TRIGESIMOSEXTO YO
 
Cuando una serpiente ampolla ciertos huevos de gallina
desciendo sobre la tierra con mi espantosa figura.
 
Mi tamaño es el de un gato,
aunque soy el más terrible de los monstruos conocidos.
 
Ni el caballero más puro logra vencer la fiereza
que tienen mi dentadura y mi forma de mirar.
 
Con las dos destruyo árboles,
derribo pájaros en vuelo y acabo todas las plantas,
salvo la hierba de gracia,
que ha sido siempre tan útil para brujas practicantes.
 
De no ser por la comadreja y el gallo vistoso y fatuo,
acabaría con el mundo en menos que canta un gallo,
pues el canto de este animal me mata con sus sonidos.
 
En cuanto a la comadreja, que ataca sin darme tregua,
es siempre la vencedora porque sana sus heridas
con las hojas de la ruda.
 
Cuando Plotino, el filósofo que enseñó en Alejandría,
siendo un ciego natural, tapó los ojos de un miembro
antiguo de mi familia,
para llevarlo a su casa después de domesticarlo,
lo vio morir al instante por el canto de los gallos.