Con mirada de ojos aperlados, sacados de las entrañas del mar de la plata.
De cabellos rizados y petulantes, ondulando gentilmente con el viento.
De labios color carmesí, que hechizan hasta al más ingenuo de los inocentes.
Con orejas puntiagudas, reina de los elfos de las montañas.
De cuello hermoso, fino y alargado; con tanta belleza, salvadora de los caídos.
Con pechos insinuantes al placer más puro y perfecto, que vuelven hombres a los varones.
De espalda rígida y delicada, tal flor cuyos pétalos han renacido.
Con piernas afiladas como cuchillos punzantes que hieren al corazón tal flecha envenenada.
De pies ligeros como una cobra deslizándose tras el fruto de la vid.
Y ese andar decisivo, sin la mínima conciencia de la duda, conquistando el mundo a su paso. Víctima de las heridas que vierten lágrimas de cristal.
Pues son tantas las marcas que te ha dejado, que me ha dejado, que nos ha dejado la vida, que podríamos plagar los mares con cicatrices.