Dolor de espalda
Publicado en Aug 06, 2009
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¿Qué es eso que estoy sintiendo? - se preguntó Débora, luego que un extraño hormigueo escurrió por su piel. No era posible que a sus años le estuviese eso pasando, hacía mucho que ya no era una niña. De hecho no podía olvidar que el menor de sus hijos recién había cumplido la mayoría de edad...mientras cavilaba, manejaba automáticamente, sin darse cuenta. Creía verlo en cada esquina, en la mirada de otro conductor (tan ausente como ella). Se miró en el espejo retrovisor, pues se sentía ruborizada -aunque no quería reconocerlo-  estaba nerviosa, inquieta, feliz de nada y todo. Varias veces se pilló encandilada observando jóvenes besándose y pensó en la pasión desenfrenada de aquellos, en lo indiferente que parecían ante el resto, en lo atrevido...sin más, sólo empujados por el deseo. Veía niñas empinarse para besar a su amado...le parecía que la ciudad estaba inundada de parejas deseosas de amarse libremente. Quiso rememorar su juventud, cuando recién había conocido a Alberto, cuando era delgado y aún con pelo, añoró su hermosa cabellera de pelos lacios, su barba incipiente que tanto cuidaba, esos jeans gastados, sus infaltables zapatillas; parka en invierno, y polera blanca en verano. Aún en algún recóndito lugar de su memoria se escondía esa remembranza de pasión que le sucedía sólo con verlo llegar, y corría a sus brazos para disiparse con sus besos. Como olvidar lo delicado que fue su primer encuentro, una tarde de invierno en que se escaparon (con la sola idea de hacer el amor), aquello le parecía una eternidad, casi un sueño. Vino a su memoria la ocasión en que su madre, le comentó que la pasión se iba durmiendo (fue cuando habían decidido con su padre separar dormitorios).
Pero mamá, si ustedes se quieren, ¿por qué?
No se trata de cariño, Débora, se trata de espacio, de querer dormir hasta cuando se te de la gana, o quedarse viendo una película sin que a él, le moleste la televisión encendida, o quedarse leyendo una novela...tantas cosas, que llega un momento no quieres reprimir más... (su voz no sonaba a lamento), más bien tenía un sonido a derecho, a cuentas saldadas, a su tiempo...sólo ahora lograba entender algo de aquello. Sólo ahora, en los instantes en que había comenzado su tormento. Justo con sentir su mano en la espalda, su aliento, la fragancia de su cuerpo más joven...pero todo era ridículo; ella casada, él aparentemente un solterón eterno, de sonrisa lozana, de mirada tierna, de voz masculina, elegante, discreto, varonil y atento. Estaba consciente que no la miró con otros ojos, ni dijo algo provocativo, pero le despertó ese fuego dormido, aún intenso, escondido en lo más profundo de su piel...con los ojos cerrados, quiso en un momento recibir de él un beso, que sus manos descubrieran su cuerpo, que la hubiese desnudado (se hubiese entregado dichosa a aquel desconocido)... el sólo recuerdo de sus pensamientos le sofocaron, su corazón latía más rápido, se sentía observaba. Más, cuando el muchacho del  Peugeot rojo deportivo de su lado, le sonrió coquetamente. Rechazó de inmediato su mirada, prendió el aire acondicionado, le sudaban las manos. Buscó un espejo en su cartera y lo acercó a su rostro, sus ojos brillaban con el fulgor de antaño, sus mejillas no necesitaban rubor, miró sus labios y los encontró deseables, escarmenó su pelo, su cuello se mantenía aún terso, no delataba sus cincuenta años. Pero, ¿Por qué todo esto? el joven kinesiólogo que le recomendó su amiga Marcia (debía hacerle una atención por ello; se lo merecía después de todo) sólo la había tocado en los puntos que le había indicado padecía dolor (aunque no podía dejar de reconocer que había exagerado en algunos y se había tomado más tiempo en determinar otros, sólo para que sus manos siguieran explorando), se había comportado como un profesional. Pese a ello, no dejaba de soñar con la sesión del próximo martes, sólo de saber que debía semidesnudarse frente a él, y que sus manos recorrerían su espalda con algún ungüento antes de la aplicación de calor, le despertaban toda suerte de fantasías.
