Del hartazgo al adis
Publicado en Nov 19, 2012
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-¿Por qué el enojo? –le consultó con relativo asombro; la respuesta era obvia–. -¿No sabés por qué? –con la mirada escondida detrás de los anteojos de sol, le respondió mientras contenía toda la violencia que en ese instante la hacía estallar por dentro–. -¿Por qué? –insistente, con el mismo asombro–.-Porque no aguanto más, porque no soporto más -. Si estás cerca, te reís de mí. Y si me alejo, también me dañás. Buscás la forma de interferir en mi vida y te las ingeniás para hacerme daño. ¡No te parece suficiente motivo para el hartazgo y el enojo!-Es una locura, una gran equivocación. Lo que decís es una locura…-No, no es una locura. Estoy sufriendo por tu culpa y no te hacés cargo. No me ayudás, ni me soltás, ni me comprendés, no me podés entender, pero te empeñás en meterte. Y te metés y hablás, con uno y con otro. Y me duele… Necesito que me dejes en paz… ¡Dejame en paz, por favor! 
 Habían pasado tres semanas desde la última vez que se vieron y el reencuentro no fue tan amable y conciliador como cualquier espectador podía imaginar. Ya se había acostumbrado a la soledad, pero no por eso le resultaba menos dolorosa. El aislamiento ex profeso también tenía sus consecuencias. Uno de ellos era la voluntad de sostenerlo. Como el círculo vicioso que forma el perro cuando se muerde la cola. Si decidía buscar una alternativa, crear una opción, a la que era capaz de animarse, la calle empujaba como un fuerte viento hacia el interior de su habitación. Parecía que allí, bajo siete llaves, debía quedarse. ¿Y allí qué había? Miedo, mucho miedo. 

Pero esta vez estaban viéndose los rostros, de frente. Y el silencio que se había impuesto –acabado aquél diálogo– obligaba ahora a plantear la posibilidad de caminar un rato. Los escombros que colmaban la vereda determinaron el cambio de rumbo. Los motores de los autos –por esa calle no pasaban colectivos– y el palabrerío de los caminantes eran la música de fondo. Así fue como llegaron hasta esa plaza mal iluminada, peligrosa y poco agradable que tanta inquietud provocaba. No era un lugar plácido para conversar. Y a decir verdad, de nada había que hablar. 

-Quisiera irme a mi casa. No me siento bien –lanzó, con los brazos cruzados, y total seguridad–, siento frío y se me hizo tarde.-¿Te sentís bien?-Sí, simplemente quiero irme.-Está bien. Más tarde te llamo y hablamos…-No, no me llames –interrumpió con énfasis–. No quiero que vuelvas a comunicarte conmigo. Seguí tu camino, dejame seguir a mí el mío y, por favor, no te metas más en mi vida. Te quiero lejos. Chau –giró e intentó comenzar a caminar–.-Pero yo te quiero…-Pero yo no. Ya no te quiero. Te quise mucho. Te quise muchísimo –y cuando lo dijo, su voz se quebró y la emoción le hizo soltar un par de lágrimas–. Pero no supiste acompañarme, ni respetarme, ni comprenderme y me lastimaste. Creíste que tenías derecho a avasallarme y a tratarme como una tarada. Y después te reíste, te burlaste, porque no me comprendés, no podés comprenderme. Te empeñás en demostrar que, total y permanentemente, vivo en una absoluta equivocación. Pero no me podés comprender… Por favor, si no podés estar conmigo, si no te gusta lo que ves, dejame en paz, pero no me lastimes –y partió esta vez sin despedirse–.

El desastre se veía venir. Aquello no terminaría bien. Todo sería como una gran tormenta que barre con techos y árboles. Nada quedaría en pie. Lo sabía, lo temía, pretendía evitarlo y lo dijo. También se aferró a sus principios, aun sabiendo que eso siempre implicaba pagar un precio. Así fue como el presagio se cumplió. Ahora, al menos, ya le había expresado el enorme malestar que le había provocado. No buscaba venganza, no quería dejarse llevar por el odio, ni pensaba en insistir con el tema. Las cartas volvían a estar sobre la mesa. Pero no se sentaría a jugar. No lo haría, ¿nunca más lo haría? 
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Foto del autor Marita
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Descripción

Emociones

Palabras Clave: Hartazgo - Despedida - Amistad

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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