Pará patrón...
Publicado en Jul 19, 2009
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PARA PATRON

CUENTO
DIEGO LUJAN SARTORI


Había llovido, y los duendes del agua trabajaban afanosamente en mezclarla con la tierra roja, haciendo que todo camino, huella o sendero, se volviera difícil para cualquiera que intentara transitarlo, ya sea a pie, a caballo o carro. Ni que hablar de hacerlo en vehículo. La noche se volvió clara y una luna enorme trazaba aquí, allá y acullá, diversos espejos al tocar los charcos de agua con su luz plateada.

El clima metía miedo y las sendas otras veces transitadas, estaban desoladas. Sin embargo un jinete desafiaba el ámbito tétrico y huérfano de almas rondando en la tarde noche, acompasado del concierto de sapos y ranas que con mil flautas, le ponían sintonía melancólica a la noche.
El jinete va montado en un caballo de gran alzada. Pantalón de tela gruesa, botas de cuero, espuelas, una abrigada campera de corderoy, un sombrero negro de paño. Pañuelo azul con lunares blancos en el cuello, una rastra que aprieta aún más la negra faja y en la rastra un revólver 38 al costado, un puñal de doble filo en la cintura por la espalda, el Mauser cruzado en la montura, y bajo la carona un machete. En la mano izquierda asidas fuertemente las riendas del equino y en la derecha un rebenque con mango pesado de dura madera, y un tiento de cuero, que en si mismo era un arma peligrosa. Sobre todo el cuerpo del caballero una pesada capa negra de fieltro, que lo protejía a él y al caballo.

El paso del rocín herrado, el suave sonar a campanillas de las espuelas y las argollas y hebillas del atalaje, eran el único ruido que agregaba su ritmo acompasado al coro de los anfibios cantores.

El centauro nocturno cual un espectro avanzaba al trote por el camino y la lumbre del cigarro de hojas de tabaco y el humo le daban una expresión fantasmal, algunos sapos curiosos al verlo saltaron asustados a las zanjas y espiaban en silencio el paso del jinete.
Dinarte, debió salir aquella noche, desde el pueblo a la chacra distante a unos cinco kilómetros a llevar a su fiel peón unos antibióticos y analgésicos para que se curase de una fuerte gripe. Al despedirle, su esposa, le colocó al cuello un rosario con pesado crucifijo, le encomendó a la Virgen de Itatí y a los santos y le pidió que se cuidara.

El hacendado era hombre de coraje, y más si andaba a caballo. No le temía a nadie ni a nada. Meditando algunas acciones para cuando mermase el mal tiempo transitó al trotecito el camino que llevaba a la tranquera de su hacienda. En lo remoto, de cuando en cuando un relámpago barría con nerviosos destellos el entorno. Desde lejos vio la ranchada, el brete y el amplio potrero. Todo se vestía de una serenidad especial. Que hasta se sintió regocijado de la salida, protegido por la capa y con la cara al viento húmedo de invierno.

Al llegar a la tranquera, no quiso bajarse para abrirla de a pie como era su costumbre, de pronto algo lo inquietó, su sexto sentido tal vez, sus andanzas como tropero... Le advertían de un peligro especial, no era miedo a la gente, sino precisamente a las cosas del más allá, por las que sentía cierto respeto. Tomó el mango del rebenque, corrió la traba de la tranquera y al darse vuelta para cerrarla lo vio: un espectro que frente a si se perfilaba; un hombre, pálido casi como la clara luz de la luna que a pesar del frío de la noche estaba desnudo y se revolcaba sobre el pasto húmedo, especialmente en las charcas que la lluvia había formado.
Aunque el  miedo le pellizcó el cuerpo erizándole los pelos, no se asustó tanto y le preguntó al desconocido:

-¿Tomando la fresca Don?...

Sin respuesta su saludo, inició un trote ligero hasta la casa del peón. Cuando llegó le sorprendió ver luz en el rancho, ya que el mismo dormía con el atardecer, golpeó y desde dentro una voz ronca y congestionada le contestó:

-Pasá patrón...

Dinarte entró al rancho y vio a Ireneo su Peón que supuestamente debía estar en cama en calzoncillos mojados, secándose al lado del fuego. El miedo le volvió a pellizcar el cuerpo y la duda la mente. Se sintió inquieto en un lugar donde siempre le resultaba acogedor y por ningún motivo le dio la espalda.

-¿Estás levantado Ireneo?

-Si patrón, los perros ladraban mucho y me fui al chiquero, parece que se llevaron un chancho.

-¡Otra vez! -exclamó Dinarte ofuscado- qué raro que cada viernes me roban un chancho Ireneo.

El peón se encogió de hombros en silencio, como diciendo ¿y yo que sé patrón?

