LA VIDA DE JUAN
Publicado en Dec 12, 2010
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                                                   LA VIDA DE JUAN                                                    Cap. 1
                                                              
Juan  Vargas era el menor de tres hijos de una familia de trabajo, lo que significaba por aquellos tiempos que el hombre trabajaba en lo que conseguía y  la mujer hacía las tareas de la casa, que eran muchas, porque todo se hacía a mano y con recursos tan escasos, que casi siempre faltaba alguna moneda para pagar la cuenta. Algunas veces los pibes iban a comprar con la advertencia de su madre de que podría no alcanzarle el dinero. Mirando al piso se entregaban las monedas y el almacenero luego de contar decía mintiendo con piedad que hasta sobraba para un caramelo. Cuando se pedía  una porción al peso, muchas veces iba  “ la yapa”.                                                                                                       Las comidas sanas y nutritivas partían mayormente de un puchero que se cocinaba una vez a la semana y del que se extraía el caldo para la sopa de todos los días. Los domingos se comía algo especial, como un pollo, del gallinero del fondo de casa.                                                                                                                                                             Los hijos terminaban la instrucción  primaria y  en algunos casos la secundaria o parte de ella. Juan a partir del cuarto año adoptó el horario nocturno que se había implementado por esos tiempos para evitar la deserción escolar. De ese modo se podía trabajar  y colaborar con los gastos de la casa.
Así transcurría la infancia de Juan, conviviendo con dos hermanas mayores que él. Ellas lo contuvieron emocionalmente en los momentos de flaqueza que tienen los niños, reparando  los baches de la protección paterna. Pero siempre unidos por un amor de hermanos que resistió los embates del tiempo.
Juan solo sabía que había buenos y malos, y esa  calificación era producto de la enseñanza de  los mayores. Adultos que  manejaban el mundo y niños que aprendían para el futuro. Mayores que ya habían encontrado la paz para partir, consecuencia de una fatal resignación ante la muerte  
Por ello no se alteró  cuando se enteró que había fallecido  Don Manuel, el tendero. Era un hombre mayor y por lo tanto según lo aprendido, era normal,  por la condición de edad, tal vez por algún problema de salud, o simplemente porque Dios dispuso quitarle el espacio  que le había dado en esta vida. 
El tiempo transcurrió para Juan casi lentamente, acentuando la creencia de que todo era igual siempre. Sus estudios eran la  exigencia mayor que le había impuesto su padre, y mejorando su mediocre desempeño inicial, llegó a crear expectativas de niño destacado, lo que con el tiempo le permitió mejorar su forma de relacionarse a pesar de su timidez. 
Terminando sus estudios secundarios, se le presentó a Juan su primera oportunidad, al ser escogido por las autoridades de su colegio para participar en un concurso con alumnos de otras escuelas, y que tendría como premio ocupar una de las seis vacantes que tenía una importante empresa gráfica de la Capital.                                                                     Juan no desaprovechó la oportunidad y obtuvo el puesto, lo que le otorgó su primer triunfo.
Este fue su primer éxito a nivel de su capacidad individual.
Cap. 2
 
 
El 28 de febrero de 1960, Juan vivió su gran  encuentro con el amor, al conocer a una mujer que le produjo una sensación  que él mismo jamás pudo describir como deseaba.                        
Ninguna de las palabras que él conocía le parecía adecuada, tal vez porque no conocía la magia de los sentidos. Tal vez de esos sentidos tampoco habla la ciencia, porque no se pueden registrar.  Quienes los experimentan los guardan muy dentro suyo, y se convierten en una parte más de lo que el ser humano tiene de sublime. Su mundo interior, su espíritu, su alma.   
El  se sintió flotar mientras bailaba con ella, y le pareció que estaban solos aún entre la gente, y  que  los aromas de los jardines del encanto eterno habían saturado sus pulmones, embriagándolo. Todo parecía un sueño,  pero al leer en los ojos de ella el mismo mensaje, imaginó que el camino al amor tan deseado  comenzaba ese día.
 
