Captulo XI. Mis tias, una historia novelada.
Publicado en Nov 26, 2012
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Capitulo XI. "Crónica de una familia"
Continuando con las memorias que albergo en las membranas de mis pensamientos, llegó el
turno a mi tía Dolores, a quien le dedico a título póstumo los siguientes párrafos.
Nació en Casariche como el resto de las hermanas, una niña preciosa que hizo la delicia de sus padres, también de su tío Luciano, y como no, de sus abuelos que aun vivían.
Siendo yo muy pequeño, algunas tardes me dedicaba a ir a la huerta de Dolores. A veces solo,
otras, con mi hermano Fernando o acompañado de cualquier amiguillo.    La huerta estaba situada a unos cuatro kilómetros de casa, nada lejos.  Había tres caminos para llegar; uno por el camino de la Molinilla, frente a la casa de calle Triana, o por la Estación, haciendo el recorrido junto a las vías del tren hasta la linde de la huerta; y la última, por el camino de la piscina,  por donde se llegaba con automóvil cuando nos visitaban los franceses.
Bien, pues recuerdo algunos  paseos hasta la huerta.   Allí nos recibía siempre con gran cariño Dolores -o Dolorsitas como le llamaba cariñosamente mi madre-   Mi tía nos obsequiaba con la merienda, un buen hoyo de pan con aceite, amén de cuanta fruta quisiera.  Allí estaban
nuestras primas, Ana, la mayor, Antonia, María, Loli y mi primo Manolito,  único barón. 
A veces en el camino me paraba a comer algo de los frutales,  recuerdo que un día se me antojó comer tomates y al cuarto o quinto mi prima Loli -que pasaba por allí- me advirtió
que podía hacerme daño. Ir a la huerta era divertido, compartía con la familia, mi tía me daba algún canasto de fruta para casa, otras veces iba simplemente a coger hierba para darle de comer a un bonito conejo blanco que me habían regalado.  El edificio de la huerta lo
recuerdo  de dos plantas; sobre una plataforma de obra de un metro aproximadamente, por lo que para acceder había que rodear, los animales tenían entrada directa a los corrales, allí había
caballos, mulos, perros, gatos, gallinas y otros que ahora no recuerdo.  Enfrente, un arroyo que se aprovechaba para lavadero, más abajo, una choza para algún imprevisto, para no subir al baño de la casa.
Mis pretensiones eran montar en el burro o en la mula, siempre en el supuesto que coincidiera con las faenas de labranza.   A veces acudía a la era por si estaban trillando, para subirme al 
rastrillo, tirado por una mula bien entrenada, dando vueltas sin parar por su superficie para desgranar el trigo. Dolores era muy generosa, me cuentan, que había comprado unos zapatos para Manolito, para estrenar en la Feria. Pero llegó un necesitado pidiendo y no dudó en darle los zapatos. Le hacía más falta que a mi primo. Así era nuestra tía.
Pronto llegaba la noche, y mucho antes, advertido por ella había que partir de regreso
a casa.  ¡Que no te coja la noche, se va hacer tarde!
Dolores estaba casada con Antonio Parrado, agricultor de toda la vida. A mi opinión una persona muy afable.  Prudente, afectuoso y hombre de campo, sus temas de conversación con mi padre -y que yo observara- eran  casi siempre los mismos, el tiempo, trabajo y también el flamenco, ya que mi padre también era aficionado.   Lo recuerdo corpulento con su sombrero de ala ancha para reservarse del sol.  En sus visitas a mi casa, lo más preciado para él era el botijo; agua fresca que bebía al alza en largos tragos. Antonio era muy estimado por mis padres, falleció en 1987 y Dolores en Mayo de 1995.
