Katya
Publicado en Jul 05, 2009
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La navidad de 1959 ahogó de nostalgia inextricable a Katia. Durante la cena de nochebuena sorprendió a los mayores con su actitud retobada y de constantes desprecios al esmerado menú de las abuelas; incluso, causó extrañeza que llegada la hora del brindis ella la primogénita, se retirara sin aceptar una sola muñeca de regalo.
Mientras todos salían y entraban en procesión con la alegría natural de la fiesta cantando "Los Santos Peregrinos", Katya indignada arrastró una silla y de peor maera de espaldas a la familia cruzada de brazos sin perder de vista las luces del árbol; de cuando en cuando, impaciente tintinaba una esfera, hasta que de plano logró su verdadero propósito que todos voltearan a verla... El conmovedor silencio terminó al irrumpir en vertiginosos suspiros que retumbaron en categórico reclamo:
- "Se acabó la magia", la adolescente permaneció otra vez inmóvil sin que nadie se atreviera a reiterar la misma duda en espera de la contestación de .
Katy estaba consciente de sus mentiras, mas insistía en hacerse eco también de sus necedades alimentadas de hipócrita humildad. Llegaba a fastidiar tanto con su malestar, que su padre prefería, para no entrar en conflicto, darle por su lado, ya que, a partir de la temporada navideña, comenzó a fingir desconsuelo, y antes de responder al interrogatorio contumaz de la familia sobre el motivo de su pretendida tristeza que la invadía -incluso-, dizque lloraba siempre consternada al tratar de convencerlos y de repetir hasta el cansancio que todo se debía:
 ¡"A la muerte del abuelo!",  ya les dije, mi error es que ahora ya no me quejo.
Roxana escribió en su diario:
Katia no se imagina que ya me percaté de que sólo es un pretexto y basta con su mirada que a veces ensaya, como si fuera la de una madre adolorida. Al contrario: evidencia más la gran mentira que brota de sus labios gruesos, para lograr que nuestros padres le den permiso de salir de noche e ir a la ‘iglesia'a rogar supuestamente por el alma de su anciano, cuando en realidad, mi abuelo murió al día siguiente que nosotras nacimos.
Katia se va a platicar abrazada de un fulano seductor que a ratos la enjuaga de besos, y poco a poquito la arrincona contra la barda cantándole al oído, no se sabe qué canción, deslizando sus manos por todo su talle largo y de pasada su pecho, cuidándose de que no los sorprendan bajo la lobreguez del ‘Callejón del Silencio' de la casona antigua donde viven las gemelas Cienfuegos.
Cuando Katy se escapa en busca del hombre al que ama, de inmediato Roxana la persigue, arrastrándose se impulsa con los codos, a pesar de su robustez< desciende con gran elasticidad por las gradas de la puerta hasta llegar a un terraplén donde permanece oculta aguantando la respiración y el equilibrio sentada sobre sus talones, se agacha de rodillas, acercándose entre escombros sin hacer el mínimo ruido para tratar de escuchar las confesiones amorosas de su hermana, o, presenciar las cada vez más atrevidas caricias del novio y que por escandalosas motivo habría de divulgar, por el contrario, Roxana finge también, estar dedicada todo el tiempo a ocuparse de sus propios asuntos, excepto que vigila el regreso de Katy que entra a su casa entonando la misma melodía que le tararea el novio, mientras la familia permanece estupefacta frente a los efectos alucinantes de su nuevo juguete: la televisión, cuyos programas publicitarios modificaron notablemente las costumbres del hogar.
Desde una especie de altar donde adornan y rinden tributo a su aparato de TV, que ya tiene destinada una sala especial, hasta disfrutar plenamente la nueva convivencia a que obliga el monitor, ya sea entonando fascinados las tonadas de cada comercial inclusive a cenar lo que impone la moda: el pan, Bimbo, la mayonesa, macormic, el nescacafé, la leche, clavel y la coca cola que contiene su poderosa: "chispa de la vida" parece haber ordenado a los papás y a los papás de los niños que cada ocho días se compren rejas del famoso refresco negro embasado en botella de cristal verde; coleccionar sus corcholatas; y las etiquetas con una ilusión -de antemano frustrada- porque en caso de que salieran premiadas, habría de costar más caro un viaje desde La Montaña de México, hasta la estación de tele y radio de la gran capital.
El sigilo de Katia es exactamente el motivo que más despierta la curiosidad de Roxana que está en la búsqueda de un ideal, y quiere ser como ella, Sin embargo, ambas creen que logran pasar desapercibidas una de la otra.
A Katia la critica su familia diciéndole que está en‘la edad del suéter'..:
- ... ¡Y, no quieres que se te vean tus pechitos! ¿verdad, mi Kitita? se adelantó a contestar su abuela, cuando despreció un bikini de regalo que estaba de moda en la capital.
La explicación materna sobre la actitud de Katia es que enrojece y camina encogida tímidamente; toda entapujada se joroba como un camello, que parece una pesadumbre tal si la doblara su diminuto busto que escasamente aumentó media talla durante el verano.
Muy a menudo se detiene a examinar la desnudez de su nueva imagen. Frente al espejo permanece hipnotizada contemplando su figura, como si se lanzara en un viaje interminable a través de las dimensiones de luna de cristal, entorna sus verdes ojos y en un parpadear grita irritada, como si le reclamara al mundo entero:
-¡Me odio!.
Reniega indignada aplanándose sus pechos; luego se voltea llorosa, dispuesta velozmente a esconder uno más de sus brasieres que ha ido coleccionando entre los colchones de su cama.
En una de esas estaba una tarde, midiéndose una tras otra blusa, hasta que desesperada súbita se hizo presa del fastidio que terminó por elegir el suéter de siempre: el de rayas negras y blancas que la hace lucir aún más escuálida. 
El primer día de clases Katia regresó de prisa, cruzó cabizbaja por entre los rosales que bordan la fuente; a esa hora Roxana casi siempre corre hasta ahí para espiarla fingiendo estar ocupada lavándose las manos; esta ocasión vio que su hermana iba con el deseo vehemente de soltar el llanto.
Katy se siguió de lado para evadirla y con la furia del viento, azotó escandalosamente la puerta de su recámara. Comenzó a agitar sus libretas de las que cayeron dos fotografías: una que besó, era de color sepia donde aparece el abuelo vestido de militar. Y, a la otra, le perforó los ojos.  Iracunda se fue sobre su almohada favorita a la que le propinó un par de golpes y al final, en ella ahogó sus amargos sollozos.
Conozco a Katia igual que a‘la palma de su mano, por eso explica que no cree en sus lágrimas, que lo que sucede es que, Katia está enamorada y no es correspondida.
 "Mi hermana mayor es insensible, fría como hielo carcomido por la sal; inmune al dolor. Incluso, ha llegado al colmo de tener que fingir su sufrimiento enredado, para tratar de salvar su situación entre que, ella ya se siente toda una mujer y, de que la familia todavía la trata como a su inocente ´Kitita' Pero, decir que llora por el abuelo... ¡Por Dios, que pretexto!", si él murió cuando ella empezaba a caminar y le llamaba así por su diminutivo. Por Dios, de veras,  ¡no conocen a la señorita!
 
