La higuera
Publicado en Jan 21, 2011
Porque es áspera y fea,
porque todas sus ramas son grises, yo le tengo piedad a la higuera. Recordé el poema de Juana de Ibarbourou, al ver hoy el enorme árbol, que sobrepasa la tapia del colegio y extiende sus ramas hacia la calle, doblegadas de hojas de un verde grisáceo, tras de las que se esconden, los dulces frutos. El día es sereno y caluroso, lo que necesitan esas brevas para llegar al punto de sazón y no habrá ninguna excusa que me impida deleitarme con ellos. La escuela, está cerrada por vacaciones, no hay encargados permanentes y la mujer de la limpieza no está visible. Conste que lo que me propongo hacer, a nadie daña y será un servicio a la comunidad. El hacerme cargo de esos frutos, impedirá que caigan al suelo con el primer sacudón del viento y se estrellen en la vereda, lo que sería un espectáculo lamentable que hasta podría provocar un resbalón a un transeúnte desprevenido y consecuencias imprevisibles, sin agregar la atracción de moscas, hormigas y otras lacras que se alimentan de desperdicios. Casi me siento una heroína y con la cabeza en alto y una canasta en la mano, voy a mi cometido. Olvidaba decir que no comparto la mirada de Juana, la higuera, no es fea, tiene una belleza distinta, ni la triste y elegante de un ciprés, ni la lánguida del sauce, ni la desbordante de una magnolia, ni la esplendorosa de un arce. La suya es sencillamente, distinta. Cuando los árboles se sumen en el letargo invernal, la higuera, con sus ramas grises, desnudas y retorcidas, semeja algo sin vida y parece irremediablemente seca. Hasta que el hálito de la primavera, la anima, entonces, el verde tan bonito de sus brotes nuevos, la hace ver bella, como la que más. Juana entonces recapacita y agrega: Por eso, cada vez que yo paso a su lado, digo, procurando hacer dulce y alegre mi acento: -Es la higuera el más bello de los árboles en el huerto. Si ella escucha, si comprende el idioma en que hablo, ¡qué dulzura tan honda hará nido en su alma sensible de árbol! Y tal vez a la noche, cuando el viento abanique su copa, embriagada de gozo, le cuente: -Hoy a mi me dijeron hermosa!
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