Despus de veinte aos
Publicado en Dec 23, 2010
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Carlos, como pudo se levantó. Se puso la bata y salió tras su padre, luego de sentirle en la cocina preparando el mate.
La ciudad dormía. En los ventanales empañados se apoyaba el aliento del mes de junio. Comenzaba a llover. Eso aumentó el frío y la desidia de Carlos, que entró arrastrando las pantuflas.
Y a ti, que bicho te picó.
Es por lo que hablé con La negra.
¿Cómo?¿Te llamó?
No solo me llamó, sino que vino a verme, la semana pasada con la Carlotita.
Y ¿por qué, no me lo contaste?
Te lo estoy contando.
Si viejo, pero una semana después y porque estás desvelado….
Bueno, mirá, la semana pasada, como a eso de las diez menos cuarto sonó el teléfono, yo estaba viendo la tele, y me llamó la atención, yo sabía que no eras tú, y como nadie más llama lo dejé sonar, pero insistieron, y cuando contesté, escuché la voz de una piba, que me decía ¡Alo! ¿Tata? te habla la Carlota, tu nieta, te paso con mi madre.
¿Papá?
¿Negra, sos vos?
Necesito conversar contigo viejo.
Sí, claro piba, como no. Nos juntamos en algún cafecito, decime, como lo hacemos.
No viejo, te quiero ir a ver ¿puedo?
Claro, como no, sos mi nena, que pavadas decís, vení para acá, te espero.
 
Tu hermana llegó con la piba, está enorme la Carlota, no te lo imaginas…Ella, la verdad que no está nada bien, siempre fue delgada, ¿te acordás como se cuidaba?, bueno ahora está en los huesos, me dejó muy preocupado.
Hola viejo –me saludó como si los veinte años que dejó de verme, se hubiesen esfumado. Traía el pelo pasado a tabaco rubio, de esos cigarrillos que ella siempre fumaba. Quise contenerla entre mis brazos, pero se me escurrió como siempre.
 
La vi retraída, lo observaba todo como quien estuviera recién abriendo los ojos. Se sacó el abrigo que traía, y la pude ver contenida en ese viejo vestido azul que le regalé a tu madre cuando tenía veintidós años. Las imágenes del pasado bailaban por mi mente - tanto tiempo perdido - de pronto una sensación de quiebre me apretujó el pecho. Encendió uno de sus cigarrillos, al tiempo que mandaba a la nena al living a ver televisión. Sabés, ya no toma mate, ahora le gusta el té. Me di cuenta que estos años la habían cambiado, mi nena había envejecido y yo no había estado ahí para verla crecer, para ayudarla, para caminar a su lado. Le salieron canas, ¿sabes? perdió el brillo de sus ojos, y a pesar que de pronto me sonreía, tenia la tristeza empapada en su cara demacrada. Los dientes se le pusieron amarillentos por el cigarro. Ah! mi nena, su visita, me dejó tan mal, como no te imaginás…por eso que quiero hablar con la vieja, ella siempre supo como llevarla.
 
Viejo, pero contame de una vez, ¿qué queres decirle a la vieja? 
 
