Atrapado
Publicado en Nov 24, 2012
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Cuantas veces lo intenté. Librarme de las garras de ella. Ahora estoy solo, desolado. Envuelto en un techo de hojas. Hojas verdes. No puedo ver la luz. No sé que hora es. Ahí está ella, observándome de la copa más alta de un árbol, un pequeño rayo de luz se filtra por entre las hojas y me deja ver ese rostro, enrabiado, tan sensible y débil; pero sabiendo que realmente no era así, sino una persona insensible e idiota. Me miró; la miré; estuvimos así por lo menos una veinte minutos. Cuando decidí mirar a otro lugar, para ver si seguiría mirando después, ya no estaba; recorrí todo el bosque y ella no estaba. Había desaparecido.
Empecé a caminar, a tomar un nuevo rumbo, caminé miles de kilómetros. No sé si estar exaltado, desesperado; pero sí, me siento culpable, no tanto, pero me siento así. Nunca había estado así.
Ya no pisaba tierra húmeda y blanda, ahora pisaba tierra seca, ahogándose en calor. Miré al horizonte y vi un pequeño pueblo, ya no estaba desolado, pero sí, seguía solo.
Caminé al pueblo, tenía un arco gigante en la entrada de piedra gastada y mucho polvo. Tenía un nombre, un poco borroso y gastado por el tiempo; por lo que pude descifrar decía: "Bienvenido a Aralibia".
Entré, despacio, mirando a todos lados. De pronto una anciana apareció, y me vio, se acercó lentamente; no sabía si correr por el mismo lugar por donde había llegado o quedarme esperando. En todos mis pensamientos aquella anciana ya había llegado a mi lado y estaba tratando de llamar mi atención.
- Joven, ¿en qué lo puedo ayudar? -me dijo ella.
No sabía que decir, era como si mi boca estuviera cocida, no podía despegar mis labios para hablar. La anciana respondió a mi silencio y me tomó del brazo, y con su paso lento y pausado me empezó a mostrar el pequeño pueblo que había encontrado. Era un pueblo seco, árido; el único rasgo de color que había era el bosque. Sus casas eran todas iguales, la misma forma, el mismo color, igual de secas como mostraba el lugar, la misma textura.
- Por si acaso me llama Agustina -comentó la anciana llamando mi atención.
Me mostró todo el pueblito, conocí su plaza central y única; todas sus casas iguales que seguían a la plaza como su centro.
No había rastro de un alma viva en el lugar, hasta ahora solo sé que existía esta anciana.
- No te preocupes, no soy la única de aquí -me habló la anciana como si hubiera leído mi mente.- Todos llegan al anochecer siempre, y traen comida y fiestas para celebrar.
- ¿Ce-Celebrar qué? -dije yo tartamudeante.
- Para celebrar que aun estamos vivos pués.
No entendía la razón, porque solo venían de noche, ¿acaso este no era su hogar? No entendía nada; pero tampoco me di el tiempo para pensar. Miré el suelo, lleno de tierra, ¡no había nada más que tierra! Entonces sentí que alguien me tocó el hombro, juguetonamente. Por la sorpresa salté y la vi; con una sonrisa juguetona y con una mirada que me invitaba a seguirla.
- Ven, sígueme -me decía riendo.
Hipnotisado de verla, inconcientemente empecé a caminar. Ella bailaba armoniosamente, y me miraba; bajada la mirada sonrojada y después me miraba.
No sé como llegué a una de las cuantas casas iguales que adornaban el lugar. Yo solo la seguía.
Cuando entré, ella siguió de largo, con su risa flotando como eco en el aire. Me di la obligación de seguila. Cada vez que me adentraba a la casa, era más oscuro. Hasta que llegué a un cuarto amplio; había una vela en el centro, que alcanzaba a alumbrar la mayor parte de la habitación.
Y vi manchas rojas en el piso, y manos rojas pegadas en la pared que se deslizaban deformes hacia abajo. Recorrí toda la habitación y luego la vi, me miraba fijamente con una mueca dolida.
- ¿Por qué lo hiciste? -me preguntó, sollozando.
No sabía que responder, me quedé en shock, mirándola, enrabiado y confundido, no sabía que hacer.
- M-Me tenías atrapado, encarcelado ¡en tu trampa de siempre! Me mentías para todo, me engañaste. Te convertiste en una persona totalmente diferente a la que conocí. Te convertiste en una cínica, ya no sabes nada de mi.
Hubo un silencio sepulcral, solo nos mirábamos, yo enrabiado, ella me miraba neutral. Y entonces le grité.
- ¡Sí, te maté! Estaba harto de ti, eres una mentirosa, me abandonaste, me dejaste solo. Y luego volviste como si nada. Te odio, te odio infinitamente. Y no, no estoy arrepentido de haberlo echo, lo haría mil y un veces más.
Y entonces, ya no había sangre en la pared, ya no estaba ella, ya no estaba en la casa. Miraba un mar verde de hojas infinitas hacia el cielo. 
 
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Foto del autor Anto Parra France
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Descripción

Se trata principalmente, de una mujer que le había hecho la vida imposible a un hombre (el protagonista). Él, por su cuenta le dio venganza a todo lo que le había hecho.

Palabras Clave: atrapado sangre aislado bosque caminos ella

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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