 
 
 
 
 
 
 
Cap.3
 
El 15 de junio de ese mismo año Juan recibió la enseñanza que el tiempo le tenía reservada. Moría un hombre joven. A los 53 años de edad moría su padre. Sus creencias de niño se derrumbaron como rascacielos de cartón. Era sorpresa, angustia, dolor las que lo acorralaron contra las paredes del dormitorio de sus padres, la noche que lo trajeron del hospital con el único propósito de que recibiera a la muerte en su propia casa. Nadie decía nada porque no había nada que decir. La solidez de la estructura familiar los protegió un poco a todos. Sus hermanas y sus esposos, como dos hermanos mas para él , Juan y la inconsolable Carmiña, esposa y madre, la más acostumbrada a sufrir, rodeaban la cama donde yacía inconsciente Rafael Vargas, respirando con el mismo esfuerzo que derramó toda su vida, ahora ayudado por el oxígeno que tan solo extendía una agonía sin esperanzas.                                                                
 
Cap. 4
Pasaron tiempos difíciles para todos. Especialmente para Juan que había quedado a merced de los vientos que atravesaban el patio de su casa, convertida en un desierto, solo  poblada por los   fantasmas del pasado y la nostalgia por los tiempos felices, que se sabía, no iban a volver.  La relación con María era cada día más sólida, y a los casi dos años de haberse conocido, el 24 de febrero de 1962 se casaron. Diez meses y tres días después sus vidas se vieron bendecidas con el nacimiento de su primer hijo. Si se sentían dichosos, el tiempo les demostró que Dios no mide cuánto nos dá o cuánto nos quita. Si pensaron que no les cabía dentro de sí más alegría, se equivocaron. Dos hijas más completaron una familia muy feliz.
Vivieron sin mayores sobresaltos que los de una familia típica de clase media. Juan tenía un buen empleo y sus progresos ya le hacían pensar en una estabilidad en lo laboral, como no había tenido nunca.                                                                                                                               Pero eso que Dios no mide cuanto nos quita se aplicó esta vez, y como si se tratara de una pesadilla, el paraíso que parecía estar al alcance de sus manos, se esfumó. Juan se quedó sin empleo y al poco tiempo sintió las garras de la muerte queriéndolo arrancar no ya del paraíso sino de la vida misma. El  se sabía  mortal, pero casi comprobarlo lo asustó.                                 Ya no tenía vigencia la vieja teoría del pequeño Juan, que solo los viejos estaban disponibles para la muerte.                                                                                                                               Remontar esa experiencia no fue cosa fácil, complicado aún más con las condiciones de un país que no solo no mejoraba sino que empeoraba cada día. Esta situación no ha cambiado aún, siendo como es este un país de recursos, solo progresa  el patrimonio de los gobernantes, mientras que Juan y las personas como él han quedado fuera del sistema por la simple razón de ser gente que  trabaja por sus propios méritos                                                                                                                                         
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cap.5
 