En la actualidad, mi prima Ana, casada con Fernando Parrado Graciano, vive en Hondón de las Nieves, un municipio alicantino de la comunidad valenciana, tiene cuatro  hijos, tres varones y una chica. Jubilada de Magisterio.   Mi prima Loli, casada con Pedro Baena Aranda, (de Alcaudete) reside en Linares (Jaén) es madre de dos varones.  Manolo que vivió algún
tiempo en Alemania, está casado con Encarnación Gamero Moriana;  padre de un varón y una chica. Mantiene la actividad agrícola de rango familiar;  además es granjero. En sus ratos de ocio disfruta como gran aficionado al flamenco, directivo de la Peña  "Tertulia del Cante Jondo Manuel Herrera Rodas" le gusta la caza, viajar y reunirse con los amigos en torno a una mesa
para jugar al mus o al tute. Para todo tendrá tiempo, ya que pasará a ser pensionista a partir de febrero del 2013.
La tía Narcisa, vivió una niñez similar a la de sus hermanas, alegre y divertida que en su juventud sintió la llamada de Dios.  Fue algo divino, se trataba de una chica muy noble, ayudando siempre a su madre en las tareas domesticas, y también ayudaba al cura a las catequesis en la Iglesia, para los niños y niñas que iban a hacer su primera comunión.  Es decir la joven le atraía los asuntos de iglesia, quizás la llamada divina la encontró en la Iglesia Nuestra Señora de la Encarnación, tal vez enseñando a rezar a los niños o explicando el Catecismo. Se cuenta que Narcisa en su juventud tuvo un desengaño amoroso y este hecho
contribuyó a meterse a monja. Corría el año 1942, en plena posguerra cuando Narcisa se consagró como monja en un Convento sevillano. Fue a partir de entonces cuando la tía Carmen se trasladó a vivir en Sevilla, a instancias de su hermana monja.
De piel muy blanca y textura tierna, así recuerdo cuando  apenas contaba yo 19 años, se conmemoraba su 25 aniversario de consagración religiosa en el Convento de Clausura del Espíritu Santo, ubicado en la calle Feria, (por Ronda de Capuchinos) 
Yo conducía un Seat 850 blanco, recién comprado, vivíamos en Puente Genil,  fui el encargado de llevar  a mi madre. Allí se encontraban las tías  Dolores  y Josefa acompañadas de Manolito y Miguel. También asistió a la ceremonia, una joven de Casariche que estudiaba en
Sevilla. Se trataba de Aurora, al parecer residía en la abadía junto a Narcisa;  más adelante fue esposa del primo Miguel en sus primeras nupcias.
Tuvimos que madrugar para llegar a tiempo, no era muy experto en el volante y nos
perdimos varias veces por Sevilla antes de llegar al Claustro.  Fue un día esplendido,  un viaje relámpago de ida y vuelta que no olvidaré.  La única vez que vi a Narcisa.
Mi tía Juana era la gran desconocida para mí. Me cuentan que en su niñez no se veía en la calle
como el resto de las hermanas. Ella permanecía en la casa sin ganas de jugar, ni de comer ni de pasear.   Alejada del mundo, sin apenas relacionarse con amigas, llegó a la cumbre de su juventud acompañada de una inseparable enfermedad que la hundía en la tristeza más
profunda.  ¿Que había hecho ella para merecer tanta ingratitud?
Desde la niñez y adolescencia Juana sufría un padecimiento de ataques epilépticos,  sus hermanas vigilaban y atendían en los momentos críticos, Juana representaba el dolor y el sufrimiento en su propia persona.
Vivió siempre en Casariche, un buen hombre se enamoró de ella y prometió quererla y cuidarla
en todo momento. Se trataba de Juan Parrado de apodo "Tabletas", un joven mecánico del pueblo, excelente persona, que la llevó al altar para contraer matrimonio.  
Mis recuerdos del tío Tabletas son algo lejanos en el tiempo, yo tendría unos siete años, en cambio, imposible de memorizar  a Juana que falleció cuando yo tenía un año; hermana de mi madre, dicen  que escasamente salía a la calle, por temor a  sufrir los fatídicos ataques fuera de su hogar. Hablar de Juan "Tabletas" como le llamaban en el pueblo,  me da vibraciones positivas, cariñoso pero también una persona  algo cerril en lo profesional como decía mi padre. De función, mecánico, herrero fraguador, tenía un taller en la carretera de Badolatosa, próximo al túnel de entrada al pueblo, allí todo se arreglaba.
