muerte. Una danza de muerte tan macabra, como debía de haber sido su vida.
En un arrebato. Inocente de mí. Me propuse sacarla de allí y llevarla a un hospital.
No había dado yo dos pasos, cuando el cuerpo de la muchacha se desplomó contra el suelo.
Cuando llegue hasta ella, sus ojos verdes volvían a estar abiertos, pero está vez no me miraban a mí. Estaban fijos en la esfera de mil colores.
Detrás de mí, el camarero anegado en llanto la contemplaba.
Luego, arrodillándose beso sus labios mientras repetía: ¿Por qué no me quisiste a mí, por qué no me quisiste a mí? Luego se levanto e hizo una llamada telefónica.
Poco después una ambulancia blanca se llevaba a la chica de la discoteca.
El camarero se fue con ella.
Como es natural, no pude dormir durante muchas noches. Mi pensamiento vagaba alrededor de la chica de la discoteca.
Me hacía un montón de preguntas. ¿Cómo se puede escoger un sitio y una forma de morir?
¿Por qué el camarero si lo sabía no se lo impidió? ¿Por qué, por qué? Un montón de preguntas se almacenaban en mí cerebro y me sentía un poco culpable.
-Intentaré hablar con el camarero.- Me dije.
Una noche fui a la discoteca y busque al camarero.
Después de un saludo más bien frío, intente hablar con el hombre que parecía la había amado tanto.
Por suerte el hombre tenía ganas de desahogarse con alguien y me lo contó todo: Por lo visto la causante de todo fue su propia belleza.
Ella sabía que era muy bonita y picaba muy alto. Era casi una niña, tan solo tenía quince años, pero aparentaba más. Un pez gordo se encapricho de ella y se la llevo a penas cumplió los diez y ocho. Al pez gordo no solo le interesaba su belleza, si no le que está podía producir.
Así es como la inició en la droga y todo lo que no debía haber conocido nunca.
Ella sabía que yo la quería. Pero era poca cosa para ella. A pesar de todo siempre me contaba sus problemas. Por ella pude saber que estaba perdida en el mundo de las drogas y el alcohol.
Quise ayudarla. Pero ella no quería salir de ese mundo.
La tragedia quiso que su madre cansada de pelear contra un imposible, se suicidara. Y un amanecer, se colgó de una de las vigas del desván de su casa.
Cuando la muchacha se enteró, se sintió tan culpable que decidió suicidarse ella también. Ya no la quedaba nada en esté mundo, y ya no tenía ganas de vivir.
Yo la pedí por favor que me dejara ayudarla. Que yo la quería, que haría lo imposible para que recuperará  su vida.
Me dijo, que ella no tenía vida, y que mí amor no le interesaba para nada.
Llore mucho. Luego me convertí en su guardián oculto.
Hubiese dado gustoso mi vida por la de ella. Pero ella no quería vivir, y contra ese no se puede luchar.
Hace mucho tiempo que la he visto morir todos los días. Yo sabía que no podía aguantar  mucho más. También sabía que ese era su único deseo. El final de su vida, como todo lo demás  lo escogió ella, y como siempre estaba equivocada.
Los ojos del camarero, están secos, Pero una pena infinita se reflejaba en ellos. Tan infinita que yo se que nunca la olvidará.
Lo mismo me ocurrió a mí. Desde ese día jamás pise una discoteca, y jamás podré olvidar, el baile de muerte de la chica de la discoteca
 
 
                                                                                                      
                                       A. Rico
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Descripción

relato de un drama

Palabras Clave: amor droga pena

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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