Estigmas
Publicado en Jul 12, 2009
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ESTIGMAS
Cuento
Diego Luján Sartori
 
Aún el sol se escondía detrás del horizonte y la noche lanzaba sus últimos suspiros,  era esa hora en que no es más noche pero día tampoco, cuando Pedro Dornelles, sobre su carro tirado por bueyes salía rumbo al rozado para iniciar sus labores campesinas.
Cuando llegó al galpón donde tenía el campamento de trabajo, aún ardía con pereza un grueso tizón de leña dura y una pava de aluminio abrazada de tizne, suspiraba nerviosa las postreras volutas de vapor, de la escasa agua hirviente. Pedro la llenó de agua, atizó el fuego y se sentó a armar un cigarrillo de tabaco picado y papel. Prendió la radio que colgaba de uno de los horcones del galpón, para sintonizar la única emisora argentina que captaba, para escuchar las noticias matinales.
Al rato llegó su peón. Y se acomodó a su lado sobre un enclenque y bajo banquito de madera, también se armó un cigarrillo. En el campamento no quedaba nadie sin embargo nunca le faltaba nada: herramientas, cobijas, enseres y unas pocas provistas solían quedar allí, sin que nadie osara  tocarlas. El motivo de ello era que Pedro Dornelles era muy querido y respetado en la zona y la otra que tenía fama de bravo si era necesario.
Junto a su peón, tras tomar unos mates, entraron al frondoso tabacal a cortar las mejores plantas del producto. Cargarlas en el carro, llevarlas al galpón y volver a la vega. Hasta que la noche los envolvía cerrándole la visión. Era cuando se ponían bajo el refugio del galpón, alumbrados por la mezquina luz de unos candiles a querosén, cocinaban, comían, charlaban y preparaban sus improvisadas camas. Pedro tenía la suya sobre los tirantes bajos del galpón, algo alta, en cambio su peón en un esquina cerrada con paredes de tabla sobre cepos de madera.
Luego de acostarse Pedro Dornelles, se disponía a fumar su último cigarrillo, esta vez sacó uno de un paquete adquirido, cuando quiso encenderlo, sintió un dolor en la palma de la mano. Estimó que era uno de los tantos callos, que se le formaban por la labor dura e incesante de la chacra. Sin embargo el dolor se le agudizó bastante, acercó el candil y notó que tenía una herida limpia y sangrante y no una escaldadura como habitualmente son los callos del trabajo. Pero no le dio importancia, se durmió para reponer las fuerzas perdidas durante el día.
A la mañana siguiente el cronograma de labor se repetía inexorable. Junto al fuego con el mate mañanero, Pedro se miró la palma de la mano la herida estaba allí fresca, latente, sangrante. Buscó un trapo relativamente limpio en lo que era la precariedad del campamento y se envolvió la palma de la mano con ella. Para seguir trabajando.
El fin de semana, llegó a su casa. Se sentó en el corredor, charló y jugó con sus hijos. Su esposa le sirvió el mate y le preparó la ropa para que se cambiara. En una de las tantas veces que iba y venía del corredor al interior de la casa, la mujer notó que su esposo tenía la mano vendada:
-¿Qué te pasó Pedro?- Dijo la esposa entre cariñosa y preocupada
-No se, me salió una heridita- sacó la venda y se le mostró a su
compañera.
-Y por esta heridita te hacés problemas- comentó jocosa la mujer.
-Es que la siento diferente, me duele mucho y sangra.- Comentó Pedro.
-Después que te bañes yo te pongo un pongo de azúcar y una venda nueva
y para mañana está sana.
-Bueno. - Dijo Pedro, resignado.
Al otro día la venda blanca amaneció empapada de sangre, también la
camisa de Pedro y la sábana.
Se levantó, sacó la venda, para limpiar la herida, pero no hacía falta, estaba idéntica al primer día: profunda, limpia, sangrante. De todos modos la lavó y vendó nuevamente.
-Pedro, ¿cómo amaneció tu herida? - Preguntó su esposa
-Bien - le respondió él.
Era Domingo, fueron a la misa. Terminado el culto. En los corrillos del atrio, Pedro le comentó a un amigo que tenía una herida rara. Pero ocurrió un enigma, al sacar la venda, la herida había desaparecido. Sonrojado, Pedro más por el hábito que había adquirido volvió a vendarse la mano. Al llegar a su casa, pensó quitarse la venda y tirarla, fue cuando notó que nuevamente estaba machada de sangre. Se sacó el trapo y la herida seguía allí, tal cual se había manifestado. En silencio volvió a atarse la venda.
