Requiem por una vida
Publicado en Oct 25, 2012
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R e q u i e m   p o r   u n a   v i d a
 
 
 
 
-Entonces, viajas esta noche?
-Si, Teresa. Tengo que ir a oriente por unos cinco días por lo menos. Tengo allí varios negocios pendientes por encargo de la compañía. Esta misma noche, al salir del trabajo tomaré el Expreso a Barcelona, así que, por favor, me preparas una maleta con todo lo necesario-Y mientras decía estas palabras Juan Ramón
se estiraba perezosamente en la cama mientras observaba complacido los gráciles movimientos de su esposa que, con sus treinta y dos años cumplidos y tres partos, no había perdido aún la esbeltez y el atractivo de su cuerpo, mientras cumplía diligentemente los ritos mañaneros. En ese momento, vestida ya con la ropa interior, pasó muy cerca de el, bordeando la cama para llegar hasta el closet, momento que el aprovechó para alcanzarla por un brazo y hacerla caer en el lecho, casi encima de el.
-Ven acá, preciosa – dijo, mientras comenzaba a besarla y acariciarla apasionadamente
- ¡Deja, Juan Ramón¡ Los niños ya deben estar despiertos y nos podrían oir – lo interrumpió  ella, soltándose de su abrazo y levantándose de la cama. Mientras sonreía complacida.
-¡Coño¡ - exclamó el, disgustado. Y sentándose con un gesto de fastidio, añadió – Estoy loco por que lleguen las vacaciones y se vayan de una vez por todas para ese campamento en Miami y así, poder hacer en mi casa lo que me provoque, cuando y donde me provoque. . .
-Si, Juan Ramón, yo también lo deseo. Pero, por ahora, levántate que se te va a hacer tarde – contesto ella, saliendo ya completamente vestida, de la habitación.
Una hora después, la familia desayunaba en el pantry colocado en medio de la gran cocina americana. Juan Ramón, Teresa y sus tres hijos, Juan, Ramón y Teresita, de siete, nueve y once años respectivamente. Formaban una feliz familia de clase media alta. Tenían su propio hogar, una lujosa quinta situada en una de las mejores urbanizaciones de la periferia de la ciudad, que les había regalado el padre de Teresa con ocasión de su matrimonio y que Juan Ramón había hecho remodelar totalmente hacía menos de dos años, adecuándola a las necesidades de la familia y al “status” social alcanzado gracias a su habilidad comercial y a sus cumplidos negocios en la Compañía de Publicidad propiedad de su suegro. Tenían dos autos europeos, una pequeña casa de playa en Tucacas, Estado Falcón, a pocas horas de Maracaibo, y viajaban todos los años al exterior. Y sus hijos estudiaban en los mas exclusivos y prestigiosos colegios de la ciudad. Juan Ramón estaba muy orgulloso de lo logrado. Pero así como estaba orgulloso de ello, estaba también muy consciente y reconocía la innegable  ayuda de su suegro Fernando, a quién debía una parte muy importante de sus triunfos. Sentía una verdadera admiración por este hombre fuerte y generoso que habiendo llegado al país al finalizar la guerra civil española, en el ¡39, desde su natal Galicia, había logrado en muy pocos años labrarse una magnífica posición dentro de la comunidad marabina, creando a la vez una gran fortuna para seguridad de su familia y especialmente de su hija Teresa. Desde el momento en que lo había conocido había sentido el impacto de su fuerte personalidad y había visto en él el apoyo y la base de su propio futuro. Y así había sido.  