(Es difícil no ser injusto con vos)
Capitulo 2:
 
Sería imposible definir lo que fue ocurriendo al imprevisto de los patéticos espectadores que se relamían en cada escena de la discontinuidad selectiva de tu vida. En un segundo y tres quintos todo podía cambiar sobre manera. Esa era tu forma de hacerles saber cuánto los aborrecías. Las ecuaciones siempre solían terminar en resultados simples y comprensibles; algo que distaba mucho, por ese entonces, de lo que realmente estaba pasando en tu vida. En definitiva, no era más que verte y dejarte hacer. No sin después juzgarte con una vara más injusta que tu puta suerte. 
En qué momento, Meim, tus actos comenzaron a conformar la trama de una novela, entretenidísima y ajena a tu verdad, que los alborotados y consternados espectadores deleitaban saboreando tus entrañas y bebiendo de tu sangre. Solías decir “Todos están por fuera de mi” y era mentira; porque de alguna manera te sabias observado y jugaste con eso hasta el último momento. Hábil en tu penosa especulación con saldo negativo. Buscaste la forma de pasar por sobre todos, transitando un camino que nunca nadie entendió, por equivocación o conveniencia. No lo sé y tampoco interesa.
Cuál será la verdad. Un agujero negro que se vuelve a abrir con la primera gota que acaricia tu mejilla. Lo cierto fue que en un punto todos se alejaron, culpables o no, se fueron y te dejaron solito. Vacio de compañía pero no de reproches, ni criticas, ni espamentos, ni ira. En ese agujero comenzó a gestarse tu tremenda luz. Tus esfuerzos por creer en vos mismo y tu tranquilidad de saber que al fin. Sabías qué era todo esto. Y lo más asombroso fue que no te sorprendía nada de lo que te llegó y te tocó y generaste. Jugando a terminar la historia cuando aún no comenzaba. Te adelantaste de tu sombra y te enterraste herido pero vivo. Bajar la persiana Meim ¡Los huevos que tuviste!
Es por eso que te respeto tanto; que no puedo más que sentirme culpable. Ahora que el barco se endereza  y por una cuestión de ética, que es más bien mía que aprendida, solo me resta ponerme de la otra vereda; la de los abstraídos de tu historia para no mancharse, la de los que ayudaban ¡Que mentira! Y por detrás nunca te absolvían pero te necesitaban para verse un poco más humanos. Nadie pudo obtener siquiera un ápice de lo que siempre te sobraba para regalar. Nadie. Es por eso que me tengo que cruzar de vereda, si es que aún te respeto, y sentirme miserable por no animarme al vuelo de tu altura. Por no ayudarte cuando tu mensaje era más que claro. Por dejarte solo y abandonado creyéndote mejor muerto que más bien encaminado. Lo que todos siempre necesitamos para sentirnos mejor. Tu apagón; verte caer.
La última vez que te vi me dijiste –Vos me conoces bien; aunque no quiera me tengo que ir— y te rajaste de mi vida poniéndome, a la vez, en evidencia. Tu silencio de corte suprema siempre fue algo inquebrantable e inentendible para los que te mirábamos desde afuera. Que estúpidos; siempre tuviste muchas cosas en claro y administrabas los momentos con una maestría espeluznante. Fuiste brillante en todas tus jugadas y dejabas bien en claro tu posición ante todos los disturbios que se generaban en tu derredor. Pagando los altísimos costos que te intentábamos cargar con nuestra hipocresía.
No puedo más que sentirme menos, para dirimirte, para intentar salvarme con vos aunque estés lejos o ya no estés. Donde residas quiero soñarte dulce y tranquilo, lo que en verdad, detrás de todo, sos. Hoy ni siquiera dejaste la chance de pedirte perdón, de disculparse. Porque rajaste tan tremendamente, que te convertiste en inalcanzable. Seguramente alguien tendrá el derecho de escucharte,  el privilegio de tenerte cerca, de tocarte; de encontrarte siempre donde vos querés estar. Tu niño en la plaza jugando a la vista de mamá. Hablando en chino y mirando las cosas desde otro lado.