El domingo a la noche Pedro estaba inquieto. Sintió un pinchazo fuerte y agudo en la mano izquierda. Se estremeció y presintió lo peor. Encendió la luz, abrumado, asustado, nervioso y vio la misma herida en la otra mano.
Llamó a su esposa, casi llorando le comentó:
-Estoy enfermo...
-¿Qué te pasa Pedro?
-Mirá, tengo la misma herida en la otra mano.- Exhibiendo ambas manos
extendidas hacia delante y llorando de temor. - Mañana no voy a trabajar voy a ir al médico para que me mire y me cure.
El médico miró ambas manos vendadas y sangrantes.
-¡Sáquese esas vendas por favor!
Pedro lo hizo
-A ver sus heridas...- la miró a simple vista, luego con una lupa preguntó:
-Está seguro que no se lastimo con nada.
-¡No Doctor!, me aparecieron así nomás.
-Bueno... Lo primero que tendrá que hacer es colocarse vendas limpias.
Cómprese, estas que le voy a recetar. Limpie bien la herida con alcohol y colóquese la pomada que le prescribo. Venga dentro de una semana.
Cuando Pedro se iba a colocar las vendas. Notó que de las heridas manaba abundante sangre.
-¡Mire doctor! Dijo asustado Pedro, exhibiendo ambas palmas - Ve como sangra, Doctor.
El médico quedó atónito. Rápidamente tapó ambas heridas con algodón, pero el rojo de la sangre avasalló salvajemente el blanco del tópico. Sin embargo sentenció ante el dilema, haga lo que le digo y venga dentro de una semana.
Pedro salió preocupado, compró los remedios y volvió a su casa en colectivo. Durante el viaje sintió el mismo pinchazo que en las manos en el pie derecho. Al mismo tiempo, un miedo denso, fuerte, como jamás había sentido lo invadió. Un miedo de misterio y de muerte que lo empalideció.
Llegó a su casa rengueando. Pensando lo peor, no entró. Se sentó en la escalera se sacó el zapato de cuero y ya vio la media húmeda. Sobre su pie, la misma herida. Sin limpiarla, sin intentar de remediar lo irremediable lloró.
Ya adentro de la casa, se vendó las manos y el pié con las gasas limpias, se recostó en la cama y se acordó que sabía rezar. Rezó, le pidió fuerzas a Dios. Se levantó recuperado de ánimo y se preparó para volver al rozado.
Trabajó duramente toda la semana. Le parecía que su cosecha era abundante y esto le daba ánimo y fuerza. Tres veces al día curaba sus heridas que ahora eran cuatro. En sendas manos y pies. Cada vez que se curaba, rezaba.
Volvió a su casa. Realizó todas la tareas habituales. Notó que las heridas no le dolían pero seguían sangrando.
El domingo volvieron a misa. Esta vez le mostraría al cura sus heridas.
-Buen día padre.
-Cómo andan los Dornelles. - Preguntó sonriente el religioso.
-No tan bien - dijo la mujer de Pedro
-¿Por que no andan bien? -preguntó el cura - si son una hermosa familia
y me enteré que tienen una abundante cosecha.
-Es que Pedro anda enfermo, Padre.
-¿Qué le pasa? - yo lo veo muy saludable.
Entonces Pedro interviene en la conversación:
-Me salieron cuatro heridas, padre. En las manos y en los pies.- Comentó
humildemente el agricultor.- Mostrando las manos con las vendas manchadas de sangre.
-Como Cristo - bromeó el cura.
Pedro se quitó la venda de la mano derecha para mostrársela al cura.
¡Sorpresa! La herida estaba cerrada. Se desvendó la izquierda y ocurría lo mismo.
-Ya no están Padre - comentó Pedro.
-La fe te ha curado, hijo mío.
Participaron de la misa sin las vendas, pedro se controlaba de tanto en tanto.
Nada. Sanas las heridas. Ni una gota de sangre.
Se despidieron de todos, alegres. Sin entender el arcano salieron sonrientes a su hogar a comer el cerdo que habían sacrificado el día anterior y preparado para comer junto a los padres de Pedro, quienes vinieron a visitarles conmovidos por la noticia de las heridas de su hijo. Estaban todos alegres en la mesa, comiendo y bebiendo. Cuando la madre de Dornelles mirando a su hijo dice aterrada:
-¡Pedro, te sangra la frente!
-Pedro se toca la frente y confirma la presencia de la sangre. Corre hacia
un espejo y ve la misma herida que en las manos y en los pies y la sangre corriendo limpia, transparente sobre su cara.
  Su esposa cae de rodillas gritando y llorando:
-¿Qué te pasa Pedro, que te pasa?, nos pusieron un payé.
-Jamás, quienes somos cristianos y creyentes no creemos en esas cosas.
Dijo categóricamente la madre de Pedro.
- ¡Volvamos a la iglesia dijo Pedro!
-Pero antes te voy a vendar. - Dijo su esposa, fue cuando notó que
