Qué surcos tan profundos domina el campesino,
qué tristezas más hondas de verse desterrado;
los pies ya no le huelen a carne y su nariz
roja respira a mi México acondicionado.
 
La sal de tierra alquila un cuarto con vista al mar
y con pantalla plana para no ver el mar.
 
Qué surcos tan profundos soporta el campesino;
sus hijas ya olvidaron que en la tierra están ellas,
y van sin ellas mismas a conocer el mundo:
golondrinas sin patas, vestidas de grosella.
 
El maíz en la torre latinoamericana
es feliz, sabe que el cielo es más alto que el trigo.
 
Qué olvido tan cuadrado se escucha en las ventanas
de su casa solita vuelta un moño moreno;
el pelo del aire le despeina su andadura…
qué surcos tan profundos te envuelven, campesino.