 
En una de las entradas al campo de exterminio nazi, en AUSSCHWITZ se podía leer “ARBEIT MACHT FREI” – ( el trabajo nos hará libres).                                                                                       Esta sentencia tiene dos significados, de acuerdo al lado del cartel en que se halla quien la lee. Para los alemanes era un modo de instigación al trabajo, pero para los prisioneros era la posibilidad de decidir algo por su propio criterio: trabajar o morir.                                                 Juan la interpretaba como la liberación del individuo a partir de la no dependencia. Recordaba cuando su padre en los tiempos de la “fundación”, lo exhortaba a no recibir los juguetes que se regalaban a algunos niños de la calle, pues decía … ”yo  compro tus juguetes con la plata que gano con mi trabajo”… eso era lo que Rafael entendía que era la libertad para un trabajador. Y si los sueldos no alcanzaban, esa era la misión de los gobernantes, regularizar la situación, nunca desalentar la iniciativa del trabajo y provocar una dependencia de la limosna a la que muchos se acostumbran y no abandonan jamás. Esas palabras que el padre de Juan pronunciaba en los años ’50. Tendrían  vigencia hoy más que nunca…         ” El trabajo nos da la libertad de elegir, eleva nuestra autoestima y aleja los malos hábitos del ocio…” .                                                                                                                                               Podrían alegarse decenas de razones más, pero ante la obviedad del tema sería redundante.       
Los padecimientos de esos tiempos no dejaron solo sus malos  recuerdos, sino también sus  consecuencias. La lucha por la supervivencia volvía a ser entonces como en los tiempos de la infancia.
Dormir ya no era para Juan el placer del descanso como fue en otros tiempos. Le costaba conciliar el sueño, y muchas veces, cuando lo lograba, poco a poco se iba convirtiendo en pesadilla. Algunos de esos sueños no pasaban de ser como una sucesión de imágenes que ni siquiera podía reconocer. Los personajes de sus sueños no eran reconocibles, y si bien podían tener un parentesco  con la realidad, era una realidad distorsionada donde se mezclaban los tiempos y las formas.                                                                                                                             Pero una noche en lo que parecía ser un sueño más, Juan se  vió caminando por la orilla de un río caudaloso. Su mirada gacha observaba sin prestarle mayor atención, el campo alfombrado por un césped muy verde y prolijo. De pronto, el estruendo de una explosión lo conmovió, y al mirar hacia el río descubrió el cadáver de un hombre que flotaba boca abajo, meciéndose a la deriva. El cuerpo casi se giró, lo que permitiría ver su rostro. Pero esa fue la última imagen del sueño. Juan despertó muy alterado, pero como siempre le ocurría, recordó los instantes finales de su sueño y se aterró.                                                                                                                                  
 
 
 
 
Cap. 6
 
 
Lucrecia Fuentes lo escuchó con atención, sin interrumpirlo en ningún momento. La mujer no tenía ningún aspecto especial, que la distinguiera de cualquier ama de casa. Lo único que le faltaba a su atuendo habitual, era su delantal estampado, con pechera y un bolsillo grande, que usan las mujeres de entrecasa. Lucía como de sesenta años bien llevados y tenía una expresión amable. Tampoco su casa era distinta a la mayoría de las casas del barrio San José. Sin ninguna convicción, Juan había concurrido a ver a esta mujer, cediendo a la insistencia de su amigo Osvaldo, quien creía sinceramente en la capacidad de la mujer, para interpretar sueños ajenos.
Lucrecia Fuentes permaneció en silencio por unos minutos, para luego preguntar:
_  Pero tú no viste la cara del  muerto?
_ No, contestó Juan sin tener que pensarlo
_ Por eso estás acá, pero  tú sabes quién era, afirmó.  A Juan lo asustó su propio pensamiento. Era como si sintiera miedo de contestarle a Lucrecia. Pero ella no esperó su respuesta. Salió del tema como si a ella también le molestara. Se despidieron sin expectativas de otro encuentro, sobre todo porque Juan había ido a buscar una respuesta y se marchaba con una pregunta.                                                                                                                                                                                     
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Cap.7
 
