Ana
Publicado en Aug 02, 2009
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                               Ana
Hay millones de Ana en cualquier parte. Hay miles de Ana María pululando por ahí. Cientos de ellas tienen ojos celestes.
Hay solo una Ana de ojos celestes.
Él la habría perdido tiempo después incluso antes de tenerla.
Por esas épocas en que se cuentan los años sin contarlos porque siempre son pocos, fue cuando la vio por primera vez, apenas una sola vez. Tiempo después la volvería a ver casi indefensa, solitaria, sin apuros. Sin mas que perder y con todo por ganar, se acerco a ella, haciendo referencia a aquel hecho del pasado y efímero encuentro. Fue la sorpresa lo que los acerco, y a partir de ese  momento, casi sin darse cuenta se empezaron a unir, ella dejándose llevar, el con todo el impulso de haber sabido dar el primer golpe. Sus ojos eternamente celestes le daban un toque especial a esa mirada totalmente inocente  y alegre.
Un diente levemente torcido, hacia que su sonrisa fuera mas real.  Su cabello casi azul de tan negro, caía en partes iguales a los lados de su     pequeña cara, que al igual que su menuda figura, lo que la hacia resaltar del resto. No era posible que pasara sin ser notada y él sentía cierto orgullo juvenil por tenerla a su lado. Esas cuestiones inexplicables que hacían que lo prefiriera a el y no a otro, le hacían pensar en que era por su franco interés hacia ella misma, o por cierta afinidad ideológica, que los envolvía con gestos, sonrisas, miradas.
Parecía una sinfonía tocada solo por maestros que se dejaban envolver y transportar.
Su lugar de encuentro nunca pactado, se fue dando, casi casualmente desde la primer mañana que se encontraron así fue como se fue sucediendo día tras día. Era casi un ritual. Algo que de no haberse hecho, el día no habría comenzado. La humanidad dependía de ese encuentro mañanero para poder existir a partir de ese momento mágico que cuando el la veía llegar, era en ese momento cuando el día realmente amanecía.
El mundo lo supo durante mucho tiempo, hasta que el mismo hubo de romper el encanto, cosa que mucho tiempo después se arrepentiría varias veces.
El mundo en esos tiempo dependía de ellos, de esos encuentros, que se fueron prolongando mas allá de sus propios horarios de estudiantes, para ocupar lugares de horas extras, que hacían con tanto gusto, que ni siquiera se daban cuenta. Lo que en un principio fue una excusa para estudiar, se transformo en una búsqueda de situaciones disimiles. Se inventaron motivos casi imprescindibles para estar juntos, el estudio a veces les servia de pantalla, y cuando esto no era lo real, buscaban alguna razón. Parecía que se pedían permiso para estar juntos.
Sus manos pequeñas lo acariciaron una vez por ser primera una mañana fría de invierno. Un gesto disimulado que no hubo helada ni viento frío que pudieran amortiguar ese calor. Tiempo después vería esas mismas manos tan lejos, pero en su misma dirección, que hasta no supo como volver atrás.
Los días parecían no tener fin, salvo, aquellos que se imponía el matiz de no encontrarse. Una adolescencia suavemente controlada se les iba colando entre los poros, eran una unidad y el mundo lo sabia. No había, no podía existir otro mundo otro mundo que el de ellos, ese mundo poblado de profesores, estudiantes, ese bar al que casi a diario iban al salir, una casa prestada en la tarde. Los fines de semana en lo que siempre había una muy buena razón para encontrase. Las pocas veces en que no la hubo, un vacío invadía la humanidad, y no existía música posible que pudiera ocupar ese silencio. Todo funcionaba como debía ser, la armonía de las cosas, las flores se abrían en el momento justo, y las hojas caían con una suavidad vergonzosa en las veredas. Todo sabia de su existencia. Al menos, mientras el no cometiera ese imperdonable hecho de falso orgullo, que no tenia asidero en nada, mas cuando ella quiso seguirlo, el no entendió que el centro del universo eran ambos, y no era divisible. Fue así que la empezó a perder, tan lentamente que no quiso darse cuenta.
Mientras tanto el mundo que giraba en torno a ellos, el barrio, el secundario, los profesores, todo estaba al alcance de la mano, una especie de comunión, que se daba en ese bar, donde compartían algún café con el profe de química. Eran épocas de cambios sociales e ideológicos, que hacían que las personas se unieran y compartieran vidas, mientras esta  misma se prolongaba mas allá del aula de estudio. Los dos fueron participes de esa alegría compartida y también de la futura desazón de saber que alguno de esos profesores no estaría ya mas junto a ellos.