Y ahora, tras quince años de matrimonio, a sus cuarenta cumplidos se sentía inmensamente satisfecho de si mismo y complacido por no haber nunca defraudado “al viejo” como cariñosamente lo llamaba. Esa mañana, desayunando en la lujosa cocina acondicionada para contrarrestar el tórrido clima exterior, observaba satisfecho a su familia y trataba de intervenir apaciguador, en las eternas pendencias establecidas entre sus dos hijos varones. Pero en ese momento un desagradable pensamiento cruzó por su mente oscureciendo el hermoso color de rosa con que había pintado en su imaginación su vida actual y su futuro. Recordó molesto el fastidioso problema en que, como un tonto adolescente, se había metido, y que en los próximos días tendría que resolver. Muy pronto lo sacó de sus pensamientos la voz de su esposa que preguntaba:-Juan Ramón, ¿ a que hotel piensas llegar en Barcelona? Aún no me has dado tu itinerario completo, ni los nombres de los hoteles. . .
-Es que aún no lo se, Teresa. No llevo reservaciones hechas. Ya sabes como es este viaje. Solo estaré en cada ciudad el tiempo estrictamente necesario, así que me hospedaré en el hotel que mas a mano tenga. Ya te llamaré yo todos las noches-
- Entonces, no sabré a donde llamarte si tengo alguna urgencia?
-¿Qué urgencia, Teresa? Te estoy diciendo que te llamaré todas las noches. Y además, aquí queda tu papá, que, como siempre, te solucionará cualquier cosa imprevista que se presente. . .  como siempre – concluyó con brusco gesto. Pero al mirarla a los ojos, pudo apreciar la mirada inquisitiva y extrañada de su esposa fija en su rostro, poco acostumbrada a esos desplantes. El se la sostuvo por unos instantes, aparentando tranquilidad e inocencia, pero sintiendo en lo profundo un gran temor ante la terrible posibilidad de que ella llegase siquiera a sospechar algo de lo que estaba pasando. Luego Teresa desvió la mirada, distraída por la charla incesante e impaciente de su pequeña hija.
Tras despedirse de su esposa y de sus hijos, Juan Ramón se dirigió a su oficina, donde tuvo un día muy ocupado, preparando, junto a su secretaria, la agenda del viaje. Almorzó cerca de la oficina, para regresar de inmediato a esta y ya a las ocho de la noche se dirigió en un taxi a la estación Bella Vista donde abordaría el Expreso a Oriente, el nuevo tren que, recién inaugurado y formado por vagones ultramodernos construidos en aluminio nodinado y cristales de seguridad con hermosas líneas aerodinámicas, recorría el país desde Maracaibo, atravesando el Lago por un nuevo puente, especialmente construido para ese uso, hasta Barcelona, capital del Estado Anzoátegui a gran velocidad, tardando unas ocho horas en su recorrido y cruzando los ramales de la Cordillera de los Andes y de la Costa que conseguía a su paso gracias a inmensos e impresionantes túneles y viaductos. Este tren era una maravilla de la tecnología contemporánea que, gracias a una inversión realmente multimillonaria y a un acuerdo político entre los dos partidos mas poderosos que se alternaban en la Presidencia de la República, había unido, muy pocos años atrás, los dos extremos mas alejados del país y que hacía del antes pesado viaje un innegable placer. En sus magníficos vagones articulados se encontraban diferentes tamaños de compartimientos, desde el mas pequeño, apropiados para un solo pasajero y que recordaban, en mucho, los antiguos compartimientos de mediados de siglo, hasta lujosas suites de dos o mas habitaciones, amoblados lujosa y confortablemente, con baño privado y sala de recibo incorporada. Contaba también con varios vagones acondicionados como salas de estar, de lectura o trabajo y sala de fumar; un coche-bar con amplia y magnífica barra de caoba pulida y silletas de madera y cuero y un grupo de pequeñas mesas con sus sillas, apropiadas para los mas diversos juegos y para la agradable conversación; además de los diferentes coches-comedor, donde brillaban enceguecedores los cristales, los candelabros y la cubiertería de plata, las porcelanas mas finas y las maderas mas lujosas, dando, como todo el resto del tren, una impresión de elegancia, lujo y solidez.