La fantasía de Roxana bajo de sus sábanas le da para el sueño de todas las noches, ilusionada con atravesar los océanos, se arroja desde la cabecera para introducirse a su cama, como si nadara un pez abultado, y a veces como gusano incómodo se arroba encogida o de repente se estira en distintas poses que pareciera que va nadando, en tanto escribe capítulo tras capítulo de historias de su hermana Katya en las páginas de su diario, parte de su ritual -casi de madrugada-, misteriosa sale descalza al jardín pues tendrá que prenderles fuego para que la Kitita no se entere de lo que en verdad piensa de ella:
-Mi hermana intuye que, por lo general, a los seres queridos que han muerto, a pesar de que haya transcurrido el tiempo, casi nunca se les da como tales y jamás se les olvida. Por eso estoy segura que es un pretexto del deceso del abuelo y, esto lo utiliza para llorar todo lo que no ha llorado, ante la determinación de papá que le ha prohibido de tajo hacerse novia de un tal Tacho. Es muy evidente la falsedad que la envuelve, sus propias excusas la delatan cuando le preguntan:¿ por qué llora la niñita?;
 -"¡Por mi abuelito!"- responde modosa, que hasta sus ojos se tornan como los de un tigre flaco y muriéndose de hambre apenas levanta la cabeza.
 
Para Roxana, el dejo melindroso de Katy encubre su infortunio, una especie de juego que contagia hipocresía entre la familia, a los demás; a la abuela, a la madre, al papá; a Alex su hermano, a las dos pequeñas, y hasta las trabajadoras domésticas se han envuelto y simulan creer en su aparente duelo; fingen al no aceptar que Katia está enamorada de un Pobre Diablo, fingen la risa ruin de pose fotográfica.
 
Yo, sencillamente no creo en el teatro de Katia porque el viejo, que además ya ni la reconocía, hace nueve años que falleció.
 
