H de ombre De: Abraham Arreola
Publicado en Nov 05, 2011
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Soy el sol, no lo olvides porque soy el que ilumina tus días, no soy vanidoso, pero seguro te cuesta conversar con el que te da la vida: soy el sol.
 
Sentado en mi sofá veo el meteoro de las nueve y a cada momento es lo mismo en tu pequeño planeta.
 
Me lo platico el viento, en aquellas tardes de enanas rojas comiendo meteoritos asados.
 
No me vengas con tus cuentos, ¿quieres insultarme?, ¿quieres dejarme de hablar? Bueno, creo que me lo dijo Saturno, porque te vio usando anillos en todas partes de tu cuerpo: te crees lindo, hermoso y único.
 
No me iré de aquí, esta es mi casa y soy el jefe de este lugar, así como lo es mi menor, el león, en tu territorio.
 
¿En qué estábamos? Ah sí, descuida, tengo tiempo… cierto, ¡sólo vives cien años!
 
Todavía recuerdo cuando volviste a nacer, te creías todo lo que te rodeaba. Miraste la serpiente y aprendiste sus movimientos, para cuando quisiste matarla ya estabas ahogándote; asustado te fuiste a la casa del oso, ese oso, tan… te enseñó a cazar, a aparearte, a comunicarte: la fama era tuya, fiestas en todas partes, invitaciones sin fin: pero olvidaste al oso, que aún espera a que le des las gracias y no en privado, sino frente a todos aquellos que a ti te ovacionan: y te asustaba ver al oso aún lleno de fuerza, de liderazgo; me lo contó una roca, avergonzada me dijo que la usaste para herir al oso en vez usarla para cazar pescados. Te alzaste con la piel de aquel animal aun con vida, te decían: el principio, el fin… Alfa y oh: que hombre.
 
El viernes pasado llegó Júpiter, con ese ojo tormenta puede ver de cerca todo. Me dijo que ya herido el oso, lo dejaste para ir con el tigre. El tigre envidia al león. Llegaste a la casa del león simulando debilidad, Júpiter vio la roca que traías escondida; el león te enseño a correr, a cazar grandes presas, a rugir. Ese, tu rugido, tan humano, tan débil, escondiéndose en el estruendo de un león real; los leones se van pues son independientes… volviste a donde el tigre, pero en su envidia eterna poco pudo mimarte: así que regresaste con el oso que lleno de pelo nuevamente te recibió con los brazos abiertos, maldiciendo al león por haberte dejado a tu libre albedrio.
 
El oso volvió a enfermarse, quién sabe porque. Rollizo mirabas a tu protector, un bocado tras otro y le quitabas el alimento de su boca. Moribundo, el oso te advirtió sobre el león que se acercaba al asecho; confiado te acercaste al león, con las manos extendidas, dispuesto a quitarle los colmillos como la piel al oso: hombre, no tienes postura fija, hoy estas aquí, mañana allá, con todos quieres estar para ser popular, para ser respetado… para tener un poco de dignidad.
 
El león no te reconoció y molesto le preguntaste “¿Qué te pasa?, has cambiado…” El león te olió, apestabas a pescado podrido pues abarcabas más de lo que podías comer. El león comenzó a rodearte, a olerte, a escudriñarte. Desde ese entonces, eres una abominación, mezcla de todos los animales con los que has estado, sin embargo nunca fuiste ninguno: nunca un oso, nunca un pez, nunca una hiena, incluso el camaleón tiene más dignidad que tú: y desde entonces vives con órganos de fuera palpitando sangre ajena: ya ni siquiera eres humano.
 
Yo conozco a los leones, puesto que son mis subordinados: no comen basura.
 
Por eso estas vivo.
 
Y ahora, aquí, frente a mí; quieres hablar de poder, quieres demostrar quién es más fuerte. No tengo tus puños ni tus armas, sólo tu vida. ¿A quién quieres intimidar? No importa, di que eres superior, por mi no hay problema: podrás convencer a tu especie… y tal vez al oso; sin embargo, en este vecindario, donde tú eres el pescadito de la pecera, donde el viento que te da la vida al igual que yo, juega con tus pulmones hasta hacerte la voz grave mientras desgarra tus cuerdas vocales por fingir lo que no eres tu… ¿qué?, ah: en este vecindario, que es muy rural para lo que es la metrópolis, hasta mercurio te tiene lastima ya que él tiene el valor, la fuerza, la capacidad de tener calor de verdad.
 
La Tierra aun se sonroja cuando conversamos acerca de ti.
 
Después de esto, ¿sigues creyendo que todo es acerca de ti? Si le digo a Marte algo, ¿lo tomas cómo un reto?, y si converso con Venus, ¿lo tomas cómo indirecta? Tengo como contactos a más de mil supernovas; la tierra, tu pecera, es una vieja amiga vieja; mueras o vivas, voy a tomar tarros de espumosa y fría nebulosa: siempre hay una mascota que hace monerías.
 
Si aun estas en la tierra con vida, es gracias a mí.
 
No olvides; llevo un rato aquí, te conozco demasiado: siempre matas al oso, sufres el desprecio de la fiera por ser un ser pútrido y maldices al… Soy el Sol, llevo un rato aquí y aquí mando yo; es esa la actitud que me permitió crecer de león a estrella: vaya que si te conozco.
 
Ya me tengo que ir, los juegos de domingos nublados siempre terminan en lluvias… ¿últimas palabras? Para ti, morirás en un ratito, si te da envidia saber, mí partido dura miles de vidas humanas: y las disfrutamos a cada segundo. No me desagradas, simplemente… me aburres, pececito fantoche.
 
Deja, mientras, guardo la Tierra en el refrigerador, porque estaré lejos y quiero que se conserve… sirve que vuelves a nacer, haber si esta vez si dejas de parasitar y evolucionas de verdad.
 
Me decepcionas humano, que persigues a un animal cualquiera para tener un poco de identidad, que siendo tantas cosas no puedas hacer algo sin preguntar antes, sin arriesgarte a evolucionar.
 
Ah, ya que vas de regreso, dile al oso que eres genial, él vive de ilusiones y al león… no te le acerques, tal vez parezca solitario: pero no por nada es el rey.
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Foto del autor Abraham Arreola
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Miembro desde: Oct 31, 2011
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Descripción

Andale, ¡te crees muy salsa!

Palabras Clave: h ombria oso leon sol

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Moraleja & Fábula


Derechos de Autor: reservados, los izquierdos son libres.

Enlace: abraham-arreola.blogspot.com


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