A las ocho y media abordó Juan Ramón el expreso. En cuanto subió a bordo interrogó al revisor en cuanto al compartimiento reservado a su nombre y este lo guió amablemente hasta uno de mediano tamaño equipado con cama matrimonial, baño privado y un elegante aunque pequeño recibo, colocado al pié de la clásica ventanilla de cristal. Al entrar se encontró frente a frente con Marina, la joven secretaria de su suegro y querida suya desde pocos meses atrás, con quién pensaba compartir este viaje.  Marina era el “desagradable problema” que había recordado intespectivamente esa mañana. Y a pesar de que era una jovencita  extraordinariamente bella, dulce y atractiva, había ya decidido firmemente terminar la apasionada relación que los unía. No es que tuviese problemas de conciencia en lo referente a tener relaciones extramaritales. Ni que esta hubiese sido la primera. El, como la mayoría de los hombres consideraba que tenía perfecto derecho a sostener ese tipo de relaciones con quien se le antojase, con tal de no causar escándalo que pudiese humillar públicamente a su esposa y a sus hijos; o mientras no los desatendiese, dándoles motivos para un justo reclamo. Y así lo había hecho durante todos los años de su matrimonio. Pero nunca había tropezado con una joven tan ingenua, honesta y pura como Marina. Si, pura, aunque causase extrañeza escuchar ese adjetivo en esta época. Sus mujeres siempre habían sido jóvenes liberales y experimentadas, que, conociéndolo y sabiendo desde el primer momento  sus compromisos familiares, aceptaban sus condiciones, disfrutando junto a el momentos  agradables y apasionados, sin obligaciones ni expectativas por ninguna de las dos partes. Pero Marina era diferente. Desde que la conoció comprendió que era otro tipo de mujer. Era buena, humilde, sencilla e inteligente. Y sensitiva. Extremadamente sensitiva y frágil. Y ya se había dado cuenta de que la joven estaba realmente enamorada de el. Y el, ante todo no quería complicaciones, así que estaba completamente decidido a terminar sus relaciones de forma elegante y delicada, procurando herirla lo menos posible y ofreciéndole su ayuda incondicional para todo lo que ella pudiese necesitar.
En cuanto entró en el compartimiento, Marina, que lo esperaba impaciente sentada en el sofá, se puso rápidamente de pié y acercándosele lo miró con ojos que denotaban adoración y abrazándolo con pasión apenas contenida le ofreció amorosamente los labios mientras le decía:
-¡Hola, amor. Al fin has llegado ¡
El correspondió cariñoso al saludo y luego, separándola suavemente, se volvió hacia el mozo que esperaba discretamente a la puerta, y sacando unos billetes del bolsillo, se los entregó, diciéndole:
-Muchas gracias. Y por favor, en cuanto comience a funcionar el coche-comedor, nos avisa. . .  me estoy muriendo de hambre.- 
-¡Gracias a usted, señor¡ y no se preocupe. Ya la señora hizo todos los arreglos y dio las órdenes pertinentes.  En cuanto todo esté listo, les avisaré.-
-¿En cuanto todo esté listo? – preguntó Juan Ramón extrañado, mirando interrogativamente a su joven acompañante.
- Si, mi amor. Es que te tengo una sorpresa. Ya verás. Y además, pensé que sería mejor no ir al comedor sino cenar aquí en el compartimiento. Ya lo encargué todo. . .  para algo conozco también tus gustos y preferencias. . . –
- Bien. Si lo prefieres así, está bien. Yo lo que quiero es que sea rápido. Sabes que cuando almuerzo en la calle lo hago mal y poco, así que. . . –
-No te preocupes, amor, todo está ya listo. Ya debe estar por llegar la cena. . . – concluyó Marina dándole otro beso.