Sin embargo Dinarte, compartió con el peón un reviro y un poco de matecocido caliente, para reanimarse de la cabalgata. Le hizo tomar los remedios, le dio algunas instrucciones para el otro día y cuando se iba a marchar Ireneo le dijo:

-Patrón, haceme el favor de taparme bien y cuando salís cerrá la puerta del rancho por afuera, que yo mañana la abro con un machete.

-¡Cuidate ireneo!, no madrugues, mateá antes de salir al campo y cualquier cosa mandá aviso con algún vecino. Lo dejó envuelto en cálidas mantas de lana.

Dinarte salió, cerró la puerta del rancho por afuera, subió al caballo y cuando se aprestaba a partir le pareció que la puerta del rancho se abrió y se cerró. El miedo le pellizcó con más fuerza el cuerpo, tomó la linterna que llevaba en una alforja del caballo, alumbró la puerta y estaba tan cerrada como el la había dejado.

Algo desconfiado salió al trote firme del caballo, cuando llega a la tranquera, nuevamente el hombre desnudo sonriéndole a la luz de la luna enorme, que plácida y buena prestaba el servicio de reflejar la lejana luz del sol para formar espejos en el suelo mojado. Esta vez Dinarte estaba decidido a enfrentar al hombre, echó pie a tierra, y el mágico espejo del charco se rompió en mil astillas ondulantes, reflejándole su propia imagen distorsionada y fantasmal. Con la mano izquierda agarró corta la rienda del caballo y recostó la espalda sobre el equino que caracoleaba inquieto al ver al hombre misterioso que desnudo desafiaba al frío de la noche. Con la derecha empuñó el puñal y encaró al personaje sujetando la afilada hoja en la garganta y allí fue cuando el miedo de verdad lo hirió, ya no era un pellizcó sino que hincó las uñas en la garganta, el corazón, la espalda dejándolo petrificado. Cuando el espectro vio la decisión de muerte en los ojos de Dinarte, le respondió en tono familiar:

-¡Pará patrón, no me mates!

-¡Ireneo! -dijo el hacendado...

Y el cuerpo del hombre se convirtió en un enorme perro blanco, que salió trotando hacia la ranchada de la hacienda. El coro de sapos y ranas, guardó un silencio sepulcral y solo se oía el nervioso ladrido de los perros corriendo a algún bicho.

Dinarte se fue al galope a su casa. Sin querer volver la vista atrás.

Al otro día ya oreado el barro del camino, volvió a la hacienda. Llegó a las casas, Ireneo, su peón estaba algo mejor de la gripe y trabajaba afanoso preparando la comida para los chanchos.

Dinarte se fue directamente a la cocina del rancho y sobre el fuego vio asándose parte del chancho que se habían robado la noche anterior.

Llamó a Ireneo, le dijo algo dolido:

- Prepará tus cosas, ya no te puedo tener. Sintió que el peón lloraba en silencio y le decía en voz baja ¿Por qué me dejás sin trabajo patrón?... siempre me pasa lo mismo.

Impertérrito Dinarte, aspiró el humo del cigarro... Y se dijo para sí, ya no me robarán chanchos los viernes. Y miró, no exento de tristeza como Ireneo con sus pocas pertenencias, caminaba de la ranchada a la tranquera. Cuando abrió la misma, los perros policías de Dinarte, que vigilaban la finca, se echaron a aullar con gran dolor, como quien despide a un hermano.
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Foto del autor Diego Luján Sartori
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Miembro desde: Jun 30, 2009
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Descripción

Algo desconfiado salió al trote firme del caballo, cuando llega a la tranquera, nuevamente el hombre desnudo sonriéndole a la luz de la luna enorme, que plácida y buena prestaba el servicio de reflejar la lejana luz del sol para formar espejos en el suelo mojado. Esta vez Dinarte estaba decidido a enfrentar al hombre, echó pie a tierra, y el mágico espejo del charco se rompió en mil astillas ondulantes, reflejándole su propia imagen distorsionada y fantasmal.

Palabras Clave: Leyenda hombre lobo peón chacra lluvia luna caballo jinete

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


Comentarios (2)add comment
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Diego Lujn Sartori

Gracias: Julio hay mucho de mi para ver, tambiçen seguiré viendo lo tuyo.

Gracias.
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July 19, 2009
 

Julio Camargo

Un cuento muy agradable, he leído con mucha atención cada frase y en ellas he encontrado incorporada un sentimiento poético, resalto las actitudes ante los pellizcos del miedo y esta otra en la que hace mención al caballo,, la espada y la pistola. Sinceras felicitaciones amigo argentino.
Adelante Diego sigue deleitándonos con tus frases y oraciones en tus cuentos y poemas.

... Corta la rienda del caballo y recostó la espalda sobre el equino que caracoleaba inquieto al ver al hombre misterioso que desnudo desafiaba al frío de la noche... que bien, que buenas frases...
Responder
July 19, 2009
 

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