Alto, moreno y corpulento, unos brazos bien forjados del duro trabajo que ejercía en
el taller, que le eximían de camisa, con solo una camiseta de tirantes y bullido pelo en el pecho. Sus pantalones azules ennegrecidos,  cara y brazos teñidos por el hollín de la
fragua, hacían de su imagen fuese inconfundible en el pueblo.
En cuanto a lo personal, muy ligado a mis padres, muy servicial, y afectivo con todos nosotros,  recuerdo que él me subía a la cabecera de un tractor de aquellos años cincuenta, y me dejaba conducir por la calle Triana con su ayuda.
Como buen herrero  se le presentaba en el taller las cosas más insólitas para arreglar. Dice mi padre que un día que el visitó su taller, estaba Juan bastante enfuscado con una máquina de hacer fideos que al parecer estaba atrancada, propiedad de una fábrica de harinas que existía en el pueblo.  La maquina funcionaba con un sistema de rodamiento impulsado por la fuerza de dos hombres que empujaban a cada lado por ambas manivelas, la masa entraba por un cono hasta unos  orificios por donde salían los fideos.   Al parecer por mas que fue examinada la
maquina no había formas de  desatascarse y en un momento de euforia  invito a mi
padre a que le ayudara, le dijo -Fernando coge tú la otra manivela y aprieta cuanto puedas- Mi padre así lo hizo mientras el ejercía la máxima presión que les daba sus brazos, hasta que la maquina echó por su salida un gran tornillo de los que inmovilizan los raíles del tren a las traviesas, era enorme -decía mi padre- ¡que bruto el tío Tabletas, por poco nos cargamos la maquina!
Juana no tuvo descendientes. Por desgracia, me dicen que murió víctima de su propia
enfermedad precisamente el Día de su onomástica, San Juan Bautista, en el año
1949. El Día de ambos.  Para los creyentes, el cielo envió a su Santo para que la elevara al cielo y descansara junto a sus queridos padres.  Aquel día, Juana hacia la colada. Tras  un ataque inesperado, quedó  inconsciente  con la cabeza dentro de un barreño, falleciendo ahogada.
¡Cuánta desdicha y que final más cruel para una persona que vino al mundo solo para sufrir!  La tragedia fue comentada por todo el pueblo, recibiendo la condolencia general.
La vida que  es sabia, supo compensar a Juan de tantos sufrimientos y un buen día conoció a Adelita,  una mujer encantadora, muy simpática y cargada de humor; Juan recuperó la felicidad, contrayendo segundas nupcias con ella, de la que no tuvieron descendientes.
Mi madre Fuensanta, nació a los 12 años de estar casados sus padres. La bautizaron un 27 de octubre de 1914, aunque ella nació a las 1 de la noche del día 31 de agosto del mismo
año, nació en la casa de sus padres, calle Fuensanta, 5.
En la partida correspondiente de la Iglesia de la Encarnación, que reproducimos los datos generales, nos llama la atención la profesión que se le da a su padre. Por primera vez leemos su dedicación a la industria, cuando en la partida anterior de matrimonio, se especificaba de labrador. 
En la citada partida bautismal se indica expresamente que el cura de la Iglesia don Francisco Mª León, bautizó solemnemente a la niña y contactamos la presencia en la ceremonia de dos ministros de la Iglesia que sirvieron de testigos, como veremos más adelante.
Le pusieron el nombre de María de la Fuensanta de la Santísima Trinidad, fueron sus padrinos su tío Luciano Borrego Cano, que contaba en aquellas fechas 42 años; y su mujer Carmen Cabezas Villalba; padrinos de lujo ya que eran los más acaudalados  del pueblo,  siendo los testigos Jerónimo Parrado Moreno y Juan Parrado López, ministros de esta Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación de Casariche.