A Katia se le hizo costumbre responder de esa manera, desde la primera vez que le cuestionaron el motivo por el que se escondía gimiendo en la esquina de la casa, -la verdad es que el novio simplemente no había llegado- Cuando Katia no sabe qué contestar, mira a su alrededor en busca de una respuesta. Esta vez la atrapó en el aire: el moño tornasol que permanece todavía en el portón de la casa a la memoria del abuelo, fue clave sugerente, tanto para decir que guarda luto, como suponer que sería el mejor y más convincente argumento.
-¡Provoca hilaridad tu psique barata, Katita! Y así, la maestra de Filosofía, pasó de las palabras a la acción. No más discursos en casa. A partir de entonces, ex post
Cuando Katia, llora por la muerte del abuelo, su hermana menor Roxana que siempre la observa, no cree en sus lágrimas, asegura que está enamorada y no es correspondida:
- Ella es insensible, fría como un bloque de hielo carcomido por la sal; totalmente inmune al dolor, que hasta tiene que fingir un inexacto sufrimiento cuando trata de salvar su situación.
Roxana viaja  debajo de sus sábanas imaginando  que cruza los océanos, a la mitad de su cama se revuelca como un pez globo y comienza a relatar en las páginas de su diario que luego tendrá como todas las noches, prenderles fuego para que Katia no lea lo que piensa de ella sobretodo, que aprovecha la oportunidad del deceso del abuelo para llorar todo lo que no ha llorado ante la prohibición de hacerse novia de un tal Tacho, es muy evidente la falsedad que la envuelve, sus propias excusas la delatan cuando le preguntan, por qué llora la niña; -"por mi abuelito", contesta melindrosa. Pero, el viejo, que además ya ni la reconocía, hace años que falleció.
A Katia se le hizo costumbre responder de esa manera, desde la primera vez que le cuestionaron por qué estaba escondida gimiendo en la esquina de la casa, -la verdad es que el novio simplemente no había llegado- y, no sabiendo qué contestar, miró a su alrededor en busca de una respuesta que veloz atrapó en el aire: el moño tornasol que permanece todavía en el portón de la casa a la memoria del abuelo, fue la clave sugerente, tanto para decir que guarda luto, como suponer que sería el mejor y más convincente argumento. No obstante, sucedió lo contrario, convenció a su madre de que ese, es su peor pretexto:
-¡Provoca hilaridad tu psicología barata, Katita! y pasó de las palabras a la acción. No más discursos en casa y todas las sentencias se empezaron a cumplir.
Así que, a Katy le quedó prohibido salir de casa a la hora en la que el Tacho sale del Internado y cita a mi hermana en el jardín público, para... la verdad, la verdad: para estarla manoseando, yo los he vigilado.¡Qué casualidad! decía papá, pero ante la indeterminación de no saber qué hacer con la carga de su reputación moral, pues qué dirían de él por tener una hija tan vehemente para el amor, que prefirió dejar a un lado el problema, en manos de mi madre.
Otras restricciones similares hasta las tuvo que firmar mi hermana por Órdenes de Mamá y prologadas por la bisabuela, en el Decálogo. Familia Parra Guzmán. Generación III 1913 - 1963, antes de que partiera junto con nuestro padre, obligados por razones más de índole política, que de tipo laboral pues ambos lideraban el movimiento popular que por esos años derrocó al gobierno del general Damián.  Yo me encargaría de llevar el récord de sus faltas en una bitácora, que luego, se convirtió en una serie de anotaciones, y como tampoco era de mi interés, sentía infructuoso porque me robaba mis horas de juego, éstas se transformaron en números que ya nadamás rayaba detrás de mis puertas favoritas que me servían de escondite, mientras me encontraban amigos, poco a poco fui olvidando la misión y comencé a inventar las faltas a la moral de Katia, la cuenta de dos mil cuatrocientas  me hicieron sentir culpable porque equivalían al mismo número de mis mentiras, como de castigos que tendrían que imponerle  mis padres a mi escuálida hermana.
Todas mis figuraciones las considero precisamente traumas de dolor en esta crisis de situaciones. Eso es lo que seguramente padezco. Pues mi hermana jamás le ha hecho mal a nadie. Por el contrario es tímida, insegura, llena de temores y melindrosa, incluso, para comer. 
La otra noche la sometí a una prueba de aguante pues mi padre ya tenía casi un mes que no regresaba de un viaje de negocios, aunque él no se dedica exactamente a ellos, pero le gustan, yo lo empecé a extrañar, aun teniendo la certeza de que pronto volvería. En su ausencia, mi hermana estaba feliz cantando su canción predilecta "Recuerdos de Ypacarai".
