No precipitarse!
Publicado en Jun 12, 2011
-Mamá no encuentro mi caja de pinturas! Seguro que Roberto la sacó para pintar esas porquerías que hace! Las voy a destrozar una por una, voy…
-Estás segura que no las dejaste en otra parte? Espera un momento, no te dejes llevar por el impulso. -Pero, mamá las necesito para hacer un trabajo! -Siéntate y escucha lo que voy a contarte. Hace años, alguien que conozco, hizo despedir a la empleada de la limpieza. La acusó de haberle sustraído un dinero destinado al viaje de egresada. La mujer, muy humilde juraba por su hijo, lo más sagrado que tenía, que era inocente. Nada conmovía a la acusadora, estaba segura de haberlo dejado en un cajón de su placard y revisó, inútilmente, junto a su madre, cada lugar del dormitorio. -Por favor señora, necesito este trabajo. Jamás he robado, ustedes han sido muy buenos conmigo, porqué iba a perjudicarlos y a perjudicarme a mi misma? Imploraba la pobre mujer, bañado el rostro de lágrimas. -Retírese ya mismo y agradezca que no vamos a dar aviso a la policía, que es lo que deberíamos hacer! La mujer levantó su saquito tejido y se fue con la cabeza gacha. -Te das cuenta? Hay que tener mucho cuidado con los extraños. Tendríamos que haber hecho la denuncia para que escarmiente! Pasaron unos meses. Me detuve frente a una casa de modas. En la vidriera, un maniquí, lucía una campera de gamuza igual a la mía. Llegué corriendo a casa con un terrible presentimiento. Esa campera, tenía en su parte interior dos bolsillos secretos muy bien disimulados, con cierres especiales, difíciles de descubrir a primera vista. El dinero, en fajos muy prolijos, estaba allí. -Pero…. -Si, era yo la precipitada, la que cegada por la ira, acusó a esa pobre inocente. Bajé a decirle a mi madre. Se puso mal. Juntas salimos a buscarla a su casa para pedirle perdón. De la humilde vivienda, asomó por la ventana, un chico pálido y flacucho a preguntar que necesitábamos. -Hablar con tu madre, le dije con la garganta estrangulada. -Llega de noche, contestó -Dale esto, le dije poniendo el paquete, que quemaba mis manos, en las suyas. -Solo a ella, se lo das, es muy importante. También le dices que me perdone, que por favor me perdone. El chico cerró el postigo. Tras el vidrio opaco, su mirada, indiferente, parecía seguirnos. Al día siguiente, temprano, el timbre nos despertó. Era ella. Estiró la mano para devolverlo y mirando a mis ojos, dijo, -Solo tomo lo que es mío. Saludó y nunca más volví a verla.
Página 1 / 1
Agregar texto a tus favoritos
Envialo a un amigo
Comentarios (0)
Para comentar debes estar registrado. Hazte miembro de Textale si no tienes una cuenta creada aun.
|