Su padre en esas fechas tenía 38 años y su madre 33, aunque jóvenes para nuestra
época, en aquellos tiempos significaba cierta madurez.
La niñez de Fuensanta transcurrió como las del resto de sus hermanas, en primer lugar destacar que recibió el pecho de su madre, una niña sana y preciosa que se hizo jovencita
muy pronto, ya que los años vuelan en esa casa. Hizo su primera comunión en la
Iglesia de la Encarnación junto con su hermana Dolores.
Previo a esta confirmación, recibió clases de catecismo en la parroquia que el cura
compartía con todas las niñas que iban a celebrar su primera comunión, todo ello en el año 1922. Fuensanta no le faltaba detalle en su primera comunión, un vestido blanco bordado nuevo, ya que el de Carmen le sirvió a Ana María y ahora con unos arreglos le serviría a Dolores. Por tanto no tuvieron más remedio que confeccionar uno a medida para Fuensanta, con ocho añitos.  Las niñas hacían la primera comunión antes que los niños, por aquello que aprendían con mayor rapidez la doctrina,  oraciones y  cantos religiosos.
A juego con su vestido, llevaba  unos lindos zapatos de charol blanco con calcetines hechos con ganchillo. Unos guantes  de encaje, misal con tapas blancas de naca, y enredado en sus manos, un rosario de plata y marfil. Un velo blanco le cubría todo su hermoso pelo, recogido en un artístico peinado para la ocasión. Ambas niñas estaban preciosas, parecían  novias
ante el altar. 
Tras la comunión, celebraron el acto en el casinillo, por gentileza de su tío Luciano, asistieron todas las hermanas y Miguel, el  único varón.
El abuelo orgulloso de sus hijas, lleno de satisfacción. Asistieron también los abuelos maternos, que no quisieron perderse esta ceremonia con sus nietas.  En la fiesta no faltó el típico chocolate, bizcochos y diferentes dulces de la confitería San Antonio que ya existía en la
Plaza. Acudieron muchas amigas de ambas niñas, acompañadas de sus respectivos  padres, amigos todos de la familia Borrego.  
Tanto Dolores como Fuensanta recibieron  numerosos regalos, en especial de su tío Luciano.  A Fuensanta le regaló una preciosa muñeca que solo le faltaba hablar, adquirida en uno de sus viajes a Málaga, y además una billete de 25 pesetas, mucho dinero para aquella época, cuando lo máximo que se regalaba era 5 pesetas, y solo hacía falta 10 céntimos para comprar los mejores chuches del kiosco. Que lastima que su madre no viviera en esa fecha, seguro
que desde el cielo estaría compartiendo la alegría de las niñas.
Por aquellas fechas, un 9 de Agosto de 1923, hemos descubierto en la Hemeroteca del
periódico ABC una nota que hace alusión a nuestro tío Manuel, dice así: "Según declaraciones de Manuel Borrego Cano, de Monforte (Vigo) y otro, dicen que han encontrado en el día del corriente, en el tren rápido ascendente a Vigo, 4 billetes de Lotería Nacional para el próximo sorteo, despachado en Bilbao, de los números 1070, 5932, 4381 y1465, los que han entregado al señor Jefe" 
Esta noticia fue la última referencia que he  podido recabar del tío Manuel.
Volviendo a la niñez de nuestra madre, en aquella época la educación y aprendizaje de sus
estudios, la obtenía de la escuela pública de niñas, o del cura en el domicilio de este  junto a la Iglesia.  Al final, en aquellos tiempos se podía aspirar a aprender a leer y escribir, así como las cuatro reglas de aritmética. Ya era suficiente para alternar con otras enseñanzas de tipo domestico, coser, bordar, ayudar en la cocina y las tareas habituales de casa.  
