VIDAR EL SILENCIOSO
 
De la relación de Odín con Grid
que vivía en la cueva de un desierto,
nació Vidar, símbolo del bosque primitivo
y otras potencias de la naturaleza.
 
Los deidades que estaban conectadas
por medio de Heimdall con el mar,
lo estaban igualmente con la tierra,
bajo la sombra de Vidar, el silencioso,
llamado a dominar tras la hecatombe,
en los campos al fin regenerados.
 
Habitaba imperturbable su palacio
de frescas ramas y fragantes flores,
en un bosque donde se albergaban
la calma y la soledad que tanto amaba.
 
Los escaldos le cantaron en sus sagas
los más bellos poemas, inspirados
en los abruptos paisajes boreales:
 
¿Quién deambula ensimismado
a través del esquinado bosque,
en un espacio sin demarcaciones,
derrotero ni función precisa,
bajo frías y monstruosas sombras
en la penumbra irregular y sacra,
sin ser atacado en su devoción
ni en la grandeza de lo instituido?
 
Era Vidar fornido y alto,
con armadura y espada de ancho filo,
y un zapato hecho de hierro o cuero
como defensa contra el fuego
que abrasaría en la última jornada.
 
Cuando retornó a Valhalla
tuvo aguamiel y honores merecidos,
antes de ser invitado al manantial
donde las Nornas retejían sus telas.
 
Al indagar Odín el futuro de su hijo,
le respondieron ordenadamente:
1) Comenzando un día.
2) Posteriormente tejido.
3) Un día terminado.
 
Su madre, diosa primera del destino,
completó la adivinación diciendo:
Con deleite, una vez ganado.
 
Dijo que el tiempo inexorable pasa
y que todo el universo se transforma,
que si el padre moría en el encuentro,
Vidar lo vengaría
con el fin de gobernar lo renovado,
luego que los viejos dioses
se hubiesen alejado de la Tierra.
 
Después de visitar las Nornas,
Vidar, contrito regresó a palacio
y se apoyó en un tronco, cabizbajo.
 
Meditó sobre el futuro y la existencia,
pero guardó el secreto, porque siendo
silencioso como una sepultura,
quiso que nadie, mientras él viviera,
pudiera escudriñar el porvenir.