Me encontraba frente a aquella vitrina mirando sin mirar, con la vista perdida, extraviada en un laberinto de mi mente, como tantas otras veces. No recuerdo cuanto tiempo llevaba, y de pronto, comencé a sentir vocecillas apenas perceptibles, agudas, que retumbaban en mis oídos. Miré a todos lados como tratando de encontrar el origen de aquellas; ¿quizás algún parlante escondido?; ¿algún nuevo ring-ton de celular? no sé, miraba en todas direcciones, y las vocecillas seguían. Metí mis dedos en los oídos refregándomelos, pero nada, el chillido persistía. En eso capté un pequeño destello que logró fijara mi vista en un hermoso reloj. Lo vi como me hablaba, como me suplicaba que lo comprara, pero no era el único, más allá una calculadora me pedía lo mismo, un libro no se quedaba atrás, y así todas las cosas que se encontraban en aquella vitrina. Pensé que algo raro me estaba sucediendo, me refregué los ojos y me retiré, seguí caminando por el pasillo del Mall. En tanto, unas camisas de la vitrina del frente, comenzaron a hacerme señas para que me acercara hasta ellas, los pantalones movían sus piernas, las mangas de los chalecos se estiraban como teniendo la intención de abrazarme. ¿Que estaba ocurriendo? miré a los demás, pero nadie se inmutaba. Era como si sólo yo, los viera. Me apoyé en la baranda, para pasar desapercibido; el show de las camisas seguía; corrí la vista, entonces un seductor baby-doll me provocaba con un baile erótico, un sostén y un colaless rojo salían de la tienda y se acercaban hacia mi por el pasillo, como si la figura de una esbelta mujer los aguantara y contorneara sus caderas y moviera sus pechos. Quedé mirando al guardia que hacia su ronda, quieto esperé a aquellas prendas seductoras, nuevamente desvié la mirada en otra dirección, las mangas de las camisas parecían levantar sus dedos como en señal de aprobación por la situación, hasta me pareció que un maniquí me guiñó un ojo. Casi cuando las prendas me abordaban me alejé por el pasillo hasta una tienda deportiva. Ahí, las mancuernas me desafiaban a que las levantara, una bicicleta estática quería que me subiera en ella, las pelotas de basquetball rebotaban acompañadas de las de fútbol, todas querían venir conmigo. Volví a huir y me senté en las mesas del patio de comida, mientras veía como las pelotas cabizbajas regresaban por los pasillos a la tienda, al manifestarle mi rechazo, las poleras deportivas se arrastraban por mesas y sillas también. Yo miraba a los techos, buscando si no habían cámaras ocultas que me estuviesen filmando, de seguro me culparían de toda esta situación. Yo sudaba, no podía entender como las personas no se percataban de todo lo ocurrido, transpiraba, una pelota incluso rebotó en la cabeza de un niño, y su mamá no dijo nada. El pequeño sólo se sobó el mate, sin entender. Definitivamente, algo no estaba bien, decidí comer, quizás es fatiga – pensé-, pues había desayunado temprano. Me acerqué a los puestos para ver las ofertas. Las pizzas comenzaron a cantarme en italiano, partes de pollo y  papas fritas saltaban en sus bandejas, las empanaditas de queso me movían la colita, los completos desfilaban como militares en los letreros luminosos. Me decidí por comida china, al menos el arroz y el wantan estaban callados. Busqué una mesa, ¡Oh no! ella de nuevo, el sostén y el colaless no se daban por vencidos, me buscaban entre las mesas, traté de esconderme detrás de un pilar con la bandeja en las manos, los vi perderse. De pronto la luma de un guardia tocó mi hombro, con su vista señaló hacia el bolsillo de mi chaqueta, colgando estaban las prendas femeninas de las que huía. Avergonzado y sin haberlo convencido, debí abandonar la bandeja con comida china, mientras me pedía que lo acompañara de una forma poco amistosa; los curiosos no me sacaban las miradas de encima. En eso, escuché unas risas femeninas, provenían del bolsillo de mi chaqueta.