Aprovecharía el fin de semana para comprar ropa interior seductora, dos o tres, según las sesiones venideras. Pensó en un perfume también, pero eso la delataría con Alberto. Había llegado al consultorio como una mujer avejentada, de aquellas que les duelen hasta los dientes al masticar. Recordó su postura, la forma achacosa con que se presentó ante la joven secretaria de Simón (ya le decía Simón), hace unos minutos era el doctor Barrios. Se desconocía, ella no era así, subió el volumen de la radio, quería deleitarse con la voz potente de Barry White. En ese momento su mente vagó hasta un motel, se veía tomando la iniciativa y desvistiendo a medialuz a Simón, volcando en él toda su experiencia en las artes amatorias, de fondo se escuchaba el  tono grave y seductor de aquel negro calentón. Un bocinazo la trajo de bruces a la realidad. Sacó su dedo en alto a través de la ventanilla y lanzó un epíteto que nunca imaginó que sus labios pronunciarían. Definitivamente estaba emancipada, acaso su nombre no era todo seducción, Débora era insinuante, pero en adelante sería llamada la DD (comparándose con la legendaria "BB")  ahora sería "Débora la Devoradora".
Al llegar a casa, su esposo leía el periódico, arremolinado en el sofá desteñido. En realidad todo le parecía desteñido, no sólo el sofá, sino el hombre calvo y rechoncho que yacía sobre él. Aquel preguntó con tono apagado ¿cómo te fue en el doctor? ¿Qué te encontraron?; y ¿la terapia esa salió muy cara? ¡por que estos tipos se tiran! (dando por sentada su opinión), ¿cuántas sesiones me dijiste? ¿Cómo? ¿En principio cinco o seis? y ¿Pueden ser más?; oye hay que irse con cuidado, mira que después nos van a subir el plan de salud...siguió rezongando, mientras ella subía como una gacela la escalera, que sólo aquella mañana era una odiosidad terrible (a ti no más, se te ocurrió comprar una casa de dos pisos, había protestado sólo horas antes), ahora lo consideraba una buena manera de hacer ejercicios, y de mantenerse bien. Si. Debía estar en forma, lo necesitaba. Se metió presurosa al baño. Mientras llenaba la tina, contempló su figura desnuda en el espejo de pared. Sus rollitos los encontró hasta coquetones, consideró que su busto estaba bien firme aún, se acordó de amigas que les colgaba las tetas, y se rió. Bailó, cantó y se metió en la tina llena de espuma, con movimientos sigilosos de sus caderas más bien anchas, tapándose con sus manos cruzadas los pechos en un ardiente baile de ensayo (que después le haría a Simón). El agua caliente le renovó, a medida que acariciaba su cuerpo con el jabón se sentía rejuvenecer, levantaba sus piernas como una gata melosa. Alberto la sorprendió en esta faena, y le preguntó ¿y tú? con un tono que solapadamente dejaba entrever el gasto que significaba un baño de tina. Es parte del tratamiento contestó ella, sin mirarle (aunque bajando avergonzada la pierna). El contestó con un humm, largo y tendencioso, miró todo alrededor con cara molesta, y salió sin antes reclamar, que no se demorara mucho, que necesitaba el baño. Ocupa el de abajo- le gritó ella molesta. Tú sabes que no me gusta- contestó mientras bajaba enojado las escaleras. Volvió a levantar su pierna y siguió susurrando el tema de Barry White.
