SÉPTIMO YO
 
Aparezco cuando las sombras llegan
a cubrir con sus alas de lechuza
el humano cansancio de la tierra.
 
Me siguen criaturas que se arrastran,
vuelan o saltan vigilantes
hasta la hora de cantar el gallo
que anuncia presuroso, sin reparos,
la salida del sol, nuestro enemigo.
 
Me llaman con distintos nombres:
gusano, vampiro y hombre lobo,
fantasma e hijo de la noche.
 
Miembro de una gran familia
de almas atormentadas,
sueño con volver al escenario
de mi perdida humanidad.
 
Dispararme balas plateadas,
colgar ajos detrás de las ventanas
o exorcizarme a través de crucifijos,
podrá servir para cerebros blandos,
pero no para mí que soy inmune
a supersticiones y desmanes.
 
Los que se pierden en la oscuridad,
gritando y dominados por el miedo,
no tienen cómo escapar,
pues tengo diferentes formas
de alcanzar a los que huyen
medrosos de mi solemnidad.
 
No existe ataúd bastante fuerte,
ni lápida ni tierra tan pesadas
que puedan encerrarme.
 
Envidio el calor que reconforta
y añoro la sangre entre las venas,
el amor, la amistad y la alegría
que hace tiempo abandoné.
 
Entre la eternidad y la desesperación
encuentro deleite pasajero
entrando en personas que me ofrecen
un poco de su cálida sustancia.
 
Al ingerir nutrientes apropiados
presento un aspecto fresco y sano,
no desagradable ante la vista
de aquellos que me miran alelados,
y me torno atractivo hasta tal punto
que ningún buscador de visitantes
rechaza conducirme hacia su casa.
 
También salgo como un muerto viviente
haciendo temblar los desdichados
que me hallan en horas ya sin sol.
 
Deambulo callado y sin descanso
a través del tranquilo vecindario,
y apenas permito que me miren
las personas que creo convenientes.
 
¿Han escuchado alguna vez
ese perro que aúlla por las noches?
No les quepa duda que su aullido
es mi voz de miembro itinerante
por las frías regiones de ultratumba.