Fuensanta era una joven preciosa ya desde su adolescencia, era de estatura mediana, 1.63
aproximadamente, que aparentaba mas altura cuando empezó a utilizar los zapatos de tacón, muy delgada, morena con unos ojos muy expresivos y sobre todo con una simpatía arrolladora, propio de su tío y abuelo paterno, conversadora y amiga de todo el pueblo. 
Su juventud la vivió en Casariche, junto a su madre y hermanas, llevó una vida muy recatada, propio de la época, dedicada solo a ayudar en las tareas domesticas de casa. Por las tardes bordar su ajuar para el día de mañana y los domingos a misa y pasear con las amigas por la plaza y calle de la Iglesia.
  
Un buen día conoció a Fernando corrían los años 30, en esa época mi padre que había nacido en Córdoba,  decidió trasladarse a Puente Genil, por consejo de su tío Rafael González, 
pintor ornamental, que había restaurado las bambalinas del Teatro Circo pontanés. Este le aconsejó que se estableciera en "la puente"  porque había observado que no había plateros,
una población muy comercial cabecera de comarca,  en especial de Casariche, Badolatosa, Herrara y Estepa. 

Mi padre en uno de sus viajes a Casariche vendiendo oro y recogiendo composturas
que luego arreglaba en su  taller, conoció a Fuensanta.
Fue un flechazo de los que se describen en las novelas del corazón, Fernando, un apuesto joven de 25 años, alto moreno pelo ondulado peinado hacia atrás, de cuerpo atlético y
bien formado por su condición gimnasta desde muy joven.
La conoció un día que fue a casa de Pepe Borrego con intención de vender alguna
alhaja o recoger alguna compostura, ya que le habían informado que en ella vivía una familia con muchas hijas y de buena posición económica.
Allí vio a las hermanas de Fuensanta ya que ella había salido a comprar a la tienda de al
lado.  Pero cuando regresó, se encontró con Fernando, un vuelco debió darle su corazón ya que se cruzaron  miradas de complicidad, ambos comprendieron que se gustaban desde ese mismo momento.
Al domingo siguiente Fernando acudió a la puerta de la Iglesia para esperarla a la
salida de misa, cosa que ocurrió con toda normalidad, si bien lo que podía aparecer un encuentro casual, Fernando lo tenía bien planeado. Ella salía con sus hermanas, el se acercó y  pidió verla de nuevo,  así empezó un romance cuyo amor duró toda la vida.
A los pocos años, Fuensanta acepta la proposición de boda, eran tiempos revueltos
en plena Guerra Civil.   Mi padre era una persona comprometida con la izquierda, de corte democrático y humanista, sin estar afiliado a ningún partido político ni sindicato.
A pesar de ello, con todos los inconvenientes de aquellas revueltas, detenciones y fusilamientos de la contienda, deciden casarse el 14 de Noviembre del 1937.  Como no podía ser de otra manera, lo hacen en la Iglesia de Nuestra Señora de la Encarnación de Casariche. Una boda rápida y sencilla, los tiempos eran duros y mi padre apenas si tenía dinero. 
Fuensanta contaba 23 años y Fernando 31; conscientes del rumbo que iban a dar a sus vidas
se unieron en matrimonio, fueron los padrinos Antonio Medina León y Antonio León Linares naturales de Casariche y amigos de mi padre, en concreto Antonio Medina hacia de mediador en la captación de clientela para mi padre.
Tras la boda, se fueron a vivir a Puente Genil, al domicilio de mi padre  en la Cuesta Baena, con su madre y abuela Rafaela.  A mi opinión un gran error, por los acontecimientos posteriores que sucedieron al golpe de Estado.
Su madre Genoveva era modista, con muchos clientes, no solo de Puente Genil, incluso
de otros pueblos atraídos por la fama de buena costurera, oficio que aprendió
desde muy pequeña en Córdoba, en el típico barrio de San Pedro.  La abuela Rafaela era ya muy mayor, falleciendo al poco tiempo.