Papá, todos estos años, he cargado con la culpa, de haber sido yo, la que te echó de la casa, y no la mamá. Entendeme era una nena, y descubrir que te habías metido con tu secretaria, fue tan doloroso, que no lo soporté. Cuando se lo conté a mamá, me confesó que callaba hacía un año, y lo hubiera seguido soportando, por nosotros. Más por mí que por Carlos, porque yo era tu regalona. De no haber echo la chancha y pasarme a tu oficina, tampoco me hubiese enterado. Por eso, cuando te vi con esa ramera, corrí, vaya que corrí, corrí como me dieron mis piernas flacuchentas. Me fui al parque y lloré por horas, que podía hacer, había pillado a mi padre manoseando a su secretaria, mientras mamá te esperaba en casa, con el mate caliente y las tortillas que tanto te gustaban. Las pantuflas perfectamente dispuestas al lado derecho de la puerta, la comida lista, la mesa preparada. Ella no se lo merecía, menos con esa ramera, con quien además tuviste un bastardo. Si viejo, fui yo la que le fui con el cuento, y la que te preparó la maleta, para cuando llegaras. No sabes cuantas veces repasé en mi mente, cada segundo de aquella noche de mayo. No hubo gritos. Sólo sentí cuando llegaste. La vieja te esperaba en la puerta al lado de la maleta. Se que entendiste, por que no dijiste nada. Mamá no lloró, a pesar de todo lo que te amaba, pero yo sí papá, lloré toda esa noche como nunca pensé que podía llorar, que me quedé sin lágrimas. Fue bueno que te fueras con ella, eso me quitó en algo el peso de la culpa. Entonces me llené de odio por ti. La ropa que quedó en casa, la regalamos a la parroquia, y me preocupé de ir botando cada objeto que te pertenecía, hasta que ya no hubo nada que recordara tu existencia. La primera navidad, le pedí al pascuero que me diera un hombre bueno, que no fuera como mi padre y que nunca me engañara. Años más tarde conocí a Alberto, en la universidad, pololeamos tres años, convencida de que era él nos casamos. Dos años más tarde, llegó la Carlota y algo me dijo que no tuviera más hijos. Cada vez que se atrasaba, me imaginaba que me estaba engañando. Lo celaba, revisaba sus camisas, sus bolsillos, nunca nada. Me dejaba caer de sorpresa por la fábrica, siempre lo encontré trabajando, no se enojaba, me abrazaba y me decía, tontita si sabés que sólo tengo ojos para vos. Entonces nos veníamos caminando de la mano como dos enamorados. Todo hubiera continuado así, de no ser que un año atrás, volví a revivir en mi mente en forma recurrente aquel fatídico día de mayo, la imagen de mi madre junto a la maleta, las horas que pasé llorando echándome la culpa…se adueñó de mi sueños, no me dejaba dormir, me hice la idea que aquello era una premonición de mi destino y terminó por pasarme la cuenta en mi matrimonio. Lo peor papá, es que Alberto nunca me engañó. Nos separamos para no terminar de hacerle daño a la Carlota. Lo siento papá, siento que tal vez soy injusta con hacerte responsable de mi existencia a ésta altura de mi vida, pero el odio me ciega en estos momentos y no sé en que va a terminar mi vida. Dijo algunas cosas más que prefiero no repetírtelas…en fin, se despidió y me dejó muy afectado. Temo que haga algo que después se tenga que arrepentir.
 
Se tomaron el mate en silencio. Las paredes de la cocina bostezaban desconsuelo. De reojo, Carlos lo miraba. Lo veía pequeño, enjuto, su talle antaño grueso, le parecía ahora una broma de mal gusto, los brazos donde colgaban las mangas del pijama le parecían extensiones demasiado frágiles. Hace tiempo que no se sentaba con su padre a conversar un mate. En verdad, hacía tiempo que no se detenía a ver al viejo. ¿Cuando fue la última vez que se había sentado enfrente de él para ver como los años lo fueron carcomiendo? ¿Donde había estado todo éste tiempo? ¿En la universidad? ¿En la oficina? en alguna borrachera, como de esas tantas a que se acostumbró por años, para no llegar a casa de su madre y ver el rostro de aquella que adoraba como se consumía por la pena del engaño. El viejo se fue quedando adormilado y la cabeza le colgaba, por lo que de tanto en tanto cabeceaba y hacía el asomo de despertarse en forma tan abrupta, como volvía a caer en el letargo. La noche respiraba ahogada con la bruma existente y por el ventanal de la cocina se filtraba un haz de luna que daba en la mollera del viejo, provocando que la escena fuese más doliente.
 
Al amanecer, antes de subir al auto, Carlos alcanzó a divisar la figura de su padre en la mecedora con la mirada pérdida fija en la puerta de entrada, como si estuviese esperando que no pasaran veinte años más, antes de que su hija nuevamente llegara a verle  y ésta vez si le perdonase.
 
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Foto del autor Esteban Valenzuela Harrington
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Descripción

A veces el tiempo no es suficiente para cerrar una herida.

Palabras Clave: Veinte aos

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Ficcin



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Esteban Valenzuela Harrington

Gracias Daniel:

Como dicen por ahí, el que las hace las paga, tarde o temprano te pasan la cuenta, oh no?
Feliz Navidad para tí y los tuyos,

Esteban
Responder
December 24, 2010
 

Daniel Florentino Lpez

Me gustò!
Bien narrado
Qué difícil es perdonar
Feliz navidad!
Daniel
Responder
December 24, 2010
 

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busy