 
 Hoy Juan  considera que la vida ya casi se le escapó de las manos. Ahora entendió que ahorrar para mañana es un criterio equivocado, porque lo único de lo que el hombre es realmente dueño es de la vida que le tocó, tal como es. No se debe pretender mejorarla, insertando figuras perfectas donde solo hay tiempo  para una figurita dibujada a mano, sin colorear, porque nos quedamos afuera, expulsados por la pretensión de lo perfecto.  El tiempo no se ahorra, se vive. Y por intentar ahorrar Juan se quedó sin vivir muchas cosas. Aún así, encontró una vez más el camino de regreso a la felicidad. Otro camino, otra motivación, el mismo amor, y  la misma mochila pero con menores sueños.  
Del naufragio de un viaje en la tormenta, le quedaron a Juan sus cosas viejas, que  soportaron los embates de las olas más grandes y violentas, y flotaron con mansedumbre hasta sus manos. El amor de su vida, el amor de María. Sus hijos, sus nietos, y la esperanza que nunca lo abandona.  Hoy  Juan disfruta sus pequeñas cosas. Y sabe de su valor y de su amor por ellas. Las protege, trabaja para conservarlas, pero por sobre todo las disfruta.
                                                                                                                                              Juan no sabe distinguir bien entre la esperanza y la fe.                                Para él la esperanza es algo así como creer que las buenas épocas van a volver.                                                                                                                     La fe en cambio no tiene nada de azar. Es del alma, es espiritual. Es confiar en que todo esto tiene un sentido.                                                                                                                                  Perder la esperanza es como negar la vida, como que el único alivio es la propia muerte, y en muchos casos, el desdichado va en su búsqueda. Pero a veces se equivoca y en el umbral mismo de la muerte un resto de esperanza se lo impide.                                                                                                     La fe en cambio le facilita aceptar lo inevitable, porque confía en que lo que vendrá será mejor.
 Juan  sabe que su pensamiento no tiene profundidad y que él mismo no tiene la idoneidad , pero tampoco le servirían las herramientas demasiado sofisticadas a una persona que no sabe usarlas. Entonces él le da forma a su escultura con sus propias manos, porque está seguro que cada vez que la mire verá lo quiere ver. Porque no pretende vender eso a nadie, es solo para él y para todos aquellos a quienes mirarla les resulte un placer o les haga pasar un momento mejor.
Juan está cansado de las malas intenciones, y de los torpes que pretenden que las veamos  como buenas. Está cansado de trabajar para pagar vicios ajenos. De mandatarios que se enriquecen groseramente gobernando países poblados de  pobres.                                          Como  principiante jugador  de ajedrez, Juan sabe que el juego es una lucha entre reyes, que los peones van adelante y son sacrificados en favor de un beneficio posicional para ese rey, que la dama es la pieza más importante del tablero, después del rey por supuesto y que es obligación anunciar un jaque al rey. Pero Juan sabe que en las partidas jugadas por grandes maestros, un peón define el partido. Y Juan tiene la esperanza que alguna vez, por estos reinos, gobierne un gran maestro.
Cap. 8
La vejez es como una enfermedad que te va devorando lo mejor de vos. Tu memoria pasa a sufrir las consecuencias del incendio de tu biblioteca. Tu corazón escribe en un electro un mensaje de auxilio. Tu estructura se encorva, tu piel se arruga y se mancha, como para advertir a los demás de tu desgracia. Tus pulmones perdieron su capacidad y al menor esfuerzo le niega su aliento. Los médicos atribuyen todas tus dolencias a tu edad, aún las que no lo son, porque opinan académicamente que el cuerpo humano está concebido para vivir mucho menos años.