nuevamente le sangraban las manos y los pies.
Llamaron a un vecino para que en un vehículo les llevaran a la iglesia. Los
niños y la casa quedaron al cuidado de la hermana de Pedro. Todos viajaron en silencio y rezaban.
Al entrar a la casa de Dios, Pedro sentía una hermosa y digna tranquilidad, una paz interior que lo agradaba y le sacaba el miedo. Sin decir nada al cura, le quitaron la vendas. Y el misterio se repetía allí en el templo las heridas no se manifestaban. Y había en el aire un profundo y agradable aroma a rosas frescas.
El cura entró sobresaltado por la presencia de gente.
-Ah... eran ustedes. ¡Que bien! ... Rezan todos juntos... La familia unida,
qué lindo... - Saludando a los padres de Pedro.
-Padre- Dijo Rosario, la esposa de Pedro- venimos por que a Pedro le
sangró la frente y en casa le volvieron a sangrar las heridas.
-Igual que Cristo - Dijo sonriente el cura. - Raro, acá no sangra, allá en
su casa si... Bueno iremos a su casa a bendecirla.
Durante todo el camino de regreso a la casa el único que hablaba sin parar era el cura. De pronto se llamó a un profundo silencio vio como de la frente de Pedro brotaba un hilo de sangre y de que sus manos chorreaban de la misma manera.
Al llegar al lugar el cura se colocó la estola, que un raudo e imprevisto viento luchó por desacomodarla. Entró en la casa y rezando Padrenuestros y Avemarías, rociaba todo el ámbito con agua bendita.
Luego se sentó a la generosa mesa de Dornelles y comió con avidez exquisitos platos.
Pedro seguía con las cinco vendas.
Antes de irse el cura dijo a Pedro:
-No se porque motivo, pareces tener las marcas de Cristo. Reza mucho.
Trabaja, diviértete y se te pasarán las heridas. Es un problema psicológico. Cuando iba a marcharse el Párroco sintió, un fuerte aroma a rosas frescas no viendo rosal alguno en el lugar.
Quince días después, Pedro estaba en su casa. Muchos curiosos se habían
reunidos para ver sus heridas. "Iguales a la de Cristo" decía su mamá. "Son marcas del trabajo duro de la chacra" decía el cura. Pedro tiene que trabajar con guantes y comprarse botas y sombreros más holgados. Son marcas del trabajo".
Juan Saplinski, era el párroco. Hacía más de 20 años que estaba en la comarca. Aquella noche no había podido dormir bien. Soñó con Pedro, sus marcas y el aroma a rosas frescas donde no había rosal. Se indagó inquieto. ¿Y si es un milagro? Y no quise ver las señales de mi Señor. Abrumado se levantó, rezó el rosario. Meditó, contempló la eucaristía. Se vistió como para dar misa y salió raudo hacia la casa de Pedro.
Era media mañana, el sol abrileño ardía ya. Al llegar a la entrada de la vivienda rural sintió un frío especial. ¿Frío en este calor? Un resplandor en el cielo aún más fuerte que la fuerte claridad y allí lo vio suspendido en el aire, era Pedro, con ropas de campesino sin zapatos y con las cinco marcas sangrantes. Se tiró de rodillas al suelo y levantando los brazos al cielo dijo:
-Perdón Señor por dudar de Tí. Perdón Señor por dudar de Ti. - El aroma
a rosas frescas sin rosal y un coro lejano entonando canciones de alabanza al Señor.
Desde la casa de Pedro los vecinos se preguntaron ¿Por qué el cura estaba arrodillado en medio del patio a media mañana y a pleno sol?
En ese instante Pedro salió del Dormitorio sin vendas y sin heridas. El único hombre sin fe en la comarca, era quien precisamente pregonaba que la Fe acercaba a Dios. El cura.
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Descripción

Luego de acostarse Pedro Dornelles, se disponía a fumar su último cigarrillo, esta vez sacó uno de un paquete adquirido, cuando quiso encenderlo, sintió un dolor en la palma de la mano. Estimó que era uno de los tantos callos, que se le formaban por la labor dura e incesante de la chacra. Sin embargo el dolor se le agudizó bastante, acercó el candil y notó que tenía una herida limpia y sangrante y no una escaldadura como habitualmente son los callos del trabajo. Pero no le dio importancia, se durmió para reponer las fuerzas perdidas durante el día.

Palabras Clave: Crucificado duda marcas Cristo incredulidad campo campesino cura duda fe esfuerzo trabajo esperanza

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Derechos de Autor: Diego Luján Sartori

Enlace: dielusa@hotmail.com


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