Los días transcurrieron lentamente, entre los rezongos del calvo gordinflón, que veía con malos ojos eso de la terapia, por que su mujer ahora se lo pasaba con máscara de paltas o pepinillos casi toda la mañana en bata, y a la hora de almuerzo solo preparaba lechuguitas y esas cosas, haciéndole ver lo gordo que estaba y que debía ir al médico a controlarse, "de seguro el colesterol y la diabetes te están consumiendo"-solía reprocharle (a pesar que ninguna de las dos cosas, se le habían diagnosticado). Después por la tarde, le había dado por vitrinear con su hija, y regresaba tarde en la noche, con algún "engañito" como decía ella. Mientras él, le recordaba que sólo era un jubilado, no un zar del medio oriente, para que ella despilfarrara sus ahorros de toda la vida, y que debía escuchar las noticias para que supiera la realidad del país, en vez de estar comprando tanta bobería. Cuando no, se ponía a llamar a esas amigas locatelis, viudas o separadas, para hacer un "panorama" (nueva palabra en su vocabulario). De cuando acá, se había vuelto tan callejera, se preguntaba, mientras ojeaba furioso el diario.
Finalmente, el tan anhelado martes llegó. Puso en una de las bolsas de compras, uno de los vestidos más escotados que tenía, y la ropa interior nueva, con unos zapatos en tono bermellón que hacían juego. Salió más de una hora adelantada. El gordo del sillón, se lo hizo notar, pero ella contestó que pasaría donde Marcia a dejar algo. Quiso preguntar que sería, pero la puerta ya se había cerrado y se quedó rumiando en su sillón desteñido, tratando de terminar el puzzle (que nunca terminaba).
 
Débora, salió lentamente del estacionamiento, pero al llegar a la esquina apretó el acelerador. Antes de llegar a la casa de su amiga, apagó el celular, para evitar que el calvo del sillón la importunara. Marcia le abrió ansiosa por saber los pormenores, y se quedó de una pieza cuando vio a su amiga cambiarse de ropa. Comentaron de lo sensual del encaje del sostén, del rebaje del calzón, y de lo atrevido del escote. La ayudó a maquillarse, y le roció unas gotitas de Chanel entre los pechos. Le deseó toda clase de suerte, y le pidió que no dejara de contarle, todos los detalles. Débora insistió que debía esperar hasta mañana, pues esa noche sería sólo de pasión. Un beso en las mejillas, las amigas que se despiden y el auto enfilando hacia su gran cita. A ex profeso, había cambiado la hora por la última disponible, por lo que todo estaba funcionando de maravillas según su plan.
Los últimos detalles frente al espejo del ascensor, y sus pasos decididos a la consulta del médico. La secretaria la miró con ojos de alivio y pesar a la vez. Sra. Débora, llevo más de una hora llamándola al celular, me salía buzón de voz, incluso hablé con su marido, pero usted ya se había ido...la pareja del doctor fue internada de emergencia, y el doctor canceló las dos últimas horas... dijo ¿su pareja? -preguntó con voz quebrada Débora. Sí, bueno, debí decir su señora, pero no se iban a casar hasta que naciera su hijita, a eso fue el doctor...¿hijita?...sí, van a tener una niñita con la Cata...("Cata" así se llamaba la perra esa -pensó para sí)...bueno mi'jita y que dijo Simón, digo el doctor Barrios. Que si quería, la podía atender el sábado en la mañana...ah ya (lindo panorama, no quiere que le venga a hacer el almuerzo mejor- seguía diciéndose en su mente)...ya linda, te contesto, tengo que ver mis compromisos...
Al salir del edificio, el conserje le abrió la puerta y le esbozó su mejor sonrisa haciéndose el galán, pero ella lo miró despectivamente. Desganadamente, se cambió nuevamente de ropa en el auto y volvió a casa. Al abrir la puerta, el calvo del sillón, le comentó que la secretaria había llamado... ella no contestó nada, y volvió a encontrar la escalera insufrible, mientras los dolores a la espalda le volvían con una intensidad cada vez mayor.   
                 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

a veces sentir las manos de un desconocido, nos despiertan todo tipo de sensacioens nuevas y dormidas

Palabras Clave: espalda

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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