Ana y Mia.
Publicado en Nov 17, 2012
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Ya era de noche y, como siempre, los fantasmas de su pasado la comenzaron a acechar. 
"Annabeth" una voz femenina, muy alegre, resonó por la habitación. Annabeth miró hacia todos lados, incluso abrió la puerta se su habitación hasta atrás, exigiendo que se mostrase quien sea que estaba molestando. Su pecho subía y bajaba con la respiración agitada y, como pocas veces, sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. Tras de su oreja sintió una leve risa, con el mismo tono que había hablado la mujer antes. 
- ¡Basta, por favor! -gritó subiendo sus manos a su cabello, apretando sus orejas y cerrando los ojos con fuerza. 
- Annabeth - abrió sus ojos de inmediato y vio a una chica parada frente a ella. Antes de que alguna palabra saliera por sus labios, supo quién era aquella chica. Era de su estatura, con el cabello liso y corto, era muy delgada y su piel no lograba ser blanca, más bien era traslucida. Nada le resultaba familiar, excepto esa sonrisa quebrada que tenía, sonrisa que ella misma utilizaba cada cierto tiempo. Era ella, sólo que una versión más joven.
- Yo te superé, vete -podía sentir cómo apretaba cada vez más y más su mandíbula, y cómo el pasado comenzaba a recobrar vida propia.
- ¿Qué pasa, Annabeth? Antes éramos buenas amigas, o es que acaso no recuerdas que fui la única que estuvo para apoyarte cuando todos te abandonaron - dijo alzando sus cejas, colocando sus delgadas manos en los huesos que se suponía que debía ser la cadera. A pesar de estar con esa amplia polera, podía notar lo delgada que estaba, aunque delgada tampoco podría ser una palabra útil en este caso, desnutrida quizá sí.
- Yo nunca te quise, Ana, y jamás estuve sola aunque tú lo deseabas - su tono de voz fue cada vez más dulce y su mandíbula cada vez se relajaba más, aunque una línea comenzaba a formarse, dejando en evidencia su ceño fruncido y su no tan pacifica voz.
- Si no me querías, ¿entonces por qué me dejaste a tu lado tanto tiempo? Tú me necesitabas, Annabeth, aún me necesitas - Annabeth tragó saliva duramente; las lágrimas comenzaron a juntarse rápidamente en su garganta y amenazaban con quebrar su postura en la conversación, aun sabiendo que si lo hacía, probablemente estaría encarcelada eternamente allí, sin vuelta atrás. No esta vez.
- Vete, por favor. Búscate a alguien más para matar -dijo al borde de las lágrimas, a un paso de dar el brazo a torcer. 
- ¿Por qué me tratas así? Sabes que yo no vengo para matarte, sería aburrido el juego si terminara así -se encogió de hombros de manera inocente, como una niña que no sabía diferenciar lo malo de lo bueno. Caminó un par de pasos hasta quedar cara a cara, a centímetros la una de la otra. Subió su mano y un fino y huesudo dedo se deslizo por la cara de Annabeth tranquilamente, mientras en la otra cara se formaba una sonrisa maliciosa.- ¿Es que acaso no me extrañas? - Annabeth tomó su mano con fuerza, y su mirada se volvió dura como la piedra.
- ¿Es que acaso extrañas el herpes? - soltó su mano con fuerza, dejando moretones con la forma de sus dedos en la mano de la chica.
- Vamos, Annabeth - dijo ya un poco desesperada -. Dime que no extrañas pesar poco, sentir esa maravillosa sensación cuando vez un kilo menos en la pesa, cuando alguien te decías que estabas más flaca. No me mientas, Annabeth, sé que me extrañas. Lo sé porque soy tú. 
- ¡Basta! - gritó cerrando los ojos para detener el paso a las lágrimas que ya se estabas escapando - ¡Ni tú ni Mia volverán! ¡Jamás! 
- Mia... vaya, no me acordaba de ella. Aunque no debes mentir, Annabeth, Mia jamás estuvo. Bueno, en verdad sí, pero sólo en tu cabeza.
- Al igual que tú... sólo eres eso: un producto de mi cabeza.
- A diferencia que yo logré ganar mi puesto, la pobre fue débil y no logro siquiera estar una vez presente con nosotras - dijo lastimera, haciendo un leve puchero mirando a Annabeth suplicante.
- Al menos ella tuvo la decencia de no meterse donde no la llamaban, a diferencia de ti.
- Pero si tú misma me buscaste, ¿o no recuerdas ese hermoso invierno del 2009? - Annabeth la miró a los ojos y recordó en parte lo que había sucedido. Antes de poder concretar cualquier recuerdo, subió las mangas de su polerón y dejo sus brazos desnudos a la vista.
- Tú me hiciste esto.
- No me culpes por algo que no tengo que ver. Sabes muy bien que esa no es mi área.
- No, pero tú gatillaste esto. ¿Es que acaso no recuerdas todo lo que me hiciste sufrir?
- ¿Que ya no valoras todo lo que hice por ti? Recuerdo muy bien aquella vez que estabas por debajo del peso normal y una sonrisa enorme se dibujó en tu rostro, y puedo apostar que esa sonrisa volvería a aparecer si sucediera lo mismo ahora.
Annabeth quedó pensativa, sin saber muy bien qué decir o hacer. Su propia imagen había descubierto su engaño, pero en verdad qué esperaba, si eran la misma persona.
Ana extendió su mano nuevamente, pero no la acerco a su rostro, sino que esperaba que se la estrechasen. Movió sus labios, pero no salió sonido alguno de ellos, o al menos Annabeth no logró saber qué decían. Se sentía en un cuarto sin puertas ni ventanas; un cuarto del que no podía escapar y que ella misma había construido. Un cuarto que habitaría para toda la vida, sin salida, a menos que fuera con permiso de su antigua imagen.
Sintió el grito de Ana dentro de su cabeza que la hizo reaccionar. Seguía sin entender qué decían aquellos finos labios, aún sin sonido alguno. Vio la traslúcida mano y su propia mano comenzó a acercarse sola, como si en verdad quisiera estrechar aquel hueso con piel. Trató de detenerse, pero no pudo. Ambas manos estaban unidas y sería un trato que debía ser respetado. Pero qué trato, si Annabeth no sabía a qué había accedido. Ana dejó libre la mano de su reflejo y sonrió triunfante al conseguir lo que hace años buscaba: un cuerpo del que apoderarse y no abandonar nunca, un cuerpo del que podría hacer lo que se le antojara, puesto que tenía el consentimiento y podía estar tranquila que nada ni nadie interferiría nuevamente entre ellas dos, puesto que el trato lo establecía.

Ana era mucho más inteligente que Annabeth; sabe jugar muy bien sus cartas, por lo que hay que tratar de ser más astutas que ella, aunque no siempre se puede. Pero no se alarmen, esta historia aún no termina y podemos esperar a que nuestra protagonista gane esta guerra y pueda salir victoriosa. Aunque su presente no sea favorable, hay que recordar que el Sol siempre sale, sin importar qué.
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Foto del autor Paula Yépez
Textos Publicados: 6
Miembro desde: Nov 17, 2012
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Descripción

Palabras Clave: Anorexia Ana Mia Annabeth

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (1)add comment
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Dulce Mila

Una buena historia :-)
Responder
January 04, 2013
 

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busy