Corrí un casi mil metros hasta donde estaba entrenando su voz meliflua. Yo iba sintiendo el vuelo de un águila por la calle. Cuando la vi., le grité: ¡Leonor, Leonor, Leonor! Al estar frente a ella un dolor de inmediato se me clavó en el bazo, y entonces fue más creíble mi escena cuando repetí con el cuerpo doblado tratando de que ella infiriera algo terrible:
¡Mi papá, Mi papá;...! Ella aterrada dejó lo que estaba haciendo, y me preguntó muy alterada con las lágrimas en los ojos:
¡¿Qué le pasó a mi papá?!
Nada.
Contesté porque su cara de angustia hizo que soltara mi estrepitosa carcajada la que me impidió actuar inmune como ella. Porque yo quería estar de ese lado. Sentir esa frialdad. Porque, lloro con el Ave María, con el Himno Nacional, de cualquier país cuando lo entonan sus respectivos patriotas. Soy cursi, en una palabra o en otra más, estoy mal de la cabeza.
 Todas las sentencias se empezaron a cumplir.
Así que, a Katy le quedó prohibido salir de compras a la hora de la penumbra en la que el Tacho sale del Internado y cita a mi hermana en el jardín público, para estarla manoseando. ¡Qué casualidad! decía papá, pero ante la indeterminación de no saber qué hacer con la carga de su reputación moral, pues qué dirían de él por tener una hija tan vehemente para el amor, que prefiró dejar a un lado el problema, en manos de mi madre.
Otras restricciones similares hasta las tuvo que firmar mi hermana por Órdenes de Mamá y prologadas por la bisabuela, en el Decálogo. Familia Parra Guzmán. Generación III 1913 - 1963, antes de que partiera junto con nuestro padre, obligados por razones más de índole política, que de tipo laboral pues ambos lidereaban el movimiento popular que por esos años derrocó al gobierno del general Aburto.  Yo me encargaría de llevar el récord de sus faltas en una bitácora, que luego, se convirtió en una serie de anotaciones, y como tampoco era de mi interés, sentía infructuoso porque me robaba mis horas de juego, éstas se transformaron en números que ya nadamás rayaba detrás de mis puertas favoritas que me servían de escondite, mientras me encontraban amigos, poco a poco fui olvidando la misión y comencé a inventar las faltas a la moral de Katia, la cuenta de dos mil cuatrocientas  me hicieron sentir culpable porque equivalían al mismo número de mis mentiras, como de castigos que tendrían que imponerle  mis padres a mi escuálida hermana.
Todas mis figuraciones las considero precisamente traumas de dolor en esta crisis de situaciones. Eso es lo que seguramente padezco. Pues mi hermana jamás le ha hecho mal a nadie. Por el contrario es tímida, insegura, llena de temores y melindrosa, incluso, para comer. 
La otra noche la sometí a una prueba de aguante pues mi padre ya tenía casi un mes que no regresaba de un viaje de negocios, aunque él no se dedica exactamente a ellos, pero le gustan, yo lo empecé a extrañar, aun teniendo la certeza de que pronto volvería. En su ausencia, mi hermana estaba feliz cantando su canción predilecta "Recuerdos de Ypacarai".
Corrí un casi mil metros hasta donde estaba entrenando su voz meliflua. Yo iba sintiendo el vuelo de un águila por la calle. Cuando la vi., le grité: ¡Leonor, Leonor, Leonor! Al estar frente a ella un dolor de inmediato se me clavó en el bazo, y entonces fue más creíble mi escena cuando repetí con el cuerpo doblado tratando de que ella infiriera algo terrible:
¡Mi papá, Mi papá;...! Ella aterrada dejó lo que estaba haciendo, y me preguntó muy alterada con las lágrimas en los ojos:
¡¿Qué le pasó a mi papá?!
Nada.
Contesté porque su cara de angustia hizo que yo soltara mi estrepitosa carcajada la que me impidió actuar inmune como ella. Porque yo quería estar de ese lado. Sentir esa frialdad. Porque, lloro con el Ave María, con el Himno Nacional, de cualquier país cuando lo entonan sus respectivos patriotas. Soy cursi, en una palabra o en otra más, estoy mal de la cabeza.
Cuando veo que Katia, mi hermana mayor, llora por la muerte del abuelo, no creo en sus lágrimas, creo que está enamorada y no es correspondida. Ella es insensible, fría como un bloque de hielo carcomido por la sal; totalmente inmune al dolor que hasta tiene que fingir un inexacto sufrimiento cuando trata de salvar su situación.
