CUADRAGESIMOCUARTO YO
 
Soy el último descendiente de una dinastía que habitó
la provincia de Valaquia.
 
Mis antepasados rechazaron las invasiones húngaras,
las mongolas y las turcas,
que provocaron en sus vidas inmensa sed de sangre,
trasmitida como herencia a futuros habitantes.
 
Por mis dotes de vampiro los paisanos me creyeron
descendiente de Satán
o algún dragón infectado
que me incitaba a gozar con la linfa de mis prójimos.
 
Me acusaron de empalador
por ensartar prisioneros sobre estacones punzantes,
mientras lento devoraba los más sápidos manjares;
mi dicha eran los lamentos de su luctuosa agonía.
 
En los períodos de paz,
cuando huían los invasores,
me permití más que nunca empalar robustos niños
y mujeres embarazadas
en mis extensos dominios,
para beber con fruición sus emulsiones vitales.
 
Obligado a combatir,
hice retroceder a los húngaros,
a bávaros y a lombardos,
cuando no a los turcomanos
que soñaban con vivir más acá de mis fronteras.
 
Permanecí en Transilvania por tres o cuatro centurias,
hasta que unos campesinos me despacharon a Londres,
con el fin de recluirme en un castillo apartado,
donde me vieron día y noche
como un anciano elegante,
con pelos en las dos manos,
orejas puntiagudas,
dientes muy afilados e insoportable alitosis.
 
Allí me enamoré de la joven Lucy Westenra,
pero después de sangrarla me fijé en otra muchacha
compañera de un amigo,
que al darse cuenta de todo me persiguió a Transilvania
para segar mi cabeza,
mientras un compinche suyo,
con una estaca de cedro me atravesó el corazón.
 
Pese al funesto episodio nadie ha podido acabarme,
y eso me impulsa seguir con mis andanzas nocturnas
en mansiones alejadas,
donde no existan personas de Londres o Transilvania.