EL SUSTO DE MACARIO
Publicado en Feb 11, 2012
Macario, es un tipo de pelo en el pecho, de esos que no le temen a la muerte, un hombre que cazó tigre, peleó con una Anaconda en el Amazonas, con los caimanes Agujas del río Sinú y hasta con el demonio. Pesca en lo seco, al hombre que le pega, si se pone de pie en el momento es para caerse nuevamente. Ese era el decir de la gente sobre Macario, todo, producto de sus mismos comentarios.
El pueblo con su gente se encontraba triste por el vil asesinato del que fue objeto Horacio, un personaje muy querido por sus paisanos. Era el mejor rezandero del mal de ojos, de la lombriz, incluso del mal de amores; su velorio se encontraba bastante concurrido por gente de los pueblos vecinos, amigos, parientes, clientes, amantes, en fin, muchas personas agradecidas por algún trabajo que les realizó. En medio de la muchedumbre que acompañaba al cadáver y a los familiares se encontraba Macario, refiriendo la historia de lo sucedido en una de sus andanzas en una finca de Venezuela. “Resulta que al llegar al portón del potrero veo que mi acompañante venía con la cabeza gacha y él no era así. Le dije, ajá Juan ¿qué tienes?. “No, nada señor Macario”. “Continúe preguntándole. Hombre Juan dime la verdad, te veo muy preocupado. Me dice”. “Bueno viejo, lo que sucede es que Evaristo el capataz de la hacienda, es amante de mi mujer, yo no soy capaz de enfrentarlo porque ese tipo tiene como dos metros de alto y es bastante macizo”. “O sea que le tienes miedo, le pregunté”. “Pues para pelear con él sí, la vaina es que es más fácil ponerle un doble cero en el pecho, pero yo no tengo coraje para esas cosas”. “Lo tomé por el hombro diciéndole, muchacho para que te vas a ensuciar las manos por algo que no vale la pena, búscate otra mujer y así no vas a tener problema con tú consciencia y la justicia”. “Eso es verdad señor Macario, quisiera darle una garrotera, es que una vez vi como dos hombres musculosos lo enfrentaban peleando y ese tipo no se movía con los muñecazos que le daban”. “No pude más y propuse que me lo dejara a mí, que no le temía a nadie diferente a Dios”. “Mire viejo, mejor dejemos la cosa como está, porque usted con esa estatura no aguanta el primer manotazo de ese señor”. “Déjame, verás lo equivocado que estás, que yo con mi uno con cincuenta de estatura he peleao con quien menos te imaginas”. La gente que escuchaba a Macario le decía, “Bueno, tómese el trago, termine rápido el cuento que ya está demorando mucho y nosotros nos imaginamos que usted viejo Macario es quien va a ganar”. Inclinando su cabeza hacia atrás mirando el cenit, deja caer en su boca el trago grande de ron que le dieron y sin inmutarse prosigue. “Bueno, cuando vi al tipo ¡Carajo! las pelotas se me escondieron, ¡Ese era un fenómeno!, jamás en mi vida había tendido la oportunidad de ver unas muñecas como del tamaño de una cabeza de un niño de dos años, alto, como las torres esas que tumbaron en los Estados Unidos, tenía los brazos del grueso de los tubos que utilizaban antes por aquí para el alcantarillado. Pensé, bueno, para que me hice cargo de éste problema, ya no voy a retroceder, mi palabra se respeta. Así que le dije; oiga amigo yo quiero pelear con usted, ¡Pero ya!, él varón me miró de arriba abajo y dijo, “no lo conozco, no sé por qué me reta, antes de pelear le advierto que no respondo por lo que le pase”. “Ni yo tampoco, le contesté”. El frío de la noche parecía penetrar lo huesos de la multitud que entre sonrisas alardean. “Menos mal que el viejo Macario tiene las huevas bien grande”. “Y lo otro también”. Respondió él al instante. Sin mostrar cansancio por tanto hablar, perpetúa la palabra entre quienes lo escuchan. Sorprendiendo a todos con un brinco de su cuerpo, propio al de un joven de Díez años, el sexagenario hace las posturas que tomaba al enfrentarse con su contendor, argumentando. “En tres intentos de mi parte para pegarle en la cara lo toqué dos veces, remeciéndolo como a un árbol de coco por la brisa, él en cinco intentos, sólo me logró una vez, no lo sentí, en menos de veinte minutos lo cansé, al descuidarse le pegué un puño en la parte donde se ubica el corazón, escuchándose un ruido parecido al producido por una persona cuando está defecando con síntomas de diarrea, dejando en el ambiente un olor a poza séptica. El tipo cae de espaldas moviendo la tierra del golpe, la gente se le acerca y le toman el pulso gritando. “Está vivo… está vivo”. Ya estaba amaneciendo, al parecer nadie tenía sueño, las risas se escuchaban a tono muy bajo irrumpiendo alguien que dice. “¡Estaba vivo viejo! pero, ¿de quién fue el peo, suyo o del otro?”