Mientras esperaban, Juan Ramón tomó un baño y cambió sus ropas por otras mas frescas y cómodas. Cuando salió del baño, encontró a Marina que ya lo esperaba junto a unos helados y provocativos aperitivos que tomaron charlando animadamente. Luego llegó la cena impecablemente preparada y servida. Y a un lado de la mesa, en una cuba llena de hielo, se enfriaba una botella de champagne, escoltada por dos elegantes  copas de cristal.
-¿Champagne? –preguntó intrigado
- Si amor. Hay algo maravilloso por lo que tenemos que brindar- contestó ella, sonriendo enigmáticamente.
Terminada la deliciosa cena y ya calmado su apetito, Juan Ramón se arrellanó cómodamente en la butaca y mirándola fijamente, luego de haber destapado la botella y servido las copas, preguntó:
-Entonces, linda, estoy esperando por el motivo de este brindis.-
Ella le devolvió la mirada con los ojos húmedos por la emoción. Y acercando la copa a sus labios, murmuró con voz temblorosa:
-¡Brindo por nuestro futuro, Juan Ramón¡ ¡Por nuestro futuro y por nuestro hijo, que ya palpita en mi vientre¡ - y tras una corta pausa - ¡Y brindo por nuestro amor¡ - y apuró la copa hasta el fondo.
- ¿Qué has dicho, Marina? – casi gritó el, poniéndose de pie bruscamente y derramando parte del contenido de la copa sobre sus ropas - ¿Te has vuelto loca? ¿Qué hijo? ¿Qué futuro?
Ella, mirándolo angustiada ante tan violenta reacción, dijo casi sin voz
Que pasa, Juan Ramón? ¿Por qué te pones así? ¡Por favor. . .  me asustas¡ Yo solo he brindado por nosotros y por nuestro hijo. . . pensé que la noticia te pondría feliz. . . ¡No te entiendo¡ Siempre me dijiste que te encantaban los niños, por eso dejé de tomar precauciones, para darte la alegría de un hijo nuestro. . . ¡Y ahora, reaccionas así¡. . . ¡No entiendo nada. . . ¡- terminó con el rostro bañado en amargas lágrimas, dejándose caer sobre la butaca mientras dejaba la elegante copa vacía sobre la mesa de la cena.
-Pero, ¡Marina¡ Yo creo que de verdad te has vuelto loca. Uno habla muchas tonterías cuando está con una mujer que le gusta. ¡Eso lo deberías saber¡ Pero, ¡yo no quiero mas hijos¡  Me basta con los que tengo, los que me ha dado mi mujer. ¡Nunca tuve intenciones de tener hijos contigo¡  ¡Y tu lo has debido comprender así¡ Ya no eres ninguna niña. . .  desde el primer momento supiste que era casado y nunca, óyelo bien, nunca te ofrecí nada. ¡Nunca te ofrecí nada¡ - repitió enfáticamente – Todo esto te lo has inventado tu sola. Yo amo a mi esposa. Amo a mis hijos. Y amo mi hogar.  Y nunca he pensado hacer nada que los pueda lastimar.-
- Pero, tu dijiste que me amabas. . .  que te hacía feliz. . . Y yo te creí. Pensé que te querías casar conmigo. . . –
-¡Casarnos¡ Desvarías, Marina – replicó el, caminando nervioso por el compartimiento - ¡Nunca¡ Tu sabías desde el primer momento cuales eran las condiciones de nuestra relación. Además – añadió al ver su carita compungida – Tu, como secretaria de mi suegro sabes mejor que nadie  que dependo completamente de el. Que he dedicado mi vida a su compañía y que si me llegase a separar de Teresa perdería en un instante todo lo que he logrado en años de esfuerzos y sacrificios. . .  ¡No¡ ¡Jamás, Marina¡ ¡Olvídalo¡-
- Pero. . . – solo atinaba a responder ella – Tu me dijiste que me amabas. . . y yo creí. . . –
- Pues, creíste mal. Ya te lo dije muy claro. Nada te ofrecí y nada te debo. Y además – añadió cruelmente aunque sin proponérselo – Tienes que quitarte de la cabeza la idea de tener ese niño. . . ¡de ninguna manera¡ No lo puedes tener. Yo no me voy a exponer a tener un hijo contigo y que luego Teresa o mi suegro se enteren. ¡No¡ - sacudía la cabeza reafirmando sus palabras – En cuanto lleguemos a Barcelona haré las averiguaciones necesarias y solucionaremos ere problema –
