Vino el filósofo a explicar la realidad y ella le cantó como grillo, hasta el anochecer, cuando el filósofo se durmió y comenzó a soñar con grillos y con otros filósofos.

  ¿Cuál canto? ¿Cuál grillo?, respondió por la mañana el filósofo cuando le preguntaron si había podido explicarla.

  Y vino también el poeta a explicar la realidad. Y ella se le presentó como colores y formas de cuanto lo rodeaba. El poeta estuvo todo el día escribiendo, con sus ojos adheridos al papel y, a veces, a la pantalla del computador.

  ¿Cuál montaña?, preguntó el poeta, cuando le averiguaron si había podido escalar la brizna de yerba cerca de sus pies.

  Vino el teólogo, cargado de argumentos, de sueños, pesadillas, versículos, palabras áridas, sofismas, dudas, incertidumbres a explicar la realidad, pero siguió de largo porque no había nadie para escucharlo. 

  No había nadie que quisiera preguntarle algo. Desde el canto del grillo y la brizna de yerba, Dios sonrió burlón y compasivo.