. Le preguntan. “Hombre del otro, no ves que el individuo mordió la tierra con los puñetazos que le di”. Macario se lubrica el gaznate con un trago y retomando su feroz batalla hace alusión al destierro del hombre de la finca debido a la pena que le causó la fuerte paliza. Al día siguiente se rumoraba en el pueblo sobre la causa del asesinato de Horacio, algunos decían que el criminal volvería para hacerlo trizas al momento de enterrarlo, otros hablaban de otra historia. Todos especulaban sobre la verdadera razón de la trágica muerte. La tarde se mostraba triste había llegado el momento de dar cristiana sepultura al difunto. No se esperaría más al hijo que se encontraba a treinta horas del pueblo, se había internado desde muchos meses atrás en lo profundo de la serranía, donde tenía su finca. Seguir con el cuerpo en la casa podría ocasionar una epidemia, ya que no se conservó adecuadamente. Las personas que acompañaban el funeral de Horacio hacían fila por el callejón que los llevaría al cementerio del pueblo. Dentro de la multitud, lógicamente, se encontraba Macario, no podía faltar al último adiós de su compadre y amigo, como de costumbre, bien vestido a su lado iba Próspero, otro legendario amigo, con su sombrero sabanero sobre su cabeza el que sólo se quitaba cuando escuchaba el Himno Nacional o al irse a dormir. La romería era larga, las personas se fatigaban por lo apretado de la situación. Los que iban atrás o en la cola de la muchedumbre se sorprenden al ver que el gentío que va al frente comienza a correr afanosamente atropellando a los demás, escuchándose un grito… “Ahí viene, corran… ahí viene, corran… corran”. A lo que Macario reacciona confundido mirando a la derecha de su cuerpo, logrando ver a lo lejos un jinete sobre un caballo que se acercaba a la multitud, trayendo su brazo derecho izado con una escopeta aferrada a su mano. Macario empuja levemente a Próspero y éste le dice. “Corramos compadre que ahí viene el asesino”. Próspero sobresaltado sacude su cabeza desesperadamente dejando volar su sombrero por el aire. Macario cae a un charco untándose todo el cuerpo de lodo, al ponerse de pie para seguir corriendo, se le pierde un zapato, resbala nuevamente partiéndose la cabeza y es pisoteado por la masa humana que despavorida sólo es calmada por otro grito que dice. “Cálmense… cálmense… que no es nada… no es nada”. El causante de la desbandada era el hijo del difunto, que desesperado por el amor que le tenía a su padre venía de la finca apresuradamente para verlo por última vez, llegó acompañado por el mensajero y su escopeta para enfrentar las fieras que con frecuencia se encuentran en el camino de la serranía. Macario y mucha gente fueron llevados de urgencia al Hospital Municipal, algunos desmayados, otros con algún miembro de su cuerpo roto. El ataúd con el cuerpo quedó tirado en el camino, unos pocos de sus dolientes quedaron cerca de él. Próspero lloraba su sombrero de trescientos mil pesos que quedó de no servir y de milagro no le ocurrió nada en su humanidad. A los días, Macario estaba en su casa bastante demacrado, con una venda en su cabeza que se parecía a los turbantes que utilizan los árabes. Un grupo de muchachos del pueblo fueron a visitarlo, preguntándole. “Bueno, señor Macario díganos en verdad ¿qué fue lo que le pasó?, está bien que mucha gente se haya aterrado, pero usted no es fácil para dejarse asustar”, Macario con una sonrisa silenciosa y pícara, balbuceando les dice. “Yo no corrí, lo que pasó fue que algún gallina me rozo y la velocidad que llevaba me tumbó o de lo contrario hoy estaría con el mismo brío que me caracteriza, si yo hubiese visto a ese tipo, lo espero, le rompo la escopeta en la cabeza y hasta ahí problema. Gracias a Dios que no lo vi o de no el otro muerto es él”. Los jóvenes que visitaron al enfermo se retiran sonrientes, complacidos con la curiosa respuesta de Macario. Copyright ©2008 Luis A. Aguilar P. Todos los derechos reservados.
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