 
A tan solo tres meses de la boda, mi padre es detenido por soldados del ejército moro que Franco había importado de África, siendo encarcelado en Córdoba, donde permaneció
hasta febrero del 1940,  al no probarse ninguna causa que justificase su privacidad de libertad.
A su salida, la abuela Genoveva, Fernando y Fuensanta aun sin hijos, deciden regresar a Casariche, y se alojan en una antigua casa de los abuelos maternos, en la Calle las Monjas, 22.   (Allí nació la abuela Ana y todos sus hermanos) también mi hermano y yo;  Fernando el 26 de abril de 1941 y yo a los siete años, el 20 de marzo de 1948.
En el mismo año fallece Luciano Borrego Cano, hermano de nuestro difunto abuelo, protector de toda la familia, cuando el que suscribe aun no había nacido.   Hemos encontrado una nota en la Hemeroteca del periódico ABC de fecha 9 de Febrero 1949 que dice así: "Hoy día 9 cumple el primer cabo de año del fallecimiento en Casariche del respetable señor ya
septuagenario  Luciano Borrego Cano, labrador muy prestigioso en aquella localidad de nuestra provincia en las cuales sus sentimientos caritativos le hacían ser sumamente estimado. A su
viuda Carmen Cabezas Villalba y su hermano Manuel y resto de familia expresamos nuestro más sentido pésame" Falleció con 76 años, el 9 de Febrero de 1948. Su hermano Pepe se nos fue el mismo mes del 1943, cinco años antes.
Como podemos observar en esta escueta nota, nuestro tío Luciano se le reconoce como  una persona caritativa, que ayudó a mucha gente del pueblo en su segunda etapa, bien entrada su madurez.  En esa fecha vivía su mujer Carmen Cabezas Villalba, e hijos; Luciano, el mayor, seguido de Antonio, Pilar, Adolfo, Carmen, Alfredo y María, así como su hermano Manuel, que residía en Monforte  (Vigo).
Volviendo al eje de nuestra historia, un inesperado día, no sabemos si fue por un pequeño temblor de tierra, se derrumbó la casi centenaria casa de la abuela Ana en la calle las Monjas, donde vivíamos, abandonando la misma en los últimos instantes, mi padre conmigo en brazos y mi madre corriendo delante.   Mi hermano se encontraba en Badolatosa con el cura, ya que era monaguillo y se celebraba en el vecino pueblo, un conclave de curas de la comarca, donde el asistió para ayudar a decir la misa.
A partir de ahí, mi padre compró una casa, a Antonio Vidal Moriana, en la Calle Triana, junto al
cuartel de la Guardia Civil y frente al abrevadero circular de ganado que existía en la plazoleta, donde también se ubicaba otra fuente donde iban a por agua las mujeres del pueblo. Por cierto que esta casa se vendió posteriormente a Manuel Marín Marín.
Allí había nacido José Antonio y nos criamos los tres hermanos durante años, ya que finalmente mis padres a iniciativa de mi madre,  decidieron regresar a Puente Genil en 1956, en principio a la Avda. Santa Susana en la Matallana  y luego en la Cuesta Borrego, en
el barrio bajo, donde finalmente en 1978 fallece nuestro padre tras un coma diabético.

A partir de entonces, nuestra madre cae en un retroceso continuo que se manifiesta por una decadencia anímica, acompañada de un problema de pies, que le impedía calzarse, permaneciendo en cama perennemente, necesitando asistencia para incorporarse y realizar sus funciones fisiológicas. 
Los hermanos decidimos hacernos cargo de ella en nuestros respectivos domicilios, con
objeto de repartir entre todos la ayuda que ella necesitaba. Este sistema de rotación duro un tiempo, hasta que se comprobó que era mejor para ella una asistencia permanente con enfermeras y médicos en el antiguo hospital, ex convento de la Asunción de Puente Genil, acompañada de una asistente privada. 