Y mientras hablaba y hablaba, pendiente solo de “su problema” y de las consecuencias que tendría para el que trascendiese, y de cómo solucionarlo sin mayores prejuicios para si mismo, no podía apreciar la terrible expresión de dolor y desencanto, de sufrimiento, en el rostro de la joven. Luego cuando al fin puso su atención en ella y se dio cuenta, consciente de su llanto desesperado, se acercó a ella conmovido y  abrazándola cariñoso trató de consolarla, convenciéndola al fin de que debía acostarse y descansar, y que al día siguiente hablarían con mas calma y encontrarían una solución juntos. Luego que logró su objetivo, retiró la mesa de la cana para el pasillo exterior y se acostó el también, a su lado, en la gran cama matrimonial. Momentos después, estaba haciéndole el amor como si nada hubiese pasado, como si nada de lo que se había dicho esa noche tuviese la menor importancia. Y al finalizar, cayó en un profundo sueño, totalmente indiferente a lo que pudiese pasar a su alrededor.
Pasó la noche. A la siete de la mañana, cuando el mozo tocó a la puerta del compartimiento, avisándoles la proximidad de su destino, Juan Ramón, sentándose en la cama, llamó varias veces a Marina tratando de despertarla. Pero, al notar que no respondía, se volvió hacia ella tomándola por un brazo para sacudirla suavemente.  Al sentirla fría y rígida, y contemplar su pálida tez, comprendió horrorizado que la joven estaba muerta. A su lado, sobre la mesa de noche, un vaso de agua a medio tomar y un frasco de barbitúricos totalmente vacío. Y  junto a ellos, una pequeña hoja de papel con dos líneas: “Lo siento amor. Así no tendrás nada por que preocuparte”
Al momento Juan Ramón no pudo reaccionar. Sentado en la cama, al lado de la joven muerta, trataba de entender lo ocurrido. Pensaba aturdido en todo lo que había pasado la noche anterior. Pronto lo comprendió todo. Comprendió lo cruel que había sido con la inexperta criatura. Al comprender  los resultados de sus acciones, con una sensación de náuseas, se vio a si mismo tal como había sido: despiadado, brutal, insensible. Y  se sintió terriblemente culpable. Culpable por el daño irreparable que había causado a esa pobre mujer y a su hijo por nacer. Culpable por el dolor de su esposa y de sus hijos; por su suegro, ese hombre bueno que había confiado totalmente en el. Por su futuro, que había echado por la borda sin pensar siquiera en las posibles consecuencias. Y escondiendo desolado el rostro entre las manos, lloró. Lloró como un niño. Lloró por el desperdicio de esas dos vidas. Por el desastre en el cual había convertido su vida. Lloró por su mujer. Por sus hijos. Y lloró por el.
 
 
 
Mérida. Noviembre 1990
 
 
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Foto del autor Margarita Araujo de Vale
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2 Comentarios 475 Lecturas Favorito 1 veces
Descripción

Palabras Clave: Requiem infidelidad consecuencias

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



Comentarios (2)add comment
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Tamara Bracho Formisano

Muy bueno el relato, me encantó.
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December 12, 2012
 

Alicia Araujo

A pesar de ser un tema muy frecuentemente utilizado por los novelistas, este pequeño relato consta de coheción, claridad y lo mas importante, en una exposición concisa y bien comprimida, permite en tan pocas paginas, integrarse a la trama y vislumbrar, aun cuando no esten muy explícitas, las consecuencias de las acciones del protagonista. Como moraleja y haciendonos recordar muchos casos semejantes en nuestro entorno, nos trasmitió la emoción y angustia de la vividisima situación. BRAVO MARGA......!!
Responder
November 08, 2012
 

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