La sociedad te condena y en general se niega a compartir con los mayores. La palabra viejo es pronunciada como un insulto y cuando los méritos de un mayor resultan una mejor oferta para un trabajo que la juventud sin formación, se consideran robados.                                                    Lo cierto es que nadie entiende, ni siquiera las autoridades pertinentes, que un trabajador jubilado debe seguir en actividad para poder subsistir, porque lo que percibe como haber jubilatorio no le alcanza para vivir dentro de un marco de severa austeridad, siquiera la mitad del mes. Esto lo convierte en un ser olvidado por unos, y condenado por otros. Pero un hombre cuando se jubila quiere ocupar su nuevo lugar, el lugar por el que luchó toda una vida. Pero no puede. Y eso le agrega un sentimiento de impotencia más a su maltrecha mente. Trata de remar contra la corriente pero pero sus brazos carecen de la fuerza suficiente. Lo mejor que puede es desistir, pero  muchos deciden seguir luchando hasta agotar sus fuerzas. La corriente los lleva río abajo y desaparecen.                                                                                                                                                      
Cuando estaba por cumplir 65 años, Juan recorrió distintos estudios de abogados, hasta que encontró un profesional que le aseguraba idoneidad y corrección. Todo sucedió de acuerdo a lo previsto por ellos, y a Juan le otorgaron el beneficio a tiempo. Quedaba una segunda etapa por cumplirse, que consistía en lograr mediante la solicitud de un reajuste, que el monto de los haberes se ajustara a lo que correspondía, de acuerdo a los aportes que Juan realizó durante más de 35 años. El tiempo que demandaba el cumplimiento de esta segunda etapa fue estimado por los profesionales de entre 3 a 4 años. Las idas y vueltas de los gobernantes fueron estirando los plazos. Esto lo  tenía preocupado a Juan, a pesar de no saber a ciencia cierta cuanto podía incidir esto en su caso. Pero nadie es tan tonto como para no darse cuenta de lo obvio. De que ya ni siquiera hay promesas, de que te lo dicen en la cara. No te mentimos. Solo que nosotros inventamos las verdades.                                                                                                                                             Cuando  pasaron 4 años, hubo temor. Cuando pasaron 5, desilusión.
Ayer Juan cumplió 72 años. No se siente seguro al caminar si no se apoya en su bastón y habla solo lo necesario. Suele pasarse horas sumergido en su silencio. La ansiedad con la que esperó la noticia le gastó la paciencia. Fue como si le clavaran agujas en su cuerpo que le causaran solo dolor, sin daño fatal,  como los torturadores que vemos en el cine que tratan que su víctima no se les escape por el corredor de la muerte. Cada día que pasa le tajea  su  rostro, y así poco a poco cambió su identidad. Desde hace 2 años dejó de llamar a su abogado, y solo relee el viejo libro que guarda en su mesa de noche.
Hoy, como una desmentida cruel, llegó una carta. Tal vez otras que tampoco leyó decían lo mismo. Pero esta vez su nieto abrió el correo, y luego de leerla, se la llevó en silencio. Juan la leyó  sin verla, y solo sus ojos expresaron la furia que sentía. Sus párpados contuvieron sus primeras lágrimas, y cuando parecía vencido por su llanto inclinó su cabeza  como rezando, y las escondió en su manga. Se acomodó lentamente en su silla, y aspiró larga y profundamente, tanto que su pecho parecía a punto de estallar. Exhaló  y gritó  …   ¡ hijos de puta ¡
 
 
 
 
 
 
 
                                                           CAPÍTULO FINAL
Mi abuelo Juan murió hace un mes. Hoy entré por primera vez después de eso a su cuarto. Encontré este escrito y luego de leerlo comprendí que  es un testimonio que alguien escribió acerca de una persona que representa a otras miles de personas que viven y mueren en este país. Y precisamente de cómo viven y de cómo mueren. Mi abuelo era un tipo excepcional, uno de los pocos sobrevivientes que quedaban de una especie en extinción. Y ya que tratamos de proteger a las especies de  animales en extinción porque no proteger también a las humanos. Esa va a ser mis tesis de doctorado. Espero tener éxito y lograr la sensibilidad de quienes aún no sufren como yo, la pérdida de un ser querido. Porque los desconocidos, también construyen el país.      
Chau abuelo  … !
Me llevo tu libro, algunas de tus fotos, y nada, no hay nada más aquí. … ah, y por supuesto tu recuerdo !!!  Para toda la vida.  
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Descripción

Palabras Clave: CALLE PARAISO SUEO INFANCIA AMOR

Categoría: Cuentos & Historias

Subcategoría: Relatos



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