Ella aprovecha la oportunidad del deceso del abuelo para llorar todo lo que no ha llorado ante la prohibición de hacerse novia de un tal Tacho, es muy evidente la falsedad que la envuelve, sus propias excusas la delatan cuando le preguntan, por qué llora la niña; -"por mi abuelito", contesta melindrosa. Pero, el viejo que ya ni la reconocía, hace años que falleció. A Katia se le hizo costumbre responder de esa manera, desde la primera vez que le cuestionaron por qué estaba escondida gimiendo en la esquina de la casa, -la verdad es que el novio simplemente no había llegado- y, no sabiendo qué contestar, miró a su alrededor en busca de una respuesta veloz: el moño tornasol que permanece todavía en el portón de la casa a la memoria del abuelo, fue la clave sugerente, tanto para decir que guarda luto, como suponer que sería el mejor y más convincente argumento. No obstante, sucedió lo contrario, convenció a mi madre de que ese, es su peor pretexto:
-¡Provoca hilaridad tu psicología barata, mija! y pasó de las palabras a la acción. No más discursos en casa y todas las sentencias se empezaron a cumplir.
Así que, a Melina le quedó prohibido salir de compras a la hora de la penumbra en la que el Tacho sale del Internado y cita a mi hermana en el jardín público, para estarla manoseando. ¡Qué casualidad! decía papá, pero ante la indeterminación de no saber qué hacer con la carga de su reputación moral, pues qué dirían de él por tener una hija tan vehemente para el amor, que prefiró dejar a un lado el problema, en manos de mi madre.
Otras restricciones similares hasta las tuvo que firmar mi hermana por Órdenes de Mamá y prologadas por la bisabuela, en el Decálogo. Familia Parra Guzmán. Generación III 1913 - 1963, antes de que partiera junto con nuestro padre, obligados por razones más de índole política, que de tipo laboral pues ambos lidereaban el movimiento popular que por esos años derrocó al gobierno del general Aburto.  Yo me encargaría de llevar el récord de sus faltas en una bitácora, que luego, se convirtió en una serie de anotaciones, y como tampoco era de mi interés, sentía infructuoso porque me robaba mis horas de juego, éstas se transformaron en números que ya nadamás rayaba detrás de mis puertas favoritas que me servían de escondite, mientras me encontraban amigos, poco a poco fui olvidando la misión y comencé a inventar las faltas a la moral de Katia, la cuenta de dos mil cuatrocientas  me hicieron sentir culpable porque equivalían al mismo número de mis mentiras, como de castigos que tendrían que imponerle  mis padres a mi escuálida hermana.
Todas mis figuraciones las considero precisamente traumas de dolor en esta crisis de situaciones. Eso es lo que seguramente padezco. Pues mi hermana jamás le ha hecho mal a nadie. Por el contrario es tímida, insegura, llena de temores y melindrosa, incluso, para comer. 
La otra noche la sometí a una prueba de aguante pues mi padre ya tenía casi un mes que no regresaba de un viaje de negocios, aunque él no se dedica exactamente a ellos, pero le gustan, yo lo empecé a extrañar, aun teniendo la certeza de que pronto volvería. En su ausencia, mi hermana estaba feliz cantando su canción predilecta "Recuerdos de Ypacarai".
Corrí un casi mil metros hasta donde estaba entrenando su voz meliflua. Yo iba sintiendo el vuelo de un águila por la calle. Cuando la vi., le grité: ¡Leonor, Leonor, Leonor! Al estar frente a ella un dolor de inmediato se me clavó en el bazo, y entonces fue más creíble mi escena cuando repetí con el cuerpo doblado tratando de que ella infiriera algo terrible:
¡Mi papá, Mi papá;...! Ella aterrada dejó lo que estaba haciendo, y me preguntó muy alterada con las lágrimas en los ojos:
¡¿Qué le pasó a mi papá?!
Nada.
Contesté porque su cara de angustia hizo que yo soltara mi estrepitosa carcajada la que me impidió actuar inmune como ella. Porque yo quería estar de ese lado. Sentir esa frialdad. Porque, lloro con el Ave María, con el Himno Nacional, de cualquier país cuando lo entonan sus respectivos patriotas. Soy cursi, en una palabra o en otra más, estoy mal de la cabeza.
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katy navidad de 59

Palabras Clave: katy la adolescente

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos


Creditos: rocio nava


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rocio nava

Espero una calificación de este intento de cuento sin embargo, creo que me extendí
Responder
July 05, 2009
 

rocio nava

espero una calificacion de textale
Responder
July 05, 2009
 

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busy