Con el correr de los meses habían formado un pequeño grupo de amigos inseparables conformado por tres parejas, unidos por sus ideologías, o, por sus gustos. Eran ellos dos y exactamente sin saberlo que se habían transformado en lideres de todo el grupo. Esta unión se había mantenido durante dos años, algo casi impensado para su edad donde casi todo resulta efímero, este no fue el caso, al menos hasta esa equivocada mañana en que él sin dar explicaciones y con pretendido orgullo herido transformo ese pequeño universo en una dispersión de sentimientos y soledades. Los vaivenes de su juventud los unían y separaban al mismo tiempo y algo que flotaba en su propio aire los mantenía formando parte de un todo. Solo ellos tenían la llave para abrir la puerta al desencantamiento, y seria precisamente él quien girara la llave, en esa mañana donde el sol invernal amenazaba con querer entibiar el ida. Fue apenas un comentario de ella que pareció tomar forma de flecha que imaginariamente atravesaría su orgullo y lo alejaría de ella, como si hubiera sido una traición.
Solo él lo entendió así. No pidió, ni dio explicaciones, en cambio mantuvo un silencio caprichoso. La mañana siguiente no lo encontraría ya en el lugar de siempre, después de tantisimas veces, esta vez él faltaría a la cita, momentos después el mundo vibraría de manera distinta. Silencio y preguntas que iban y venían mientras el en su pretendido orgullo quería imponerse como figura grande, aunque interiormente sabia que su estructura se desmoronaba. Faltaba poco para el fin de año, pero la angustia provocada por el mismo, se le fue extendiendo hasta el nuevo comienzo de clases. Sin pensarlo mucho marzo los volvería a encontrar separados, pero muy cerca, con miradas disimuladas y comentarios comunes.
Los días fueron pasando en donde cada uno vivía su propia soledad, y en donde al mismo tiempo los falsos orgullos de el, no hacían mas que mantener una distancia irreal que no había podido saber como hacer para acortarla. Ella tampoco.
Los hechos se fueron dando y cada uno fue prosperando en su propia soledad, solos el uno del otro. Hubo en esos tiempos momentos de verse fugazmente, alguna mirada encontrada y a la vez esquivada. Esas miradas que parecen casuales, pero que ambos sabían que no lo eran. Comenzó a jugar mas la propia timidez de el que su orgullo, y fue por eso y por eso fue que no supo como hacer para acercarse.
El tiempo y las cosas fueron pasando, después se enteraría de ella a través de algún amigo común, y le decían que estaba acá o allá, tantas veces salió al encuentro sin decirlo y sin admitirlo. Consiguió llegar a cada ciudad donde le decían que la habían visto, pero siempre faltaba algún dato, o porque no una mudanza que no había previsto lo volvía a alejar. Tampoco sabia que le diría, al menos solo quería volver a ver sus ojos y que esos ojos lo vieran a el. Nunca sabría si lo reconocería, ya habían pasado varios años y los dos deberían haber cambiado.
Tenia una espina clavada en su pasado y solo juntos tendrían la clave para su alivio. Paso que a veces las direcciones eran fallidas, otras correspondían al nombre pero no a la persona, pero cada una de estas veces, el se ilusionaba que la encontraría, tal vez mas gorda, o con arrugas, pero solo le importaba el encuentro.
Por momentos temía desesperadamente no poder encontrarla, pero rápidamente desechaba ese pensamiento. Si él estaba vivo, ella debería estarlo también. No tenia ya contacto con la gente de ese tiempo, pero le hubiera gustado que alguien le diera un dato. En aquel barrio ya las casas y las cosas no eran lo que fueron, el tiempo siguió su curso sin pedir permiso.
Fue al lugar de los encuentros, que aun existía igual, sin cambios, era lo único que permanecía. Se sentó y miro a los alrededores, algunas casas no habían cambiado, pero el tren seguía pasando a su espalda atronando el suelo como antes.
El otoño se volvía a imponer otra vez como en ese antes cuando empezaban a encontrarse en ese lugar. Paso una sombra a su lado y levanto la vista notando que alguien se sentaba a su lado, o al menos cerca. Por un momento su cuerpo tembló, miro de reojo a la persona que había osado sentarse en ese frío banco de cemento de la estación. La otra persona permanecía en silencio, mirando hacia delante.
Finalmente junto coraje, y se decidió a mirar. Vio a una anciana con ojos celestes, y el cabello ya blanco, la cara marcada por arrugas que denotaban que había vivido. La miro un largo rato mientras la mujer se dejaba mirar, manteniendo la mirada firme al frente.
Finalmente, en un esfuerzo enorme, trajo el deseo acumulado por años y dijo:
- Ana ¿      
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cuento corto

Palabras Clave: Ana celeste cafe quimica aos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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