Al final, nuestra madre falleció en ese hospital, el Día de Ntra. Sra. de los Ángeles, 2 de agosto de 1991 a los  77  años de edad. Los ángeles del cielo y el arcángel San Rafael, la elevaron al paraíso de la gloria.
La tía Josefa, no vino al mundo un día cualquiera. Tuvo la suerte de nacer justo en la onomástica de su madre, Día de Santa Ana, el 26 de Julio de 1918. Aunque no pudo disfrutar de ella como el resto de sus hermanas, ya que Ana falleció a los 6 meses del mismo año, Josefa tuvo ese privilegio,  circunstancia que no olvidaría nunca.
En su juventud  se enamoró de Antonio Estepa Pozo, un chico de profesión carbonero y corazón noble, constitución fuerte y bien parecido. Todo lo que hacía falta para conquistar aquella mujer, hija de Pepe Borrego.  Sus hermanas habían dado su visto bueno, conocían Antonio y sabían que era una persona trabajadora, formal  y decidido.  Solo había un problema.  El tío Luciano, que adoraba a Josefa, quería lo mejor para ella, oportunidades en
Casariche había, ya que además de muy agradable como persona, era muy guapa,
similar a Fuensanta, un carbonero no era suficiente, ella se merecía algo mejor, porque la familia Borrego era de reconocido linaje.
Pero el amor fue más fuerte que todos los razonamientos de Luciano, y Josefa terminó casándose con aquel joven de piel tiznada tras las faenas carboneras.   Celebraron una boda sencilla pero muy concurrida, donde no faltó la familia Borrego al completo y la correspondiente a Antonio. Ambas familias compartieron un buen rato, prácticamente todo el
tiempo de la boda. El mejor regalo lo hizo Luciano, ya que además del económico   tuvo un gran detalle tras un brindis, se dirigió al novio y estrechó entre sus brazos, lo que significaba
que Antonio había entrado por la puesta principal en la familia Borrego. Más bien pronto que tarde, trajeron a este mundo dos varones: Miguel y Antonio, ambos se criaron en Casariche, aunque vivieron un tiempo en Antequera, donde Antonio tenía los hornos de carbón. Por cierto que Josefa tuvo allí un aborto, en el antiguo Hospital Municipal.
Los dos descendientes son trabajadores como su padre e inteligentes para los
negocios como su tío abuelo Luciano.
Ambos contrajeron matrimonio y la familia se expansionó incorporándose nuevos sucesores
como veremos seguidamente.
          Miguel, se casó en primeras nupcias con Aurora Amador Moriana, de la que tuvieron tres hijos, y un nieto, -Manuel de 3 añitos, que hace las delicias de su abuelo-. Por desgracia quedo viudo, superando esta adversidad con un nuevo amor que el destino le había deparado. Se trata de Carmen Cruz Calle, su actual esposa de cuya unión nació Carmen María, una chica de bellos rasgos que recuerdan a su tía abuela Fuensanta y a su propia abuela cuando gozaban la misma edad.

Por su parte, Antonio, casado con Pepi Santaella, tiene tres hijos y tres nietas, regenta
una  fábrica de Poliéster, ambos hermanos
conservan una salud envidiable. Desde estas páginas les deseo lo mejor junto a sus adoradas familias.
Antonio Estepa falleció el 3 de Agosto de 1993 y Josefa Borrego el 10 de Octubre del
2003, a los diez años de la perdida de Antonio. El recuerdo de ambos perdurará para siempre en los corazones de toda la familia y en cada rincón del pueblo.
Terminamos en el siguiente Capitulo: "Memorias de Casariche" un repaso al pueblo que nos vio nacer.
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Foto del autor RAFAEL GAMERO BORREGO
Textos Publicados: 21
Miembro desde: Nov 21, 2012
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Descripción

Esta es la historia que memorizo entre realidades y fantasias aadidas a titulo novelesco. No podia ser de otra manera al no conocer de forma fehaciente la vida cotidiana de cada una de ellas. Por tanto debe entenderse as, una cronica novelada con la mejor de todas las voluntades.

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Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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