EL MÁS ALLÁ
Publicado en Jun 14, 2009
EL MÁS ALLÁ
La diosa de la Muerte era bondadosa con aquellos inocentes que albergaba a través de una dicha negativa. Pero las tribus del Norte le temían al visitar su lúgubre morada, si sus almas no eran puras y valientes. Preferían herirse con su lanza, arrojarse a precipicios o quemarse vivas antes que una muerte vergonzosa. Las mujeres, imitando a sus maridos, se lanzaban desde las altas rocas o contra los aceros recibidos en sus bodas, para ser incineradas junto ellos. Los espíritus ya libres oficiaban en la gloriosa morada de los dioses, mientras los horrores aguardaban a quienes habían llevado una existencia cobarde o delictiva. Sus almas dispersas por los sitios donde moraban los cuerpos insepultos, navegaban por corrientes venenosas hasta una cueva repleta de serpientes cuyas fauces giraban hacia ellos. Tras extensas y profundas agonías eran depositados en el gran caldero que daba hervores en la eternidad. La serpiente mayor dejaba de roer las raíces del árbol Yggdrasil, para empezar a quebrantar sus huesos. Algunos volvían hasta aquellos cuyo pesar o gozo conocían. Fue el caso de un amante fallecido que imploró de su amada una sonrisa para que el ataúd donde se hallaba pareciera de rosas, no de espinas, regado con sus lágrimas de amor, sin goteras de sangre coaguladas. En épocas de hambre y pestilencia, cuando todo se hallaba despoblado, Hel salía a recorrer la Tierra sobre un caballo blanco de tres patas. Pero los vivos afirmaban que la diosa no montaba un corcel sino una escoba dada por la tribu de los enanos negros.
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