CUADRAGESIMOSÉPTIMO YO
Publicado en Jun 28, 2009
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Crucé praderas y bosques sobre un corcel de mil patas, con amor y gallardía, buscando las buenas causas que defendieran sin tregua menesterosos y débiles. Las órdenes de mi alcurnia fueron la envidia de reyes, su admiración o desprecio. Mi sangre noble y ardiente bullía como un volcán en mi alma compasiva. Mis sentimientos y honor eran limpios y elevados, y mi joven fortaleza la transformaba en hombría. Orgulloso de mi estirpe y de mis pocos años, empecé como escudero cantando dulces tonadas al compás de mi laúd. Trabajé de mensajero entre el Señor y su Dama, siendo discípulo y criado, a la vez que confidente, dispuesto a bien celebrar las hazañas de mi Amo. Cuando gané las espuelas, los armeros me alabaron calándome la armadura, alistándome la lanza, la espada y hasta el puñal. Los heráldicos expertos diseñaron en mi escudo los símbolos más propicios de mi nueva condición. Adquirí los amuletos que detienen la desgracia antes de haber llegado, y practiqué entusiasmado en diferentes palestras lo de mi primer torneo. Partí sin ningún temor para riesgosas empresas, y combatí a los paganos al darme guante y pañuelo encopetadas doncellas. Otras de mayor edad prefirieron obsequiarme sensuales medias de seda para lucir en mi yelmo, relumbrante como el Sol. Arribé a las poblaciones pidiendo siempre noticias de individuos depravados, que hubiesen alguna vez raptado jóvenes vírgenes cuando se hallaban dormidas. Me enfrenté con hechiceros, implacables basiliscos y enfurecidos gigantes devoradores de niños, o viudas acongojadas que imploraban compasión. A veces regresé a casa con cabezas de dragones asidas contra la silla, y hasta bellas damiselas sentadas sobre la grupa de mis caballos trotones. Completé mis aventuras llevando vino y canciones a mis posibles amantes. Pero un día descubrí la calva bajo mi yelmo, para burla de las damas, que rieron sin detenerse de mi silueta ya fofa. Entonces me dediqué a recordar mis andanzas por los reinos enemigos, a no pensar en mujeres de cerebro casquivano, ni en vírgenes desteñidas con alma y cuerpo de loza. Hoy me encuentro dedicado a pulimentar mis versos, mientras llega la Pelona con su guadaña de acero, a desgajar limpiamente la causa de mis desvelos.
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