La casa de las luces
Publicado en Jul 28, 2009
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LA CASA DE LAS LUCES
Carmen trabaja en la gran mansión, la más grande, la más bella del pueblo. Cada mañana llega a la casa, una de sus principales tareas es apagar las luces. La casa las tiene en cantidad. Una galaxia en el sector oscuro del poblado: luces en el jardín, en los atrios en los balcones. Porque la casa tiene diez balcones y otros tantos atrios. Luces arriba, abajo, en los aleros. En las ventanas, en el piso en el techo, luces.
Carmen se mueve con naturalidad dentro de la casa recién estrenada, hecha por el patrón en homenaje a la Señora. Sillones caros, vajilla de porcelana, cielorraso de yeso, una mansión digna para que viva en ella una reina. La tarea de Carmen consiste en abrir la puerta, atender el teléfono, alimentar a los perros, cuidar de los niños y sobre todo cocinar, al patrón le gusta como ella cocina.
La patrona camina despacio, es joven y bella pero tiene la mirada opaca y perdida, no eclipsa su belleza, pero su rostro no tiene gracia. Hace rato que Carmen trabaja con esta familia y nunca vio reír a la Señora.
La casa es tan grande que el esposo de Carmen la llama "El Vaticano" y ella misma la apodó "El Kremlim".
A veces la familia recibe visitas de gente importante que llega en autos muy caros.
Una mañana cuando Carmen cocinaba la Señora, se sienta en una silla al lado de la mesa y le dice sin otra expresión:
- ¿Carmen eres feliz?
- ¿Señora?, expresa Carmen como si no la hubiera escuchado.
- ¿Eres feliz Carmen? ¿Sabes qué es la felicidad?
La doméstica quedó perpleja:
- Claro, señora. Como no voy a ser feliz, si tengo trabajo, una patrona muy buena. Esposo, hijos, salud. Soy muy feliz.
Como sino la hubiera escuchado la Señora, siguió con la mirada perdida en algún punto lejano, con el cuerpo allí, pero la mente en otro lugar, sin embargo exclamó:
- ¡Siempre eres feliz, Carmen, siempre! O solo a veces.
La servidora se vio preocupado, pensando que tal vez la patrona, le hacía esas preguntas para echarla, pero a pesar de ello le fue totalmente sincera:
- Si señora, siempre soy feliz.
Con la misma actitud ausente la Señora seguía hablando:
- Sabes Carmen, si quisiera regalarte hoy un collar de diamantes, con solo quererlo, podría regalártelo. Mi esposo no dudaría un instante en dártelo. Pero sé que no podría comprar siquiera un pedazo de tu felicidad. ¿Me entiendes Carmen?
Esto sorprendió a Carmen, tanto que soltó el mate de la mano y casi rompe el termo:
- ¿Qué dice señora, usted es feliz, tiene de todo?
- No tengo, Carmen, nada de lo que vos tenés.
Ding, Dong, Ding ... llaman a la puerta y Carmen sale a atender. La patrona sigue ausente, es el párroco, que viene a saludar y a confesar a la señora. Carmen comenta mascullando: ventaja que tienen los ricos. Hasta se los confiesa en la casa. Recordó que cuando su madre estaba muy enferma ningún cura pudo ir a verla, estaban todos muy ocupados, será que orando o atendiendo a los ricos.
Culmina el día, Carmen, enciende las luces: del jardín, de los aleros, de los atrios de los portones, de los balcones y de los pasillos. Saluda a la patrona y se va a su casa. Está algo triste, preguntándose ¿qué le pasará a la Señora? Pero no puede estar triste, en su casa de barrio hay pocas luces: una frente a la casa, una por habitación y otra detrás. Pero ella se ilumina con la felicidad de sus seres queridos: su esposo, sus hijos y no puede evitar ser feliz aunque la dueña de la gran casa esté triste.
- Padre -dice la Señora al cura- ¿qué me pasa, porque no puedo ser feliz?
El cura también es sincero. Pero no quiere ahondar la pena de su feligresa y le dice. Debes indagar, hija, acerca de la felicidad. Y sino la hallas es porque son misteriosos los designios de Dios, sin embargo búscala, reza y búscala.
Carmen vuelve a la rutina, llega a la casa y apaga las luces. Algo pasa, el patrón está cada vez más triste, los chicos no juegan y son llevados a la residencia de los tíos, todos hablan despacio, la patrona poco se levante y convalece en una cama entre sábanas de seda y oropeles. Lo que más le impresiona a Carmen es la mirada ausente de la Señora.
- ¡Carmen!
Apenas oye la voz lejana y ausente de la patrona, asiste solícita:
- Si, Señora, ¿me necesita?
Murmurando la mujer exclama:
- Traéme un vaso de agua por favor.
La doméstica sale pronta y sin hacer ruido al caminar, al instante vuelve con un vaso de agua.
- Aquí lo tiene Señora.
- Siéntate Carmen, dice la mujer sin sonrisa. Siéntate, por favor.
Carmen obedece y sale a buscar una silla.
- No Carmen, siéntate al lado mío en la cama.
Carmen llega, y apenas se apoya en la cama. La Señora le toma de las manos y  ella las siente fría y las ve pálidas.
- ¿Por qué no puedo ser feliz, Carmen?
- No se Señora.
- Porque me siento en un abismo, como si mi padre me llamara al más allá, para que esté junto a él. Ahora recuerdo, que era feliz hasta el día nefasto en que la muerte lo pasó a buscar.
- Debe tratar de ser feliz señora- angustiada dice la sirvienta.
Una mueca que simula una sonrisa y la mujer le dice.
- Ahora que lo dices Carmen, tuve fugaces momentos de felicidad. Pero no los puedo agarrar para siempre, vienen y se van rápido. Son como el relámpago o los meteoros. Una vez tuve un momento de felicidad, cuando di a un hombre un beso furtivo, fue un momento intenso, como la luz de un gran meteorito pero se apagó. Como se apagan todas mis ilusiones.
Carmen sonrió y exclamo:
- Vió señora, puede ser feliz si lo intenta.
- No creas, Carmen, que no lo intento. Lucho mucho, pero no puedo.
- Quiere mirar tele Sra.
- No Carmen, quiero que te quedes. Mira está oscureciendo y veo la luna por la ventana, cuando era niña miraba la luna y parece que era feliz. Vos que podés hablar fuerte, preguntale a la luna porque no soy feliz. Porque llora mi corazón, hazlo Carmen, hazlo-, la voz se apaga en una queja. Suena el timbre de la puerta, alguien llega, aliviada Carmen sale a atender, ya que no tendrá que preguntarle nada a la luna. Es el patrón, Carmen enciende las luces y se va a su casa. Apenas pisa la calle y la tristeza la abandona, se siente feliz y no  puede evitarlo a pesar que la Señora, esté enferma y triste.
La noche abraza con capa azabache al poblado, la casa de las luces parece un sol en la oscuridad y sin embargo sus luces no pueden ahuyentar ni el dolor, ni la eterna y mortal tristeza de su dueña, que agoniza entre los padecimientos del cuerpo y el alma.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Miembro desde: Jun 30, 2009
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Descripción

- Sabes Carmen, si quisiera regalarte hoy un collar de diamantes, con solo quererlo, podría regalártelo. Mi esposo no dudaría un instante en dártelo. Pero sé que no podría comprar siquiera un pedazo de tu felicidad. ¿Me entiendes Carmen? Esto sorprendió a Carmen, tanto que soltó el mate

Palabras Clave: Mujer rica en dinero pero pobre en amor sirvienta pobre pero rica en afecto dolor pena juventud perdida

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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